Corazón de Cristal
Volé a través del frío de la noche que calaba mis huesos y aún en mi forma de dragón, hizo que el trabajo de llevar aire a mis pulmones fuera una misión imposible. Por supuesto que se debía mayormente a la herida aún abierta y goteando en mi pecho, pero no podría detenerme.
No hasta que pusiera la mayor distancia entre aquellos que pretendían matarme para hacerse con mi recién obtenido reino. No podría permitirlo, aunque ahora me encuentre huyendo como un perro con el rabo entre las piernas y haya sido forzado a abandonar a mi hermano en medio de la lucha.
Sven podrá manejarse, de eso estoy seguro. Pero mi lugar estaba a su lado blandiendo mi espada ferozmente para sacar a esos miserables fuera de mi hogar. Preferiblemente sobre una carreta, mientras sus cadáveres comienzan a obtener el olor putrefacto de la muerte por estar mucho tiempo expuestos al sol.
Suelto un gruñido, profundo y ahogado que hace eco en el cielo, más allá de las nubes grises que poco a poco comienzan a llorar su propia agonía sobre mi. El agua se siente como una bendición sobre mis escamas resecas, pero el ardor en la herida que solo ha empeorado por estar en continuo movimiento es más de lo que puedo tolerar.
Es un pequeño consuelo que ningún otro dragón traidor me haya seguido. En este estado no hubiese podido hacer gran cosa para defenderme. Los residuos de energía poco a poco están drenándose de mis venas. Debo encontrar algún lugar lo suficientemente seguro para sanar, eso si logro sacar la jodida cuchilla que tiene mi carne rasgada.
Como un pequeño regalo en consuelo por parte de los Dioses, un bosque entra en mi visión periférica. Los árboles son altos y frondosos, perfectos para lograr ocultar a una criatura de mi tamaño. solo espero que alguien o algo más no esté allí con el mismo propósito ya.
Pego las alas lo más que puedo a mi cuerpo y comienzo mi descenso. La lluvia cada vez se está volviendo más espesa, no podría volar mucho más lejos en éstas desventajosas condiciones.
Cuando por fin toco tierra la besaría si tuviera mis labios humanos. En vez de eso, caigo desplomado y mis ojos se cierran antes de siquiera echar un vistazo, demasiado agotado y drenado para intentarlo.
En mis sueños veo a mi padre. El doloroso recuerdo de su muerte prematura y desdeñosa golpeándome con fuerza de nuevo, incluso en la inconsciencia que tanto anhelé llegará durante el largo trayecto de mi huida.
Algo que llama mi atención es que soy un niño, no el adulto de ciento cincuenta años de ahora. En cambio visto esos ridículos atuendos que tanta comezón y calor infernal me causaban.
Estoy sentado en las piernas de mi padre, mientras él nos balancea a ambos en su mecedora favorita frente a las llamas de la chimenea de piedra caliza. Puedo verlo hablándome, pero no escucho nada de lo que sale a través de sus labios cubiertos por la espesa barba color castaña que cubre la mitad de su rostro.
Acaricia mi cabello con esa familiar ternura con la que me bendijo desde que tengo memoria y me abraza, dos gruesas lágrimas cayendo por sus mejillas una vez cierra los ojos para apoyar la cabeza sobre mi delgado hombro.
Me veo a mi mismo dándole consuelo con bajos siseos y palmadas en la espalda con mi pequeña mano de niño, aunque no tengo la más mínima idea del dolor que lo atormenta. Eso solo logra torturar a mi corazón todavía más.
Pero luego habla de nuevo y esta vez, soy completamente capaz de captarlo con mis oídos.
—"Culpa no debes sentir, hijo mío. Mi tiempo simplemente llegó a su fin, sea cruelmente premeditado o que los Dioses me querían a su lado, no tiene importancia ya".
Ahora soy yo el que está llorando, aferrándome a la tela de su túnica en un intento inútil por mantenerlo a mi lado.
—"Escúchame bien: El camino hacia una gran y desafiante prueba está siendo forjado para ti".
Su rostro se endurece y así, en un parpadeo, estamos los dos en sus anteriores aposentos. En dónde esa terrible mañana lo encontré tieso y sin vida, con partes de su cuerpo en donde no deberían estar.
Pero ahora soy un hombre. De pie en toda mi altura, incluso un par de centímetros por encima de él, llevando puesta mi armadura abollada y llena de sangre seca.
