Epígrafe y Prefacio
Usted no encuentra el amor, el amor lo encuentra a usted.
Tiene un poco que ver con el destino, la suerte
y lo que está escrito en las estrellas.
Anaïs Nin.
Prefacio
Ariana se ha mantenido inmóvil recostada en la cama por lo que parece una eternidad, pero en realidad solo han pasado unos pocos minutos. La ansiedad me carcome y me desespera; sin embargo, trato de mantenerme lo más tranquilo que puedo. En el fondo de mi corazón sé que la charla indeseable debe hacerse y no se puede posponer más.
Me levanto del sillón reclinable que yace, por un lado, de la cama y me acerco acuclillándome junto a ella para verla de frente; una pequeña lágrima roda por su ojo al mismo tiempo que trata de no romper en llanto. Quito el flequillo de su frente para luego depositar un tierno beso como cuando éramos niños.
—Estoy aquí princesa, estoy contigo. No estás sola. —Al oír mis palabras, ella toma mi mano acunándola en su pecho y rompe a llorar.
La abrazo.
Hace dos días el médico nos dijo que ya no había nada más que hacer. Que lo único que debíamos hacer es esperar el momento definitivo. Nos aconsejó que fuéramos a casa, a poner todo en orden y a disfrutar nuestros últimos días juntos, eso hicimos.
—Tengo miedo, Milo —se sorba la nariz mientras se aparta y encuentra su mirada en la mía—. Aún no quiero morir.
—Lo sé nena… —Trato de ser fuerte y no llorar, ser fuerte para ella— No tengas miedo, yo estoy aquí contigo. No estás sola.
—Sé que no estoy sola, pero tampoco quiero dejarte —pone su mano amoratada por las agujas en mi mejilla y me ve como si las palabras se amontonaran en su lengua—. ¿Recuerdas todos los planes que teníamos? Ir a Irlanda, conocer las cataratas de Iguazú… —hace una pausa para respirar antes de que el llanto no la deje— tener hijos.
El llanto cae de sus hermosos ojos como agua en épocas de lluvias, sus perfectas cejas se tiñen de rojo al igual que su nariz y entonces la abrazo. La sostengo en este momento tan duro, tan cruel, tan despiadado. Quien dijo que no hay medicina que cure lo que cura la felicidad, mintió. Ni la felicidad más grande, ni la medicina más avanzada han podido estrechar ese puente entre el destino y la vida para la mujer que amo.
Ahora, lo único que me queda es amarla y darle la paz que necesita en estos momentos tan desesperados. No importa lo que yo sienta, no importa la impotencia, la frustración, el dolor, la tristeza, pues lo único que realmente tiene prioridad en mi vida, en esta vida, es ella, Ariana.
—No pienses en eso, amor. No te tortures pensando en lo que pudo ser, piensa en el ahora —Tomo sus manos y las beso con delicadeza— en que estamos juntos, en que no importa lo que suceda, pues si de algo debes estar segura no es del mañana sino de mi amor por ti. Por qué te amé aun cuando apenas te conocía, te amo a pesar de ver tus cicatrices y te amaré siempre, aunque no estés a mi lado. Pues, aunque todo se vuelva insoportable, debes de estar segura de que al final del camino, cuando mires hacia atrás, verás que todo lo que viviste, todo lo que hiciste, las personas que ayudaste, las sonrisas que tuviste, los llantos que derramaste y todo, todo el amor que me diste no fue en vano. Has marcado muchas vidas, has marcado mi vida cariño, para siempre.
Ella sostiene mi mirada con la suya, se alimenta de mis palabras que de a poco van calando en ella y transmitiéndole la paz que necesita para sosegar sus temores. Ella necesitaba que le recordara que la amo, no que no va a morir, pues es inevitable, sino que apaciguara esas olas que se levantan ante su calma, ella necesitaba que le recordase que por amor nada es en vano.