Capítulo III
No le encontraba sentido a aquello, era como si mi karma me estuviera cobrando el haberme cogido a la mujer de mi mejor amigo, y me lo cobraba con réditos.
Después de una hora de camino, más o menos, sentí que se salían de la carretera principal, tomando un camino de terracería.
Cada vez, me encontraba más asustado, pues no sabía que se proponían hacer conmigo esos tipos, que aún no me habían dicho nada.
Después de un largo rato detuvieron el auto, me bajaron y condujeron al interior de una casa de campo, no la pude ver bien, sólo sé, que no era una choza.
Cuando estuvimos adentro me amarraron a un pilar, el cual servía como uno de los apoyos al techo de aquella casa que no tenía muebles, aunque en lo que parecía la sala del lugar, contaba con una alfombra gruesa y mullida.
Luego sentí como me desnudaban, sudé frío, pensé lo peor, no sabía si me iban a capar o a hacerme algo peor, aunque no me hicieron nada, oí como se alejaban, pese a lo grueso y mullido de la alfombra.
Alguien vino después y me quitó la venda, me quedé como estúpido al ver frente a mí a una mujer y a dos hombres altos, bien musculosos, sin más encima de su cuerpo que una capucha que cubría sus rostros, también ella. Pensé:
—"¿Qué pretenderán hacer ese trio de encuerados?"
El cuerpo de ella me parecía algo familiar, aunque por los nervios no atinaba a recordar donde lo había visto. Solo sabía que me gustaba verla así.
Se veía muy erótica desnuda y con esa capucha negra. Su cuerpo lucía estupendo y de formas bien definidas, estaba como para cogérsela sin darle tregua a nada, lo que más me intrigaba, en ese momento, era que ella no hablaba.
Se acercó a mí, llevó su mano a mi órgano sexual, por segundos imaginé que pretendía arrancármelo, pero para mi suerte no fue así.
Me empezó a cachondear, besándome el cuello y el pecho, mientras su mano jugueteaba con mi tolete, hasta que consiguió ponérmelo bien parado, se volteó dándome la espalda, luego acercó su trasero a mi miembro y lo resbaló sobre de él.
Al estar viendo todo esto, los dos tipos se calentaron, sus enormes penes se pararon, no perdieron tiempo y fueron por ella, la obligaron a hincarse, los dos acercaron sus gruesas barras a los labios de ella, los tomó y empezó a mamarlos, esto me excitó mucho, era algo que siempre había querido ver en vivo y a todo color.
No alcanzaba a entender porque me estaban haciendo todo esto, ni me importaba, solo sabía que estaba disfrutando de aquel extraño y erótico secuestro.
Luego, uno de ellos se acostó boca arriba con su herramienta bien tensa, ella se montó sobre él y con cuidado se fue sentando sobre aquella vergota, cuando consiguió alojarla por completo en su vagina, comenzó a cabalgar con lentitud.
El otro se fue por un lado y le acercó su tranca, ella la tomó con una mano y comenzó a masturbarlo, era una escena fascinante, muchas veces, cuando estaba muy caliente, fantaseaba que a mi mujer se la cogían dos tipos de esa manera.
Ahora, lo estaba viendo y aquello era demasiado, yo sentía que de un momento a otro mi verga iba a explotar, me escurrían gotitas de líquido viscoso y con las manos atadas no podía auto consolarme.
Después, ella se puso a gatas, uno de ellos le encajó toda su verga y empezó a bombear con furia, ella gimió al alcanzar un aliviador orgasmo, el seguía metiendo y sacando, metiendo y sacando, hasta que, gruñendo, le aventó fuertes y abundantes descargas de semen.
Se retiró de ella, cediéndole el lugar a su compañero. Este se colocó atrás de ella y de una manera morbosa recorrió con un dedo por encima de los labios vaginales de ella, la mujer giró su cabeza hacia mí, tumbándose la capucha y por fin pude ver con toda claridad de quien se trataba.
