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Ajuste

La dama misteriosa

El movimiento de nuestros cuerpos estaba sincronizado a la perfección, como si lo hubiéramos estado ensayando durante mucho tiempo, no había duda alguna de que formábamos un estupendo trío, y ninguno tenía de que quejarse, tan sólo nos dejábamos llevar por el momento sin pensar en nada.

Luciano, me hizo venirme otras dos veces antes de sentarse en el sillón y de pedirle a su mujer que se montara sobre de él, dándome la espalda, con verdadera pasión vi como ella lo cabalgaba, metiéndose y sacándose la reata a cada movimiento, él la sujetaba por las nalgas y se las abría de una manera deliciosa.

Tal vez fue por eso que no me pude contener y me sitúe de tras de ella, con la boca comencé a lamerle el chiquito, al tiempo que recorría desde los huevos de él hasta el culito estrecho y apretado de ella.

Todo aquello me tenía desquiciada, no deseaba que terminara nunca, sólo que, para mi desencanto, ella no tardo en venirse en dos ocasiones y él se vacío en su vagina, cimbrándose, con todo el placer que sentía.

En la punta de mi lengua noté como sus pelotas se ponían más duras y las mordí, con la delicadeza suficiente para no causarle ningún daño.

Los tres quedamos en la sala desnudos por completo y platicando como viejos amigos. Luciano, me dijo que le había contado a su esposa la forma en que me cogió en la oficina y que como estaba seguro que a ella le iba a calentar aquello, por eso me cito en su casa, todo estaba planeado para que yo pudiera disfrutar con ellos.

No me arrepiento de lo que hice, es más lo hemos venido repitiendo con mucha frecuencia, ya que ellos son mis amantes y soy muy feliz, a mi marido no le he contado toda la verdad, ya que no quiero que interfiera en esa relación que es tan maravillosa, tan especial y sobre todo tan satisfactoria.

Él cree que me aviento mis palitos con mi primer novio y eso lo tiene muy contento, ya que yo no le exijo que me cumpla en la casa y así puede irse con sus amantes, lo que no tiene ni idea, es que la mujer de Luciano, Marcela, está mucho mejor que yo de cuerpo y es la más fogosa de los tres.

Cuando terminé de oír aquella confesión que le hicieran a Lina, comprendí que había sido ella la que le propuso a su marido que yo fuera su amante, por eso él acepto, yo no implicaba ningún problema, y me gustaba, ahora ya tendría como amante de planta a la mujer que siempre me había gustado y por la que sentía un especial cariño, aunque más bien, debo decir, siento un cariño más allá de todo.

—¿Y tú...? ¿Por qué viniste? —me preguntó de pronto ella.

—¡Por tus sabrosos besos...! No los he podido olvidar y quise volver a disfrutarlos. ¡Tus besos son sensacionales, únicos en todo el mundo! —le dije con toda sinceridad ya que así era como siempre lo he sentido.

Ahora somos felices los tres, yo satisfaciéndola a ella, Lina, tranquila porque tiene toda la verga que puede necesitar y su marido ya no se preocupa de que ella pudiera caer en manos de un desconocido que le hiciera daño.

Aquella historia si que nos dejó a todos callados, incluso muchos ni notaron cuando él se sentó de nueva cuenta y el silencio nos envolvió, el anfitrión, tal vez comprendiendo lo que nos había impactado todo aquello, iba a tomar la palabra cuando otro de los asistentes se levantó y comenzó a hablar.

La misteriosa amante

Era casi la media noche, y todo el día había estado aburrido.

Arsenio destapó una cerveza fría y yo le di un sorbo mientras guiaba el coche por la calle casi desierta.

En una ciudad donde prácticamente ya no existe vida nocturna como ésta no hay mucho qué hacer cuando no se tiene una cita con alguna muchacha en un sábado por la noche. Arsenio y yo habíamos estado llamando a todas las chicas que conocíamos, hasta a las feas, y todas tenían ya sus citas hechas o estaban ocupadas, o simplemente no estaban en casa, lo cual nos obligó a andar de buscones, es decir, de bar en bar, de club en club y de antro en antro, con la esperanza de que algo resultara al fin y no nos fuéramos en blanco.

