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Capítulo 04: Jugando con Izan

MICHELLE

El sol irradia sin clemencia sobre mi tostada cabeza, las gotas de sudor y el cansancio no han tenido piedad conmigo. Me desplomo sobre la grama del jardín. Izan se me acerca y me da leves empujones para que me ponga de pie. Por toda la tarde he sido su compañera de juegos. Este niño ha drenado toda mi energía, se le ve revitalizado, al contrario de mí que no hago más que respirar con dificultad.

Han pasado tres días desde que entre a la casa convertida en una gallina mojada. La Señora Amelia se alarmo y me reprendió por no haberme resguardado de la tormenta. Si ella supiera que escape de algo más nocivo que un aguacero estoy segura que me felicitaría.

A los oídos de la familia llego el rumor de que una chica con grandes poderes mágicos había asistido al sabio en la conjunción de un hechizo y que juntos salvaron al pueblo de la guerra contra Vermont. Me ruboricé al escuchar las buenas críticas que los aldeanos estaban dando sobre mí. Realmente no esperaba recibir ningún agradecimiento, ni mucho menos alabanzas por mi hazaña.

Claro, que como todo chisme, este estaba plagado de exageraciones y afirmaciones que no podían ser más falsas; entre esas, se dijo que la relación del Príncipe con «aquella maga poderosa», era bastante íntima, incluso se rumoreo la posibilidad de que este la estuviera cortejando.

Thrall me contó el chisme del pueblo, y, a su vez, me pregunto qué tan cierto era. Negué absolutamente todo, sin esperar a que terminará de hablar. Actué ofendida y le repetí como quinientas veces que entre El Príncipe y yo no puede pasar nada porque apenas nos toleramos. El estrés amenazaba con traicionarme y hacerme tartamudear, como cada vez que me pongo nerviosa. Para mi tranquilidad permaneció fiel y pude disimular toda la carga de histeria que se almaceno en mi corazón, esta me hacía recordar los besos que nos dimos pocas horas antes; como consecuencia, mi rostro se tornó en una pintura roja y puedo jurar que me salieron humos de las orejas.

Hui hacia mi alcoba con la excusa de querer quitarme la ropa empapada antes de coger un resfriado, a ello también atribuí mis mejillas sonrosadas. A la hora de encontrar un pretexto no hay quien me gane.

Me deshice de mi vestido y me enfunde en un camisón blanco. Dentro de mi cama me hice un ovillo e intente encontrar el sueño, este me esquivo constantemente. El ardor por la vergüenza no se me iba, no podía olvidar la sensación de sus besos y mucho menos el estremecimiento que me generaba. Estaba demasiada consternada, sentía que todo había sido un sueño y que si me dormía me daría cuenta que nunca sucedió.

Transcurridos los días, me he calmado un poco. Decidí dejar a un lado el tema y disfrutar mis días libres, los cuales se han alargado. Desde aquella tormenta no he visto al Príncipe y agradezco a los dioses por ello, no me siento lista para verlo después de nuestra sesión de besos bajo la lluvia. Si es cierto que estoy más tranquila, todavía no lo suficiente como para verle y actuar indiferente.

Eso sin contar el grito de guerra que le lance al final. Dudo mucho que con lo tímida que soy en el tema del amor, me atreva a robarle tres besos más. Creo que solo me quedaré con el que le quite y ya. Soy tan indecisa, que capaz si consigo la valentía para hacerlo, dudaré tanto, que él se escapara antes de que logre rozarle los labios y me veré como una fracasada.

¡¿Por qué soy así?!

Los golpes incesantes de Izan no paran, a pesar de que llevo haciéndome la muerta desde que comenzó a empujarme. Es muy persistente y no es para menos, desde que Thrall anda de loco enamorado, no juega más con su hermanito. Se la pasa saliendo a citas con Ainhoa y casi no está en casa.

Parece que las cosas entre ellos dos van de maravilla. Me alegra, es bueno que ambos hayan arreglado sus problemas. Espero que realmente sigan siendo fiel el uno al otro. Nunca se sabe que se oculta detrás de la sonrisa simulada de una pareja, pueden lucir como los más enamorados; pero en cuanto te volteas, resulta que solo esconden peleas y terceros en discordia.

Un pensamiento me llega de improviso, tanto que abro los ojos delatándome. Izan me hamaquea con más fuerza al comprobar que estaba consciente.

Recuerdo a Selene, de repente me doy cuenta, que nunca me acorde de ella. Se supone que ella y El Príncipe están comprometidos. No sé si sean novios; pero he de pensar que están en una relación.