Era inaudito lo que vi, pues era Luz María, mi esposa, quien apenas pudiendo articular palabra debido a lo caliente que estaba, me dijo:
—Esto es para que sientas lo que yo he sentido con todas tus infidelidades.
—Luz María, por favor, detente, no lo sigas haciendo —grité angustiado.
Y aunque la sorpresa fue mayúscula, mi chile no se bajó ni un poquito, estaba más caliente que nunca y mi fantasía más perversa se hacía realidad frente a mis ojos.
No quería que se la siguieran cogiendo ese par de desconocidos, al menos tratando de ser razonable, aunque por dentro, me gustaba ver cómo le estaban dando placer a raudales, ellos no me escucharon o no quisieron escucharme y sin más ni más, este segundo tipo le atascó su grueso miembro.
En medio de mi angustia e ira, debo admitir que me calentó mucho verla así, a gatas, bien empalada, pues lejos de sufrir estaba gozando tanto de aquel par de grandes trancas como de su venganza.
Este tipo le propinó una cogidota intensa y sabrosa, al estar viendo esto, mi arma se inflamó aún más y se empezaron a escapar fuertes chisguetes de esperma al aire, creo que me vine con mayor abundancia de lo normal.
Mientras yo me derramaba, pude ver como ese hombre abrazaba fuertemente por el vientre a Luz María, alcanzando el orgasmo los dos al mismo tiempo.
Ella quedó tendida sobre el suelo, desmadejada, como si hubiera sido arrollada por una locomotora y no era para menos, le habían dado fuerte y tupido.
Después de haber cumplido con su cometido los dos gorilas se fueron, yo quedé ahí amarrado, esperando que Luz María se repusiera.
Unos minutos después se levantó y caminó hacia mí, con todo el bizcocho aun babeando de los espermas de aquellos hombres.
Me desató, nos vestimos y salimos de aquel lugar, afuera estaba mi carro, nos subimos a él y emprendimos el viaje de regreso a casa.
Ella no me miraba, todo el camino tuvo su mirada en la carretera. No sé en lo que estaría pensando y yo, tenía la mente bloqueada, aquello había sido mucho.
Cuando llegamos a casa, ella se metió al baño y se dio un regaderazo, luego se fue a la cama y se quedó profundamente dormida.
No sé si el cansancio, o la tensión, o los nervios que viví, o todo en conjunto, el chiste fue que me quede dormido como hacía mucho que no dormía.
Al día siguiente no hicimos ningún comentario hasta en la noche que yo regresé de trabajar. Sin saber por dónde empezar, me dijo:
—Bueno, ya nada puedo hacer por disculparme después de haber cometido esa tontería, por celos o por venganza, no lo sé, si quieres que te dé el divorcio, lo haré. O no sé qué es lo que tú decidas o quieres que hagamos.
Realmente yo estaba confundido, por un lado, ella tenía razón de haber actuado así, no sólo le había sido infiel con Norma, sino con cualquiera que se me atravesara en el camino y tuviera buen cuerpo, hasta eso, siempre he tenido suerte.
Aunque también estaba herido en mi orgullo, el clásico orgullo machista. También debía reconocer que no era todo tan negativo, pues con esto ella había hecho realidad lo que por tanto tiempo yo venía anhelando en secreto.
Tuve que sopesar la situación y le contesté:
—Es cierto que no estuvo bien lo que hiciste, aunque yo te amo y no me gustaría desbaratar nuestro matrimonio por esa causa, total, ya pasó y como tú dices, no podemos hacer nada. Te sugiero que lo olvidemos y tratemos de vivir en paz.
—Entonces ¿estás dispuesto a perdonarme? —me preguntó con asombro
—¡Claro que sí! ya te lo dije, olvidemos eso.
Emocionada, me abrazó fuertemente y me besó, yo le correspondí y de la ternura pasamos a la calentura "son dos cosas que casi siempre van de la mano"
Al sentir su lengua chocar con la mía, sentí un toque, una corriente que se transmitió desde mi boca hasta mi pene, el cual rápidamente se enderezó, formando un gran bulto que chocaba sobre el vientre de Luz María.