Pero qué mala suerte la nuestra. Los clubes, los bares y los demás lugares estaban llenos de hombres solteros en las mismas condiciones de nosotros, buscando algo que poder levantarse para vivir una aventura nocturna.

Total, cero mujeres, ni las feas habían salido esa noche.

—Es mejor que nos paremos por ahí y consigamos más cerveza antes de volver al departamento... —comentó Arsenio, mirando tristemente su cerveza.

—Esta ya no está tan fría y es la última, además... más me hubiera valido pasar la noche trabajando... —me dijo como si yo tuviera la culpa.

Arsenio se encogió de hombros y después añadió:

—Tenías unos buenos fajes con la Teresa, y los echaste a perder, mi buen...

Esa observación pareció darle un latigazo a mi cerebro y me reí en voz alta, como para disimular la gran verdad que Arsenio me estaba diciendo.

Lo cierto era que Teresa, era una chica demasiado puritana. Al fin pude llevármela a la cama, y eso fue el fin de todo, por más que lo intenté.

Ella, no quería sino tenderse ahí, quietecita, y cuando le pedí que me hiciera lo mismo que yo le había pedido, me mandó a volar y nunca más aceptó citas.

Mi gran error había sido que me puse a meterle mano hasta encuerarla y después le di sus buenos pasones de lengua por la papayita, para que se me fuera ablandando y supiera lo que era bueno.

Aunque la verdad fue que la asusté y ya no quiso saber nada de nada cuando ya me disponía a dejársela ir. Esa vez me fui en blanco porque la Teresa, agarró sus cosas, se vistió y salió del cuarto de hotel hecha la mocha sin hacer caso a mis súplicas.

Así que Arsenio, no sabía propiamente lo que había sucedido.

Me había cansado de tratar de calentar a ese témpano de hielo que sólo hacía las cosas si había de por medio una promesa de matrimonio y la visita cuanto antes a su casa para pedir permiso de relaciones formales a sus papás.

Ni para esposa serviría la pobre Teresa, porque no sólo era una ignorante en las cuestiones de sexo, sino que no tenía un sólo gramo del temperamento fogoso que requieren todas las hembras, pensaba yo mientras tenía la mirada perdida en la calle oscura.

Nos acercábamos a la terminal camionera. Ahí estaba la estación de autobuses, en una calle que a esa hora tenía casi nada de tráfico y unas cuantas luces encendidas, pero por lo demás, parecía estar tan muerta como nuestras esperanzas.

Súbitamente Arsenio, lanzó un silbido y me pidió a gritos que me detuviera.

Paré en seco, sobresaltado, y renegué porque con el frenazo, Arsenio me salpicó un poco de cerveza en los pantalones.

—¡Olvídate de la cerveza, carajo...! ¿Estás viendo lo que yo veo...? —exclamó con mucha excitación y ansiedad en su voz.

Seguí la dirección de su mirada y a pesar de la oscuridad y de que no estábamos tan cerca de ella, vi una chica menudita, de cara preciosa, con unos ojazos inmensos, sentada en un escalón que había debajo de un árbol enorme.

A sus pies, tenía una maletita y se acomodaba en su abrigo como si se estuviera congelando de frío. Se le alcanzaban a ver las pantorrillas muy bien hechecitas y muy torneadas, por lo que, sin duda, sus piernas serían una delicia.

—¿Y qué hay con eso? Es sólo una chica que espera el autobús... —dije yo encogiéndome de hombros.

—Tal vez hace mucho rato que está esperando y a lo mejor daría cualquier cosa por tener compañía, acércate un poco... —me dijo Arsenio, con optimismo dándome un codazo para animarme a lanzarnos con todo.

Manejé lentamente hasta que estuvimos a unos pasos de ella. Luego mi amigo bajó el vidrio de la ventanilla y le gritó a la muchacha:

—¡Hola, nena...! ¿Perdiste el autobús...?

