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Sinopsis

El bien y el mal luchan por ser el vencedor.

RománticoDramaSeductor

1

Entro a mi habitación y dejo las bolsas del súper en el piso, rebusco entre todo lo que compré hasta dar con la bolsa de la farmacia. Respiro profundo y rezo para que no sea lo que estoy pensando. Me dirijo a mi mesita de noche y saco las tres pruebas de embarazo que compré. Tres porque quería estar segura.

Estoy tan nerviosa ahora, mi futuro depende de lo que esas pruebas digan.

—Daria, ¿tienes listo todo? —mamá entra a mi cuarto sin siquiera tocar. Intento guardar las pruebas de embarazo en un cajón pero es inútil, ella fue más rápida y me quitó la bolsa. Me miró asombrada, terror en su mirada.

Jesús.

—Mamá, no es lo que parece. Son de una amiga —intenté excusarme. En realidad dije lo primero que pensé.

¿Me creerá?

—¿De quien? —frunció el ceño. No parecía muy segura. Oh, oh creo que eso es mala señal.

—No la conoces —le quité la bolsa—. Ella vendrá al campamento y me pidió que por favor las comprara porque no le dio tiempo.

—¿Estas segura? —se cruzó de brazos, entrecerrando los ojos hacia mi.

Carraspeé.

—Por supuesto, má. ¿Crees que si fueran mías las tuviera aquí así como así? Tampoco soy tan estupida —reí nerviosa mientras buscaba mi bolso en donde ya tenía mi ropa guardada.

Suspiró.

—Bien, el autobús pasará como en media hora. Por favor no los hagas esperar. Quiero que te portes muy bien y seas amable.

Rodé los ojos. Tomé las bolsas que recién había puesto en el suelo y las monté en la cama. Había comprado algunas cosas para comer, alguna ropa y cosas de higiene que me servirán mucho. Repelente para los mosquitos etc.

—Ya sé, má, no tienes que repetirlo.

La señora Annely —mi madre— me conocía bien y sabía que mi carácter no era tan lindo que digamos.

—Solo quiero que causes buena impresión. Y procura esconder bien esas pruebas de embarazo. Pobre de tu amiga, espero que no esté. Tener a un niño a esta edad tan joven no es nada fácil. Imagínate, no podrá ir a la universidad. Y eso que están tan cerca de graduarse.

Escuchar a mi mamá decir todo eso me hace ver que quizás tenga razón. Si resulto o no embarazada no podré hacer muchas cosas. Todos los días serán cambiar pañales, estar pendiente de esa cosa las veinticuatro horas. Me volveré una joven amargada y ojerosa.

—Y además ya no podrán...

—¡Está bien! —la detuve en seco—, ya entendí. Estoy casi segura de que mi amiga sabe bien qué sería tener un niño a esta edad —espeté entre dientes.

—Está bien —eleva las manos en forma de paz—. Espero que el padre se haga cargo.

—Mamá...

—Me voy, ya me voy. Apresúrate, ni si quiera te has vestido, el autobús está cerca.

Y se fue. Al fin.

—Relájate, Daría —me dije—, todo estará bien. Solo tienes un retraso de unos quince días, nada más.

De pronto sentí que la habitación daba vueltas. Es por el estrés, me dije. Solo eso. Me senté en la cama y esperé que pasara el mareo. A los dos minutos logré estabilizarme, busqué una bolsa de papel e inspiré profundo para exhalar lento después.

Era una forma de relajarme.

Terminé de empacar, me cambié de ropa a unos jeans desgastados, una sudadera azul marino y unos converse viejos negros. Mi pelo estaba suelto y desaliñado, lo recogí en una cola alta. Era un desastre, hasta me miraba más demacrada.

Me encogí de hombros, tomé mis cosas y bajé a la sala.

—Me harás mucha falta —se acerca mamá.

—No empieces —odiaba las cosas cursis y las situaciones sentimentales, cómo esta justo ahora en la que ella me dirá cosas raras y querrá abrazarme. Y yo no abrazo.

—Es solo que...

