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Capitulo 1 (Parte I)

―Tenemos una nueva,―anunció la chica de veinteavos años ingresando al salón, empujando frente a ella una pesada camilla.

A él se le helaron los dedos de las manos tras mirar el paquete sobre la camilla; su trabajo era pésimo para un hombre de sentimientos como él.

Exhaló, el aire se volvía pesado, difícil de respirar.

Soltó el primer botón de su camisa, ahogado, era la peor parte, la que lo hacía lamentarse las decisiones de su vida y entender que su alma carecía de valor para aquel punto. La chica castaña a su lado lo miró, no expresó emoción alguna en su rostro; aunque interiormente puso sus ojos en blanco al mirar a su jefe.

Ella era joven, aun no entendía lo suficiente del mundo, ni sobre la culpa. Era ese tipo de jóvenes que se creían indestructibles, indispensables; pero allí, justo en ese lugar en el mundo, nadie valía absolutamente nada. Todos estaban aquí hoy, esperando estarlo mañana.

El hombre de barba negra abundante y cabello largo recogido extendió su mano hacia la bolsa gris, puso sus dedos en la cremallera y lo jaló con cuidado.

Expuso el rostro de una niña, hasta la mitad de su cuerpo. Él se inclinó, puso sus brazos en la camilla y se tomó el tiempo para analizar su rostro, su pureza e inocencia.

Se preguntó qué era lo que ella había hecho para terminar de aquella manera. Su rostro estaba en paz, parecía dormida, tranquila, como si soñara con algo hermoso. Debía de rondar los trece o catorce años, quizá doce; aun era una niña, demasiado pequeña para aquel destino.

Tomó el informe que yacía debajo de la bolsa, allí por los pies de la pequeña chica y lo leyó.

Suicidio.

Ella se lanzó diez pisos abajo de un edificio en construcción, al parecer, varias varas de hierro le atravesaron. Era huérfana, servicios sociales estaba a cargo de ella.

Él frunció el ceño y volvió a mirarla, no parecía ser de ese tipo de personas que se suicidarían; pero lo era.

Estimó que la llevó a tomar la decisión de saltar; sea lo que fuera, no debió ser una tontería para ella. A menos que alguien la hubiera lanzado de allí.

Con una ridícula esperanza, le tomó el pulso; aunque era obvio que no había nada allí.

Acercó su oído a la nariz y boca del cadáver, tampoco había nada allí.

Ella estaba muerta, era la cruel realidad a la que debía enfrentarse.

―Déjala a un lado, firmaré el papeleo antes de proceder ―le anunció él a la chica castaña quién solo asintió y puso manos a la obra.

Terminó el papeleo e incluso un par de autopsias más antes de replantearse la idea de intervenir en la chica. Desde su lugar de trabajo, miraba la bolsa cerrada con recelo, antes de seguir adelante con ella encontraba algo más que hacer.

Aquel día trabajó hasta muy tarde, incluso limpió cosas que no quería y que siquiera pensó en limpiar antes de ese día. Perdió su tiempo y dejó que las horas pasaran hasta incluso la madrugada. Cuando salió el sol entendió que no podía retrasarlo más.

En solitario fue hasta la camilla y la jaló hasta la mesa de autopsias. Abrió la bolsa y pasó el cuerpo gélido de la chica a la mesa. Le dio la espalda y organizó sus instrumentos, buscó guantes y su vestimenta preventiva, el procedimiento no era muy distinto al de los cirujanos que intervenían personas vivas.

Tomó el bisturí y se volteó. No obstante, no logró moverse mucho más de ello.

Se congeló completamente, sintió su corazón detenerse de aquella manera tan drástica, cómo jamás volvería a pasar. Ella estaba sentada, la muerta, el cadáver, justo al borde de la mesa de autopsias y le miraba con los ojos inyectados en sangre.

No se movió, siquiera respiró, sería la experiencia mas terrorífica de su vida.

En segundos se preguntó qué rayos era lo que tenía frente a él.

¿Un diablo? ¿Estaba poseída?

Pero ella tenía una expresión triste, de lamento.

