Corazón Púrpura
Hace muchos, muchos años atrás…
Antes de que cualquier civilización de piedra y madera creada por el hombre se irguiera, antes de que los recursos naturales fuesen explotados y degradados a un punto sin retorno, mucho antes de que los idiomas se transformarán y evolucionaran hacia otros más complejos, el mundo era gobernado por cuatro Dioses.
Aquellos que se encargaban de mantener el flujo de la vida estable y pacífico, seres supremos con especiales y maravillosos poderes para sanar a los heridos y a la tierra de su estado podrido y desvalido.
El Dios del Viento.
Tan frágil y delicado.
Su pureza era tal que su cuerpo rara vez se materializaba a su forma física, prefiriendo viajar como un dulce soplo de primavera. Llevando consigo tanto la tranquilidad como la devastadora belleza de su potencia hasta en los lugares más recónditos, en donde pequeños y asustadizos animales se escondían de los constantes peligros con grandes dientes y afiladas garras.
Callado pero honesto.
El Dios del Fuego.
Testarudo y decidido.
Su luz iluminaba las penumbras más oscuras, el calor intenso que irradiaba su piel era la salvación de aquellos moribundos, víctimas del frío. Con la punta de sus dedos creaba patrones en el cielo durante las noches, brillantes y voraces, mucho más impactantes y luminosos que cualquier estrella.
Su belleza no tenía comparación, pero el continuo vacío en su alma era su mayor pesar.
El Dios del Agua.
Poderoso e indomable.
Otorgándole refugio a todas aquellas criaturas condenadas a depender por completo del líquido vital para poder sobrevivir. Su fuerza era sin igual, su voluntad mucho mayor. Se conformaba con el conocedor propósito de que muchas vidas dependían de su poder, pero algo siempre faltó.
O alguien, como dictaba su corazón.
Finalmente, el Dios de la Tierra.
Considerado el más sabio, no existía nada que no floreciera bajo su manto de poder.
Con su innegable amor y dedicación, los árboles crecían tan altos que sus hojas verdes y llenas de vida rozaban dulcemente las nubes esponjosas en el cielo, sus frutos grandes y jugosos con colores vibrantes y sabores intensos, las extensas praderas cubiertas por un follaje único en su especie.
El Dios más importante, consideraban los otros, con la autoridad para infligir su voluntad con puño de hierro cuando la vida conocida era amenazada. Era el más regio también, incapaz de ver más allá de lo que le era conocido, los cambios por supuesto eran estrictamente prohibidos.
Prohibido, tal como la interacción más allá de simples acuerdos que debían mantener los cuatro a fin de consolidar la paz y el desarrollo natural de las especies.
Pero ni siquiera su cruda testarudez o ciega visión de un futuro prometedor, pudo impedir el profundo amor que se desarrollaría justo bajo sus narices.
Desafiando cualquier lógica antes creída con fervor y que le fue susurrada por la suave voz del viento justo en su oído poco después, una noche inusualmente fría.
“¡Imposible!”.
Pensó en desacuerdo ante el conocimiento de que el Dios del Agua y el Dios del Fuego estaban tejiendo sus propios lazos destinados, prefiriendo optar por la clandestinidad y el secreto, horrorizando al sabio por su osadía.
Irritado, molesto e incluso atónito, fue en su camino a enfrentarlos, exigiendo con dientes apretados y bajos siseos su separación inmediata.
“¡Así no es como deberían ser las cosas!”.
“¡No fuimos puestos en esta tierra con esa intención!”.
“¡Nuestros sentimientos no tienen que interponerse a la hora de cuidar las vidas que dependen de nosotros!”.
Pero todas sus réplicas llegaron a oídos sordos y fue deliberadamente ignorado. No porque ambos Dioses fuesen tan inmaduros para armar un berrinche infantil, solo por el hecho de salir victoriosos ante el malvado y odioso ser poderoso.
No.
No tenía nada que ver con eso. Al contrario, era porque su amor había calado profundo, como las raíces de un roble, en cada uno de ellos.
