CAPITULO 2
11 de Noviembre de 2015
—¿Alooou? — Digo distraída mientras hago zapping en la te-levisión.
—¿Alexa? — Pregunta una mujer de voz ronca. Tan ronca que parece un gato ronroneando en mi oído
—Sí, ¿Quién es? — Su voz despierta mi concentración.
—Tú sabes quién es. — Contesta de forma arrogante.
Esa voz, ya la he escuchado antes. Al principio no entiendo nada sobre lo que está pasando. Miro como una estúpida el teléfono para confirmar que hay una llamada en curso, y no son imaginacio-nes mías; pero sobre todo lo miro con la esperanza de ver algún nú-mero desconocido o el nombre de algún contacto existente en mi agenda, que me genere la tranquilidad de que estoy en medio de una broma, aunque sea una de pésimo gusto. Sin embargo, es un número que conozco muy bien.
—¿Estás allí?— De nuevo me perturba su voz; es tan grave que la puedo ver vibrar en el parlante.
—Sí— Respondo mientras llevo el teléfono de regreso a mi oreja.
Una pequeñísima y tímida voz en mi interior me pide que cuelgue, pero ese sexto sentido femenino, que se manifiesta como una pequeña gota de agua helada corriendo a lo largo de la espina vertebral, me mantiene pegada al teléfono. Lo apretó tan fuerte que temo romperlo.
Casi puedo ver como la sonrisa se dibuja en su rostro.
—Nosotros también. — Ronronea divertida y cuelga el telé-fono sin decir más, y sin esperar mi respuesta.
Con el celular aún en las manos, veo el anuncio de llamada finalizada, como esperando que sea mi teléfono el que me ofrezca las respuestas a todas mis confusiones, lo miro sin parpadear, pero nada sucede. ¿Qué hace ella llamándome? ¿Cómo tiene su telé-fono?... ¿“Nosotros”?
***
21 de Noviembre de 2015
Esa simple llamada es la que me trajo hasta este viejo faro. Esa llamada acabó con todo lo que conocía y cómo lo conocía. Sin embargo, sé que en algún instante le agradeceré esa llamada, hoy no será, pero quizás algún día. Esa llamada me sacó del hueco donde estaba y en estos momentos, a orillas de un precipicio, estoy mejor.
11 de Noviembre de 2015
Me sentí como una idiota cuando comprendí lo que signifi-caba esa llamada. Mi existencia en este santiamén fue la burla de ellos. Imbécil. ¿Cómo no lo vi antes? ¿Cómo no lo supe? Aún esta-ba sentada en la cama con las piernas acalambradas, la boca seca, un helado derretido a mi lado y completa y absolutamente furiosa.
* * *
04 de Octubre de 2015
—¡Hola! — Digo alegre, incluso antes de que Dominic diga algo.
—Hola. — Responde cortante.
—¿Cómo estás?— Intento otro acercamiento. Sé que en el trabajo no le gusta recibir llamadas.
—Bien. ¿Todo bien?
El hecho de que pregunte preocupado por mí, me derrite un poco el corazón.
—Sí, todo bien. Solo quería saber a qué hora vienes a ca-sa. Estoy preparando una receta nueva de Buzzfeed. — Trato de contagiarle mi entusiasmo. — ¡Te encantará!
Unas risas de fondo, la de Dominic incluidas, llaman mi atención.
—Claro. Dame un segundo — Dice Dominic hablando con otra persona. Siempre pasa lo mismo, solo debo esperar.
—¿Amor? — Pregunto para llamar su atención.
—Ya va. — Responde otra vez cortante. ¿Conmigo sí emplea su tono seco? Comienzo a molestarme…
Sé que tapó el auricular porque no lo escucho ni respirar. Cierro los ojos e invoco toda la paciencia que tengo en mi cuerpo para no explotar en cuanto vuelva a nuestra conversación. Por unos segundos que parecen eternos, no escucho nada, hasta que el ruido de fondo se reactiva en el teléfono.
—Alexa. Tengo que colgar. — Dice apresurado. — No voy a ir a cenar. Tengo mucho trabajo. — Lo conozco tan bien, que sé que estaba sonriendo y que trata de parecer serio. En otras palabras, me está mintiendo.
—Está bien, yo te espero y comemos juntos. —Cambio mi táctica otra vez. No quiero perder esta pelea.
—Iré tarde. Al salir, iré con Noé.
Ese nombre, cada vez que aparece en una conversación im-plican dos cosas: uno: no vendrá a cenar; dos: no vendrá a la casa; y bueno, creo que implica tres, porque cuando aparece el nombre de Noé siempre habrán mujeres.
