5
Muerte.
Da miedo esa palabra.
Al día siguiente de la noche terrorífica nadie se levantó temprano, a decir verdad, casi nadie pudo dormir, estábamos aterrados y en estado de shock al haber presenciado una situación tan horrible. Todos la vimos. La manera en que estaba muerta. Fue espeluznante.
En mi mente rondaba la pregunta de quien podría haber hecho eso, y también pensaba en Max, el padre de mi bebé. Max era el principal sospechoso. Era el único que no estaba con todos nosotros.
—¿Daria? —la voz de mi amiga me sacó de mis pensamientos. Eran quizás, ¿las ocho de la mañana? Afuera había movimiento, había escuchado a la policía llegar en las primeras horas de la mañana. Afuera era un caos, no me sorprendería que nos enviaran de regreso a nuestras casas.
Y por las mañanas se me hacían más presentes las náuseas. Me senté en la cama sintiendo que las ganas de vomitar venían a mi.
—¿Son las náuseas? Deberías de comer algo —dijo Cat, dentándose a la par mía. Cat tampoco había podido dormir nada. Al igual que todos.
—En las mañanas son más presentes —respondí.
—Es normal —me soba la espalda—, ¿que piensas de todo esto? A lo mejor volvemos hoy a casa.
Volver a casa significaría enfrentar a mi mamá y dejar de ver a Max.
—No lo sé —respondí.
—Deberíamos ducharnos y arreglar las cosas por si acaso —me dice—, ¿quieres ir primero?
—No, ve tú, mientras se me pasan las náuseas.
—Está bien. No tardo.
Y se fue en dirección al baño.
Me puse de pie y me fijé en la ventana que daba a la cabaña de Max. ¿Estará ahí? ¿Estará bien? ¿Porqué si quiera pienso que es un asesino? Es Max. Pero tampoco lo conozco bien, sin embargo muy dentro de mi sé que el no lo hizo. Y ayer me pareció darle a entender que él lo había hecho. Y eso no me hizo sentir bien porque luego de eso se fue medio desilusionado. O eso fue lo que sentí.
Salí de la cabaña y me dirigí a la suya, necesitaba arreglar las cosas, si es la última vez que nos vemos. ¿Que si nos vamos y no le digo que será papá? ¿Sería muy egoísta de mi parte? Pero es que imagino que él también tiene sueños, metas y ponerle un obstáculo... no quiero que piense que es mi culpa que no realice sus planes y que luego en unos años nos estemos odiando y echándonos en cara las cosas.
Porque supongo que eso siempre pasa.
Abro la puerta pero no hay nadie excepto él. Está sentando en la cama con el teléfono celular. Tiene su cabello muy despeinando y parece que no durmió en toda la noche. Se mira cansado, demacrado. Pero aún así se mira lindo.
Carraspeé, así que su vista se eleva y me mira. Parece confundido, supongo que yo era la última persona que esperaba ver aquí. Y yo también.
—¿Que quieres? —espetó—, no deberías estar sola con alguien como yo.
—Max, yo no sé qué fue lo que entendiste anoche pero yo... no quise decir que tu...
—Pero lo hiciste.
—Lo siento, no fue mi intención.
—Tengo que ir a declarar a la estación de policía, es probable que no vuelva así que no te preocupes, no nos volveremos a ver.
Sentí una punzada en mi pecho cuando dijo eso.
—¿Declarar? ¿Porqué?
—Alguien te escuchó decir que éramos los únicos que no estábamos en la cafetería, así que eso me convierte en el principal sospechoso.
Mierda. Como siempre yo, joder.
—Max, perdóname, yo...
—Está bien, ya está hecho —se pone de pie y empieza a meter ropa a su maleta.
Dios. No quiero que se vaya, en realidad, no quiero que nos dejemos de ver. Es el padre de mi bebé.
¿Que pasó con no detener sus sueños?
—No, ¿porqué no vas a volver? —quería estar segura.
—No tengo nada más que hacer aquí —dijo seco.
—Pero...
—Mis padres quieren que regrese así que... —me miró rápido—, fue un gusto haberte conocido, Daria. Luego de esto me iré a Canadá un tiempo, empezaré la universidad.
Max había salido este año de la preparatoria y venir a este campamento antes de irse a la universidad era como una despedida. Y la fiesta en la que nos acostamos la otra vez fue el día de su graduación.
—Entiendo...
En eso, se escuchó un estruendo en el que se supone que era el baño, como de algo quebrándose horrible. Miré a Max con horror, él se apresuró a llegar al baño así que lo seguí. El espejo del baño estaba en el suelo hecho añicos. Como si alguien lo hubiera tirado porque estaban sujetados a la pared.
—¿Como pasó eso? —pregunté más para mi misma.
Max no dijo nada y ni siquiera se sorprendió, es como si ya estuviera acostumbrado.
—No otra vez —murmuró muy, muy bajo pero lo logré escuchar.
—¿Que cosa? ¿No otra vez, que? —inquirí.
—No es nada, son cosas mías —salió del baño y luego volvió con una escoba y una pala para recoger los vidrios.
—Te ayudo —me agaché y empecé a poner los vidrios con mis manos.
—Deja eso, te vas a lastimar —dijo.
—Está bien, solo te estoy ayudando.
—Daria...
—Auch —exacto, justo lo que él dijo. Tenía un pequeño corte en mi dedo índice. Era pequeño pero salió bastante sangre.