Sin embargo, nunca nadie me aclaro esa parte.

Un sentimiento de culpa me alberga el alma. Selene me ha tratado muy bien, incluso me invito a tomar el té y me confeso sus preocupaciones hacia su amado, el cual compartimos, aunque ella ignore este último detalle.

Me pongo a pensar que no estuvo bien lo que hicimos. Estoy segura que Selene no anda besuqueándose con cualquier otro hombre que no sea El Príncipe; en cambio él, descaradamente me robo cuatro besos y si yo no hubiera hecho mi declaración de batalla tengo la ligera sospecha que él hubiera continúado; después de todo, éramos dos presos de la tempestad y no había hacia donde escapar sin terminar empapados.

Tal vez le estoy dando demasiada importancia al asunto, para mi aquellos besos significaron mucho; pero para El Príncipe no debieron ser más que una manera para que me callara y dejara de repetir que me beso en el bosque. Él insistió tanto en que no era la gran cosa, en que estaba armando un alboroto por nada que dudo que a él realmente le haya pasado algo conmigo.

A pesar de que su boca me transmitió necesidad y que entre cada beso sentía su deseo por mí, puede ser que solo haya sido calentura y no un sentimiento real.

¡¡¡AY!!!

¡Debo parar de pensar o me volveré loca!

—¡Michelle! —grita histérico Izan—, ¡Párate! ¡Vamos a seguir jugando!

—Exijo un descanso —murmuro tirada en el césped. Soy un despojo humano.

—¡No se puede! —me jala por el brazo y con toda la fuerza de su diminuto cuerpo intenta levantarme.

Consigo pararme, viendo que mi petición fue denegada y que por más que me queje no me libraré.

Izan salta de un lado al otro, corre como desquiciado mientras imprime una estruendosa risa alegre que hace eco por todo el bosque. Yo reanudo mi personaje: la bruja que come niños. Es un juego popular entre los niños, una persona cumple el papel de bruja malvada que quiere tener un festín de deliciosa comida infantil, los demás corren despavoridos mientras la bruja los caza y los secuestra hasta su casa. Según Izan, algunos niños se toman el papel tan en serio que terminan llevando realmente a los demás a su hogar y los meten en una caldera gigante, le echan agua y simulan que se están cocinando.

Que imaginación tan bizarra.

—¡No me atrapas! ¡No me atrapas! —vocifera emocionado.

Se esconde entre las sábanas blancas que cuelgan del tendedero. Es muy escurridizo, parece un pequeño saltarín que danza de aquí para allá.

Yo me meto en la piel de mi personaje, pongo cara de desequilibrada y lo persigo por todo el campo. Intento darle ventaja para que el juego se extienda mucho más, acorto mis pisadas para que nuestra distancia sea más amplia y dejo que se escape cuando estoy a punto de cogerlo. El niño está realizado, no para de reírse, su emoción es tan grande que me da miedo que le dé algo.

Pronto seré yo la que sufra de un ataque al corazón.

—¡Hey, jovencita! —un señor que carga una bolsa nos mira desde el camino—, ¡¿Vives aquí?!

—Eh… sí —respondo titubeante y con cierta desconfianza.

—¡Es el señor de la correspondencia! —dice entusiasmado Izan y corre hacia él. Cuando llega se le cuelga en la bolsa.

—¿Llego algo interesante? ¡Déjame ver! —hamaquea el saco del pobre hombre. Este trata de quitarse de encima al niño tan terco que le cuelga del brazo.

—¡Niño, sal de aquí! ¡Estropearás las cartas! —lo hace a un lado, empujándolo sin ejercer mucha fuerza.

Llego de inmediato y agarro a Izan para que se quede quieto y este sujeto no termine dándole un trancazo.

—¡Deberías enseñarle buena conducta a este chiquillo! ¡Es un niño malo que ha querido echarme a perder los sobres! —gesticula furioso.

—¡No es cierto! ¡Solo tenía curiosidad por saber que traía! —explica Izan y se esconde detrás de mí.

—No ha tenido malas intenciones, le pido una disculpa —digo con una risa nerviosa. Espero que mis palabras logren calmarlo.

—¡Qué más da! ¡Por esta clase de niños mal portados es que me he pensado varias veces en dejar este empleo! —se queja encrespado. Revuelve su bolsa, de ella extrae unas sobres y me los extiende—. Toma, jovencita. Aquí tienes la correspondencia pertinente. Me retiro antes de sulfurarme más con este niño del demonio.

El señor se retira, su mal genio se va con él. Izan aprovecha para sacarle un ojo y la lengua.

