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Capitulo 1 (Parte II).

Tras aquella mañana, durante varios días, el doctor no recordó lo que era dormir. Después de que ella se desmayó; él se convenció de que la chica no despertaría de nuevo durante un tiempo, así que procedió a estudiarla.

Le hizo análisis, la pasó por los escáner, dedicó cada hora del día a encontrar la respuesta del por qué ella continuaba con vida. Intentó darse una explicación sobre la manera en la que funcionaba su cuerpo, sobre cómo ella en realidad parecía muerta en todo sentido; pero al parecer seguía viviendo.

No se explicaba la extraña manera en la que su corazón lograba trabajar, o sus pulmones, o cada parte de ella.

Luego de examinarla varias veces llegó a notar que ella tenía cicatrices de bala, e incluso quemaduras, como si hubiese sido cruelmente electrocutada.

Pensó que quizá no era la primera vez que ella pasaba por esto y su panorama sobre el suicidio fue haciéndose más claro y posible.

También analizó con cuidado la posibilidad de que ella sufriera de Catalepsia, un estado de parálisis consiente u inconsciente en el que la persona no presenta signos vitales, por lo que puede aparentar estar muerta. Si ella lo tenía, era uno de los casos más graves que se habían visto jamás. No obstante, eso no explicaba como podía caer de diez pisos de altura, atravesar su cuerpo con múltiples varas de construcción, ser electrocutada mortalmente y continuar viviendo.

No era humano, no era posible. Sin embargo, todo en ella era normal ahora.

Había estado inconsciente durante la última semana luego el episodio ante autopsia en el que ella despertó de su estado especial y huyó para enfrentarse con los guardas de seguridad con una agilidad digna del más entrenado. Pero la hizo gastar todas sus fuerzas en minutos, por lo que terminó desmayándose, desde entonces, ella parecía viva, pero inconsciente.

¡Vaya que la chica tenía suerte!

Sí, de una manera retorcida y casi irónica.

Había hecho cada examen y prueba, no había nada sobrenatural en la chica. Aquella madrugada, sus ojos estaban secos y ardían por el esfuerzo, sin avanzar en su investigación; era un médico forense, no estaba en su campo y le suponía un desafío.

Quitó sus lentes de lectura, puso los codos en la mesa y gruñó mientras escondía su rostro entre los brazos.

Estaba exhausto.

Levantó su cabeza ligeramente, mirando la camilla al otro lado de la habitación, frente a él.

Había rogado porque le dejaran encargarse de ella, asegurarse de que sobreviviría; aunque a su compañía no le agradaba. Su empresa no solía encargarse de salvar vidas, sino de quitarlas. Por eso estaba él allí, no era un médico forense completamente legal, solo era una portada, una cubierta para ocultar los crímenes de la mafia para la que trabajaba.

No era cualquier mafia, ellos eran la organización mas grande del mundo, especializados en una sola cosa: Entrenar a los asesinos más ágiles y crueles del mundo.

Ellos trabajaban para cada diferente mafia o cartel en el mundo; cada mafia y cartel en el mundo estaba en deuda con ellos, de modo que, de alguna manera, todos terminaban por acudir a un solo lugar... ellos.

El cubría cualquier cosa, se encargaba de desaparecer los cadáveres de los cuales eran responsables. De modo que todo lo que llegara a sus manos no fuera más que un puñado de tierra más tarde.

Carbón, él volvía a los muertos carbón, que, a su vez, le servirían para quemar mas cadáveres, quienes también se convertirían en carbón.

Todo un ciclo interminable de sucesos que tenían el mismo destino y propósito.

Ella también tendría un propósito.

La miró fijamente, dormía inconsciente, como el resto de las últimas madrugadas de su vida; pero estaba viva, los monitores ahora si funcionaban en ella, estaba regresando a la normalidad.

Cada segundo que pasaba desde que entró por su puerta en una bolsa de cadáveres se volvía un segundo más lleno de incertidumbre, sobre todo con respecto a ella.

