Un baño en toda regla
Yo que una justificación quería para tocar aquel portento que me pedía apretarlo.
Ni tardo ni perezoso, tomé la pastilla de jabón y se la empecé a restregar por los testículos, ocultos entre la mata de pelos; también su ano, el cual se contraía al sentir en su contorno mis dedos. Lentamente fui subiendo mis manos mojadas hacia su pene, comenzando del pubis hacia el glande.
Él se convulsiono de placer y tuvo que ingeniárselas para llevar su mano hacia mis nalgas y apretármelas, como queriendo romper el pantalón para acariciar mi ano que pedía a gritos tragarse aquel trozo de carne dura y potente.
Nadie decía nada, sólo se escuchaban nuestros leves suspiros de placer.
De pronto sentí que nuestra excitación mutua llegaba al máximo, cuando vi que, por aquel glande enrojecido, brotaban chorros de semen, regado sobre mis manos, escurriendo entre mis dedos que apretaban la base de aquel miembro.
Pasado el momento de locura, tomé otra toalla y sequé aquel hermoso cuerpo. Onasis, me miraba a los ojos y sonreía con esa sonrisa de satisfacción que tienen los hombres, después de haber tenido una relación satisfactoria.
Me preguntó si volveríamos a vernos y le dije que no lo creía, porque ese mismo día lo darían de alta y él tendría que marcharse del hospital.
Hoy a poco más de un año, todavía me remuerde la conciencia, por aquello de la ética profesional. Pero no me arrepiento, gracias a eso, encontré el amor de mi vida.
Llevamos un año juntos, él, aunque es casado, con dos hijos, me dijo que jamás me va a dejar ya que conmigo se siente diferente.
La vez que volví a encontrarlo, fue en la discoteca de la isla que se llama “Scaramuch”. Yo salía del baño y él entraba; estaba tan distraído, que casi lo bese al chocar. Nos miramos unos segundos y me tomó del brazo, como quién agarra a un niño que se porta mal y me metió al baño.
Abrió un sanitario y me empujó al interior, tomó mi cabeza desesperadamente y me dio un santo beso, que se me fue la onda de cuánto tiempo tuve metida su lengua en mi boca jugueteando.
Pasamos a las caricias desesperadas, casi arrancándonos la ropa. Me sentó sobre la tapa de la taza y me mostró aquel manjar que ya había tocado, pero que me había quedado con las ganas de probar su sabor.
Con ternura abrió mi boca para darle paso a aquella barra que calentó mi garganta mientras yo jugueteaba su hermoso trasero, apretando y separando sus nalgas, masajeando su ano.
Al notar que el lugar no se prestaba para más, nos vestimos como tratando de disimular nuestra arrugada ropa. Era tanta la calentura, que no llegamos a un motel o a mi casa, nos parqueamos en su carro en una playa y ahí dimos rienda suelta a nuestras fantasías.
Él es 10 años mayor que yo, aunque su apetito sexual, es el de unos 18 años.
Los dos somos activos o pasivos, porque nos divertimos en serio. No sé en qué consistirá, tal vez por sus hijos o por el lugar en que se encuentra.
No habla de dejar a su esposa; pero, a mí me gusta vivir así con él. Ninguno se fastidia; amo mi libertad por encima de todas las cosas; voy, vengo, salgo y entro sin oír reproches. La vida me sonríe.
Mi familia sabe que soy gay y me quieren como a cualquiera de mis hermanos.
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El deseo como el amor, entra por la vista y cuando las mujeres compiten contra nosotros para ligar a los hombres, tienen como aliada a la moda que les permite usar suéteres, blusas o minifaldas que no dejan nada a la imaginación, sin embargo, nos consideran rivales más peligrosos que a sus mismos congéneres.
¿La razón? El placer nuevo y desconocido que podemos proporcionar a un macho aburrido de la monotonía de las relaciones heterosexuales, que siguen siempre el mismo patrón.
Cambian las posiciones, y nada más, ya que ni siquiera eliminan totalmente el riesgo de un contagio y si existe la posibilidad de un embarazo no deseado, aunque se busque seguridad.
