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Capítulo 03: Besos bajo la lluvia

MICHELLE

Abandono el castillo y me interno en las calles de Ishrán con El Príncipe caminando a tres metro de distancia de mí. Puedo percibir sus ojos clavados en mi nuca y como sigue cada movimiento que hago. Es increíble que con la cantidad de personas moviéndose de aquí para allá él mantenga toda su atención en mi persona y se asegure de que nadie se interponga entre los dos.

Pasa desapercibido, porta una gran capa negra que cubre su cuerpo por completo, la capucha esconde su rostro y solo deja a la vista la punta de sus hebras. Luce como la parca, lista a asestar su guadaña en mi cuello.

El ardor en mi espalda crece, mis neuronas explotan del estrés que me produce sentir su mirada fija. El recorrido se convierte en un infierno, solo puedo pensar en el hecho de que él está estudiando cada paso que doy. Camino como un robot, sin fijarme bien por cual calle tránsito. Desearía girar la cabeza y que él desaparezca. Por el rabillo del ojo me cercioro de su presencia, maldigo para mis adentros, no se cansa de fastidiarme.

Si no fuese suficiente con los nervios que tengo, la brisa helada de la noche barre cada músculo de mi cuerpo y provoca que tiemble. El frío que hace no es normal, todos los campesinos están forrados en vestimentas abrigadoras y calientes mientras acomodan su mercancía. Después de abandonar los refugios, han retornado a sus vidas cotidianas y no han perdido ni un segundo en volver a armar sus bazares.

Atisbo nubes negras sobre mi cabeza, la noche se pronostica lluviosa, perfecta para que me eche un buen sueño. Las pocas horas que dormí en el palacio no fueron suficientes para reponerme del todo, por lo que ansió llegar a casa y no despertar hasta dentro de una semana.

La barrera de protección es invisible a la vista, solo recuerdo que existe porque advierto una extraña sensación que proviene del cielo, como un sexto sentido que me dice que sigue funcionando, tal vez sea porque ayude a activarla y parte de mis poderes mágicos siguen allá arriba.

Agilizo mis piernas cuando escucho truenos embravecidos. Pronto empezara a llover. Las pequeñas gotas que pincelan la tela de mi traje me avisan que el vendaval está cerca.

Lo que me faltaba.

Poco a poco las gotas van cayendo con más brusquedad. Apartarlas de mi rostro se está volviendo tedioso. Mis cabellos se pegan a mi espalda y mi vestidura se adhiere levemente a mi piel. A pesar de esto, en mi mente no se cuela la idea de detenerme y esperar que escampe. Estoy tan desesperada por llegar a mi hogar que no me interesa si llego convertida en un pollo mojado.

De pronto, el agua deja de caerme encima, una oscuridad me envuelve y el calor que recibo calma mi friolento cuerpo. Alzo la cabeza y descubro al Príncipe cubriéndome con su sombría capa, la sostiene sobre mí con su brazo derecho mientras que sus ojos azul cielo se alojan en mí ser.

Mi corazón palpita con descontrol, lo tengo muy cerca protegiéndome de las adversidades de la naturaleza, transmitiéndome el fuego que nace de sus entrañas y que me entibia. Asimismo, su perlado iris brilla tanto que me pierdo en ellos, la lluvia le da un toque embriagador y mágico. Me siento hechizada con solo verlos, sigo sin creer que alguien pueda tener los ojos tan bellos.

—No puedo permitir que te empapes, podrías enfermar y eso sería un problema —se excusa. No quiere que crea que está teniendo un lindo gesto conmigo.

—No tienes por qué preocuparte. Tengo buenas defensas y si corro podré llegar antes de que llueva más fuerte —digo indiferente y me dispongo a salir del capote.

Él se coloca en frente y me encierra en su manto diabólico. Me estremezco cuando percibo su cuerpo pegado al mío, sin espacio que nos separe. La oscuridad me ha acorralado, no atisbo otra luz que no sea la de sus ojos penetrándome el alma. Me siento atrapada en su red malévola, a merced de él.

Mis nervios no resisten. En un impulso por huir de esta situación embarazosa, lo empujo con fuerza y me alejo asustada, con el corazón martilleándome implacable. Me he llevado un susto tremendo, estuve al borde del infarto.