Nos fuimos a nuestra recamara y seguimos cachondeándonos mientras nos íbamos desnudando, parecía que era nuestra primera vez, por la ansiedad que teníamos.
Cuando estuvimos listos, ella me empujó sobre la cama, quedando boca arriba, se montó sobre de mí, sólo que, no se quiso clavar mi miembro, sino que empezó a resbalar su panocha sobre mi pecho con movimientos circulatorios, dejándome embarrado de sus jugos naturales, siguió arrastrando su pucha hacia mi estómago, hasta encontrar mi inflamada reata, se colocó encima de ella y se fue dejando caer. Mientras lo hacía, llegaron a mi mente las imágenes de lo que había ocurrido el día anterior. La recordé con su capucha negra, encima de aquel hombre, sentí el estómago vacío de calentura y quise revivir esos momentos, con temor le dije:
—Cariño, me gustaría, bueno sí tú quieres, ponte tu capucha, te quiero coger así.
Sin decir nada, quizá trató de comprenderme o quizá también ella quiso revivir lo que hizo y se calentó con mi petición, como sea, se levantó sin prisas.
Fue al tocador, la sacó de un cajón y se la puso. Yo sentí enloquecer de calentura y lujuria al verla así. Se volvió a montar sobre mi falo y con voz temblorosa me dijo:
—Mi amor ¿por qué me pediste esto? ¿no ves que me calienta mucho?
—¿O sea que te gustó lo que esos tipos hicieron contigo? —le pregunté ya enardecido y muy caliente.
—¿Y para qué quieres saber si me gustó o no? —me preguntó ella con tono curioso, mientras subía y bajaba su panocha en mi garrote.
—Bueno, solo por mera curiosidad —contesté.
—A ti ¿te gustó ver cómo me cogieron?
No encontraba la respuesta, no sabía decirle si o no, pues temí que si le decía la verdad se fuera a enfadar, aunque lo tuve que hacer.
—La verdad, siempre quise que pasara algo como lo que hiciste, sólo que, nunca me atreví a pedírtelo y mucho menos a ofrecértelo.
Al escuchar esto, ella gimió y comenzó a coger con mayor rapidez, era obvio que se había calentado hasta los límites de su pasión. Esa plática convirtió aquello en un infierno de lujuria en el que los dos gozábamos mucho. Los dos nos habíamos puesto al rojo vivo y ella totalmente lujuriosa quiso iniciar un juego.
—Quiero que me hables como si fuéramos dos desconocidos, como si tú fueras uno de esos hombres que contraté para que me cogieran.
Yo, encantado de la vida comencé a seguirle el juego.
—Señora, quisiera cogérmela de pie.
Ella obedeció, se recargó en una pared, yo me acerqué a ella, me encorvé un poco, colocando mi verga en su panocha y se lo enterré. Ella casi grito de placer.
—Señor, ¡qué rico sabe coger! ¡Ooohhh!
Ella estaba haciendo tan bien su papel, que llegó el momento que realmente creí y sentí estarme cogiendo a una extraña y percibí que ella experimentaba lo mismo. Ese juego resultó emocionante, enardecedor, novedoso. Nuestros cuerpos vibraban, chocando el uno contra el otro.
La puse a gatas y volví a clavarla y a moverme como poseso, ella parecía disfrutar como loca, nos habíamos sobreexcitado y estábamos demasiado calientes como para seguir aguantando más y apenas alcancé a meter mi verga en su vagina y los dos llegamos al clímax al mismo tiempo.
En medio de desesperados gemidos y gritos yo me aferré con todas mis fuerzas a sus caderas, hasta que sentí soltar la última gota de semen.
Mientras que ella se retorcía, empujando sus nalgas hacia mí.
Fue una venida de manicomio, los dos caímos agotados, mirándonos como estúpidos sin poder articular palabra alguna.
Pasados unos minutos, por fin pudimos hablar.
Yo quería saber cómo había planeado su venganza.
—¿Cómo conociste a esos tipos? ¿los contrataste?
—No, eran viejos amigos de la escuela —respondió tranquilamente.