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Capítulo II

Y sin tener más alternativa que cumplirle sus deseos, me puse de pie y con pulso tembloroso empecé a desabrocharme el pantalón.

Me zafé los zapatos y saqué por mis pies pantalón y trusa. Mientras ella, despojándose de la bata, la arrojó sobre el piso exhibiendo su sensual, frondoso y deliciosamente bien formado cuerpo.

Se acercó a mí y con la palma de su mano comenzó a frotar delicadamente a todo lo largo de mi endurecido tronco, de una forma que casi me hizo brincar.

Era exquisito sentir su fina mano recorriendo mi hinchada macana, en serio que estuve a punto de venirme tan sólo con su tierno y delicioso toqueteo.

Aunque la cosa iba para más, ya que luego de sobarla un poco, se hincó, quedando su rostro frente a mi falo, con intenciones de llevárselo a la boca.

—¡Oye! No, eso si no. ¡No debes hacerlo! —le dije, aunque sin mucha convicción.

Pues ante ese hecho real me asaltó el remordimiento, ella hizo caso omiso y sin esperar a más, comenzó a resbalar su delicada lengua sobre el enrojecido glande, haciéndome estremecer. Ya no había reversa, ya no podía hacerme para atrás. La tomé por la nuca, casi obligándola a que se tragará toda mi verga.

Total, si eso era lo que ella quería, ¿quién era yo para negarme a dárselo? ¿Qué clase de amigo sería con ella si no le permitiera disfrutar de lo que anhelaba?

Ella apretaba, mi chile, con su lengua y paladar, la deslizaba lentamente hacia afuera y hacia adentro, aquella era una chupada deliciosa, increíble y excitante.

Yo sentía las corvas ablandarse y creí que las piernas se me querían doblar.

Tuve que retirar mi chorizo con rapidez de su fosa bucal, pues si hubiera esperado un segundo más, me hubiera derramado dentro de ella.

Norma, me miró, limpiándose los labios, sin decir nada se acomodó boca arriba sobre un sofá, abriendo todo el compás de sus torneadas y sabrosas piernas, ofreciéndome de forma abierta, literal, su empapada rendija.

Me subí sobre ella, apoyándome sobre mis codos, para no sofocarla con mi peso. Acomodé la punta de mi dardo en el centro de sus carnosos labios vaginales y cuando me sentí seguro de no fallar con la puntería, se la fui metiendo despacio, notando como el intenso calor de aquel túnel, se abrazaba a mi chile.

No quería apresurarme, así que mientras se la metía, de manera suave, continua, escuchaba como gemía y suspiraba, cuando se la enterré por completo, pude sentir como se juntaba su pelambrera con la mía y sobre todo, la tibieza de su vientre plano y liso, delicioso, pegado a mi cuerpo.

Ella respiraba trabajosamente, gimiendo me pidió:

—No te detengas… continua… cogeme… así… así… muévete rico.

Empecé a darle gusto, y por qué no, también a dármelo a mí, sacando todo mi miembro para volverlo a meter hasta el fondo con un vaivén cachondo.

Ella apretaba los labios en cada embestida, de pronto sentí como me apretaba con sus piernas, empujando su pubis contra mi verga y casi gritó al alcanzar un primer e intenso orgasmo, murmurando:

—¡Oh, estoy muy caliente! ¡Aaahhh! ¡Estoy tan caliente!

No, pues para ese momento yo ya estaba encarrerado y quería seguir gozando de aquella deliciosa mujer, deseaba disfrutar lo más que pudiera de ella.

Así que una vez que sentí que se relajaba de su orgasmo, no lo dudé ni un segundo y la coloqué a gatas sobre la mesita de centro, quedando su bizcocho a una cómoda altura para lo que tenía pensado hacerle y disfrutar ambos con ello.

Antes de volver a albergar mi verga en su interior, quise extasiarme acariciando su blanca y tersa piel, quería sentir esas formas deliciosas bajo la palma de mis manos.

Recorrí mis ansiosas manos toda su espalda, hasta sus grandes, duras y carnosas nalgas, las cuales acaricié, sobé, apreté, separé para ver el fruncido orificio de su culo, luego metí mis manos por debajo de su cuerpo, tomando los rotundos pechos, con todo mi placer, apretándolos, acariciando los pezones con mis dedos.