Fue tan rápido y tan intenso, como ninguno lo creyó posible. Antes de que pudieran darse cuenta, compartían las mismas respiraciones, sonrisas no estirarían sus labios los días desafortunados en los que no se encontraban, felicidad no generaría calidez en sus pechos si no se tocaban.
“¡Pero no pueden estar juntos!”.
Insistía el sabio.
Iba en contra de la naturaleza, el agua y el fuego jamás podrían ser compatibles. Ambos dioses odiaron al viento por su cruel y sucia traición, prometiendo obtener su merecida venganza, aunque nunca pudieron lograrlo.
Después de días e incluso meses negándose a separar sus corazones, finalmente el castigo temido llegó para atormentarlos. Fueron condenados a la deshonra, despojados de sus poderes sin lástima o consideración y finalmente dictando la sentencia de sus muertes.
Era de esperarse, sin embargo.
El mundo no había conocido un sentimiento tan profundo y poderoso como el que ellos compartían, la ignorancia que los rodeaba finalmente concluyó su camino trágicamente.
Pero antes de que tal suceso destruyera el flujo del tiempo y abriera una grieta en lo más profundo de la tierra, modificando la vida pacífica que por tantos años había subsistido en la tierra, ambos hicieron un pacto: se reencontrarían.
Su sangre mezclada por una pequeña cortada en sus manos fue la firma en el contrato. Así, luego de que sus cuerpos terrenales fuesen destruidos bajo la luz de un hermoso sol como su testigo, sus almas navegaron sin rumbo fijo por muchos, muchos años.
Una promesa pendiente, un amor latente.
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—Lamentamos mucho su pérdida, Alteza.
Recibo sin expresión en mi rostro su inclinación respetuosa y ni siquiera me volteo a verlos marchar. No sé a qué reino pertenecen y tampoco me interesa. Mucho menos cuando aún puedo ver el cubierto cadáver de mi padre navegar a lo lejos sobre las tranquilas aguas, velas casi consumidas guiando su camino a la Tierra de las Almas.
Sabía desde pequeño que este día llegaría. Después de que mi madre falleciera, él se encargó de inculcarme que toda vida llega a su fin de una manera u otra, pero jamás pensé que sería tan pronto y de una manera tan baja.
Tampoco ayuda a que el dolor tan ardiente en mis entrañas disminuya.
Me mantengo en mi posición firme y me lleva una gran cantidad de esfuerzo lograr que las lágrimas en mis ojos no se derramen. Ahora soy el líder, el Rey. Llorar frente a toda esta gente sería una muestra de debilidad, sin importar que acabe de perder al hombre que me dió la vida y me amó a pesar de mis travesuras y carácter de mierda.
Para los dragones la familia es sagrada y mi padre consideraba a su reino como la suya. Por eso me cuesta tanto comprender cómo alguien pudo haberle asesinado dentro de sus propios aposentos, traicionando su confianza y siendo tan cruel en sus actos.
Ni siquiera fue rápido. Se tomaron todo el maldito tiempo del mundo para que su mensaje quedara bastante claro: "Tú sigues". He intentado sacar de mi mente esas sangrientas imágenes aterradoras que captaron mis ojos cuando lo encontré, pero sé que me seguirán hasta el día de mi propia muerte.
Por los Dioses, espero que él haya sabido lo mucho que lo amaba en vida, a pesar de que siempre fui lo suficientemente inmaduro y orgulloso para no decirlo en voz alta.
—Alteza — la voz de mi ahora segundo al mando logra que todo mi cuerpo se ponga aún más rígido que antes.
Confío en Sven con mi vida, es prácticamente mi hermano ya que fuimos criados juntos desde pequeños, pero justo ahora lo que quiero es estar solo.
Un poco irónico ya que ahora miles de personas están bajo mi poder y esperan mis nuevos mandatos después de la coronación esta noche.
Supongo que lamer mis heridas en privado tendrá que ser pospuesto.
—¿Qué es? — mi voz es tan gruesa que parece que no hubiera hablado por varios días.