—"No importa a dónde te lleve, no debes permitir que tu fortaleza sea cuestionada. Eres el nuevo Rey, la debilidad nunca es bien recibida en una figura de autoridad".
“Pero, padre...”, intento decir. No me deja oportunidad ya que sus dedos presionan mis labios juntos, callándome de inmediato.
—"No estarás solo. Los Dioses pondrán en tu camino la ayuda que necesitarás. Según tengo entendido, será bien recibida".
Dice con una misteriosa sonrisa y yo solo puedo mirarlo, confusión e inquietud llenando mi cabeza de absurdos pensamientos.
—"Pero no confíes en el mago, hijo mío. No importa lo que pase, a quién tengas que recurrir o a dónde te lleve el camino: No. Confíes. En. El. Mago".
Su cuerpo comienza a verse traslúcido, como la sombra de una figura reflejada detrás de una tela muy delgada. Quiero sostenerlo, pero es como si intentara agarrar el aire. Simplemente paso a través de él, mientras se va desvaneciendo poco a poco frente a mí, sin yo poder hacer una maldita cosa al respecto.
“¡Padre!”, sollozo, desesperado por sentir su tacto de nuevo y su amorosa voz, pero me ha dejado. Me ha abandonado.
Estoy intentando orientarme, darle sentido a sus palabras gruñidas en advertencia, cuando una mano esquelética rodea mi cuello desde atrás y me impide respirar por el increíble poder con el que ejerce presión. Jadeo y lucho, tratando de liberarme, pero mis esfuerzos son inútiles.
Me quedo completamente inmóvil cuando el calor de un aliento es soplado en mi oreja y el fétido olor repugna mi nariz, mientras me susurran con una escalofriante voz llena de muerte:
"Despierta".
Me sobresalto y cuando abro de golpe los ojos, los más verdes y brillantes que he visto en mi vida están devolviéndome la mirada.
¿Acaso morí?
Debe ser la única explicación coherente para que un ser tan hermoso y etéreo como él, mirándome curioso y un poco preocupado, esté justo frente a mi nariz de dragón.
—Así que no estás muerto, después de todo — su diminuto dedo pincha uno de mis colmillos, sin demostrar ni siquiera una pizca de miedo —. Estabas tan quieto que pensé que no había vida dentro de ti.
Resoplo, las gruesas y grises nubes de humo expulsadas de mi nariz logran empujarlo tan fuerte que cae sobre su culo con un golpe seco.
Oh, mierda. No quería hacer eso.
—¡Oye! — se levanta y se sacude las ramas secas de su ahora no tan pulcro atuendo —. No tenías porqué hacer eso, bestia maligna.
Desvío la mirada, negándome a sentirme avergonzado. No es como si pudiera disculparme de todas maneras, no puedo hablar mientras estoy en mi otra forma. Ahora es de día, noto con aire casi ausente. Los rayos de sol se filtran a través de las ramas de los árboles, secando con lentitud la tierra húmeda por la lluvia de anoche.
Todo mi gigante cuerpo se siente como si hubiese sido golpeado una y otra vez por bolas de cañón. Mis ojos arden y estoy seguro que hay algo siendo presionado contra una de mis alas, pero el cuello está rígido por no haberlo movido por tanto tiempo que es imposible poder confirmar de qué se trata.
Aunque la herida es lo peor de todo. La piel está terriblemente irritada y el lugar en donde aún sigue enterrado el puñal palpita como si tuviera vida propia. Creo que ya dejé de sangrar, pero no apostaría nada de valor en ello.
El movimiento de pisadas me pone en alerta y gruño por instinto. El misterioso joven se detiene de inmediato y aún luciendo enojado, me parece increíblemente hermoso.
Su cabello es de un color rubio oscuro, tejido en una elegante trenza y cayendo sobre su espalda, todo el camino hasta la pronunciada curva de su trasero. Piel blanca, músculos definidos y apostaría que es más bajo que yo en mi forma humana.
Pero son sus orejas lo que llama mi atención. Son... Puntiagudas. Cubiertas casi por completo con pequeños aros de plata pulida que tintinean cada vez que mueve la cabeza. La ferocidad en su mirada me da a conocer que no está para nada intimidado u horrorizado ante mi gruñido amenazante.