Las descaradas mujeres de hoy andan por las calles enseñando todo, moviéndose provocativamente, pero siempre están en desventaja con nosotros; no abordan, no dan el paso definitivo. Dicen que se han liberado, pero no pasan del coqueteo, de la insinuación. No toman la iniciativa como hacemos nosotros.
Los gais sentimos como mujeres, pero actuamos como hombres. Somos más agresivos para ligar, porque sabemos lo que queremos y cómo encontrarlo. Ellas los excitan, los calientan, pero si él no toma la iniciativa, se ponen sus moños.
Yo tengo amigas que acostumbran ir a las discotecas a vestir monos para que otras los bailen. Nosotras tenemos un sexto sentido que nunca falla y nos permite saber a quién se le pueden lanzar los perros con posibilidades de éxito.
Es difícil que alguno se nos vaya vivo y por eso la envidia de las “pobrecitas”, que se quedan con las ganas.
Tenemos otra ventaja y es que a la mayoría de ellas ni siquiera les pasa por la cabeza la posibilidad de que su esposo, novio o amante les pongan los cuernos con alguien de su mismo sexo. Se celan entre ellas, se cuidan entre ellas, no de los “amigos” o conocidos de él. Y es de lo que nos podemos aprovechar, si el hombre da jalón.
Algunas mujercitas han abierto más los ojos y se dan cuenta de que una de las manifestaciones más evidentes de la revolución sexual que vive el mundo es la aceptación del hombre a reconocer que, en mayor o menor grado, todos tienen tendencias homosexuales, con las que fantasean. Lo cierto es que las preferencias sexuales se pueden guardar en el clóset, pero tarde o temprano salen.
Una mujer difícilmente propone a su amigo irse a la cama… a menos que se trate de una prostituta o de una ninfómana insaciable. Todavía persisten en ellas los complejos, los tabúes y el miedo al “qué dirán”.
No dan el paso porque temen se les considere “una cualquiera”. Prejuicios que a cualquiera que haya salido del clóset, le valen gorro y en ningún ambiente donde hay posibilidad de ligue, oculta sus gustos y deseos.
Tenemos muchas ventajas compitiendo con las mujeres. Las más importantes: la facilidad para establecer contacto con el prospecto, disposición para tomar la iniciativa y, lo mejor, —es lo que atemoriza—, podemos hacerlos gozar más, ya que tenemos la facilidad de asumir funciones activas o pasivas en la cama. Es decir, podemos satisfacer a nuestra pareja desempeñando el mismo papel de hombre, que el de mujer.
La ventaja de ellas sobre nosotros es social, porque las parejas homosexuales sufren rechazo por cuestiones “morales”, lo que representa un obstáculo para que las relaciones sean estables y duraderas como las avaladas por la ley y el reconocimiento de la sociedad.
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A mis familiares les dije que ese aparato lo diseñé especialmente para ser ejercicio y tenía toda la facha de ser de uno de esos que anuncian en la televisión; por ello a nadie se le hizo extraño que me cargara el tremendo ajetreo, solo en mi habitación.
—Gonzalito está haciendo ejercicio, no hay que interrumpirlo —solía comentar mi mamá cuando escuchaba ruidos y alguno que otro quejido proveniente de mi cuarto, sin imaginarse siquiera lo que ahí sucedía.
Eso mismo pensaban todos. La realidad es que me estaban dando mis buenas agasajadas con mi aparato, al cual sólo tenía que adaptarle un consolador del estilo y tamaño que yo quisiera, dependiendo de mis apetitos sexuales, que tomaba de mi amplia colección que mantenía, esa sí, en secreto, bien escondida
Imagínate una tabla para hacer abdominales, hecha como banquito, con la base alargada. Allí me ponía a gatas y operaba una palanca en la parte inferior, que hacía adelante y atrás, por medio de bisagras, una tabla acojinada, en cuyo centro se atornillaba un perno grueso, que a su vez servía de sostén y centro de cualquiera de mis condones que le empotraba.