Ella impaciente me dijo:

—Ya, ya, ya no juegues más, sigue, metémelo todo, lo necesito.

Puse una mano sobre cada nalga, las separé y centré mi tolete en su empapada panocha, cuando me sentí seguro, empujé con determinación.

Mi pene resbaló hacia arriba, atorándose en el ano, quise moverlo de ahí e intentar nuevamente mi embate, sólo que, ella me lo impidió gimiendo de manera deliciosa:

—¡Por ahí, metelo por ahí! Nunca lo he hecho y quiero saber lo que se siente, hazlo, empujalo, dame verga, rompeme el culo, hazme tu puta.

Y como donde manda capitán no gobierna marinero, yo le obedecí, me agaché sujetando sus nalgas con mis manos, las abrí y clavé mi boca con determinación en el fruncido agujerito que se contrajo más al sentir mi lengua.

—¡Aaahhh! ¡Qué rico se siente! —exclamó ella con toda su pasión.

Seguí lamiendo y chupando aquel fruncido cicirisco, tenía que dejarlo bien lubricado para que el dolor fuera menor, sin dejar de lamer, besar y morder sus ricas nalgas, metí uno de mis dedos en su culito.

Gimió y levantó más el trasero, moví el dedo, entrando y saliendo y de manera circular, luego metí un segundo dedo, aquello era delicioso.

Mi boca golosa chupando y mordiendo sus nalgas, mis dedos entrando y saliendo de su culo, ella gimiendo con todo el placer que sentía, ¿se puede pedir más?

Cuando el tercer dedo entraba y salía libremente de su recto, acompañado por los otros dos, yo sabía que ya estaba lista, así que, recogí un poco de su flujo vaginal, el cual escurría a chorros por su pucha y embarré mi camote.

Lo centré en su culo y empecé a luchar, tratando de incrustar mi verga, poco a poco fueron cediendo sus pliegues anales, que se restiraban amenazando con reventar.

Su rostro se puso rojo y las venas de su cuello se inflamaron, ella pujaba, aunque no claudicaba soportando con valentía el dolor que esto le estaba provocando, su cuerpo se bañó de sudor debido al esfuerzo que estaba haciendo, hasta que sintió mis testículos chocar contra la parte baja de sus nalgas.

Yo me quedé quieto y así permanecí por lapso de unos segundos, gozaba con ver como la tenía bien empalada, su cuerpo también inmóvil como temiendo que si se movía se iba a lastimar.

Mientras esperaba a que ella se adaptara al intruso en sus entrañas, mis manos no se mantenían quietas, acariciaba sus nalgas, o sus pechos, o su espalda, o sus deliciosas piernas, todo lo que tenía a mi alcance.

Fui extrayendo poco a poco mi falo hasta la mitad y volví a empujar, continué con ritmo de meter y sacar, sintiendo como me apretaba de aquella forma tan deliciosa como lo estaba haciendo, lo saqué por completo y de un solo empujón lo alojé hasta la raíz, esto fue lo último que alcancé a hacer, pues mi cuerpo se tensó y sentí como se me escapaba una fuerte descarga de calientes espermas, era una sensación única, sentí que se me salían hasta los sesos.

Ella al sentir como bañaba sus intestinos, con mi leche caliente mientras mi pito palpitaba en su recto hinchándose un poco más, se estremeció de pies a cabeza y pujando y gimiendo se volvió a venir en un intenso orgasmo.

—¡Aaahhh! Uuuff, ough, ¡que rico siento, me estoy viniendo! —gemía mientras rotaba sus nalgas de una forma tan deliciosa que me fascinó.

Saqué mi miembro y cuando estuvo afuera todavía aventé un último chisguete de crema, que cayó sobre sus nalgas, como una firma personal.

Sintiendo agitada mi respiración, me fui a sentar para recuperarme.

Ella no quiso reposar, se incorporó y por sus piernas escurrió todo el líquido que yo había depositado antes dentro de su recién estrenado ano.

Se fue al baño para lavarse a conciencia, yo me vestí de prisa, pues sabía que de un momento a otro llegaría Gerardo y no quería que me agarrara con los pantalones en los tobillos, ¿qué le podía explicar?

