Capítulo 4 El Coyote Baila por Necesidad
El sol de Texas caía implacable sobre el rancho de los Treviño. Tony, con el torso desnudo y el sudor perlando su frente, trabajaba en la cerca mientras su mente daba vueltas como un torbellino.
— Pos' si sigo así, voy a acabar más seco que cactus en el desierto —murmuró para sí mismo, pasándose el brazo por la frente.
Su prima María que había acudido a ayudarlos, salió al porche, con Lupita en brazos.
— ¡Tony! —llamó— ¿No quieres venir a tomar algo fresco? Te vas a derretir ahí afuera.
Tony se enderezó, estirando su espalda con un gruñido.
— Ahorita voy, prima, nomás deja que termine con esta cerca del demonio.
Mientras caminaba hacia la casa, Tony no pudo evitar sentir el peso de la preocupación sobre sus hombros, los gastos médicos de su madre se acumulaban más rápido que las nubes antes de una tormenta, y el rancho apenas daba para subsistir.
— Pos' ya no veo lo duro sino lo tupido —murmuró, entrando a la cocina.
María le pasó un vaso de limonada fría, que Tony bebió de un trago.
— Gracias, prima, estaba más sediento que coyote en agosto.
— Tony —dijo María con tono preocupado— ¿Has pensado en qué vamos a hacer? El dinero no alcanza y tu mamá necesita ese tratamiento.
Tony se pasó una mano por el cabello, suspirando.
— Pos' si te soy sincero, prima, mi cabeza da más vueltas que toro en rodeo, pero algo se me va a ocurrir, ya verás.
En ese momento, su teléfono sonó, era su amigo Pancho.
— ¡Qué onda, Coyote! —saludó Pancho al otro lado de la línea— ¿Qué te parece si nos echamos unas frías en el Rusty Spur? Pa' que te relajes un rato, compadre.
Tony estuvo a punto de rechazar, pero algo dentro de él se quebró.
— ¿Sabes qué, Pancho? Pos' sí, ya me hace falta un trago pa' olvidar las penas.
— ¡Ese es mi Coyote! —exclamó Pancho— te veo allá en una hora.
Tony colgó y miró a María.
— Voy a salir un rato, prima, cuida a mi mamá y a Lupita, ¿Sale?
María asintió, aunque su mirada de preocupación no desapareció.
Una hora después, Tony entraba al Rusty Spur, el lugar estaba lleno, como siempre, con la música country sonando a todo volumen y el olor a cerveza y humo de cigarrillo flotando en el aire.
— ¡Tony! —gritó Pancho desde la barra— ¡Por acá, compadre!
Tony se acercó, chocando los cinco con su amigo.
— ¿Qué hay, Pancho? Pos' ya estoy aquí, listo pa' ahogar las penas.
El cantinero, un hombre mayor llamado Don Pedro, se acercó con una sonrisa.
— ¡Tony Treviño! Hacía rato que no te veía por aquí, muchacho, ¿Lo de siempre?
— Sí, Don Pedro —asintió Tony— una cerveza bien fría, que tengo la garganta más seca que el desierto de Chihuahua.
Mientras bebían, Pancho notó la expresión preocupada de su amigo.
— ¿Qué te pasa, Coyote? Te veo más agüitado que pollo en caldo.
Tony suspiró, dándole un largo trago a su cerveza.
— Pos' ¿Qué te digo, Pancho? La vida me está dando más vueltas que toro mecánico.
Y así, entre trago y trago, Tony le contó a su amigo y a Don Pedro sobre la enfermedad de su madre, los gastos médicos y la difícil situación en el rancho.
— ... Y pos' ya no sé ni pa' dónde hacerme, compadre —dijo Tony, mientras suspiraba con su voz cargada de frustración— necesito dinero, y lo necesito ya, pero pos' ¿De dónde lo saco? Si hasta las gallinas del rancho ya me miran con lástima.
Don Pedro, que había estado escuchando atentamente, se rascó la barbilla pensativo.
— Oye, Tony —dijo finalmente— creo que tengo una idea que podría ayudarte.
Tony lo miró, mientras una chispa de esperanza aparecía en sus ojos.
— Usté dirá, Don Pedro, a estas alturas, hasta le entro de payaso en un circo si es necesario.
Don Pedro soltó una carcajada.
— No tan lejos, muchacho, mira, el bar siempre está lleno, pero últimamente he notado que falta algo de... emoción, ¿Me entiendes?
