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Capítulo 3: Cuidados inesperados

MICHELLE

La oscuridad que me envolvía va soltándome lentamente, un rayo de luz me deslumbra y como una niña pequeña voy corriendo hacia ella. Me acerco cada vez más, la negrura va quedando atrás mientras yo traspaso aquella brillante luz.

Abro los ojos súbitamente, un techo crema es lo primero que mis ojos me muestran. Me reincorporo y me percato de que estoy tendida en una cama. El fuego chispeante de la chimenea le proporciona calor a la habitación. A mi lado, en una silla leyendo un libro, El Príncipe yace absorbido por las palabras inscritas en aquel papel. Apenas y se da cuenta que he despertado, baja el libro y me observa con detenimiento. Me avergüenzo ante su acción, no entiendo porque me mira con tanta seriedad, ni siquiera sé cómo termine en esta cama.

¿Me habré vuelto a desmayar?

—¿Qué paso? —pregunto confundida.

—Perdiste el control por culpa de ese collar —dice mientras señala mi cuello. Entonces recuerdo lo que sucedió, este collar se adhirió a mí y comenzó a molestarme; de pronto, ya no tenía el control de mi misma y sentí como la oscuridad me engullía.

—¿Qué hice? —pregunto asustada, esto de perder la memoria no es nada lindo.

—Peleaste contra El Yeti y lo venciste. Él te golpeó pero la piedra de la purificación sano tu herida —me quedo con la boca abierta sin creer lo que dijo.

—¿Yo vencí al Yeti? Es imposible —niego con la cabeza. El Príncipe a duras penas podía sobrellevarlo, ¿cómo pude vencerlo yo?

—Tú no, tu otro yo sí. Una chica completamente distinta a ti tanto en apariencia como en personalidad y habilidades —rodeo los ojos ante su comentario pesado.

Perdóname por solo desmayarme en los rincones.

—Igual soy yo y al parecer hice tu trabajo por ti —sonrió maliciosamente—. No me lo agradezcas.

—Cierra la boca —espeta mientras me lanza una mirada cargada de rabia—. En todo caso, ahora eres peligrosa. Sin el brazalete las piedras no dudarán en tomar control de tu cuerpo; la prueba está en que la piedra del granizo se instaló forzosamente en ti y destruyó lo único que le impedía gobernarte. No sabemos cuándo volverá a salir a flote para hacerte perder la razón y hacer lo que le plazca —sus palabras me asustan, no pensé que fuese tan grave.

—No quiero que vuelva a suceder me da miedo. Cuando caí inconsciente sentí como la oscuridad me absorbía, era como estar en un bucle de desesperación —confieso con las manos temblorosas—. Después de todo si era una piedra la culpable, solo traen desgracias.

—Debemos reunirnos con el sabio antes de que la situación empeoré, un objeto más poderoso debe contener tus poderes —comenta y se pone de pie—; pero primero hay algo de lo que te debes encargar —lo miro confundida.

El Príncipe me guía hasta otra habitación, en ella se encuentra El Yeti reposando en una cama plácidamente.

—¿Qué hacemos aquí? —murmuro escondida detrás del Príncipe.

—Cúralo —ordena y frunzo el ceño.

—¿No dijiste que era peligrosa? ¿Cómo quieres que use mis poderes sin el brazalete? Además no se controlarlos bien —me quejo ante su bipolaridad, recién me dio un discurso que me asusto bastante.

—La piedra de la purificación, al contrario que la del granizo, es pacífica. Solo se activa cuando cree que es necesario —dice como si nada.

¿Acaso las piedras tienen personalidad?

—Por eso te quebró el brazo, ¿no? —digo burlonamente. Él me toma por los hombros y me empuja hacia adelante.

—Muévete —niego asustada.

—Esto no es buena idea, debe estar furioso porque irrumpimos en su casa y encima le dimos una paliza —me volteo hacia El Príncipe, él suelta un suspiro agotador.