—Ya mamá, solo serán dos meses —la miré raro. En eso, una bocina hizo darme cuenta de que el autobús había llegado. Y en efecto, se había detenido enfrente. —Me tengo que ir.

Tomé mis maletas y salí de la casa. El día estaba más o menos soleado, el autobús iba bastante lleno. Un chico se apresuró a llegar donde mi para ayudarme con las maletas.

—¿Tu nombre es? —me preguntó, llevaba un marcador en la mano con unos sellos.

—Daria —respondí.

—¿Daria que? —volvió a preguntar.

—Solo Daria. Tranquilo, estoy segura de que soy la única Daria por aquí así que no se confundirán —le guiñé un ojo al chico y me apresuré a montarme. Era odioso sentir las miradas de la mayoría en mi. Al fondo miré a Cat, mi único amiga, quien me hacía señas con su mano para que llegara. Me había apartado el lugar junto a ella.

Llegué y me senté.

—Cat, sabes que no me gusta ir de este lado —rogué con la mirada.

—Yo sabía que dirías eso.

Así que cambiamos de lugar.

—Será un viaje largo —comentó—, quizás lleguemos al anochecer.

—Y apenas es mediodía.

—¿Compraste lo que hablamos?

—Si lo hice.

—¿No lo has hecho aún?

—No, Cat, aún no.

—Bueno.

—Bueno.

5 horas después y habíamos aparcado en el estacionamiento del campamento del sur. Si, habíamos llegado al anochecer. A nuestro alrededor habían como tres buses más. Buses de los cuales salían personas, como si hubiéramos llegado junto con ellos. Todos empezamos a bajar, el chico nos entregó nuestras maletas. Las mías eran dos maletas pequeñas en negras y Cat llevaba solo una maleta grandísima en color verde fosforescente.

La miré raro.

—¿Que? Era la única disponible.

Rodé los ojos.

—Mira que montón de chicos —comentó a mi lado. Los chicos que iban y venían de los autobuses, había bullicio, mucha gente.

—Ya sé.

—Lo bueno es que la mayoría son guapos.

—Vamos a buscar nuestros dormitorios antes de que nos lo quiten —le dije, girándome, pero al darme la vuelta no me fijé y me pegué con la espalda de un chico. —Agh, ¿es que no te fijas? —me molesté.

El chico se giró a mi, era más grande que yo obvio. Pero me quedé sin habla y consternada por lo que estaba viendo. Y él también. Los dos estábamos confundidos. Sin saber que hacer o qué decir. Bueno, más yo.

Es él.

—¿Daria? Que... sorpresa. Jamás pensé encontrarte en este lugar. —dijo él. Medio sonreía pero se notaba algo nervioso. Bueno, a menos no era la única.

—Lo mismo digo —dije al fin.

Max, el chico que conocí en una fiesta y cuya persona con quien perdí mi virginidad hace más o menos un mes estaba aquí.

Maldita. Sea.

—Bueno, la última vez que te vi te fuiste sin dejar rastro —se cruzó de brazos—. Solo me quedo tu nombre y ahora te encuentro aquí. Cuánta casualidad.

—Hmm no te imaginas cuanto —puse mis labios en una sola línea—, fue un gusto verte, Max, pero nos tenemos que ir así que... te veo por ahí. Vamos, Cat —le pase a un lado y empecé a caminar. Cat me alcanzó a los segundos.

—No me digas que ese Max que está allí parado mirándote mientras te alejas es el mismo con quien tu...

—Cállate, Cat —musité.

Una campaña horrible y estruendosa empezó a sonar por todo el campamento. Más adelante, en la entrada de una casa enorme estaba una mujer con una bocina.

—Todos los integrantes de South Camp por favor acérquense. —dijo. La voz resonó por todas partes. Fue molesto.

Así que todos se empezaron a acercar. Nosotras nos quedamos en el mismo lugar. La señora esa empezó a darnos algunas instrucciones de cómo eran las cosas aquí y bla bla bla. La dormida era a las nueve, nadie podía salir después de esas horas o serían castigados. Los desayunos eran a las 6 de la mañana, luego de esa hora haríamos actividades hasta las diez, de las 10 a las 11:30 teníamos libre para explorar o no hacer nada. A las doce era el almuerzo obviamente. Por la tarde haríamos otras actividades hasta las cuatro. De las cuatro a las 6 teníamos libre otra vez. 6:30 era la cena. Y luego podíamos hacer una fogata y contar historias de miedo hasta la hora de dormir.

