Capítulo 5 Rumores
Los días siguientes fueron un torbellino para Tony, se levantaba al amanecer para ocuparse del rancho, cuidaba de Lupita por las tardes y por las noches se transformaba en el sensual bailarín que hacía suspirar a medio condado.
Una noche, mientras se preparaba para su show, Pancho se le acercó en el vestuario improvisado del Rusty Spur.
— Oye, Coyote —dijo, con una sonrisa pícara— ¿Ya te enteraste del nuevo apodo que te pusieron las clientas?
Tony arqueó una ceja, curioso.
— ¿Nuevo apodo? Pos' no me digas que ya no soy el Coyote.
Pancho soltó una carcajada.
— No, compadre, ahora te dicen 'El Semental de Texas'.
Tony casi se ahoga con el agua que estaba bebiendo.
— ¿El qué? —exclamó mientras tocía— ¡Pos' ya ni la amuelan! ¿Qué se creen que soy? ¿Un caballo de exhibición o qué?
— Pos' algo así, compadre —respondió Pancho, sin dejar de reír— pero no te quejes, que eso significa más billetes en tus bolsillos.
Tony sacudió la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.
— Pos' ni modo si así me quieren llamar, que así sea, total mientras pueda seguir ayudando a mi amá y a Lupita, hasta de burro me disfrazo si es necesario.
Esa noche, cuando Tony salió a la pista, los gritos y silbidos fueron ensordecedores.
— ¡Ahí está El Semental de Texas! —gritó alguien entre la multitud.
Tony, decidido a vivir a la altura de su nuevo apodo, comenzó a moverse con más sensualidad que nunca.
— ¡Órale, muchachas! —gritó, guiñando un ojo al público—. ¡Que esta noche, El Coyote... digo, El Semental, va a hacer que se les olvide hasta cómo se llaman!
Las mujeres enloquecieron, lanzando billetes y gritando piropos cada vez más atrevidos, Tony, en su papel, respondía con comentarios igualmente picantes.
La noche transcurrió entre bailes, risas y propinas generosas, cuando finalmente terminó su turno, Tony estaba empapado en sudor pero con una sonrisa de oreja a oreja.
— Don Pedro —dijo, contando los billetes— creo que voy a tener que ampliar mi guardarropa, a este paso, voy a gastar más en aceite pa' los músculos que en comida pa' las vacas.
Don Pedro soltó una carcajada, palmeándole la espalda.
— Pos' tú sigue así, muchacho, que desde que empezaste a bailar aquí, el negocio va viento en popa.
Tony guardó el dinero, sintiéndose orgulloso pero también un poco abrumado.
— Pos' quién diría que estos músculos iban a ser mi boleto pa' salir de apuros, ¿Eh? Si mi apá me viera ahorita, seguro me daba de coscorrones por andar de exhibicionista.
Al llegar a casa esa noche, Tony encontró a su madre despierta, esperándolo en la cocina.
— M'ijo —dijo Guadalupe con preocupación— ¿No crees que te estás exigiendo demasiado? Te veo cansado.
Tony se sentó junto a ella, tomando sus manos entre las suyas.
— No te preocupes, amá, estoy bien, además —añadió con una sonrisa pícara— ¿sabías que ahora me llaman 'El Semental de Texas'?
Guadalupe abrió los ojos enormemente.
— ¡Antonio Treviño! —exclamó, entre escandalizada y divertida— ¿Pos' qué clase de show estás haciendo en ese bar?
Tony soltó una carcajada.
— Nada malo, amá, te lo juro por la virgencita, nomás bailo y hago el payaso un rato, pero pos' parece que a las muchachas les gusta.
Guadalupe sacudió la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.
— Ay, Toño, eres igual a tu padre, siempre encontrando la forma de salir adelante, aunque sea de las maneras más locas.
Tony besó la frente de su madre.
— Pos' de algún lado tenía que sacarlo, ¿No? Y hablando de salir adelante —añadió, sacando el fajo de billetes de su bolsillo— mira nomás lo que trajo el Semental esta noche.