—El cartero anterior era más divertido. Este no me gusta, me ha dicho que soy un niño malo solo porque le he jalado un poco el saco. Sé que no debo hacerlo; pero es que no pude evitarlo, me emociono cada vez que llega el señor de las cartas. Aún estoy aprendiendo a leer y mi escritura es regular; pero eso no detiene mi emoción. Aunque yo no vaya a recibirlas, me gusta estar con mamá y formar parte de ese ritual. En ocasiones, llegan cartas de tíos lejanos y en ellas relatan aventuras fantásticas y acontecimientos que me causan mucha intriga. ¿Alguna vez has recibido alguna carta, Michelle? Yo no, mamá dice que soy muy pequeño para recibir cartas; pero los otros niños tienen las suyas y me pregunto porque a mí no me llega ninguna, ¿Tu sabes porque? Mi hermano me ha dicho que puedo hacer dibujos y entregárselos como cartas. Lo he hecho; pero no es lo mismo si no hay un cartero que la entregue. En la escuela he dicho que recibo cartas de parte tuya, una hermana perdida que vive grandes aventuras. Por eso te he pedido que me contaras como son tus viajes, me he quedado sin imaginación y los niños han empezado a no creerme. Dicen que no existes, que todo me lo he inventado porque nadie me escribe. Me han pedido las cartas y les he dicho que todas las he quemado porque tus viajes son súper secretos y si se enteraran los otros reinos tendríamos guerra. Me llevé una gran sorpresa cuando se anunció que debíamos ir a los refugios porque se iba a llevar una verdadera guerra. Todos los niños quedaron boquiabiertos, desde entonces han vuelto a creer en mis cartas y con más razón cuando les conté que tú eras La maga poderosa que ayudo al sabio —niego con la cabeza. Retengo las ganas de echarme a reír con las ocurrencias de Izan. Él siempre me cuenta unas historias demasiado graciosas, la creatividad que tiene es increíble, tanto, que ahora mi vida cotidiana forma parte de sus relatos alucinantes.

—No deberías decir tantas mentiras, te crecerá la nariz como a pinocho —digo intentando mantener la seriedad.

—¿Quién es pinocho? —cuestiona curioso.

—Un niño que le crecía la nariz cada vez que mentía.

—No creo que me pase. He dicho muchas mentiras y mi nariz sigue en su sitio. Tal vez ese pinocho se tomó una poción extraña. Me gustaría parar de mentir; pero es muy difícil cuando se tiene la oportunidad de escaparse de un problema. No me siento bien diciéndolas, pero cuando digo una está crece sin que me dé cuenta. Luego, es vergonzoso admitir que me lo he inventado. Quiero ser bueno, lo intento; pero es que la vida de un niño bueno es muy aburrida, Michelle. No encuentro emoción en estar quieto, no puedo estarlo ni un minuto.

—Eso es cierto. El único momento en el que te veo tranquilo es cuando duermes; y ni tanto, porque no paras de revolverte en la cama —digo entre risas. La seriedad me ha abandonado, no puedo actuar como la adulta que supuestamente soy frente a Izan.

—Si estoy soñando que vuelo encima de un dragón que escupe fuego no puedo quedarme quieto —responde sin un ápice de broma.

Por más absurdo que suene, para los niños cada cosa que dicen es algo serio.

—Tienes razón —le sigo la corriente y sacudo sus cabellos—. Es hora de entrar, debo entregarle esto a tu mamá.

—Quedémonos un ratito más —implora aferrándose a mi cintura. Acaricio su cabello marrón y le planto un beso en la frente.

—Es hora de almorzar, ¿No tienes hambre? —mi boca se abre en forma de O, dramatizando una impresión exagerada.

—¡Por supuesto! ¡Podría comerme dos tortas yo solito! —sus ojos avellana se abren de par en par.

—¡Entonces, entremos! —exclamo y ambos corremos una carrera autoproclamada que hacemos cada vez que vamos a entrar a la casa.

Carrera que siempre gana Izan.

—¡Gané! —grita contento mientras traspasamos el umbral. Revolotea por la sala enérgicamente. Las pilas de Izan son inagotables.

—¡No! —grito con voz quejumbrosa—, ¡perdí! —junto las manos en mi pecho y lloro falsamente. Para cerrar el numerito me desplomo en el suelo, derrotada.

Izan se tira encima de mí, riéndose traviesamente. Le hago cosquillas y trata de huir de mi aprensión. Entre risas y sonrisas nos debatimos hasta que la Señora Amelia nos avisa que la comida ya está lista.

Amo tanto a este niño.

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