Cuando menos lo notó, se quedó dormido.

Lo supo cuando se despertó bruscamente por el sonido de la alarma de los monitores; por un segundo pensó que ella había entrado en paro, uno poco confiable; pero que no debía dejar pasar. Sin embargo, no se trataba de ello. La chica había despertado y no solo se había desconectado, sino que intentaba estrangular a su asistente con una de las mangueras de suero.

Miró alarmado la situación intentando encontrar una respuesta inteligente.

¿Pero que se suponía que era lo correcto ahora?

―¿Dónde estoy? ¿Quienes son ustedes? ―gritó ella, Vladislav aspiró, era la primera vez que ella hablaba.

―Estás en una clínica forense, yo soy el encargado, despertaste aquí antes de que te hiciera la autopsia. ¿Recuerdas lo que pasó cuando despertaste?

―¡No! ―gritó ella de nuevo, jalando mas la manguera en el cuello de su asistente, la cual estaba tornándose morada.

―Por favor, suéltala, no vamos a hacerte daño ―pidió Vladislav.

―¿Por qué habría de creerle? ―gruñó ella.

―Te he cuidado durante una semana entera, si quisiera hacerte daño, ya lo sabrías ―respondió, usando su tono más sereno posible.

―No puedo confiar en usted.

―No lo hagas; pero no la lastimes ―suplicó.

La chica miró a la asistente del doctor con recelo, un segundo más tarde, la soltó, empujándola al piso.

Vladislav no hizo ningún movimiento brusco o intentó ayudarla, ella estaba voluble, podría reaccionar de cualquier forma y no se arriesgaría.

En aquel momento, dos guardas de seguridad entraron al salón y apuntaron a la chica con sus pistolas; ella reaccionó de manera inmediata, tomando el pedestal de metal para las bolsas de suero y asiéndose con él, dispuesta a luchar desde ahora.

―¡Alto! ―gritó Vladislav, saltó y se posicionó frente a los guardas, dándole la espalda a la chica. Resguardándola de las balas y a ellos de la vara de metal― Estamos bien, lo puedo manejar.

―No has hecho un buen trabajo hasta ahora ―gruñó uno de ellos, dándole un vistazo a la asistente del médico que yacía en el suelo, quejándose del dolor.

Vladislav concluyó que él era uno de los que estaban presentes el día en el que ella luchó con ellos.

―No la tocarán ―impuso―. Vayan por la Sra. Vólkova, ahora mismo.

―No eres nuestro jefe ―repuso uno de ellos, lo esquivó y apuntó a la chica que ahora estaba de pie sobre la camilla.

―Dispara.―Pidió la asistente en un gruñido, aun sobre el suelo.

―Atrévete.―Desafió la chica en la camilla.

―No ―ordenó Vladislav.

―Ella intentó matarme ―reclamó su asistente―. ¿Por qué te importa tanto? Ni siquiera es de los nuestros.

―Es defensa propia ―repuso la chica.

―No había razón ―acusó la asistente.

―Es una amenaza, hay que eliminarla ―apoyó el segundo guarda.

―Si pueden ―retó ella de nuevo.

Uno de ellos disparó hacia ella sin reparos; pero la chica actuó de inmediato, esquivándola con agilidad, llegando en un abrir y cerrar de ojos hasta el hombre que le disparó y alcanzando a noquearlo en un parpadeo con el pedestal del metal.

―Vamos, puedo hacer esto todo el día ―animó al siguiente guarda.

El chico tomó la inteligente decisión de bajar su arma, solo la miró con los ojos entrecerrados y un gesto de pregunta.

Todos en el salón se preguntaban quién era ella.

―Ve por Agafya, ahora ―ordenó Vlad al guarda restante.

Este asintió y salió del lugar de inmediato, prestando atención a la orden de Vladislav.

―¿Quien eres? ―preguntó el médico enseguida tras voltearse.

―Mi nombre es Luciana.

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