Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Capítulo 5

La entrada a la vistosa mansión es en silencio con la sensación del inminente resultado. Acabaremos en la cama, envueltos entre sábanas, sudor, olor a sexo y placer absoluto. No dudo por un segundo que Julio podrá satisfacer cada fantasía o deseo que tenga.

—Puedes dejar tus cosas… escasas cosas en la habitación para invitados.

Suelta mi mano y camina hacia el segundo nivel.

Me quedo de pie en medio del salón sin saber qué hacer. La calidez y seguridad que desprende Julio sigue siendo la misma que en el avión, pero algo cambió entre nosotros, quizá no es más que la tensión sexual que ocupa gran parte de mi cerebro en este momento. Contemplo el salón; todo en madera preciosa, la baldosa color crema y espejos colocados estratégicamente para proyectar más profundidad de la que tal vez tiene en realidad. Decido que podré darme el lujo de recorrer la estancia antes de que Julio regrese. Coloco la cartera y el chal sobre la repisa que se halla justo al lado de la puerta. Una repisa caoba con tallado hecho a mano; ramos de flores y diminutas rosas talladas con delicadeza. Unos pasos más allá hay colocado un árbol de bambú frondoso y podado. Hay cuadros en las paredes que rodean la escalera hacia el segundo piso. Desde este ángulo se puede apreciar playas. Si mal no recuerdo, y creo que no me equivoco, reconozco una de ellas. Es Bayahibe, una de las playas más preciosas que tiene República Dominicana en la parte este del país. La arena blanca cautiva a cualquiera, incluso sin gustarle la naturaleza es imposible no admirar un trabajo tan perfecto por parte de la vida. Mis pies se mueven poco a poco. Encuentro puertas cerradas y con iniciales. La del fondo tiene una M. Sigo por el pasillo y obvio la cocina, la cual se ve al extremo izquierdo, reluciente y pulcra. Debe tener muchos metros cuadrados. Si considero que mi fuerte no es saber de medidas al ojo, tengo mis dudas para determinar qué tan grande es. En el pasillo hay seis puertas, todas con iniciales. A mano izquierda está la J, la P y la Q, en el lado contrario la R, la C y la Z. Estoy intrigada por saber qué significan estas letras.

Mi imaginación vuelva a mi infancia, mi austera y precaria infancia.

Esta casa tiene pinta de ser una reliquia familiar. Ya no se construyen tantas habitaciones en la actualidad, a menos que tengas una familia numerosa. En vista de que mi relación con Julio se resume a unas escuetas conversaciones superficiales, me es imposible saber si tiene hermanos o hijos.

O, si en su defecto, tiene esclavos sexuales o es traficante de mujeres.

Un ligero temor se enciende en mí. Ese botón que no quería que se encendiera.

Julio no tiene ese tipo de aura que llevan los delincuentes. Si considero mi profesión, los delincuentes son lo mío. Con corbata o sin ella, camisas de marcas reconocidas, zapatos lustrosos y sonrisa brillante.

Sí, en definitiva, Julio no es un maleante. Sin embargo, puede trabajar para alguien. Hacer de buscón con su facha, su pelo castaño claro y sus ojos como la miel, ese cuerpo atlético que me hace vibrar de pies a cabeza y excitarme sin entender por qué me sucedía eso con él. Podrá ser el maleante más peligroso, siempre y cuando no quisiera compartir mi cuerpo en una orgía, sacar mis órganos y venderlos en el mercado negro o solo matarme. Él hombre podrá hacer lo que se le antoje con mi cuerpo.

Lamento no haberme puesto un conjunto de bragas de encaje, claro que tampoco pensaba jamás en mi vida. Acepté la oferta de un completo desconocido de pasar una noche de aventura y sexo sin compromiso. Recuerdo haber llamado a la aerolínea y preguntar por los vuelos de ese día. Compré el ticket en línea mientras iba en el taxi de camino al aeropuerto. Mi cabeza no estaba precisamente en encajes y combinaciones de ropa interior. Traigo puesto un sostén negro y una tanga blanca que saqué del cajón antes de darme la ducha. Pensaba que no usar ropa sexi podría funcionar esta vez. No fue así. Cuando la presión del trabajo y los casos en los tribunales se me complicaban más de lo que había pensado, usaba delicadas piezas sensuales para sentirme más poderosa y más fuerte, algo que muchas mujeres hacen, según escuché. Cuando los hombres piensan que nos convencerán con besos apasionados que quitan la respiración, algunas copas de vino carísimo, caricias en el cuello y susurros de pasiones pecaminosas, las mujeres llevamos piezas combinadas para hacer realidad los más grandes e impuros deseos. Deseos nuestros. Algún espécimen del género masculino debe de haberse percatado de dicha realidad. Ellos no tienen el control al invitarnos a salir con segundas intenciones, nosotras llevamos la segunda intención puesta.