Tony arqueó una ceja, confundido.
— Pos' no, la verdad no le entiendo, Don Pedro, ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
— Bueno, estaba pensando... —continuó Don Pedro— tú eres un muchacho apuesto, con buen cuerpo, ¿Qué te parecería trabajar aquí como bailarín?
Tony casi se atraganta con su cerveza.
— ¿Cómo bailarín? —exclamó, tosiendo— pos' ¿Qué me vio cara de stripper o qué?
Don Pedro y Pancho soltaron una carcajada.
— No, hombre, nada de eso —aclaró Don Pedro— solo bailar, animar el ambiente, las chicas vendrán a verte, comprarán más bebidas, y tú te llevarás buenas propinas, todos ganamos.
Tony se quedó pensativo, rascándose la barbilla.
— Pos' no sé, Don Pedro, yo de bailarín... Si tengo dos pies izquierdos.
— Vamos, Coyote —intervino Pancho— si bailas mejor que nadie en los jaripeos, además, con ese cuerpazo que te cargas, ni vas a tener que esforzarte mucho.
Tony miró su cerveza, considerando la oferta, la imagen de su madre enferma y de Lupita apareció en su mente, suspirando, levantó la mirada.
— Pos' ya qué, a darle que es mole de olla, ¿Cuándo empiezo, Don Pedro?
— ¿Qué te parece mañana por la noche? —respondió Don Pedro con una sonrisa— te prometo que no te vas a arrepentir, muchacho.
Tony asintió, aunque todavía no estaba del todo convencido.
— Pos' ya está, mañana me tiene aquí, listo pa' menear el bote.
Esa noche, cuando Tony regresó al rancho, se encontró con su madre Guadalupe esperándolo en la sala, con una expresión que no auguraba nada bueno.
— ¡Antonio Treviño! —exclamó en cuanto lo vio entrar— ¿Se puede saber dónde andabas a estas horas? ¡Y apestando a cerveza!
Tony esquivó por poco un zapato que voló en su dirección.
— ¡Calma, mamacita linda! —dijo, levantando las manos en señal de rendición— déjame explicarte.
— ¡Explicarme qué! —continuó Guadalupe, buscando su otro zapato— ¿Cómo es posible que te vayas a emborrachar cuando estamos en esta situación? ¡Irresponsable!
Tony logró esquivar el segundo zapatazo, agradeciendo mentalmente sus reflejos de vaquero.
— ¡Espérate, amá! —exclamó— ¡Que fui a conseguir trabajo!
Esto detuvo a Guadalupe en seco.
— ¿Trabajo? —preguntó, bajando el cepillo que ya tenía en la mano, listo para ser lanzado— ¿De qué estás hablando?
Tony aprovechó la pausa para acercarse y sentarse junto a su madre.
— Mira, amá, sé que la regué yéndome así nomás, pero es que ya no hallaba qué hacer con tanta preocupación.
Guadalupe se sentó, su enojo dió paso a la preocupación.
— Ay, m'ijo, no tienes que cargar con todo tú solo.
— Lo sé, amá —continuó Tony— pero es que quiero que te pongas bien, y pos' pa' eso necesitamos dinero, y resulta que Don Pedro, el del Rusty Spur, me ofreció trabajo.
— ¿Trabajo de qué? —preguntó Guadalupe, con sospecha.
Tony se rascó la nuca, nervioso.
— Pos'... de bailarín.
Guadalupe parpadeó varias veces, como si no hubiera escuchado bien.
— ¿De bailarín? ¿Tú?
— Sí, yo —asintió Tony— don Pedro dice que atraeré clientela, y que me darán buenas propinas, es una oportunidad, mamá.
Guadalupe se quedó en silencio un momento, procesando la información.
— Ay, Toño —dijo finalmente— ¿Estás seguro de esto?
Tony tomó las manos de su madre entre las suyas.
— Pos' la verdad, no —admitió con una sonrisa torcida— pero por ti y por Lupita, soy capaz hasta de bailar la macarena en calzones si es necesario.
Esto arrancó una risa a Guadalupe, que finalmente asintió.
— Está bien, m'ijo, si crees que es lo mejor... Pos' adelante.
La noche siguiente, Tony se presentó en el Rusty Spur, más nervioso que novillo en su primer rodeo, llevaba unos jeans ajustados y una camisa sin mangas que dejaba ver sus musculosos brazos.