No sé si es muy valiente o muy idiota.
—No te voy a hacer nada — «dudo que puedas, aún en el estado en el que estoy», pienso. Es una cosita pequeñita, podría devorarlo entero en un solo bocado —. Empecemos de nuevo, ¿de acuerdo? — siseo, agitando la cola sobre el montón de hojas secas, pero le permito tomar un par de pasos más cerca —. Mi nombre es Lars Valtharos.
«Ese es un bonito nombre también».
Quiero golpearme a mi mismo por tener ése tipo de ridículos pensamientos cuando estoy en una condición tan crítica. Debería soplar mis llamas azules sobre él hasta dejarlo ardiendo como un pollo rostizado y saciar mi hambre, solo para evitar que se pueda convertir en una potencial amenaza.
Pero de alguna manera, el simple hecho de imaginarlo, hace que mi estómago se apriete en desagrado.
No entiendo. He matado a otros antes. Fue inevitable, era un soldado y estuve en muchas guerras para defender el reino de mi padre, sin embargo nunca tuve esta sensación de malestar por herir a alguien antes.
Ahora con pensar en poner una de mis grandes garras encima de él, hace que apriete los dientes de incomodidad o... ¿Furia? Por todos los Dioses, ¿de qué va todo esto?
—¿Puedes hablar? — continúa, completamente ignorante al torbellino sucediendo en mi cerebro. Yo muevo mi cabeza de un lado a otro para negarle, conteniendo una mueca por la presión desagradable en mi largo cuello —. Hmm, entonces creo que te llamaré "Escamas", ¿qué piensas?
Sonríe, lleno de petulancia y burla y yo resoplo, expulsando humo por la nariz de nuevo. Eso lo hace reír con más fuerza, los aros en sus puntiagudas orejas tintineando con más intensidad.
—¿No te gusta? — inclinando la cabeza hacia un lado, fingiendo pensar detenidamente —. Entonces te diré "Nigreos", significa "Negro" en latín. ¿Qué tal?
La anterior idea de comérmelo ahora me parece mucho más atractiva, a pesar de todo. "¡¿Cómo osa a burlarse de mi y ponerme esos ridículos nombres?!"
No debería ser llamado con nada menos que "Su Alteza" o "Mi señor". Debe estar loco si piensa que permitiré tal insolencia. Escucho su profundo suspiro, aparentemente capaz de detectar mi renuencia a aceptar sus degradantes apodos.
—Deja de quejarte — rueda los ojos —. Tengo que llamarte de alguna manera y como no puedes hablar, tendrás que conformarte con "Nigreos" — se encoge de hombros —. Así es como son las cosas, amigote. Tómalo o déjalo.
Por mucho que odie admitirlo, no parece que tenga otra opción.
Este chico podría ser mi único medio de salvación. Por supuesto que tendré que figurar alguna forma para poder comunicarme con él, pero por ahora tendré que contener mi ira cada vez que la palabra "Nigreos" abandone sus labios.
Solo espero que no piense de mí como un perro faldero y que menearé la cola con la lengua colgando esperando a que arroje algún palo de madera hacia el bosque para que yo salga a buscarlo.
Lo prenderé en llamas si lo insinúa, lo juro.
—Bueno, ya que al parecer hemos llegado a un acuerdo, vamos a conocernos mejor. ¿Puedes levantarte?
Niego de nuevo. Me sorprende que haya logrado distraerme lo suficiente para olvidarme de la herida.
Aparto mis patas delanteras lo suficiente para dejarla expuesta. La mueca en su rostro solo confirma que se ve tan mal como se siente.
—Joder, eso debe doler como la mierda, ¿cierto? — gruño, sin apartar mis ojos agudos de él cuando se acerca para echar un mejor vistazo. No lo conozco bien, si no soy cuidadoso bien podría empujar la daga todo el camino hasta mi corazón y allí mismo sería mi triste fin —. Oye, tu sangre es púrpura — dice asombrado —. ¿Eres de la realeza?
Maldición.
¿Acaso se trata de algún caza fortunas y me va a usar para intentar obtener un trozo del pastel?
Eso sería realmente predecible... y decepcionante.
Me sobresalto cuando sus pequeñas manos de humano hacen una ligera presión en los bordes de mi piel agrietada y el dolor se dispara con intensidad electrizante por todo mi cuerpo escamoso.
