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Capítulo 4: Una cama, dos personas

MICHELLE

Me remuevo en la cama en busca del sueño; pero al parecer esta noche se ha ocultado de mí. Aparte, mis nervios están haciendo estragos con mi estómago y el frío me acecha constantemente. Nada de esto me permite poder descansar, llevo más de una hora petrificada en la cama, comienzo a desesperarme y mientras más pienso en relajarme más me cuesta.

Me volteo en dirección al Príncipe, su cabeza esta hacia atrás recostada en el respaldo del sillón, luce tan tranquilo y sereno; quisiera robarle un poco de esa calma para poder quedarme dormida al igual que él.

Saber que ya se encuentra dormido me tranquiliza, no tengo que pensar que tiene su mirada clavada en mi nuca, después de todo dijo que me tenía que vigilar, así que pensé que no me quitaría la vista de encima ni para dormir.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, comienzo a tiritar y me aferro al cobertor. Siento todos mis músculos congelados, hace demasiado frío; ni el fuego de la chimenea logra elevar mi temperatura corporal. Me aprieto el cuerpo con ambos brazos para proporcionarme un poco de calor; pero no consigo sentirme mejor.

No resisto más y salgo de la cama. Sé que me mandará al demonio; pero es que tengo mucho frío y para ser honesta comienzo a marearme.

—Príncipe, Príncipe —susurro para no asustarlo. Él ladea el cuerpo con pesar mientras sus ojos azules previamente ocultos por sus párpados se instalan en mí. Chasquea los dientes con malhumor.

—¿Qué quieres? Te dije que no me molestarás —refunfuña adormecido. Se restriega los ojos.

—Ten-tengo mucho frí-frí-frío y no me s-siento bi-bien —mis dientes castañean y mi cuerpo no para de temblar. Me siento en el suelo para calentarme. El Príncipe se inclina hacia mí y toma mis manos, el calor de su poder mágico me alivia.

Tengo tanto frío que no le doy importancia al hecho de que El Príncipe está frotando sus manos con las mías, aunque están sean separadas por los guantes, es una acción que me pone nerviosa.

De pronto, retira mis guantes. Me llevo una sorpresa al observar las yemas de mis dedos congeladas, estas tienen pequeños cristales incrustados y el resto de mi mano posee una coloración morada.

¡¿Qué demonios?! ¡Esto va más allá de un simple frío!

¡Me estoy convirtiendo en hielo!

—Son los efectos secundarios de la piedra del granizo que todavía no terminan de desaparecer de tu cuerpo —informa, asustándome más de lo que ya estoy.

—¡Me voy a congelar! —grito angustiada y El Príncipe sacude mis manos.

—No te va a pasar nada, solo debo mantenerte caliente hasta que la magia se debilite por completo —suelta un suspiro agotador—. Regresa a la cama, yo sostendré tus manos mientras duermes.

Me recuesto mirando hacia su lado, él toma una silla y la coloca cerca del borde de la cama, se quita los guantes y toma mis manos nuevamente. Las aprieta con fuerza mientras el calor de su tacto me reconforta. Escondo el rostro por completo debajo del cobertor con solo mis ojos en la superficie, la intranquilidad que me invade seguramente ha teñido mis mejillas de un tono rojo que hace juego con la llama chispeante de la chimenea; y lo último que deseo es que El Príncipe se percate de que un simple apretón de manos está inquietándome.

Continúo tiritando hasta no dar más, mi cuerpo parece una gelatina de lo mucho que tiembla. Aprieto con fuerza los ojos en un intento por calmar mi malestar. Soy consciente de que mis manos están estrujando con fuerza las manos del Príncipe, no observo su reacción, estoy demasiado concentrada en resistir el dolor.

Sus manos se alejan de las mías súbitamente, abro los ojos para comprender porque lo ha hecho. Él se encuentra de pie observándome sin musitar palabra alguna.

—Córrete —ordena y frunzo el ceño confundida.

—¿Ah? —es lo único que sale de mi boca. El entorna los ojos con pesar.

—Que te corras o tendré que pasar por encima de ti —mis ojos se abren con asombro y un sudor frío me recorre el cuello.

—¡Q-q-que locuras dices! —tartamudeo mientras me aferro al cobertor como si me perteneciera—, ¡No vas a dormir conmigo! —grito alterada. De todas las pesadillas que tengo que se podían hacer realidad, está es la peor de todas.

—No hagas tanto escándalo, solo dormiremos en la misma cama —comenta tranquilamente, como si fuera lo más normal del mundo—. Córrete ya —mi expresión es de espanto, todo está sucediendo demasiado rápido. Me muevo para darle espacio. El Príncipe se introduce en la cama y mi corazón da un vuelco.

El frío no me matará, será su cuerpo estrechándose contra el mío la causa de mi muerte.

Él reposa su cabeza sobre la almohada, sus ojos me miran fijamente. No se hacia dónde apartar mi vista, el espacio es tan reducido que no puedo.

—¿E-e-esto es n-n-necesario? —pregunto buscando un escape mientras el chasquido de mis dientes camufla mi tartamudez.

—Calentarte las manos no es suficiente. Yo tampoco quiero hacer esto; pero no puedo permitir que te congeles —se queja.

Estoy a punto de abrir la boca cuando siento su mano en mi dorso que me atrae hasta su cuerpo, coloco ambas manos en su pecho para crear aunque sea una pequeña brecha entre nosotros. Mi cabeza queda escondida en su cuello, sus cabellos dorados quedan plasmados en mi nariz; y yo, no puedo evitar embriagarme con su olor.