—Me duelen los pies de estar parada —comentó Cat.

Volteé a ver atrás en cuanto sentí un hormigueo en mi cuello. Habían solo árboles, pero entre los árboles miré a un chico. No estaba exactamente segura pero el estaba allí. ¿Porque está hasta allá si todos estamos reunidos aquí? Usaba un pantalón extraño y unas correas como la gente que se vestía años atrás. Como si fuera un personaje del siglo XIII.

—¿Que número tienes tu? —Cat me saca de mis pensamientos y me hace mirarla.

—¿Que?

—En tu maleta, ¿que número es?

No le hice caso, sino que volví a ver al chico. Mi sorpresa fue que ya no estaba. Qué extraño. En eso, un viento demasiado frío empezó a soplar. Me pareció espeluznante. Hasta escalofríos me dio.

—¡Daria! No me escuchas.

Parpadeé varias veces y la miré.

—¿He?

—¿Que te pasa? Parece que viste a un fantasma.

Me tensé cuando dijo eso último.

—Enséñame el número en tu maleta.

Revisó el papel.

—Es el diez. Como el mío. Al menos quedamos en el mismo cuarto. Ven, vamos.

Tomé mis cosas y la seguí. Habían varias casitas a los alrededores, supongo que eran los dormitorios. Cat y yo nos dirigimos a una un poco más alejada junto con otro grupo de chicas las cuales venían murmurando cosas que no me interesaban. Una de ellas abrió así que nos adentramos. Todas se apresuraron a agarrar asientos. Noté a Max por la ventana. Se estaba quedando en la casita de la par.

Genial.

Tomé una cama a la par de la pared y puse mis maletas.

Cat estaba a la par mía.

—Daria, creo que deberías salir de la duda ya, ¿no crees?

Las paredes de esta casita eran tablas, o sea, tipo cabaña, color marrón aburrido. Triste.

—No se, Cat, estoy cansada, solo quiero dormir.

—No, vamos al baño. ¿En donde pusiste la bolsa? —rebuscó entre mis cosas—, aprovechemos que estas tontas están distraídas, mañana será peor.

Abrí la maleta segunda y saqué la bolsa. Era hora de salir de dudas. Nos dirigimos al baño y me metí. Cat me esperaba afuera. Había un espejo mediano pegado en la pared. Lavamanos, el retrete, la regadera. Toallas. Todo normal. Respire profundo y me hice valiente. Tengo que ser valiente. Lo soy.

Saco una prueba, hago lo necesario y espero.... espero... espero.

Mierda.

No.

Esta mal.

Saco la otra prueba y espero, espero... espero.

No, todo está mal.

La última.

Saco la última prueba y hago lo mismo, espero, y rezo, espero y rezo. Por favor. Por favor.

No puede ser.

Tomo las pruebas y las meto en la misma bolsa, salgo de baño y me meto en mi cama sin decirle una sola palabra a Cat.

—Las luces apagadas, niñas. Descansen por hoy, mañana será un nuevo día —dice la voz de una mujer del otro lado de la puerta. Todas están en sus camas y las luces se apagan.

—¿Daria? Lo siento mucho

A pesar de que no le dije nada a mi amiga ya se imagina el resultado. Agradezco que las luces estén apagadas, así mis lagrimas pueden salir y nadie se dará cuenta. Es que no entiendo porqué. Ni si quiera seré buena. En este momento odio al chico que está en la cabaña de junto. Pero más me odio a mi misma. Porque los dos somos responsables.

Así pasé un rato, imaginando cosas hasta que me quedé dormida pensando en mi ir el padre de mi bebé está justo al lado.