—Los preparativos están listos — coloca una mano sobre la empuñadura de su espada atada a la cintura —. Necesitan de su presencia en la Sala de Reyes.
—¿Ni siquiera pueden dejarme despedir a mi padre en paz? — gruño, un sonido entre dolor y molestia. Él se sobresalta un poco pero se recupera de inmediato.
—Lo siento, Daven — susurra, acercándose un poco para que los demás no escuchen su tono familiar y mi nombre saliendo de sus labios. Está prohibido después de todo, ahora nadie me puede tratar con nada menos que respeto... o miedo —. Pero sabes cómo son estas cosas — su expresión es de tristeza —. Mientras más rápido hagas esto, más rápido podrás ir a descansar.
—Descansar — resoplo —. ¿Crees que podré hacerlo después de haber descubierto el cuerpo lleno de agujeros de mi padre y su cabeza clavada en una estaca en el balcón?
—Por supuesto que no — parece genuinamente ofendido y me arrepiento de haber dicho esas palabras.
Mi padre fue una figura paterna para Sven también.
Lo conocí cuando teníamos siete años; él siendo un niño trabajando en los establos del palacio, sucio y desnutrido mientras que yo pasaba las tardes recibiendo lecturas, entrenando y durmiendo plácidamente en un esponjoso colchón con sábanas de seda.
A veces lo encontré hurgando entre la comida de los cerdos solo para poder tener algo en el estómago. Nunca supe cómo fueron sus noches a la intemperie o qué pasó con sus verdaderos padres. Él se rehusó a contarme todas las veces que le pregunté, lo cual de por sí era una respuesta.
Cuando ya no pude soportar verlo así, empecé a llevarle a escondidas algunas de mis prendas y trozos de pan y leche que lograba ocultar durante la cena. En muchas ocasiones nos metimos a hurtadillas en mi habitación, así él podría bañarse y dormir en mi cama, saliendo por la ventana temprano por las mañanas para evitar que lo encontraran.
Así duramos meses hasta que mi padre lo descubrió una noche que había llegado antes de un largo viaje al Reino de los Enanos. Contraria a la reacción que esperaba de él, recibió a Sven con los brazos abiertos y una enorme sonrisa, prácticamente adoptándolo como uno más de la familia.
Luego me enteré de que estuvo consciente de nuestra amistad no tan secreta y solo estaba esperando a que yo le dijera. Cuando se cansó de quedarse sentado, decidió finalmente intervenir.
Desde entonces, Sven y yo hemos sido inseparables y no dudo que mi padre lo haya amado como a un hijo más.
—Lo siento, no pretendía... — pero él me interrumpe antes de que pueda seguir.
—No importa. Sabes que si hay alguien que te entiende, soy yo — asiento cuando hace una breve pausa —. Pero no eres tan iluso como para pensar que algo así retrasaría los eventos. Ya no eres un soldado esperando órdenes. Eres el Rey — coloca una mano sobre mi hombro y su toque me tranquiliza un poco —. Por ende, tienes nuevas y mucho más importantes obligaciones. Los miembros de consejo no te la pondrán fácil, lo sabes.
Sí, soy plenamente consciente de ello, pero nunca quise serlo. Aunque como único hijo y heredero al trono, no tengo más opción que aceptarlo con la boca cerrada.
—Es tan extraño... Sin él — susurro, el nudo en mi garganta grueso y doloroso.
—Fue un buen hombre — su triste mirada se dirige hacia el tranquilo lago, donde la pequeña balsa con el cuerpo de mi padre ya desapareció en la distancia —. Será bien recibido en la Tierra de las Almas — duramos unos minutos en silencio, hasta que él palmea mi espalda y señala con un gesto de su cabeza hacia el castillo —. Ahora vamos.
—De acuerdo.
Obligo a mis pies a moverse hasta que estoy pisando de nuevo la tierra de los jardines traseros. Las personas se abren paso a medida que avanzo, en respetuoso silencio por el luto en el cual me he visto forzado a llevar.