Sonrío al recordar cómo Reed pensaba llevar el mando en nuestra vida sexual. Patético hombre machista que no acepta una mujer dominante y fuerte como yo. Quizá no soy una perfecta ama de casa, de esas de panqueques de los años ochenta, pero cuando de sexo se trata sé cómo querré las cosas y cómo conseguirlas.

«No soy una mujer simple, pero tampoco imposible de complacer y querer».

Después de tantos años juntos entendí que podíamos desarrollar cierta clase de cariño. Después de todo, no siempre los matrimonios comienzan por amarse perdidamente uno del otro. En ocasiones, se sienten atraídos de la inteligencia y perseverancia, ven algún tipo de fin en común y deciden unirse y lograr las metas, aunque aprendan a quererse de cierta forma en el trayecto.

No es la meta lo que importa, creo que lo que vale la pena es lo que logras antes de llegar.

Creí por un tiempo que eso lograríamos tener Reed y yo. Más que nada por eso acepté su propuesta de matrimonio. Si soy sincera, no estaba interesada en eso, pero al ver su rostro pensé que quizá podía llegar a estar lista. Solo pedí seis meses para organizar mi tiempo, mente y corazón.

Tal vez mi reacción de estupefacción y recelo no fue la que él esperaba encontrar.

Ahora siento que no estábamos en la misma sintonía en nuestra relación.

Salgo del pasillo rodeada de puertas e iniciales. Muchas preguntas se aglomeran en mi mente.

«Lo mejor es no saber nada sobre Julio».

Después de todo, solo pasaré esta noche con él y me iré mañana temprano a Santo Domingo, a donde mi madre, a descansar del ajetreo del sueño americano, de la gran manzana que en ocasiones podrida me causaba estragos y desasosiego.

Recojo la cartera y busco con la mirada. Intento decidir cuál es ese cuarto de invitados al que Julio se refería.

«Quizá solo debo preguntarle».

Descarto la idea de inmediato.

Seguro que si él hubiese querido que yo subiera a lo que debe ser su espacio personal y privado, me hubiese pedido que lo acompañase llenándome de besos y de caricias por doquier.

En cambio, no fue así.

—¡Julio! —le llamo en voz alta.

Espero que nadie más viva en la casa, dado que es casi la medianoche.

Exhalo con fuerza.

A lo mejor este tipo se arrepintió y no desea nada de mí.

Justo cuando tomo el teléfono para llamar al taxi, escucho la voz de Julio a mis espaldas.

—Disculpa la tardanza, estaba… resolviendo unos asuntos.

Su rostro está un poco tenso, lo noto por lo cuadrado de su quijada. Aun en la distancia puedo casi escuchar cómo sus dientes ruegan por auxilio.

Baja los escalones sin apartar su vista de mí. Siento un cosquilleo irremediable que me recorre e incita a mis pies a salir al encuentro de este hombre tan atractivo. Se desarregló el cabello por completo, ya que tiene la silueta de los surcos hechos con sus dedos mientras pasaba la mano una y otra vez entre las hebras de pelo grueso y tupido.

—Debo reconocer que eres más hermosa cuando estás irritada —murmura al llegar junto a mí y cambia de expresión con rapidez.

—No estoy irritada, solo comenzando a creer que esto es un gravísimo error. Tendrás que disculparme, pero los efectos del brandy ya se me pasaron y no me apetece para nada estar…

Me interrumpe con un beso que acalla mis defensas. Este hombre podrá derretir un iceberg. Dejo caer la cartera —no me importa en absoluto—. Paso mis manos por su cuello y lo acerco más a mí. Mueve sus labios sobre los míos e introduce su lengua en mi boca como si se le fuese la vida en ello. Mi corazón palpita como caballo en competencia. Tres besos y aún no acabo de acostumbrarme al cosquilleo que siento en el vientre o cómo me falla la respiración. Se separa de mí y me observa. Incluso con los ojos cegados por el placer, no quiero abrirlos. Deseo sentir más de Julio. Quiero más que solo besos.

—Ha quedado claro que no eres más que una terrible mentirosa. —Esboza una sonrisa.

Abro los ojos nebulosos.

Me da igual que piense que tiene el control, puedo prestárselo en la primera vuelta.

Sonrío con toda la galantería que he usado en tantas ocasiones.

—Tal parece que sabes cómo hacer cambiar de parecer a una mujer.