—Los Yeti son generalmente criaturas amables, no se molestará, ya que, nos deshicimos del ser que lo estaba poseyendo —responde y vuelve a voltearme en dirección al Yeti.

—Pero en primer lugar fue por nuestra culpa que la piedra lo poseyó, lo único que hicimos fue arreglar el desastre que creamos —reniego.

—A quien la piedra decida poseer no es nuestra responsabilidad. Deja de dar vueltas y hazlo —ordena impacientemente y asiento asustada.

Extiendo mis manos y me concentro, instalo en mi cabeza el pensamiento de querer curar al Yeti. Percibo la energía fluyendo a través de mí, la verdad es que con la piedra de la purificación siempre me he sentido a gusto; incluso cuando le quebré el brazo al Príncipe, creo que ella lo hizo porque realmente necesitaba encontrar una forma de detenerlo. Aunque escogiera la forma más ruda para hacerlo.

Las heridas en el cuerpo del Yeti desaparecen, sonrió contenta al ver que pude utilizar mis poderes sin que ellos se descontrolen. Es un alivio saber que la otra piedra se está tomando un descanso.

Afortunadamente, El Yeti continúa dormido. Es la mejor oportunidad para largarnos de este castillo sin tener que sufrir la furia de esta bestia. A pesar que El Príncipe dijo que El Yeti no se molestaría, no me quiero quedar a averiguarlo; así que pongo en marcha mis piernas con dirección a la salida. Cuando estoy a punto de girar la perilla, El Príncipe me toma del brazo y me gira hacia él.

—¿A dónde vas? —pregunta con la mirada fija en mí—. No puedes andar sola, debo vigilarte.

—Me voy. Ya no tenemos nada que hacer aquí —respondo mientras tiemblo de frío.

—Es de noche, lo mejor será esperar a que amanezca. Cruzar el bosque a oscuras es peligroso —ahogo un grito de frustración y me deshago de su agarre.

—¿Pretendes que pasemos la noche en este castillo con El Yeti durmiendo bajo el mismo techo que nosotros? No quiero estar aquí cuando se despierte —digo tiritando. Pareciera que El Príncipe no conociera la palabra cautela.

—Te repito que no habrá ningún problema con él, de todas formas partiremos apenas se ponga el sol —frunzo el ceño mientras niego con la cabeza. El Príncipe no puede asegurarme que las cosas saldrán como él dice cuando nunca antes había tratado con un Yeti. Sus palabras solo se basan en rumores y no en hechos concretos.

—No me quiero quedar, me sentiré más segura fuera de este castillo —comento con necedad. Me abrazo el cuerpo con ambos brazos, su frente se arruga al instante.

—Con el frío que hace allá afuera morirás congelada antes de que El Yeti te haga pedazos —me señala con la barbilla—. Solo mírate, estás adentro y estas muerta de frío. Tu cuerpo aún no se recupera del daño causado por la piedra del granizo, ahora estas más friolenta que antes —me regaña. Bajo la cabeza porque sé que tiene razón, mi propio cuerpo me delato y no pude evitar castañear mis dientes.

Un sonido estruendoso proveniente de mi vientre se hace eco por toda la habitación. Mis ojos se abren como platos mientras mis mejillas se tornan rojas como un tomate. Con todo el jaleo se me olvido por completo que no he alimentado a mi estómago, el cual pide a gritos que le entregue comida.

No me atrevo a levantar el rostro, mi vergüenza es demasiado grande. Mis tripas no pudieron escoger el peor momento para rugir, como voy a ganar la discusión si acabo de dejarme en ridículo frente al Príncipe.