El viento sopla con fuerza y las nubes se han ennegrecido, anunciando una bulliciosa tormenta. Por lo menos el cielo refleja una pequeña parte de cómo me siento en estos momentos, los Dioses también deben estar tristes y furiosos por el asesinato de un Rey tan bueno para su pueblo.
Cuando entramos a la Sala de Reyes, todos los miembros del consejo me están esperando. Sus rostros fríos y calculadores, sus túnicas tan largas hasta tocar el suelo.
El asiento del trono ahora me parece tétrico y sombrío. Ya no tiene esa aura brillante y relajante que me hacía quedar dormido en poco tiempo cuando me escurría en silencio después de que todos se marcharan. Es incluso... Intimidante.
Pero no demuestro ninguno de mis tormentos pensamientos cuando me siento, la espalda derecha y tiesa, cada músculo trabado en su lugar.
Azerith, el miembro más viejo del consejo, comienza con el antiguo discurso, expresando su profunda pena por la injusticia causada mientras sostiene la pesada corona de oro y diamantes entre sus esqueléticos dedos.
—¡Pero no desesperen, hermanos míos! — Anuncia a todos los ciudadanos. Su larga barba impide ver el movimiento de sus labios, pero su voz es alta y firme —. ¡El Rey fue sabio y ahora, a pesar de las lágrimas derramadas y el vacío que se ha creado en nuestros corazones, contaremos con la sabiduría de su único hijo como nuestro nuevo guía!
Aplausos y ovaciones hacen eco a través de las gruesas paredes reforzadas y el techo tan alto que no sería problema contener a tres dragones en plena madurez. Hay alrededor de dos mil personas siendo testigos de la coronación esta noche. Algunas me miran con admiración y pena, otros con disgusto y repugnancia.
Me mantengo alerta, observando con ojo agudo en todas direcciones por cualquier amenaza. No es una exageración, es por precaución.
Hay dos teorías existentes sobre el asesinato de mi padre: Una es que algún reino enemigo logró infiltrar a un sicario en nuestras tierras e incluso el castillo con éxito o, la más aterradora y preocupante, que haya sido alguien de nuestra propia gente.
Lo cual conllevaría a que hay un grupo de rebeldes entre nosotros, camuflados y esperando el momento justo para atacar. Si los guardias hubiesen logrado atraparlo, ya tendríamos una respuesta asegurada. Pero el maldito cobarde se escapó y ahora me encuentro en la incertidumbre, con un ojo en la espalda y cuidando mis pasos. El único alivio es que tengo a Sven a mi lado, no hay manera en el infierno que me separe de él.
—¡Es tiempo para el júbilo, hermanos y hermanas. Nuestro pueblo no estará bajo las sombras, no por mucho tiempo más! — se gira en mi dirección y con paso tambaleante, posiciona el aro brillante un par de centímetros por encima de mi cabeza —. ¡Con el poder que me ha sido otorgado por los sagrados Dioses, ahora corono a Dvorak Daven, hijo de Velkan, de la familia de los prestigiosos dragones negros, como el Rey de nuestras tierras!
El peso de la corona en mi cabeza no debería sentirse como una correa atada alrededor de mi cuello, pero es exactamente la forma que mi cerebro utiliza para darle forma a la sensación oprimiendo mi pecho hasta el punto de asfixia. Mis dedos tiemblan y aprieto con fuerza las manos alrededor de los soportes del trono antes de que alguien lo note.
Esto no debería de estar sucediendo. Yo no tendría que estar ocupando este lugar tan prematuramente. Mi padre siempre me dijo que mi deber empezaría luego de cumplir los trescientos años y apenas voy por la mitad de eso.
Todo está mal.
Muy, muy mal.
Tengo problemas para concentrarme o siquiera respirar. Viendo hacia atrás, eso fue justamente lo que le dió la oportunidad a Azerith para hacer lo que hizo.
—Será mejor que vayas pensando en las palabras que le dirás a tu padre, muchacho — murmura, su fétido aliento rozando mi mejilla hasta sacarme una mueca. Sus ojos brillan en rojo debido a su dragón, pero parece desquiciado —. Porque estás a punto de reunirte con él.