—¡¿Q-q-qué te pasa?! —tartamudeo. Odio no poder disimular mi incomodidad—. N-no te me acerques, per-pervertido —le advierto inundada en pena.

—¿Piensas que quiero aprovecharme de ti? —ríe burlonamente y niega.

—Ya lo hiciste una vez, una más no haría la diferencia —le recuerdo el incidente en el bosque. Él no lo capta de inmediato, su rostro se llena de duda con mi acusación.

Las gotas van tomando fuerza mientras discutimos.

—¿De qué hablas? —cuestiona perdido.

—De tu manera original de hacerme beber la flor de Amabellyus —respondo molesta. Él no pudo olvidar tan rápido lo que me hizo.

—Eso lo hice para salvarte.

—Podías haberme salvado de otra forma, no besándome —actuó con indignación.

Él siempre tiene algún pretexto para resguardar su imagen de chico sin sentimientos. La electricidad que sentí con ese beso no fue alucinación mía. Él lo deseaba tanto como yo o eso me transmitió.

—Eso no fue un beso, cuantas veces debo repetírtelo —dice crudamente.

Observa su túnica oscura, la cual, comienza a empaparse con más notoriedad. Luego, da un gran paso que lo acerca a mí y cierra su mano en mi muñeca, me jala hasta la pared de un callejón donde hay un pequeño techo de madera que nos resguarda de la lluvia. Por querer seguir la pelea me he dejado arrastrar hasta este recoveco donde apenas cabemos los dos.

—Tus labios se juntaron con los míos, si eso no fue un beso; entonces, ¿Qué fue? —cruzo los brazos encima de mi pecho, esperando la respuesta absurda que me dará.

—Fue un intercambio de líquido, nada más —responde llanamente mientras se sacude la capa.

—¿Y eso no es un beso? —alzo las cejas.

—No lo es —responde tajante—. Seguramente nunca te han besado y por eso armas tanto alboroto.

—¡Sí lo han hecho! —me altero ante su suposición. Lo último que quiero es que se entere de mi inexperiencia en el tema. No me han besado muchas veces; pero no por eso le restaría importancia a un beso que no pedí recibir.

—Pues parece que no lo hicieron bien porque si no sabrías que aquello no se pareció nada a un beso.

—Y tú, ¿qué sabes? Dudo mucho que con Selene se la pasen comiéndose la boca. En este mundo todos son pudorosos y mucho más la realeza. Apuesto que solo se dan besitos castos y se toman de la mano en reuniones familiares —destilo todo mi veneno. Su rostro se tensa y percibo la furia emanar de sus ahora convertidos ojos rojizos.

—No me tientes —me aprieta los hombros y su cabeza desciende, siento su aliento chocar contra mi nariz.

—Haz lo que te venga en gana, no me asustas —aprieto los dientes. Esta vez no me dejaré vencer.

—No querrás que haga lo que tengo en mente —su advertencia me genera escalofríos. Principalmente, porque sus ojos se han detenido en mis labios y no se mueven de ahí.

—Me da igual. Tus intimidaciones solo son eso, intimidaciones —lo provoco.

—Hoy serán más que eso —susurra peligrosamente.

Presiona sus labios con fuerza sobre los míos, apretando posesivamente mi nuca y mi cadera para pegarme a su cuerpo. El cerebro me explota, no capto lo que está sucediendo. Mis brazos cuelgan de mis hombros, congelados, sin saber que pose adoptar. Comienza a abrir la boca y a enredar su lengua con la mía, un estremecimiento me recorre y el corazón no para de palpitarme con locura. Se me vuela la cabeza al sentirlo tan apasionado, tan urgente.

Yo también quiero saborearlo.

Abandono todo vestigio de cordura y profundizo el beso, lo acerco más a mí con desesperación. Encierro mis brazos por detrás de su cuello, apoyándolos por encima de la capucha. Su identidad se conserva intacta, no solo por el chaparrón tan fuerte que cae y que no deja distinguir bien las figuras; sino también porque a pesar de estar besándonos la capucha se mantiene en su sitio.