Guadalupe contó el dinero, sus ojos se llenaron de lágrimas.
— ¿Ay, m'ijo!
Tony la abrazó con fuerza.
— Vamos a poder pagar tu tratamiento y que te vas a poner bien, y si pa' eso tengo que bailar todas las noches y dejar que me llamen Semental, Potro o hasta Burro de Carga, pos' que así sea.
Guadalupe rió entre lágrimas, abrazando a su hijo.
— Eres un buen muchacho, Toño, tu padre estaría orgulloso.
Tony sintió un nudo en la garganta.
— Gracias, amá, y tú vas a estar bien, ya verás, entre El Coyote, El Semental y todos los apodos que me quieran poner, vamos a salir de esta.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Tony miró por la ventana hacia el rancho que tanto amaba, la vida había dado un giro inesperado, pero él estaba decidido a enfrentar cualquier desafío que se le presentara.
— Pos' a darle, Coyote —se dijo a sí mismo— que la vida es como un rodeo: a veces te toca montar, y a veces te toca bailar, pero siempre hay que dar el mejor espectáculo.
Y con esa filosofía, Tony se preparó para otro día de trabajo duro en el rancho y noches de baile desenfrenado en el Rusty Spur. Porque para él, no había nada que no pudiera enfrentar con un poco de humor, mucho corazón y, por supuesto, unos cuantos movimientos de cadera.
Al siguiente día, muy temprano, Tony ya estaba de pie, listo para comenzar sus tareas en el rancho, con un suspiro, se pasó la mano por el cabello revuelto y miró hacia la habitación de su madre.
—Vamos, Coyote —se dijo a sí mismo —que la vida no espera a nadie, ni siquiera a los sementales de Texas.
Entró silenciosamente al cuarto de Guadalupe, encontrándola aún dormida, los efectos de la quimioterapia eran evidentes en su rostro pálido y el pañuelo que cubría su cabeza calva. Tony sintió que el corazón se le encogía.
—Ay, mamacita —murmuró, besando suavemente la frente de Guadalupe —te me vas a poner bien, ya verás, aunque tenga que bailar hasta que se me caigan las botas.
Salió de la habitación y se dirigió al cuarto de María donde se encontraba Lupita, la pequeña, que ya había cumplido 8 meses, estaba de pie en su cuna, sonriendo al ver a su padre.
—¡Buenos días, mi reinita! —exclamó Tony, levantándola en brazos —pos' mira nomás esa sonrisa. Si con eso hasta se me olvida que tengo más problemas que vaca en un rodeo.
Lupita soltó una risita, agarrando la nariz de Tony con sus manitas regordetas.
—Ay, chamaca —dijo Tony, fingiendo morderle los deditos —tú sí que sabes cómo alegrarle el día a tu apá, si no fuera por ti y tu abuelita, pos' ya me hubiera vuelto loco como gallina sin cabeza.
Mientras cambiaba a Lupita, Tony no pudo evitar reflexionar sobre cómo había cambiado su vida en los últimos meses.
—Mira nomás, m'ija le dijo a la bebé, tu apá era un vaquero hecho y derecho, y ahora ando de bailarín en un bar, pero pos' como dicen, Dios nunca se equivoca, y tú, mi Lupita, llegaste cuando más te necesitábamos."
Una vez que Lupita estuvo lista, Tony la llevó a la cocina, donde su prima María ya estaba preparando el desayuno.
—Buenos días, primo —saludó María —¿Cómo amaneciste?
—Pos' como siempre, prima —respondió Tony con una sonrisa torcida —con más problemas que pelos en la cabeza, pero listo pa' darle duro.
María rió, negando con la cabeza.
—Ay, Tony, no sé cómo le haces para mantener ese humor tuyo.
—Es un don, primita —dijo Tony, guiñando un ojo —eso y mucho café.