Después de que se hubiera aseado Norma, se vistió y arregló, luego volvió conmigo, ya más serenos nos sentamos en la sala a platicar como viejos amigos.

—Fausto, no quiero que por ningún motivo esto se sepa —dijo ella.

—Ni loco que estuviera. Así como yo guardaré el secreto, te pido que tú también lo hagas —le contesté— no me gustaría tener problemas con nadie

Y como si hubiéramos tenido el tiempo exactamente medido, Gerardo, llegó en esos momentos. Cuando me vio le dio mucho gusto y no lo ocultó.

—¡Fausto, ¡que agradable sorpresa! Dime qué te has hecho.

—Pues ya sabrás, como todos, trabajando —le dije, sintiéndome un vil gusano.

Norma agachó la cabeza y simuló tranquilidad, aunque en realidad se notaba un poco inquieta, tal vez nerviosa por la presencia de su marido.

Yo sentí un tremendo pánico cuando Gerardo, exclamó:

—¡Qué raro, huele como a no sé qué!

Yo sí sabía a qué, era aroma a sexo, a pasión, a lujuria, la verdad es que aquella sala, no se había alcanzado a ventilar bien en tan poco tiempo.

Yo me quedé callado, en realidad no sabía que decirle, Norma, reaccionó rápido y se fue a servirnos unos vasos de refrescos y una botana.

Gerardo, ya no siguió insistiendo con lo del olor, cambiamos de tema.

Más tarde salí de su casa con un remordimiento que devoraba mi moral, no niego que no haya disfrutado, lo hice y mucho, sólo que, él era mi mejor amigo.

Antes de despedirnos, los tres en la sala, formalizamos juntarnos un fin de semana para cenar en su casa, de esa manera recordar los viejos tiempos.

Norma y yo nos vimos de reojo, ambos nos sentíamos culpables por la abierta amistad que Gerardo, me manifestaba, la cual traicionamos.

Cuando, horas más tarde, llegué a mi casa, Luz María, mi esposa me esperaba para cenar, como de costumbre, me recibió con un abrazo y un beso, al hacerlo me dijo:

—Oye ¿A qué hueles? ¿Dónde estuviste?

—¡A qué quieres que huela? Vengo de la casa de Gerardo. Estuve con él toda la tarde —repuse, tratando de justificar sus dudas.

Fui al baño con el pretexto de lavarme las manos y ahí traté de asear mi manguera para no seguir oliendo a sexo de mujer, que era lo que me delataba.

Luego me fui a sentar a la mesa para comenzar a cenar.

Luz María me miraba con un gesto de duda y preguntó:

—Dime la verdad, ¿Dónde estuviste?

—¡Qué necedad la tuya! En ningún otro lado, ya te dije que con Gerardo.

Le contesté un poco molesto, aunque sabía que ella sospechaba algo, "al fin mujer" ya que se dice que cuentan con un sexto sentido y es muy difícil engañarles sin que lo detecten, de ahí aquello que dice: “hueles a leña de otro hogar”, más bien será: “hueles a panocha de otra mujer”, y es tan complicado mentirles.

Mientras cenamos, ella permaneció callada, después nos fuimos a dormir.

Al otro día siguió enfadada y antes de salir al trabajo me advirtió:

—Donde esté segura que algo más hiciste ¡cuídate!

—Ya deja de tener malos pensamientos, no seas celosa, te aseguro que tengo mi conciencia tranquila, no tengo de que cuidarme —le dije y partí al trabajo.

Por un par de días, ella no quitaba el dedo del renglón. Una tarde al salir del trabajo fui interceptado por dos tipos, uno de ellos me dijo:

—Simula que somos amigos y camina —mientras me clavaba una pistola en las costillas al pararse junto a mí amagándome con ella.

Me subieron a un auto, tomaron dirección hacia una carretera, me vendaron los ojos e hicieron que me recostara en el asiento trasero, la verdad era que yo estaba que me cagaba del miedo, ¿para qué querrían esos bueyes secuestrarme?

Dinero no tengo, estoy jodido y voy al día, viejas, sólo con la de Gerardo me había metido en los últimos meses, deudas, muchas, solo que todas legales.

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