—Tranquilo — susurra justo en el pliegue de mi oído. Su voz tiene un efecto relajante que por algún extraño motivo logra que mis párpados se sientan pesados —. La daga está embrujada, imagino que por eso no pudiste retirarla. Yo tengo el poder para hacerlo, pero seré claro contigo, va a doler bastante — yo gruño bajo en respuesta —. Es algo que debe hacerse, de lo contrario la infección o la pérdida de sangre te matarán.
¿Morir?
No, nada de eso. Planeo regresar a mi reino y recuperar el mando que ni siquiera tuve tiempo de ejercer. Además, Sven debe estar muy preocupado, esperando por mi regreso.
No, no puedo morir.
Si un poco de dolor es lo que hace falta para asegurar mi futuro, entonces bienvenido sea. Lo empujo con suavidad con la punta de mi largo hocico y él parece haber entendido el mensaje.
—De acuerdo — asiente decidido —. No te muevas o nos pondrás en peligro a ambos — me advierte, dándome una dura mirada —. Si mi canto es interrumpido, el hechizo que usaron en la daga puede consumirnos y adiós a cualquier evento de etiqueta que pueda estar esperándote en casa, ¿entiendes?
Eso me hace dudar por unos segundos, pero termino por mover la cabeza de arriba a abajo, dándole completa libertad para proceder.
—Si Uziel supiera que estoy hablando con un dragón, perdería la cabeza — susurra muy bajito justo antes de comenzar a cantar.
No puedo entender nada de lo que sale de sus labios y a pesar de que inmediatamente el dolor hace que quiera volar directo hacia la luna, su voz me parece hermosa y melodiosa. Una luz blanca y brillante sale proyectada de sus manos, directamente hacia mi herida.
Todo el área de mi pecho arde, como si mi propio fuego estuviera quemando mis entrañas hasta convertirlas en ceniza.
Mis garras enterradas en la húmeda tierra es el único movimiento que me permito hacer en todo el proceso. Si lo que él dice es cierto, obviamente no quiero que seamos consumidos por la maldición de la maldita daga que Azerith se aseguró en dejar bien clavada en mi piel.
No sé si pasan segundos, minutos, horas o días cuando finalmente mi agonía llega a su feliz fin y Lars detiene sus armoniosos cantos, cayendo sin fuerzas sobre sus manos y rodillas, jadeando y sudando como si hubiese corrido una larga distancia.
La daga, manchada del color rojo de mi sangre humana y púrpura de mi dragón, abandonada a un lado de su mano derecha. La herida no está completamente cerrada, pero ahora que no tengo nada impidiéndolo, podré sanar adecuadamente sin problemas.
Lars se levanta sobre sus pies poco después. Parece agotado, mucho más pálido que antes y hasta sus labios, una vez brillantes y rosados, ahora están agrietados y morados. Una perezosa sonrisa me devuelve, pero hasta eso parece representar un reto para su estado actual.
—Vaya, eso fue mucho peor de lo que imaginé. — bufa, sus verdes ojos luciendo apagados —. La buena noticia es que ya no tendrás esa cosa perforando tu pulmón, así que: de nada — hace una breve reverencia con rodillas temblorosas y desearía poder arrojarle algo a la cabeza por su insolencia —. Debo irme ahora, Nigreos.
Entro en pánico.
"No, no puedes dejarme." intento transmitirle a través de mis dilatados ojos, para mi alivio me entiende pero su respuesta no me deja satisfecho.
—No te preocupes, volveré mañana — señala hacia el sol que ya se está ocultado detrás de las montañas en la lejanía —. Si no regreso, me meteré en algunos problemas y no deseo escuchar la chillona voz de mi padre hoy — me da un par de toquecitos en mi pata izquierda delantera, para nada inmutado por el grosor o la longitud de mis garras —. Además, necesito descansar. Ese hechizo consumió gran parte de mi alma.
¿Qué?
¿De su alma? ¿Pero a qué diablos se refiere?
Justo ahora detesto mi incapacidad para hablar. Pero aún no es conveniente que cambie a mi forma humana, no hasta que la herida esté completamente sanada.
—Nos vemos, Nigreos. Trata de no quemar los árboles mientras no estoy — resoplo y él se ríe, agitando su mano en el aire mientras se va alejando de mi.
¿De verdad volverá mañana?
Realmente espero que sí.