Él pasa al lado mío y desaparece de la habitación. Me volteo confundida, esperaba que se burlará de mis sonidos estomacales pero en vez de eso lo ignoro y siguió su rumbo. Lo persigo y me llevo una sorpresa cuando ingresa a la primera habitación que revisamos cuando llegamos: la cocina. Permanezco inmóvil con solo mis ojos desplazándose con sus movimientos. Entra al almacén de la despensa y sale con una canastilla cargada de verduras, comienza a pelarlas y cortarlas con una agilidad increíble. Me paro a su lado y lo observo con mucho asombro, juraría que mi boca ha tocado el piso.

¿Se puso a cocinar porque mis tripas delataron mi hambre?

Que alguien me pellizque porque estoy soñando.

—Yo también tengo hambre —comenta como si pudiera leer mis pensamientos. Obviamente no quiere que piense que lo hace por mí. Aun así, no puedo disimular la sonrisa que se forma en la comisura de mis labios.

—No sabía que podías cocinar, pensé que jamás en tu vida habías ingresado a una cocina —me tapo la boca para esconder la sonrisa de estúpida que debo tener en estos momentos. El Príncipe tiene la mirada fija en las verduras, las corta en trozos cuadrados y las va colocando sobre un caldero enorme.

—Soy príncipe, no inválido. Puedo valerme por mi mismo, a diferencia tuya que no puedes ni hervir agua —dice cortante. Abro la boca para quejarme.

—Ya supéralo, solo se me desbordo el agua aquella vez —replico con descaro. Mis habilidades gastronómicas son tan inexistentes como mi vida amorosa.

—Aléjate, no quiero que me arruines la cena —me mira de reojo y como una niña regañada me desplazo al sillón.

Llena con agua el caldero y lo coloca encima del hornillo, azota su mano para prender el fogón y espera pacientemente que el caldo se cocine. Me le quedo viendo puesto que no tenga nada mejor que hacer, lo maldigo en mi mente porque resulta que también sabe cocinar, este chico sabe hacerlo todo y encima excelente.

Maldito bastardo.

Tienes que enseñarme tus peores lados.

Un sentimiento que no debería tener se está colando lentamente en mi corazón y no sé por cuánto tiempo pueda seguir ignorándolo.

Salgo de mi trance cuando observo un plato hondo frente a mí que despide un aroma delicioso. El Príncipe lleva un rato con la mano extendida esperando que lo tome. Sostengo el plato entre mis manos las cuales se calientan con el tacto, tomo la cuchara e ingreso una bocanada del caldo a mi boca, mis papilas gustativas se estremecen por la calidez y sabrosura que contiene. Las verduras están cocinadas en el punto exacto, ni muy duras ni muy suaves.

Mi rostro evidencia mi opinión sobre su comida; sin embargo, no pienso decirle ningún cumplido, sin ellos ya se cree la gran cosa. Él lo nota y una sonrisa de medio lado aparece en su rostro.

¡Maldición, me atrapo!

***

Una vez terminada la cena nos dirigimos a la planta alta para poder descansar de todo el día ajetreado que vivimos hoy. Ingreso en la habitación donde me encontraba durmiendo hace un rato y lanzó la puerta para que se cierre; El Príncipe la detiene con su mano y al igual que yo queda dentro del cuarto. Desconcertada, frunzo el ceño y espero a ver si fue que se le queda algo aquí dentro; pero él se sienta en el sillón y se acomoda como si fuera a quedarse a vivir.

—Estoy cansada, ¿puedes irte a tu habitación? —digo malhumorada.

—Me quedaré aquí, debo vigilarte —responde y cierra los ojos. Ladeo la cabeza mientras camino hacia su dirección.

—¡No! ¡Quiero dormir sola! —refunfuño y me llevo las manos a la cadera. Jamás podre pegar un ojo con él durmiendo cerca. Sé que cuando acampamos siempre es así; pero en una habitación no me siento a gusto.

¿Será porque hay una cama?

¡Dios, no necesito esos pensamientos ahora!

—Y yo acostado pero no queda de otra —comenta con los ojos todavía cerrados—. Acuéstate y no me molestes —espeta mientras se acomoda en el sillón.

Será una larga noche.

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