— ¡Tony! —lo saludó Don Pedro— llegas justo a tiempo, el lugar está a reventar.
Tony miró alrededor, sorprendido por la cantidad de gente.
— Pos' sí que hay gentío, Don Pedro, ¿Qué pasó? ¿Están regalando cerveza o qué?
Don Pedro soltó una carcajada.
— No, muchacho, es que se corrió la voz de que Tony "El Coyote" Treviño iba a bailar desnudo.
— ¿Qué?—exclamó Tony, casi ahogándose con su propia saliva— ¡Pero si yo nomás vine a bailar, no a hacer un show pa' adultos!
— Tranquilo, Coyote —lo calmó Don Pedro— ya aclaré el malentendido, pero pos' la gente ya está aquí, así que... ¿Listo para el show?
Tony tragó saliva, mirando hacia la pista de baile.
— Pos' ni modo, como decía mi apá: 'A lo hecho, pecho'.
Con esas palabras, Tony se dirigió al centro de la pista, la música country comenzó a sonar, y él, cerrando los ojos por un momento, empezó a moverse.
Al principio, sus movimientos eran torpes y tímidos, pero conforme la música avanzaba y escuchaba los gritos de ánimo del público, Tony comenzó a soltarse.
— ¡Eso, Coyote! —gritó alguien entre la multitud—.¡Muévelo como si fueras a montar un toro!
Tony sonrió, dejándose llevar por el ritmo, sus caderas se movían al compás de la música, sus brazos flexionados mostraban sus músculos, y su rostro lucía una sonrisa pícara que derretía los corazones de las chicas.
— ¡Pos' órale! —gritó, ganando confianza— ¡Que pa' bailar y pa' montar, el Coyote no tiene igual!
Las mujeres del bar enloquecieron, lanzando billetes y gritando piropos, Tony, en su elemento, les guiñaba el ojo y les lanzaba besos.
— ¡Ay, mamacita! —exclamó cuando una chica particularmente entusiasta le metió un billete en el bolsillo trasero del pantalón— ¡Si sigues así, voy a tener que cobrarte renta!
La noche avanzó entre bailes, risas y muchas, muchas propinas, cuando finalmente terminó su turno, Tony estaba exhausto pero contento.
— Don Pedro —dijo, contando los billetes— creo que acabo de encontrar mi vocación.
Don Pedro sonrió, palmeándole la espalda.
— Te lo dije, muchacho, tienes talento natural.
Tony guardó el dinero, una sonrisa de oreja a oreja apareció en su rostro.
— Pos' quién diría que estos músculos iban a servir pa' algo más que arrear vacas, ¿Eh?
Esa noche, cuando Tony regresó al rancho, encontró a su madre y a María esperándolo en la cocina.
— ¿Y bien? —preguntó Guadalupe, ansiosa— ¿Cómo te fue?
Tony sacó el fajo de billetes de su bolsillo y lo puso sobre la mesa.
— Pos' miren nomás, parece que El Coyote tiene futuro en el mundo del espectáculo.
María silbó, impresionada.
— ¡Híjole, primo! ¡Sí que te fue bien!
Guadalupe tomó el dinero, contándolo con manos temblorosas.
— Ay, m'ijo —dijo, con lágrimas en los ojos— no sabes lo que esto significa.
Tony se acercó y abrazó a su madre.
— Claro que lo sé, amá, significa que vamos a sacarte adelante, y si pa' eso tengo que bailar todas las noches, pos' que así sea.
— Pero, Toño —intervino María— ¿Qué hay del rancho? No puedes descuidarlo.
Tony se rascó la cabeza, pensativo.
— Pos' tendré que organizarme, trabajaré en el rancho de día y bailaré de noche, no ha de ser tan difícil, ¿No?
Guadalupe y María intercambiaron una mirada preocupada.
— M'ijo —dijo Guadalupe— no quiero que te mates trabajando, tu salud es importante también.
Tony sonrió, besando la frente de su madre.
— No te preocupes, amá, soy más resistente que una bota vaquera, además —añadió con un guiño— bailar es como montar un toro, nomás que sin el riesgo de que me tumbe, voy a estar bien.
Guadalupe suspiró, resignada pero agradecida.
— Está bien, m'ijo, pero prométeme que te cuidarás.
— Lo prometo, mamacita —respondió Tony con una sonrisa— palabra de Coyote.