CAPITULO 3
21 de Noviembre de 2015
Idiota. Así me sigo sintiendo desde esa llamada, pero por razones muy distintas. Hoy estoy segura de mi idiotez por no re-cordar mi último día, y sobre todo considerando que podría ser mi último día en esta existencia. Solo una verdadera imbécil ahoga sus problemas en el alcohol, ¿es que acaso no aprendí nada estos últi-mos cinco años? ¿Cuándo el alcohol ayudó? ¿Cuándo no me arre-pentí de haber tomado, mientras organizaba mis recuerdos confusos y en algunos casos buscaba mi ropa?
Siempre creí que cuando tomaba mi gemela malvada emer-gía para humillarme y avergonzarme. Como aquella vez que hizo que participara en un concurso de canto, en aquel bar de mala muer-te, donde me descalificaron cuando mi gemela vomitó en medio del escenario.
¿Y qué pasó con esa promesa que me hice aquel funesto día de jamás volver a tomar? Eso, es lo que me molesta en estos instan-tes. Tiré por el caño todo el esfuerzo que hice en todos estos meses sin tomar.
Los recuerdos que viven en mí son dolorosos. El problema con la depresión es que te persigue aunque quieras huir de ella. Es un villano bastante insistente que busca tu desdicha y se alimenta de tu desgracia, de las cuales he tenido muchas para alimentarlo.
Mi vida siempre ha sido un desafío constante y continuo. Conté con grandes amigas y amigos que fueron tan solidarios con-migo en mis peores momentos, y que borré de mi vida. Si los tuvie-se a mi lado ahora, si los hubiese tenido a mi lado hace unos días, quizás mi historia sería distinta, primero: recordara mí historia; se-gundo: no me hubiesen dejado tomar; tercero: no estuviese rosti-zándome bajo este sol absurdo, auto castigando mi falta. Y la lista puede seguir.
Pero soy de nuevo la responsable de mi autodestrucción. Nunca quise explicarles las cosas que estaba viviendo, pues no so-portaría sus ojos reprobatorios, sus juicios y mucho menos sus re-chazos. Así que me fui apartando de ellas. Evitando fiestas, cele-braciones, cumpleaños, reuniones. Ignorando llamadas, mensajes y correos. Debo darles el mérito a la persistencia e insistencia; porque vaya que me costó ignorarlos.
Pero más pudo mi miedo y en definitiva me aislé en ese nuevo mundo donde estaba, un mundo que dicho sea de paso nun-ca me gustó, pero era el mundo donde creía pertenecer. Así me en-cerré en mi torre, mi propia cárcel personal. De la cual estoy segura que logré salir ¿pero mi salida es una liberación real?
Unas risas me sacan del pequeño letargo donde comenzaba a sumergirme.
— ¡Ay! No sabíamos que estaban….
La muchacha deja la frase justo a la mitad, en el momento en que nota que no es “estaban” sino “estás”. Mira hacia la botella vacía con tanto asco como me mira a mí. Intento por puro reflejo arreglar mi camisa, no sé para que la quiero sin arrugas, si debería preocuparme más por el vómito que la adorna. Ella por supuesto, es-tá perfecta con un — demasiado corto— vestido de verano de Bershka, que resalta su figura perfecta en los puntos indicados, con una caída casi angelical y delicada sobre su muslo; y él, bueno, co-mo salido de un anuncio publicitario de Banana Republic, unos pantalones cortos blancos, unas Vans azul celeste que combinan con su camisa, unos lentes Ray Ban sobre su cabeza, y con cara de tonto agarrado a su cintura. Él me ignora por completo, solo tiene ojos pa-ra ella. Y decido odiarlo, no porque no me mire, sino porque puede mirarla a ella así; a ella la odio no solo por su perfecto cabello a pe-sar de la brisa, sino por tener a alguien que la mire así, aunque ella no le devuelve la mitad de la devoción.
No me molesto en responder, así que aparto la mirada de ellos y me concentro en el oleaje.
—Es su cumpleaños, ¿sabes? Y queríamos un espacio para algo romántico…— Dice ella mientras él sonríe en su cabello, inha-lando su aroma. La piel de ella se eriza y no puede evitar sonreír.
Sé que está pidiéndome que me vaya, sé que está siendo cortés, pero también sé que no me importa. La ignoro por comple-to. Algunos segundos de silencio después, él entiende primero que ella que no me moveré. Ella no es bruta, solo tiene esperanzas de lograr su cometido. Está acostumbrada a obtener lo que quiere. Su sorpresa es que ese no será el caso hoy, por lo menos no de mí no obtendrá lo que pide.
Escucho una exhalación de frustración y se marchan. Vuelo a la paz de mi soledad, pero se ha perdido cualquier rastro de sue-ño.
No puedo evitar recordar mi último cumpleaños. No fue ha-ce mucho, solo 3 meses. Celebraba mis 27 años en absoluta soledad, tratando de convencerme que eso era lo que quería. A todo el que llamó les dibujé una reunión imaginaria donde estaban todos mis no existentes amigos. Era una noche calurosa de agosto, así que me mantenía hidratada a base de limonada fría. A las 10 de la noche, después de una llamada de Dominic, donde avisaba que no llegaría, porque según me dijo había mucho trabajo en la empresa, decidí darle play a la canción de cumpleaños en Youtube y soplar mi vela.
Guardé algunas porciones de torta y el resto la devoré sin pudor, total, era mi cumpleaños, y sin mucho espaviento celebré un año más de vida, una vida triste y vacía.
Recuerdo haberme visto en el espejo antes de acostarme a dormir, y haber puesto la misma cara de asco que tenía la muchacha hace unos momentos. Miré la mancha de vomito en la camisa, y sentí el mismo asco. Pero luego vi la mancha de sangre en mi panta-lón. Lo levanté esperando encontrar una bastante fea herida que la justificara, pero no había nada. La sangre no era mía.