1, Milo
La cerveza yace fría sobre la mesa junto a otras más que me hacen compañía. He bebido por lo que parece una larga noche, pero en realidad no es así, comencé a las seis de la tarde; veo el reloj de pared y apenas son las ocho treinta de la noche. No es tan tarde como creí que era.
Hoy hubiera sido un día especial, ya que cumpliríamos cinco años de casados, pero, en vez de eso, se cumplen dos meses desde que Ariana falleció; el dolor de su perdida no solo ha dejado un espacio vacío en mi cama, sino también en el primordial lugar de mi corazón. He llorado todo lo que un hombre en su sano y perdido juicio puede llorar, he sufrido en silencio lo inimaginable tanto que ya no lo soporto.
No puedo concebir un futuro donde sus ojos no sean las farolas que me guían en las presiones tormentosas, donde sus manos sean las anclas que me sujetan a la realidad y me elevan a la paz. Un futuro sin ella no es futuro, así de simple. Su ausencia pesa más que la esperanza de un mañana, por eso he tomado una decisión sin retorno.
Al final de cuentas era ella el motivo del porqué el mundo existía. Era el amor que de sus labios salían los que me daban fuerza para seguir en este camino, pero sin ella, ahora nada tiene sentido. No habrá quien me llore, ni padres, ni tíos, ni hermanos, así que no siento algún pesar o remordimiento por lo que deseo hacer. Solo éramos un par de huérfanos que se conocieron desde niños y que encontraron el refugio en brazos del otro, ella era mi todo y yo era todo lo que ella necesitaba.
Ahora, es tiempo que me reúna con mi amada.
Tomo un trago más de la cerveza y camino con ella hasta la recámara, la dejo, por un lado, en la mesa de noche, a sabiendas de que de ella no volveré a beber.
—Es hora. Te veré muy pronto, mi princesa. Te veré pronto.