Ella pareció sorprenderse al principio, tanto por lo inesperado de la situación, como por la voz de él, luego asintió ansiosamente y sonriendo respondió:

—Así es... ahora tengo que esperar aquí hasta las seis de la mañana, cuando salga otro... y a esta hora todo está cerrado para hacer tiempo...

Arsenio me volvió a mirar y asintió también para decirme en voz baja:

—¿Qué te dije...? Espera un momento, socio... se me hace que la noche todavía va a ser muy larga...

Comenzó a bajarse del auto y yo le dije lo que cualquier amigo diría en esos casos.

—Muy bien, lígatela y yo mientras tanto me voy a tomar un café... pueden usar el departamento para...

Él me hizo un guiño muy significativo y se bajó del vehículo haciéndome una seña de que esperara. Yo me quedé un momento, deseando que fuera yo el conquistador.

La chica no estaba nada mal y ya hacía tres semanas que Teresa y yo habíamos roto nuestras relaciones. Y tres semanas es un largo tiempo sin mujer.

Con el rabillo del ojo miré a Arsenio, hablar con la desconocida. Luego apreté los dientes al ver que ambos venían muy sonrientes hacia el auto.

El muy abusado la había convencido.

Y mientras caminaban muy orondos, Arsenio, llevándole la maleta para dárselas de muy caballero, se le abrió el abrigo a la chica y noté inmediatamente que tenía puesto un vestidito muy corto y poseía un magnífico par de piernas.

Arsenio se iba a dar el gran banquete, pensé yo, muriéndome de envidia.

—Esta muñequita se llama Melisa... —me dijo Arsenio muy orgulloso mientras la escoltaba a sentarse en el asiento delantero, entre él y yo.

—Hola Melisa, mucho gusto...

—Mira, Genaro... Melisa está muy sola en esta ciudad y dice que no le caería mal una poca de compañía durante estas horas peligrosas de la noche... —aclaró mi amigo y al decirlo, me volvió a guiñar el ojo sin que ella se diera cuenta.

—Pues parece que ya la encontró, yo me llamo Genaro... —le dije a la chica de los ojazos con mi voz más cautivadora.

—¿Qué tal...? —respondió ella abanicándose los ojos con sus largas pestañas postizas que hacían que sus hermosos ojos se vieran más grandes.

Y sin dejar de sonreír, añadió:

—Es muy amable de parte de ustedes querer acompañarme... ahí estaba yo sentada, tiritando de frío y de miedo y los que pasaban cerca de mí me decían cosas ofensivas y de mal gusto, así que ya no quería estar ahí sola...

—Pues yo le dije que nosotros le podemos hacer compañía y hasta podríamos conseguir unas cuantas latas de cerveza e ir a nuestro departamento a pasar el rato... —continuó diciendo Arsenio guiñándome el ojo otra vez.

Y a mi amigo se le notaba el orgullo por su conquista. Aunque no me explicaba por qué quería que yo lo acompañara, por lo que me ofrecí a irme a dar un paseo y dejarle el departamento para él sólo, pues ya antes lo habíamos hecho, por turnos. Es como una especie de convenio de caballeros entre los tres que ocupamos el departamento.

Buscamos una tienda para comprar más cerveza y mientras nos las surtían, le volví a reiterar a Arsenio que yo lo podía dejar solo con la muñeca, pero no me hizo caso.

—Se me hace que esta chava quiere con los dos, así que vamos a llevarla al departamento, a ver qué pasa... —me confió él mientras la sabrosa muñeca nos esperaba en el coche.

—¿Tú crees...?

—Así es, mi buen... ah, cómo me gustaría que nos viera Ramiro, que nos miró como con lástima porque no teníamos compañera esta noche...

Yo me reí aprobando su comentario. Ramiro, era el tercer socio que compartía con nosotros nuestro departamento, y se creía un Don Juan, con las mujeres.

Esa noche se había conseguido a la nueva secretaria de la compañía en donde trabajaba, y le habíamos apostado a que no sería capaz de llevársela a la cama.

Y con una poquita de suerte, lo podríamos dejar abajo en cuestión de conquistas, si es que Melisa, le entraba con los dos.

Entre chistes y comentarios graciosos, por fin llegamos.

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