Él parpadeó, notó que sus ropas agujereadas se empapaban de sangre nueva, no de sangre seca como la que ya tenía impregnada.

Entonces lo entendió.

Dejó el bisturí rápidamente y cogió gasas, todas las que pudo; pero para cuando se volteó de nuevo ella se había ido.

―¿Enserio? ―bufó, aun con algo de tiempo para ironía.

Corrió, intentando seguirla; no era fácil perderle, la chica dejaba marcas de sangre por los pasillos. Lo que menos se imaginaba era que las sorpresas no terminarían en ver una muerta sentada al borde de la camilla.

Al llegar al final del camino en el salón principal del edificio se encontró a la chica, hasta hace unos minutos muerta, luchando con agilidad contra los guardas de seguridad del lugar.

De alguna manera ella había conseguido asirse de una las escopetas de los efectivos de seguridad y, aunque no la disparaba, si la utilizaba para golpear a los guardas que estaban intentando someterla.

Miró boquiabierto el espectáculo.

Cada segundo un oficial armado llegaba a la habitación de alguna parte del edificio presto a atender la emergencia. Ella se movía y se escabullía entre ellos, lanzando codazos, patadas, puñetazos y usando el arma como escudo y espada.

Pero no por mucho tiempo más; porque estaba rodeada de hombres mucho más grandes que ella, todos apuntándole con sus pistolas y rifles.

Si ella no había muerto tras lanzarse diez pisos abajo sobre los escombros metalizados de un edificio, esto si la mataría, ellos la agujerearían como un colador y punta de balas nueve milímetros. Además de que ya estaba lo suficientemente herida para recuperar su estatus de muerta, esta vez, por desangramiento.

Aunque ya le quedaba claro que ella no estaba muerta realmente; justo ahora todos sus conocimientos como médico forense tenían un enorme desafío.

Así que al final, ella se detuvo, miró a su alrededor con angustia y desesperación, de modo que notó que se hallaba acorralada completamente.

― ¡Suelta el arma! ―ordenó uno de los oficiales; pero ella se izo del rifle como si fuera lo único que le importara en su vida.

Ella dio vueltas sobre su lugar, mirando a su alrededor con terror, temblando. Parecía un animalito acorralado, completamente desesperado.

El médico supo que, más que de salvar una vida, esa vida, podría llegar lejos con tales habilidades. Debido a ello, no permitiría que le hicieran daño.

― ¡Alto! ―gritó él, dejó su refugio en el pasillo y avanzó rápidamente por entre los oficiales, hasta posarse frente a la chica― A sido una gran exposición; pero yo me encargaré de ello ahora en adelante.

―Vladislav, está en una mala posición en este momento,―ellos en lugar de guardar sus armas y apartarse de su formación, apuntaron con más fuerza hacia ella.

―Me encargaré, esta es mi división, técnicamente yo mando aquí. Así que les ordeno que se marchen ahora mismo ―reafirmó.

―Ella está apuntando tu espalda con el rifle ―advirtió uno de ellos.

Vladislav volteó muy lentamente, hasta que en lugar de su espalda, su estómago era la diana.

La chica temblorosa sostenía el arma de la manera correcta, su lenguaje corporal anunciaba su pronta disposición a disparar, estaba decidida.

―Baja el arma ahora mismo, o te dispararé a la cuenta de tres,―anunció el guarda en el primer plano.

Ella no titubeó ante la amenaza.

Vladislav sabía por qué, ella realmente intentó suicidarse, si no temió lanzarse de un edificio de diez pisos, no temería que una bala atravesara su sistema.

Ella lo estaba provocando.

―¡Cero! ―gritó el guarda y apretó el gatillo.

Sin embargo, en la misma fracción de segundo, ella disparó en arma en la misma dirección y la bala interrumpió su trayectoria, ambas balas impactaron la pared a su derecha.

Vladislav miró sorprendido a la pared y luego a la chica, ella le sonrió con enferma satisfacción.

Los guardas tampoco podían creerlo.

Ella bajó el arma, la dejó caer y suspiró, justo antes de desplomarse en el suelo.

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