Puesto a gatas, lo único que tenía que hacer, esa operar la palanca y aquel delicioso consolador me entraba salía de atrás. Era un real agasajo.
Puedo decir que entonces, no me era imprescindible un mancho. Sólo me daba satisfacción en tiempo, tamaño e intensa.
Ya desde que abría mi cajón con llave y acariciaba cualquiera de esos penes artificiales, comenzaba mi excitación. Cuidadosamente los lubricaba y a veces los lamía, para luego colocarlos en su sitio de dar placer y desnudándome totalmente, me trasteaba un ratito el ano, para luego colocarme a gatas sobre mi mesa de placer y al movimiento de la palanca, la tablita posterior se movía hacia mí, introduciendo en mi culo, tan grande intruso.
No era demasiado lento ni violento, entraba en la justa velocidad de mi deseo.
Me perforaba muy hondo o sólo a la mitad y salía cuando yo quería, con la ventaja de que, teniéndolo adentro, podía mover mi trasero en el círculo, para mayor placer del cliente, que era mayor placer del cliente, que era yo mismo.
Siempre me han gustado las introducciones rápidas y las retiradas lentas, sintiendo muy dentro de mí la dureza firme de quien me satisface.
También me gusta sentirlo muy, pero mucho muy hondo y con retirada sólo a la mitad, para volver a clavarse como dardo.
Les confieso que acababa exhausto, aniquilado, plenamente satisfecho por mi aparatito que de ninguna, manera se me venía cuando apenas empezabas a sentir bonito y me dejaba a medias. Mi aparato siempre me cumplió.
Una vez satisfecho plenamente me tendía en mi cama desnudo y me ponía a acariciar y sobar los testículos y el miembro mientras leía algo o veía la televisión.
¡Qué tardes aquellas!
Sin embargo, siempre queda un hueco en la existencia de uno. Hasta entonces, nunca había estado con un hombre y mi deseo crecía día con día, manteniéndome inquieto y a veces tenso.
En mi ambiente de escuela o trabajo, destaco por mi sentido del humor, siempre he sido un desmadre y traigo movidos a los que me rodean, hago bromas y botaneo a medio mundo y todos quieren estar conmigo.
Mi comportamiento a todos les gustas, incluso a mí, aunque en mis momentos de soledad, siempre me preguntaba si mi conducta obedecía realmente a un estado de eterna felicidad, o era la manera en que evadía mi realidad, para no sentirme una miseria. Nunca pude contestarme esa pregunta, les confieso que tuve momentos de mucha depresión por sentirme tan distinto a los demás.
Tenía seis meses trabajando en la Pepsi y era el alma de la oficina. Todo el mundo me buscaba para cotorrear y las viejas se me resbalaban a cada rato, por lo que me veía en problemas para justificar mi falta de novia.
Les inventé aquello de que mi vieja estaba en Estados Unidos estudiando y ya pronto regresaría, pero en estos tiempos creo que eso ya nadie se lo cree.
Varias veces les dije cotorreando que me gustaba la Pepsi hervida para que dejara de fastidiar, tampoco eso me creyeron, por lo que a fuerzas me quería ver fajándome una vieja, lo único que faltaba para que los demás acabaran viéndome como un líder.
Cierta mañana llegó una primorosa rubia que iba a hacer solicitud de trabajo y, como jamás me sentí presionado ni apantallado por la belleza de una mujer, me la empecé a botanear y a ella le cayeron de maravilla mis guasas.
Jamás lo hubiera hecho. Como Samantha se quedó a trabajar, pronto me ligaron con ella y me vi en terribles dificultades, porque la vieja me tiraba los calzones a lo descarado.
Algunas veces, acostumbrábamos los compañeros irnos de farra los viernes por la noche y Samantha asistió desde la primera vez que la invitaron.
Nos fuimos a un bar y después de tres o cuatro copas, se me arrimó y de plano me agarró el miembro y dijo que quería que yo me la fornicara.