—Tengo mis trucos.

—Ya veo que sí.

Con lentitud, me saco la blusa y la dejo caer al suelo justo en frente de él. Me mira en silencio, pero por el brillo en sus ojos sé que se contiene.

—¿No te gusta lo que tus ojos ven? —ronroneo.

Estoy excitada y deseosa de estar entre sábanas y sudor junto a él.

Un hombre nunca causó tanto deseo en mí. Es algo completamente nuevo, diferente y cautivador, sentirme deseada sin tener que dar más de lo que yo crea necesario. Por un extraño motivo, quiero que me diga qué es lo más hermoso que han visto sus ojos, que alabe mi reducidos y pequeños senos. Mi copa 32B no es motivo de orgullo para mí y tampoco lo son mis caderas de 96 centímetros. Estoy más que lejos de tener un cuerpo que quite la respiración. No es que me sienta poco mujer o fea, pero necesito pensar y creer que para él yo soy la mujer que podrá cumplir sus fantasías.

Desabrocho el jean y lo bajo con lentitud por mis piernas. Se hace un montón reducido entre mis pies. Me giro con sensualidad para darle una vista panorámica de mi trasero y el contraste con la tanga blanca que tengo puesta. Me retiro el tiro de las sandalias y me las quito. Asimismo, termino por sacarme el pantalón. Me levanto y me quedo frente a él solo con la ropa interior y mi fuerza de voluntad para no hincarle el diente y volarle encima.

—Eres más bella de lo que pensaba. Esos trapos no le hacen justicia a tu cuerpo. —Se acerca y me hace ladear la cabeza para besarme el cuello, lamerlo hasta llegar a la oreja y morder mi lóbulo con dulzura.

—Necesito más que besos de colegiales —siseo contra su oído.

—A su orden, jefa.

En fracción de segundos, me veo entre sus brazos. Me levanta en vilo como si pesara lo mismo que una pluma de paloma. Me besa y devora mi boca. Entretanto, camina en dirección a lo que sé segundos después es la escalera al segundo piso. Envuelta en una burbuja de placer, no estoy en mis cabales para considerar que podrá caerse subiendo los escalones. De pronto, se detiene. Oigo el girar de la puerta y me remuevo para que me baje al piso. La habitación está adornada con seda negra que cuelga en una cama con dosel y cortinas de las plegables de pequeños palitos marrones. Parecen fuera de lugar, pero le dan un toque acogedor a la estancia. Me besa mientras me lleva a la cama. Camino lento hasta que mis piernas chocan con el colchón. Separa sus labios de los míos. Mis rodillas se doblan al tocar la cama y caigo sentada sobre las sábanas más suaves que mis dedos han tocado. Levanto el rostro hacia este hombre que se comienza a quitar la camisa, la cual coloca en el sillón negro de piel que hay en el extremo derecho de la alcoba. Regresa a mí caminado como una pantera que acorraló a su presa. Me es imposible no temblar de excitación. Sus ojos recorren mi cuerpo por completo. Se saborea los labios como si sus orbes le dijeran el sabor que escondo detrás de mi ropa interior. Saca un pañuelo negro de su bolsillo trasero y me lo cede.

—Quiero que cierres los ojos y te concentres en todo el placer que te causaré.

No lo dudo ni por un segundo. Después de todo, se trata de experimentar y cometer una locura jamás considerada.

Luego de tener los ojos ocultos bajo el pañuelo, siento cómo se mueve por la habitación. Al mismo tiempo, oigo sus pasos. Un zapato caer, luego otro. Después el sonido de una correa al desencajar y el peso del jean al caer contra el suelo. Mis sentidos se agudizan al tener la visión bloqueada.

Aspiro el aroma de la habitación.

Canela.

Y algo más que no puedo determinar. Alguna planta aromática como el jazmín.

—Deja que el aroma inunde tus sentidos, María. —Coloca una copa entre mis manos.

Aspiro el aroma de la bebida misteriosa. Es vino tinto.

—Buena elección, casanova —le digo al dar un largo sorbo del vino a temperatura fresca.

—Pensé que te gustaría un Chianti Ruffino. Tienes pinta de gustarte los vinos italianos suaves.

—Muy observador, me gusta.

Doy otro sorbo largo y me veo interrumpida por el beso de Julio sin tocarme más que con sus labios que se bañan del vino. Es una sensación nueva y electrizante. Nuestras lenguas se enlazan en una batalla a muerte. El placer es infinito. Con la mano libre, sostengo su nuca y lo acerco más a mí para profundizar su bien recibida invasión a mi boca. Me aferro a él. Me besa con fuerza. Disfruto su masculinidad, su fuerza y las ansias que no ocultaba por estar dentro de mí. Absorbo cada sensación como si fuera mi primera vez, solo que la experiencia me queda corta con lo que Julio me hace sentir ahora.