—Pero ya hice la comida. — Trato de poner voz de pu-chero. No puedo evitar sentirme arrastrada mendigando por su tiempo, pero aparto ese sentimiento de mi cabeza, tan rápido como llega.
—Tengo que colgar. Me están esperando. — Las risas en el fondo se repiten y esta vez escucho risas de mujeres, lo cual hace que me hierva la sangre.
Pelear nunca ha sido mi fuerte, pero tengo bien claro que pe-lear por teléfono, no sirve de nada, porque finalmente el igual saldrá y no quiero que salga molesto conmigo pues solo estará susceptible a cualquier otra situación que alegre su noche y empeore la mía.
—Está bien. — Trato de sonar despreocupada, pero él también me conoce y sabe que no estoy bien, sin embargo, lo más doloroso es saber que a él, eso no le importa. Nunca he sido compe-tencia de Noé o de una botella.
—Tranquila, ¿okey? Te amo. — Me dice con esa voz que me derrite, con esas palabras que me hipnotizan. Su voz, casi en su-surro directo en mi oído, hace que lo pueda sentir justo a mi lado.
—Lo sé… — Suspiro — Te amo.
Dominic llegó a casa 20 horas después de esa llamada.
***
11 de Noviembre de 2015
Me levanté y despotriqué todas las groserías que sabía, las que no, y unas inventadas con mucha creatividad. Ofendí a todos sus ancestros, y a todos sus familiares y amigos vivos.
— ¡Tarada!— Grité al aire.
Eso es lo que era, una gran e inmensa tarada, por no darme cuenta, por no querer ver lo que siempre estuvo delante de mí.
Cuando la rabia inicial pasó, cansada de gesticular al viento y golpear rostros imaginarios, me senté en la cama, cubrí mi rostro con las manos y lloré. Muchos instantes felices pasaron por mi ca-beza en ese tiempo, muchas risas, sonrisas, lágrimas de felicidad y también de tristezas, de miedo, pero esas últimas las aparté de mi memoria, como sabía hacerlo tras años de práctica.
Nada podía hacer en ese minuto, nada podía hacer esa no-che. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que recuperé el control de mis hipidos, y cuando lo hice sentí una paz muy extraña en mi interior, la paz de saber que había llegado el momento esperado, pe-ro sin saber qué momento era.
Recogí lo que quedaba del helado, que ya estaba invadido por grandes hormigas y lo deseche en el lavaplatos. Aseguré que la puerta de la entrada estuviese cerrada y me volví hacia el cuarto. Un rostro me devolvió la mirada. Era una muchacha joven, con unos cuantos kilos de más, el cabello enmarañado, seco y maltrato recogido en una coleta, con una blusa 2 veces su talla, unos panta-lones manchados y descalza. Me costó comprender lo que ese espe-jo con mi imagen me decía.
No es que ellos se hubiesen burlado de mí, es que yo lo ha-bía consentido e incluso incitado. Como todo en mi vida, era la culpable de mi propia autodestrucción. Sí, para ellos Alexa Lassen era un colorido arlequín, un ser que les alegró la noche con muchas risas y burlas a su propia costa, un bufón; pero había sido participe de esa situación cuando me olvidé de mi ser y mi persona y me en-tregué a la comodidad, una que irónicamente me incomodaba; por-que ninguna mujer disfruta depilarse y todas sueñan con el día en que lo deje de hacer, pero cuando eso pasa, no siente bienestar en sus piernas velludas.
Así que allí estaba lo que quedaba de mí. Mi cabello otrora largo y sedoso de color miel, ahora estaba maltratado, corto por los hombros, enmarañado, ni siquiera lograba recordar la última vez que estuve en una peluquería. Mis ojos marrones lucen apagados y can-sados. Incluso mi nariz, mi parte favorita de mi rostro, esta roja e hinchada de llorar. Mi ropa ancha está vieja y desgastada, no bene-ficia mi figura, que con el pasar de los años y el aumento de mi peso se ha deformado, no tengo ni una gota de maquillaje que resalte mis pómulos, destaque mis pestañas largas o mis labios carnosos. Toda la inversión que hice en mi maquillaje MAC se encuentra guardada llevando polvo en mi cómoda. Casi puedo escuchar a las asesoras de belleza que me atendían cuando lo compré regañándome por no cuidar mi cutis con los mejores productos, por no aprovechar las fortalezas de mi rostro y resaltarlas.
¿Cómo me puedo quejar de algo que yo misma ocasioné?