Él me presiona más contra si y yo busco acercarlo más también, aunque eso sea imposible. Ambos cedemos ante el deseo de saciar las ganas reprimidas que teníamos desde hace tiempo. Es un beso intenso y necesitado, donde ninguno quiere parar porque en el momento que lo hagamos todo se acabara.

Él suelta mi labio superior, ambos tenemos la respiración entrecortada y la calor que me inunda me hace olvidar el torrencial que se ha desatado mientras nos atragantábamos mutuamente.

Sus hebras sueltas me hacen cosquillas en la frente, hemos quedado pasmados mirándonos fijamente. Nunca nadie me había besado de esa forma, fue muy fuerte. Apenas y pude seguirle el ritmo, realmente no sabía muy bien qué hacer ni como poner las manos, solo me deje llevar. Sentía que no podía detenerme, que necesitaba más y más. Si El Príncipe no se hubiera alejado, todavía seguiría colgada a él succionándole hasta la última gota de vida.

Estoy muy mal.

—Eso si fue un beso… —susurra jadeante.

La calentura rápidamente se me convierte en rabia. Como tiene el descaro de decirme eso. Mi indignación es tan grande que mi mano viaja hasta su mejilla y le da vuelta a su cara con una bien merecida cachetada.

Es la tercera que le doy.

Al igual que la primera, no la ve venir. Lastimosamente, la tela de la capucha apacigua el golpe; pero al menos consigo destapar su estúpido rostro. Sus cabellos revolotean desordenadamente, apenas están humedecidos por el mal tiempo.

—¡Eres un atrevido! ¡No vuelvas a besarme! —grito furiosa. Mis mejillas rosas se debaten entre la rabia y la vergüenza.

—No te sentí muy incomoda —dice burlonamente.

—¡Solo te seguí para que vieras que no me gustas! —digo la primera incoherencia que me viene a la mente. No aceptaré frente a él que lo que paso me encanto.

—Yo nunca dije que yo te gustara —desarma mi excusa mientras sus cejas se juntan.

—Por si las dudas —espeto muy nerviosa. El silencio que le sigue me enloquece tanto que continuo la discusión—. Eres tan infantil, ¿lo hiciste solo para demostrarme que sabes besar? —refunfuño indignada—. Admítelo, yo te gusto —su rostro inconmovible no cambia.

—Jamás me fijaría en ti —responde con tanta seguridad que mi furia se eleva potencialmente.

—Entonces, ¿porque te la pasas robándome besos? Es la segunda vez que lo haces —pongo las manos en las caderas.

—Ya te dije que lo del bosque no fue un beso —aclara toscamente—, y esto que acaba de pasar no significo nada —la garganta se me cierra. El enojo me ha poseído y esta vez no hay quien lo detenga.

—¿Ah, sí? ¿Entonces, el señor se la pasa repartiendo besos a cualquier mujer que le pasa en frente? ¿Por qué no tomas a alguna de la calle y le plantas uno? —digo con sonrisa desquiciada y señalo el callejón transformado ahora en un río de aguas refulgentes.

—Estás loca —sentencia.

—¡Dale! ¡Busca una! —agito el mentón hacia el camino, donde ningún alma transita por culpa del mal tiempo—, ¡Si a ti te encanta regalarles besos a las chicas! —blanqueo los ojos. Mi mal genio es acompañado por mi ironía.

—Cállate —masculla entre dientes.

—¡No me quiero callar! —grito a todo pulmón. Su respiración se agita con mi falta de respeto—, ¡¿Por qué siempre tienes que comportarte como un imbécil conmigo?! ¡¿Tanto te cuesta tratarme bien?! —lo lleno de reclamos que tenía acumulados en lo más hondo de mi corazón—, ¡Por eso te odi…!

Soy nuevamente interrumpida por sus labios. Esta vez, el beso es tranquilo, solo pega sus labios a los míos y los deja ahí por unos segundos tan cortos que cuando se aleja quedo desconcertada.

—¿Q-que ha-haces? —tartamudeo mientras intento tomar distancia. El espacio que nos cubre de la lluvia es tan reducido que apenas lo consigo.

—Te callo, no paras de gritar —explica harto.

¡Este chico me va a causar un ataque al corazón!