—Tienes la enorme tarea de no verter el vino en mis sábanas nuevas mientras yo te hago un trabajito aquí entre tus piernas. Rosa te matará y quemará tus encantadores ojos, no necesariamente en ese mismo orden.

Sus palabras me dejan helada por un momento.

¿Rosa? ¿Será su mujer? ¿Otra amante? ¿Su madre? Nadie llama a su madre por su nombre de pila y menos al estar en la cama con una mujer.

—No es quien crees, es mi ama de llaves —contesta la pregunta que no había hecho.

Me besa, me agarra de los hombros y me empuja hacia atrás.

—Recuerda el vino —me dice cuando, aliviada por saber que no es su mujer, me dejo hacer a su antojo.

Procuro mantener la copa en mi mano, una tarea difícil cuando lo que más deseo es meter mis manos entre sus calzoncillos y tocarlo allí donde su deseo más primitivo me aguarda. Hago ademán de cumplir mi plan, pero él me acuesta. Mis piernas cuelgan en el borde de la cama casi tocando el piso. Intento no derramar el vino sobre nosotros ni sobre la cama y paso mi mano libre por su torso desnudo. Comienza a descender en un camino de besos sobre mi abdomen plano. Sus manos tocan mis senos por encima del sostén y los aprieta hasta que me produce un jadeo gutural.

—Julio…

—Tranquila, preciosa.

Desabrocha mi sostén negro y escucho cómo cae al suelo. Se apodera con sus labios de uno de mis pezones. Su peso es delicioso sobre mí; siento su atlético cuerpo en todo su esplendor. Su calor me transporta a un mundo donde solo existimos él y yo. Mi mano libre examina cada parte de su musculatura, sus caderas estrechas y su abdomen con notorio paso del gimnasio por él. Mis caderas se impulsan hacia arriba, poseídas por las ganas y el deseo que me provoca la boca de Julio sobre mi pecho. Suspiro y ruego por que me toque allí donde necesito sus manos largas y expertas. Mi respiración es entrecortada. Desciende y chupa cada parte de mi cuerpo. Posesa por la pasión, agarro su cabello. Con ambas manos, baja mi tanga hasta que ligera queda en mis pies.

—Quiero saber a qué sabes. —Abre mis piernas—. Recuerda no derramar el vino.

La tarea más difícil que me han impuesto nunca.

Mis caderas se mueven al compás de mi respiración desesperada.

Coloca mis piernas a cada lado de sus hombros y se embarca en un viaje por el mar de mi cuerpo con final feliz. El primer lengüetazo me deja a la deriva. Jadeo y sofoco un grito de placer. Este hombre me tortura. Comienza a comerme allí donde mi fruto prohibido yace palpitante e inevitablemente lubricado.

—Sabes mucho mejor de lo que había imaginado. Eres receptiva a mis caricias, querida y dulce María —murmura entre mis labios.

Vuelve a comerme como si tuviera años sin comer y estuviese famélico. Agarra mis muslos y se impulsa. Saborea, implacable. Introduce su lengua en mi sexo y provoca una sacudida interna en mí. Estoy a punto de llegar al orgasmo si él sigue chupando y deleitándose. Hace sonidos de lo más sensuales y excitantes. Gruñe de placer. Me muevo hacia arriba y hacia abajo. Suelta una de mis piernas y siento cómo introduce uno de sus dedos dentro de mí con lentitud. Me convierte en miel de abejas, ligera. Emociones atraviesan mi cuerpo. Me siento liviana y tensa a la vez. Siento el segundo dedo como una arremetida contra las paredes de mi útero. Sé que me observa. Muerdo mi labio inferior para no gritar de placer, aunque es casi imposible. Cada vez me acerco más a los fuegos artificiales dentro de mí a punto de estallar.

—Quiero oírte decir mi nombre cuando te corras.

Entra un tercer dedo dentro de mí y con la otra mano masajea el pequeño pero travieso clítoris entre los labios de mi vagina.

Le doy el placer de escucharme gritar su nombre con todo el aire que tengo en los pulmones. Agarro las sábanas con mi mano libre y clavo las uñas en la fina seda. El orgasmo me abraza, me reviste y me provoca oleadas de placer que no experimenté en mis veintisiete años. Me muevo al unísono con los movimientos de sus dedos golosos; danzan dentro de mí.

Bajo del paraíso del placer al que el orgasmo me trasladó.

No derramé ni una gota del vino.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.