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ATADA AL ENEMIGO

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Ranacien
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Sinopsis

Carla Davis, una de las cuatro asistentes del departamento protocolar de un gran consorcio de inversiones, jamás imaginó tener que casarse con el CEO de la compañía, con El Gran Jefe, como muchos le decían al apuesto y soltero Maximiliano Bastidas. A su vez, ella tampoco imaginó tener que estar atada a él durante un año entero y mucho menos que fuese enemigo de su padre, convirtiéndose de la noche en la mañana, en el suyo.

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CAPÍTULO 1

(Día de la lectura del testamento).

—No lo haré, ¡esto es absurdo! —interrumpió Carla Davis al hombre que leía el testamento de su padre—. ¡No aceptaré esta farsa, no me casaré con este hombre!

Con su traje de oficina de falda negra y camisa blanca, cabello suelto lacio y negro, tacones altos que la estilizaban, la hermosa asistente de Protocolo de la corporación en donde se encontraba se levantó de su silla y apretó sus párpados con fuerza.

—¡Esta es una completa locura! —declamó ante los presentes. Su respiración se había acelerado, sus ojos estaba llenos de rabia. No podía creer que su padre hubiese hecho aquello, presentía que la verdadera razón era únicamente hacerle daño.

—No sé con qué… —Ella suspiró para calmarse—. No sé cuál fue la verdadera intensión de ese señor para hacernos esto, pero es ridículo. —Y comenzó a caminar de un lado al otro como fiera enjaulada porque ciertamente era una empleada y no podía hacer el desaire de escabullirse y dejar a todos con la palabra en sus bocas.

Varios minutos antes, Carla Davis subía por el ascensor directo al departamento de Presidencia de la empresa donde trabajaba como asistente senior, media hora antes de la (para ella) extraña reunión.

En sus brazos llevaba la carpeta que recibió la noche anterior en el porche de su casa. La sostenía con fuerza, como si necesitara sostenerse de ella, o tal vez, como un tesoro que necesitara esconder.

Presentía que algo no estaba bien. Sentía vergüenza anticipada por tener que acudir a su jefe, el CEO de la compañía, para buscar respuestas ante lo que llevaba en sus manos. