1, Maya
—¡Corre nena, apúrate! —grita Alma desde su lugar en la recepción de dirección.
—Voy, voy. —Llego agitada a donde ella y me extiende el lector de huella para que coloque mi índice— Uf, casi no llego.
Veo la hora en el reloj de pared y me alegra pues llegué justo a tiempo.
—¡Lo logré! —choco los cinco con Alma y hago un baile de alegría, mientras los chicos del turno me animan— Venga, vamos por ese bono, amigos.
Entre risas y comentarios sobre que siempre llego barrida caminamos juntos hasta el área de urgencias donde nos toca cubrir turno hoy por la noche.
Delante de mí, van caminando dos de los mejores pediatras que conozco, ambos van murmurando cuando noto una acción que no me pasa por alto.
—¡Hey, Carson! —le llamo al moreno de ojos verdes, ambos detienen su paso y me miran— ¿Cuánto te pagó John?
Todos en el grupo «de veintitantas personas» me miran confundidos, preguntándose de qué diablos hablo, excepto ellos dos.
—¿Cómo lo supiste? —inquiere risueño, John.
Subo los hombros porque en verdad no sé cómo lo supe.
—Ya sabes, una mujer lo sabe todo. Tenemos sexto sentido.
Suelto la risa y ellos también.
—Chicos, ya es tarde, vamos —anuncia este mientras camina por delante del grupo instándonos a proseguir.
Me acerco a Carson y le doy una palmada en la espalda en señal de camarería.
—¿Al menos te pagó bien?
—Por supuesto, ya tengo para las cervezas de mañana. —Me guiña un ojo y se adelanta.
Todo el equipo comienza a adelantarse a mi paso, yo me relego hasta quedar a lo último y los veo avanzar por enfrente de mí. Ya son tres los años que he convivido con ellos y con algunos otros que van y vienen. No es la primera vez que alguien apuesta a que no ganaré el bono mensual de puntualidad porque suelo llegar muy apenas, es como un concurso entre nosotros para ver quien lo logra. Sin embargo, yo muy pocas veces lo hago, ya que digamos que entre Netflix, la cama y yo tenemos una relación muy abierta y cómoda de la cual no me desapego muy fácilmente.
El cambio de turno y entrega de pacientes se hace como debería, la jornada comienza y yo tomo mi lugar como médica, cirujano general de urgencias. Hoy es catorce de febrero y se supone que deberíamos estar celebrando… pero aquí estamos como buenos profesionistas, trabajando.
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Afuera la noche está impregnada de humedad, las calles se visten de unas cuantas gotas y algunas hojas que el viento les trae como presente. Termino el cigarrillo y entro de nuevo, apenas serán las nueve de la noche y pinta una jornada colmada de pacientes. A la distancia se oye una ambulancia, tal vez su destino sea este hospital o bien la clínica privada que está a menos de una calle desde aquí.
Ya sea una o la otra me quedo parada en la entrada de urgencias, por donde llegan los automóviles y unidades médicas. No pasan unos minutos cuando el sonido aumenta y concluyo que el destino es nuestro centro, llamo a los chicos de primera exploración para el ascenso de la unidad.
—Doctora, se acerca una unidad médica con un paciente suicida, herida profunda en brazo izquierdo, treinta y un años y con un posible shock hipovolémico —anuncia Camille, la jefa de enfermeras.
El equipo comienza a movilizarse y prepararse para atender al paciente, la lluvia hace de las suyas y comienza a caer abundante sobre la acera. Veo la ambulancia dar la vuelta por la avenida principal, tomo aire y exhalo con parsimonia. En estos casos no hay nada mejor que estar tranquila, aunque lo único que puedo pensar es en que llevó a este hombre a querer suicidarse en un catorce de febrero… eso es triste.
La ambulancia se estaciona y comienza el ajetreo, los camilleros y enfermeros comienzan a hacer su trabajo. Por mi parte, recibo al paciente de urgencia guiando al equipo a la sala de cirugía, al mismo tiempo en que los paramédicos dan el informe de lo sucedido y comienzo a dar órdenes para intervenirlo.
Su pulso es muy bajo y le han habilitado un torniquete en el brazo, su cabello castaño yace sobre su rostro y una de las enfermeras se lo retira. Observo rápidamente sus facciones, ya que no me pasa por alto, que es apuesto, y que también luce demacrado e incluso deshidratado, lo cual debe ser producto de una larga jornada de borrachera, pues el olor no pasa desapercibido.
—Gracias, chicos, es todo. Nosotros nos encargamos. —Me despido rápido del equipo de la unidad móvil y prosigo con lo mío.
Todo el equipo médico yace trabajando y preparando al joven para salvarlo.
—¡Vamos equipo! —los animo con alegría a pesar de lo incongruente de la situación—. Iker, pon un poco de música para concentrarnos. ¡Venga chicos!, quiten esas caras, hoy vamos a salvar una vida.
Y todos me miran como si estuviera loca, pero una loca segura de que este día en mi guardia nadie va a morir.