Abro los ojos como un auto reflejo. Todo está oscuro. Hay demasiado silencio. Un silencio tan ensordecedor. Tomé mi celular y me fijé que eran las 3:30 de la mañana. Me dio tanto miedo despertarme a esta hora. Me cobijé toda para más seguridad y cerré mis ojos intentando dormir, pero fue imposible ya que escuché algo. O a alguien.

Un llanto.

Alguien estaba afuera y estaba llorando. No llanto era suave y pausado, casi inescuchable. Pero se oía. Y me dio aún más miedo. No sería capaz de salir a estas horas a ver quien estará llorando por ahí. No. Soy muy miedosa. Así que cerré mis ojos fuerte y el llanto paró.

Pasos.

Cerca de mi pared.

Los pasos eran lentos, se podían distinguir porque machucaban las hojas secas. Alguien anda aquí y se detuvo justo frente a mi pared. El corazón me empezó a latir más a prisa. Pero, ¿y si es alguna chica del campamento o de este dormitorio que está pasando por malos momentos? Igual puede ser cualquier cosa.

¿Salgo o no salgo?

Salí de mi cama lo más lento que pude, me dirigí a la puerta y la abrí. El viento me golpeó, hacía un frío terrible. Estaba descalza. Me abrace a mi misma mientras me dirigía al extremo de la cabaña. Miraba para todo lados en busca de algo o alguien, pero me asomé por donde se supone tenía que estar esa persona y no había nada. Estaba vacío.

La respiración se me entrecortó porque ahora sentía a alguien detrás de mi. Y tenía que voltear, pero no quería. Estaba más que aterrada. He visto películas del campamentos del terror. Mierda, ¿porque no me acordé antes? Y ahora qué estoy embarazada debí pensar mejor.

Vuelvo a sentir el hormigueo en mi nuca, al tal luengo que me dio escalofríos. No había ni luna ni estrellas. Estaba oscuro y todos dormían. Soy la única loca que salió a estas horas. Cualquiera en su sano juicio se hubiera quedado en la seguridad de su cama.

Volteé a ver con el corazón latiéndome más fuerte, pero no había nadie. Mi mirada estaba perdida, si tenía que abrir bastante los ojos para poder ver atravez de tanta oscuridad.

—Daria.

Me volteé de inmediato al escuchar mi nombre en tono macabro, y me llevé una mano al pecho al notar quien era.

Max.

—Pero que hijo de.... —me detuve en seco— ¡me asustaste! —exclamé a lo bajo.

Rió.

—Lo siento, ¿que haces a estas horas aquí? Pareces distraída.

—Yo... —en mi cabeza solo estaba "es el papá y de mi hijo"— así que no me sentía cómoda con él.

¿Le tengo que decir?

Max era algo, tenía buen cuerpo, cabello negro, sus ojos eran negros como la noche y tenía semblante de ser alguien que intimidaba a las personas. No conocía casi nada de él. Lo conocí en esa fiesta y pasó lo qué pasó.

—Escuché algo y por eso salí, ¿acaso eras tú quien andaba llorando por ahí? —inquirí. Pero el llanto me había parecido de una mujer.

O era él que estaba con una chica.

Es lo más probable.

Con Max aquí el miedo se me iba poco a poco.

—Recién estoy saliendo ya que te vi aquí de pie por la ventana. No podía dormir bien —respondió.

—Entiendo —me crucé de brazos.

—¿Que dices que escuchaste? —quiso saber.

De seguro estaba intentando hacer plática.

Es el padre de mi hijo.

Es el padre de mi hijo.

Es el padre de mi hijo.

O hija.

—¡No importa! Me voy a dormir y deberías de hacer lo mismo. —me giré.

—Daria... —llamó.

—¿Qué? —lo miré, tenía la mano en el pomo de la puerta.

Se debatió en si decirme o no lo que sea que estuviera pensando.

—Nada. Te veo en unas horas —se giró y se fue.

Fruncí el ceño pero hice lo mismo, me adentré a la cabaña y me metí a mi cama.

Qué madrugada más extraña la que pasé.

En especial porque de mi mente no se quitaba el llanto de la mujer y los pasos cerca de mi. Fue espeluznante y algo me decía que este lugar tenía muchas cosas que contar.