Más rápido de lo que pensé que alguien tan viejo podría reaccionar, de la manga de su túnica azul saca una larga daga.
—¡No! — Sven grita horrorizado, liberando su espada y preparándose para prevenir el ataque... Pero llega demasiado tarde.
El dolor me hace gruñir con los dientes apretados. La sangre no tarda mucho en aparecer, fluyendo como un río rojo de mi pecho, desde donde la daga está profundamente enterrada y siendo retorcida con repugnante satisfacción por las sucias manos de este maldito ser.
¡Traidor!
¡Asesino!
Se escuchan entre los gritos de la multitud, pero Azerith los ignora y sigue ejerciendo presión. Su agarre tarda en soltarse incluso cuando Sven agita su espada y de un corte limpio lo decapita, su cabeza dando saltos por las escaleras del trono.
Pero el ataque apenas ha comenzado.
Rápidamente nos encontramos envueltos en una batalla, enemigos pasando antes desapercibidos entre las personas deciden dejar su anonimato atrás y empezar a matar.
Los guardias reales se ponen en acción de inmediato, defendiendo lo mejor que pueden mientras mi mejor amigo y casi hermano me ayuda a levantarme y me lleva a rastras hacia el amplio balcón.
—Maldita sea... — intento sacar el cuchillo, pero después de varios intentos, desisto. Es como si la jodida cosa se hubiera fusionado con mi carne, logrando que el dolor se intensifique cada vez que tiro para sacarla.
La sangre es espesa y caliente. Puedo sentirla en mi boca también, metálica y logrando que mi lengua se sienta entumecida.
Cuando llegamos al balcón, Sven cargando prácticamente todo mi peso sobre sus hombros, estoy jadeando como si hubiera corrido por horas y con puntos negros dificultando mi visión.
—No, joder. No te desmayes ahora — me da una fuerte bofetada. Quiero golpearlo por atreverse, pero funcionó para llamar la conciencia de vuelta —. Tienes que largarte de aquí, ¡ahora, Daven!
—Déjate de tonterías — el sudor frío crea gotas saladas en mi frente y en la parte de atrás de mi cuello —. Apenas puedo mantenerme en pie.
—Cambia a tu dragón, entonces — algunos hombres armados corren en nuestra dirección, así que Sven se apresura en cerrar las puertas para darnos un poco más de tiempo —. ¡Ahora, maldición! — utiliza su cuerpo como obstáculo, se agita cada vez que empujan del otro lado en un desesperado intento por poner sus manos sobre mi —. ¡Vete!
Asiento, sintiéndome como un cobarde por abandonarlo, pero en el estado en el que estoy simplemente sería un estorbo. Inclino mi cabeza hacia atrás y tomo una profunda respiración mientras me concentro en invocar el cambio. Una luz mágica me rodea y mis extremidades comienzan a deformarse y alargarse.
Me lleva una gran cantidad de esfuerzo y agonizante dolor finalmente erguirme sobre mi forma de dragón, cuando exhalo dos aros de humo escapan de mi nariz y se desvanecen como neblina en el aire.
¿Lo malo? Mientras más grande mi tamaño, más sangre brota de la herida. Preocupado por no lograr salir de aquí a tiempo, comienzo a mover mis alas. La daga sigue enterrada en mis órganos, me sorprende que ni siquiera así se haya desprendido.
Cuando mis garras ya no tocan el suelo y estoy volando sobre el ático, miro a Sven de nuevo, abatido y temeroso por su bienestar. Pero él niega con la cabeza y sonríe a pesar de la posición en la que se encuentra.
—Ve, hermano. Para el tiempo en el que regreses, ya habré matado a cada uno de estos hijos de puta — gruño en respuesta, agitando con más fuerza mis alas para ganar distancia.
No dudo de sus palabras, Sven es completamente capaz de lidiar con un ejército él solo si está de un humor de perros y con la punta rota de una flecha. Sin embargo el sentimiento de impotencia, miedo y culpa no me abandona, ni siquiera cuando las luces del castillo son un pequeño punto en la distancia.