Después de desayunar y asegurarse de que María tuviera todo bajo control con Lupita y Guadalupe, Tony salió a ocuparse del rancho. Mientras arreaba el ganado, no pudo evitar notar que varias vacas parecían enfermas.
—Ay, no —murmuró, acercándose a una que lucía particularmente mal —pos' esto sí que no me gusta nada.
Pasó la mañana examinando al ganado, su preocupación fue creciendo con cada animal que mostraba síntomas de enfermedad. Para el mediodía, ya había contado cinco vacas muertas.
—¡Me lleva la que me trajo! -exclamó, pateando una piedra con frustración, y lanzado al piso su sombrero —pos' ¿Qué más me va a pasar? ¿Me va a caer un rayo encima o qué?
Sacó su teléfono y, una vez más, intentó llamar a los dueños del rancho, como siempre, solo escuchó el tono de marcado sin respuesta.
—¡Pinches patrones! —gritó al aire, su frustración había alcanzado el límite —¡Cinco años sin dar señales de vida! ¿Pos' qué se creen? ¿Que el rancho se cuida solo o qué?
Pasó los siguientes minutos despotricando contra los ausentes dueños, prometiendo todo tipo de venganzas cuando finalmente aparecieran.
—Ya verán —gruñó, guardando su teléfono —cuando se dignen a aparecer, les voy a dar un recibimiento que ni se imaginan. Les voy a decir sus verdades más claras que agua de manantial.
Regresó a la casa para el almuerzo, tratando de calmarse antes de ver a su madre, Guadalupe estaba sentada en la mesa de la cocina, luciendo pálida pero con una sonrisa en el rostro.
—¿Cómo te sientes, amá? —preguntó Tony, besando su frente.
—Pos' como si me hubiera pasado encima una manada de toros —respondió Guadalupe con un débil intento de humor —pero aquí andamos, m'ijo, dándole guerra.
Tony sintió que se le formaba un nudo en la garganta, pero lo disimuló con una sonrisa.
—Esa es mi jefa —dijo, guiñandole un ojo —más resistente que cactus en el desierto.
Se sentó junto a ella y comenzó a contarle sobre su mañana, exagerando sus aventuras para hacerla reír.
—.. .Y entonces, amá —dijo, gesticulando ampliamente —la vaca me miró como diciendo —¿Pos' tú qué me ves, güey?' Y yo le dije, 'Nada, doña, nomás checando que no se me haya volteado el corral'.
Guadalupe rió débilmente, sus ojos brillaron con diversión a pesar de su cansancio.
—Ay, Toño —dijo, sacudiendo la cabeza —tú y tus ocurrencias.
—Pos' ya ves, amá," respondió Tony con una sonrisa —si no me río, me vuelvo loco, y ya bastantes problemas tenemos en la familia, ¿No?"
La tarde pasó entre cuidados al ganado enfermo y preparativos para su show nocturno en el Rusty Spur. Cuando llegó la hora de irse, Tony besó a Lupita y a su madre, prometiendo regresar pronto.
—Cuídate, m'ijo —dijo Guadalupe —y no dejes que esas muchachas te manoseen mucho.
Tony soltó una carcajada.
—No te preocupes, amá, que este cuerpo solo es pa' mirar, no pa' tocar.
En el Rusty Spur, el ambiente estaba más animado que nunca, Don Pedro lo recibió con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Tony, muchacho! —exclamó —llegas justo a tiempo, el lugar está a reventar.
Tony miró alrededor, notando que, efectivamente, el bar estaba lleno hasta los topes, pero algo llamó su atención.
—Oiga, Don Pedro —dijo, frunciendo el ceño —¿O es mi imaginación, o hay más hombres de lo normal?
Don Pedro se rascó la cabeza, luciendo un poco incómodo.
—Pos' verás, Toño... Han estado corriendo algunos rumores por ahí...
—¿Rumores? -preguntó Tony, arqueando una ceja —¿De qué habla?
—Pues… —Don Pedro bajó la voz —dicen que ya no te gustan las mujeres, m'ijo, que ahora solo te rodeas de hombres.