—Te lo dije, eres bien terca —se agachó junto a mi y sacó un pañuelo blanco de tela fina de su bolsillo del pantalón. Me secó poco a poco la sangre y luego lo amarró alrededor de mi dedo. —Ya está, sobrevivirás —medio sonrió.
Pero no dejaba de ver su cara, de lo cerca que estábamos. Cuando él levantó la mirada a mi también lo notó. Y nos vimos a los ojos. Sus ojos negros y penetrantes. Sus pestañas. Sus Iris. Estaban agrandadas.
—¿Max? —susurré.
Empezó a hacer calor aquí. O solo son las hormonas del embarazo.
—¿Si, Daria?
Tragué grueso.
—No quiero que te vayas —susurré, fue un susurro pausado, cauteloso, pero lleno de verdad. De sinceridad. Y cursi. Bueno, así lo sentí yo. Y yo no era de decir estas cosas. No sé porqué con Max es todo raro. Y primerizo.
—¿Porqué no?
¿Porqué no? ¿Porqué no? Era una buena pregunta, igual quería saber la respuesta yo también. Ahora no sé ni qué decirle. No sé si contarle sobre mi embarazo. No quiero arruinarle nada, ni su ida a Canadá ni nada. Pero se va. Y no nos volveremos a ver.
—Aquí están —dijo alguien tras de nosotros. Era Alex. Nos reincorporamos de inmediato y nos pusimos de pie. En cuanto nos vio carraspeó— ¿interrumpo algo?
—No, ¿que quieres, Alex?
—Tengo buenas noticias, ya no te tendrás que ir, el campamento seguirá su curso por los dos meses.
—¿Como así? —me apresuré a preguntar.
—Alguien del campamento confesó que la chica salió al bosque sola, iba hablando con alguien pero no distinguió quien era y que Max estuvo en su cabaña todo ese tiempo, le consta.
—¿Quien es ese chico? —quiso saber más.
—En realidad es el vigilante, el que siempre se mantiene en la torre vigilando y el que hace sonar la campana los tres tiempos —explicó.
Jamás había visto a ese hombre pero agradezco que haya estado allí.
Miro de reojo a Max para ver que dice o hace, si se va o qué.
—Los policías se llevaron el cuerpo y no es necesario que vayas como dije, ellos seguirán con la investigación pero estas fuera de esto, hermano.
Era un enorme alivio.
Pero Max no decía nada, solo estaba de brazos cruzados, pensativo.
—¿Te vas o no, Max? —volvió a pregúntale su hermano.
Silencio.
—Supongo que no tengo nada mejor que hacer —respondió al fin.
Y fue como si volviera a respirar. No nos tendremos que ir y Max tampoco. Al menos estaré con él estos meses. Digo, para que mi bebé sienta a su padre por un corto espacio de tiempo. Al menos, ya más adelante se verá qué pasa.
—¡Me alegra escuchar eso! —lo abraza y le revuelve el pelo—, me iré a buscar a Cat, nos vemos más tarde —y se va.
Y ahora quedamos él y yo y el silencio incómodo.
—Bueno, —lo miro—, que bueno que todo se resolvió —puse mis labios en una sola línea.
—¿Segura? ¿No tenías algo más que decirme?
Negué con la cabeza.
—No lo creo. Ahora, me tengo que ir a desayunar, si. Te veré después, Max —me giré, pero él me detuvo del brazo. Lo miré rápido. —¿Que... pasa?
—Me gustaría contarte algo —comenta.
—Cuéntame.
—Es algo... loco.
—Dime.
—Y delicado.
Fruncí el ceño.
—Max, dime ya.
—Está marca... —me enseña la marca en la muñeca, la que le había visto ayer—... tiene mucha historia. Una historia casi similar a la que tienes en el tobillo.
Habla de mi marca del tobillo. Es increíble como nadie más la ha notado si está tan visible. Ni si quiera Cat. Solo Max. Y yo.
—¿A qué te refieres?
Porque es que yo recuerdo bien que había alguien o algo al fondo del lago que intentaba ahogarme. Y no era ninguna alucinación. Pero eso Max no lo sabe. No se lo he contado a nadie.
—Primero cuéntame qué pasó ayer en el lago —pidió.
No estaba segura de si poder hacerlo. No estaba segura de que si me creería. Pero Max parecía tan serio y tan decidido. No estaba bromeando y tampoco planeaba tacharme de loca o burlarse de mi. Supongo.
Pero ¿debería de contarle?
—Ya lo sabes, ¿no? —cuestioné.
—Dijiste ver a una niña —dice. Asentí— ¿era esta niña? —saca algo de su bolsillo trasero, una foto pequeña, y me la muestra. En la foto estaba la niña que había visto ayer en el lago. La misma cara, la misma ropa, la misma cinta en su cabello.
¡Era ella!
Miré a Max con horror y me zafé de su agarre.
—¿Como... qué... quién es? —quise saber, reacia.
—Se llama Cinthia Bell —respondió y no sé porqué presentí que lo que diría a continuación no me iba a gustar—, tenía 6 años cuando murió ahogada en ese mismo lago. En el mismo lugar en donde te estabas ahogando tú.
Sentí que todo daba vueltas. Es que debía de ser una especie de broma. Miré a Max como si estuviera loco.
—Es mentira —negué.
—No lo es, Daria, y eso es solo el principio de la historia.