Trago saliva, mi corazón late con tanta fuerza que tengo miedo que se acerque un poco más y pueda sentir el descontrol que hay en mi interior. Como si pudiera adivinar mis pensamientos, me oprime más contra su cuerpo para evitar que me escape. Mis sentidos se vuelven locos, esto es demasiado para mí, ya ni siquiera pienso en el frío; el calor que genera su cuerpo contra el mío está desapareciéndolo. Mis nervios se disparan con mayor fuerza cuando enreda sus piernas con las mías.

—¡¿Qué haces?! —grito nerviosa. Alzo la cabeza, él apoya su barbilla en ella para detenerla.

—Shhh… duérmete —dice perezosamente. Él ya se está durmiendo mientras yo estoy que me explota el cerebro.

Permanezco sin moverme, mi corazón se ha calmado lentamente a pesar de que mis mejillas siguen ardiéndome. La respiración entrecortada del Príncipe resuena en mi cabeza, su pecho se contrae mientras mis manos tiemblan sobre el.

Nunca antes había dormido con otra persona, se siente cálido pero a la vez incómodo. No puede moverme porque pienso que lo despertaré; pero en parte, también es culpa de mis nervios que me tienen quieta como una momia. Principalmente en el área de las piernas, no quiero rozar nada extraño allá abajo.

Inhalo y exhalo aire, debo calmar mis pensamientos. Nunca me podré dormir si sigo así. Maldigo al Príncipe por tomárselo con tanta calma. Soy la única que está sufriendo con esta situación mientras él duerme sin preocupaciones, hasta le salió mejor porque no tuvo que dormir en el sillón.

Arrugo las cejas, si él puede dormir cómodamente junta a mi entonces yo también. Aprieto las manos con fuerza y rápidamente le correspondo el abrazo mientras mi rostro se aplasta en su pecho. Todo mi cuerpo debe estar de un rojo vivo; sin embargo, no me alejo. Luego de un rato comienzo a relajarme y termino dormida entre los brazos del Príncipe.

***

Lo primero con lo que se encuentran mis ojos apenas se abren es con el rostro de mi acompañante, el cual continúa dormido y pegado a mí como un chicle. Dirijo mi mirada hacia la ventana, por la cual comienzan a asomarse los primeros rayos del sol que me indican que es hora de partir.

La única razón por la cual me he despertado antes que El Príncipe es porque mi sueño ha sido entrecortado gracias a la incomodidad con la que he tenido que lidiar toda la noche.

Lo tomo por el brazo para despertarlo; sin embargo, no reacciona. Doy leve palmaditas en su pómulo como segunda opción. Atolondrado, abre los ojos y me observa con confusión.

—¿Por qué te metiste en mi cama? —se lleva una mano a la cabeza. Su descaro no tiene límites.

—¡Tú fuiste el que se metió en la mía! —replico indignada. Él frunce el ceño sin creer lo que he dicho. Se sienta en la cama y observa su alrededor como si estuviera tratando de recordar cómo fue que llego a este sitio.

—Ah, cierto… —abre los ojos con asombro y se los frota. Me reincorporo a su lado.

—Vez que fuiste tú —toma mis manos y las revisa, noto que el hielo desapareció. Sonrió aliviada.

—Estas bien —me suelta. Se pone de pie dándome la espalda y se masajea el cuello—. Olvida lo que paso anoche.

—¡Si no pasó nada! —grito para darle menos importancia al asunto.

—¿Querías que pasara algo? —se voltea y mi rostro se sonroja por completo. Me percato de que mis palabras sonaron más a reclamo que a lo que realmente quería transmitir.

—¡No! —grito con más fuerza. Mis intentos por parecer despreocupada ante lo sucedido anoche se han venido abajo. Él regresa la vista hacia el frente sin darle mayor importancia a mi berrinche.

—Mmm… ya —murmura y desaparece de la habitación. Yo por mi parte me lanzo contra la cama y ahogo un grito en la almohada, el cual contiene toda mi frustración acumulada.

¡Lo odio tanto!

***

Nos encontramos en las afueras del castillo de Roosent. El Yeti continúaba dormido cuando salimos de aquel lugar, le agradezco a todos los dioses por ello. Definitivamente no me quería quedar a averiguar si son realmente de naturaleza amable.

La ventisca ha cesado, gracias a que la piedra se ha calmado y ahora está en mi poder; solo espero que no intente tomar control de mi cuerpo nuevamente, necesito llegar lo más rápido posible a Ishrán para que el sabio la selle o haga lo que crea conveniente.

El Príncipe se lleva una mano a la boca y suelta un silbido. De entre las nubes aparece Pegaso galopando hacia nuestra dirección, toca tierra firme y relincha como el caballo que es. Ladea su cabeza y El Príncipe lo toma entre sus brazos mientras acaricia su rostro.

El dúo dinámico se juntó.

Maldita sea.

—Con Pegaso llegaremos más rápido a Ishrán —sube al lomo de su mascota.

Pegaso galopa de un lado al otro en señal de protesta. Este animal es un rencoroso, todavía me tiene rabia por la última vez y no quiere que lo monte. El Príncipe lo acaricia con suavidad mientras le susurra algo al oído que no logro entender. Pegaso se tranquiliza, aprovecho para aproximarme a su lado. El Príncipe me extiende su mano y la observo con recelo; la vez pasada cuando le pedí ayuda se negó y se comportó como un patán; en cambio, ahora me la ofrece sin siquiera habérsela pedido.

¿El Príncipe se está ablandando?

Tomo su mano y él me impulsa hacia arriba, esta vez quedo sentada adelante. Me rodea la cintura y me estremezco. Trato de eliminar esos pensamientos nocivos para mi salud y me concentro en aferrar mis manos al cuello de Pegaso. Trago saliva sonoramente, el cuerpo del Príncipe friccionándose contra el mío me trae recuerdos de la noche anterior.

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