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CAPÍTULO 4

El señor Fiztgerald dejó de leer y miró hacia su cámara, es decir, hacia las personas que le escucharon atentamente.

—Señorita Carla, Señor Bastidas, bienvenidos a la junta directiva de Davison & Asociados.

Maximiliano negó con la cabeza y sonrió de manera incrédula, casi metiendo la lengua entre las muelas, sin poder creerse todo aquello.

Conversó con su abogado en secreto y en voz baja.

El litigante le informó que al parecer, él obtiene la mayor parte de unas acciones que no tienen un alto valor monetario en la actualidad. De hecho, en su investigación previa, pudo enterarse que dichos terrenos (los mismos heredados y los mismos que su cliente había deseado por años) se encuentran en mal estado, el edificio principal casi en abandono, incluido el museo. Esos datos fueron los que le permitieron a Miller, en su rápido secreteo frente a Carla y la pantalla, recomendarle a su cliente no discutir por la herencia. Al contrario, preferir comprar las acciones de Carla y así poseer el 90% de la empresa. Podría llevar más tiempo comprar el 10% restante, pero no lo creía imposible. Era la oportunidad para cumplir ese sueño que Maximiliano tuvo hace muchos años: el de instalar un hotel exclusivo en aquella parte de la vieja Gran Bretaña. Poder expandirse —y de qué forma— vendría siendo una gran noticia entre tantas calamidades vividas en ese año.

—Muy bien, abogado. —Habló Miller—. Conversemos entonces sobre las letras pequeñas de este testamento.

Fiztgerald sonrió con sus labios cerrados y miró fijo la cámara.

—¿No desean vender las acciones?

—Negativo —respondió Max—. Es más, ofrezco comprar el porcentaje de la señorita Davison. —La miró. Ella no se esperaba nada de eso—. Por supuesto, si ella está dispuesta a negociar.

—Yo… Eh… —Carla aún seguía muy confundida.

—La junta directiva de Davison & Asociados fue creada por la unión matrimonial de Fred con su difunta esposa…

—Es decir, la madre de Carla, supongo —interrumpió Max con voz arrogante.

—No, señor Bastidas —aclaró ella, despertando un poco de su letargo—. Mi madre no fue esa señora.

Maximiliano entrecerró la mirada y volvió a observarla con suspicacia.

—Efectivamente —Fiztgerald retomó de nuevo la palabra—, la esposa del señor Fred era la accionista mayoritaria de esta empresa, es decir, la antigua dueña de las tierras que hoy usted hereda, señor Bastidas. Las personas que aún trabajan allí son parte de una fundación creada por ella que ha logrado una inamovilidad laboral la cual se vería vapuleada con la venta de las acciones. Sin embargo, existen derogativas en nuestra ley que le permitirían a usted renunciar a la herencia, siempre y cuando se cumpla un año posterior a la lectura de este documento…

—Ya me lo temía —susurró Max para sí.

—Y si trabaja en conjunto con la fundación, la cual le pertenece a la señorita Carla Davison, ya que viene siendo la interpretación empresarial del 20% de las acciones heredadas.

—Muy bien, pero no deseo vender nada. Más bien comprar. En este caso, en vista de lo que usted está explicando, comprar la fundación. Si las tierras están es desuso, yo podré cambiar eso…

—Excelente. ¿Imagino que deseará reabrir el museo o tal vez remodelar el lugar?

—Así es.

—Muy bien. Para ello, debe cumplir con su rol como presidente del comité empresarial durante un período de un año. Cabe destacar que los presidentes de nuestras juntas no pueden estar solteros, bien sé que ese es su estado civil…

—¿Perdón? —saltó Max, interrumpiéndolo abruptamente.

George miró la pantalla, atento.

Carla, a pesar de su estupor, no perdió detalle de las palabras compartidas entre su jefe y el abogado en Inglaterra.

—Para ejercer el rol de la empresa Davison & Asociados debe estar casado, señor Bastidas. Si desea remodelar o modificar algo de lo heredado este día, debe ejercer durante un año su presidencia y estar casado para ello. Es una cláusula dirigida para el mayor accionista. —Fiztgerald retiró la mirada de Bastidas y la dirigió hacia Carla—. El estado civil de la presidenta de la fundación también debe ser «casada», siempre y cuando desee ejercer dicho rol. Para cualquier modificación, como en este caso, una venta de las acciones, debe ejercer por un año también, señorita Davison. —El abogado los miró a ambos—. Recibirán en sus bandejas de entrada corporativa cada estatuto y artículo de las leyes de la junta directiva. Como abogado del señor Davison, siendo experto en lo que es funcional o no para la empresa, les puedo recomendar un matrimonio en conjunto, así podrán ejercer con libertad el rol presidencial y luego realizar las ventas respectivas, compras y modificaciones correspondientes, por supuesto luego de la elección de nuevo presidente.

—¿Qué acaba de decir? —Fue la voz débil de Carla la escuchada en el recinto.

Max ya se estaba riendo por la locura que aquel litigante inglés lanzó sobre esa mesa. George, en cambio, ni tan siquiera sonrió. Entendió perfectamente las famosas letras pequeñas expuestas allí.

—Señorita Carla, espero pueda viajar a nuestras tierras en cuanto le sea posible…

Esta fue la primera vez que la mencionada comprendió que todo era en serio, como si antes fuese parte de una broma de mal gusto.

Enfatizando que no lo haría, que no se casaría con nadie sin su consentimiento, se levantó y comenzó a caminar de un lado al otro.

—Carla…

George colocó una mano en el antebrazo de su cliente y amigo para callarlo, negando con su cabeza, muy serio, indicándole con eso que no dijera nada.

—La lectura del testamento ha terminado —anunció Fiztgerald, frío como el hielo—. Le recomiendo buscarse un buen abogado, señorita Davison y dígale que si requiere despejar alguna duda, me busque. Espero verla pronto por estos lares. A usted también, señor Bastidas.

La pantalla quedó en negro.

***

(Día de la lectura del testamento).

—Hablemos en otro lugar —pidió el abogado George J. Miller a su cliente, antes de que éste cometiera una estupidez. George se percató muy bien de las miradas furiosas que Max le profería a la asistente—. Carla, por favor, espéranos acá.

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