—¡E-e-eres un de-degenerado! ¡E-e-es el ter-tercero!—lo apunto con el dedo índice y hago una pausa—, ¡¿Quién te crees que eres para robarme tres besos?! ¡TRES! —levanto tres dedos y se los restriego en la cara—, ¡Regrésamelos! ¡Regre…!

Se me abalanza y me acorrala contra la pared. Sus manos acunan mi cara mientras sella mi boca con la suya. Aunque sus movimientos fueron bruscos, el beso que me da es suave y lento, mis hormonas se alborotan al instante, puedo degustar más su boca de esta forma.

El frío del muro me hace cosquillas en la espalda, me estremece con más ahínco. Todos mis sentidos se ponen en alerta, no creo poder soportar tantos besos, me estoy derritiendo y mi conciencia comienza a perderse en el laberinto de sentimientos y deseos que tenía cerrados bajo llave.

En el momento que termina, se aleja a escasos centímetros, los suficientes como para verme a los ojos. Nos miramos, en su iris veo un brillo celestial tan deslumbrante, que me hace parpadear más de una vez. El Príncipe traga saliva sonoramente, su boca entreabierta deja escapar varios suspiros que causan una sacudida a mi cuerpo.

—Te los voy a seguir restando hasta que te calmes —amenaza tan seductoramente que mi mente estalla.

Déjame en números negativos entonces…

Sin más que decir, le respondo con otro beso; pero esta vez dado por mí. Aprovecho que aún seguía inclinado y le encajo los labios, como soy una inútil en esto de los besos, solo me limito a tocarlos. Si pienso en ir más allá, soy capaz de calcular mal y de golpearlo con los dientes.

¡Quedaría como una tonta y sobretodo como una torpe golpea labios!

Mi acción lo desestabiliza, no recibo reacción de su parte. Ni me estrecha, ni me aleja de él. Rápidamente corto el beso y lo empujo con fuerza hacia atrás, entregándolo a la lluvia incesante que cae del cielo.

—¡Cuatro a uno! ¡Me debes tres y me los iré cobrando en la marcha así que cuida esos labios! —advierto. Estoy orgullosa de mi momento de valentía y me siento empoderada por apropiarme del control.

En ese preciso momento, salgo disparada hacia la salida de la callejuela como alma que lleva el diablo, empapándome en un santiamén. Corro con el retumbar de los truenos y el viento danzante como compañeros de travesía.

Me interno en el camino principal, los puestos están cerrados y no se ve nadie deambulando. Estoy sola, huyendo de mi compañero de viaje que fue seducido por la lluvia y me lleno de tantos besos que apenas puedo creerlo. Yo le seguí la corriente y para parar esa locura, escape; aunque eso significara enfrentarme a la embravecida naturaleza que lo único que está haciendo es mojarme y nublarme la vista con la niebla.

El agua salpica con mis pisadas afanadas. No alcanzo a distinguir ni siquiera el cielo, este está repleto de nubarrones oscuros que se mezclan con el firmamento.

Solo sigo recto hasta que, finalmente, llego al bosque. El camino está todo enlodado, se me dificulta proseguir; sin embargo, no desisto. Piso el lodo, este se hunde en mis suelas, no me importa lo sucia que puedo quedar, ni si la tierra lavada me termina tragando. Continúo mi maratón con solo una meta en mi cabeza: llegar a la casa de los ilusionistas.

Diviso a lo lejos la silueta de la casa de madera, esto hace que acelere más mi andar. Nunca estuve tan contenta de ver aquella casa escondida entre los árboles. Me precipito contra las escaleras del portal y cuando las subo me quedo afuera, frente a la puerta, recuperando la respiración.

Estoy empapada hasta no dar más, las gotas que ocupan mi cuerpo se precipitan como un torrente sobre el piso. Un charco me rodea, mi vestido esta tan ceñido que puedo ver toda mi figura marcada. Mi ombligo y la forma de mis senos saltan a la vista al instante. Largos pliegues se forman en la caída de mi vestido y en las mangas apenas se dejan ver, son tan minúsculos que apenas se notan. Mi cabello es una maraña castaña, mojada desde la raíz hasta las puntas y mi piel blanca luce más clara entre tanta agua.

Debo parecer una mujer de las nieves.

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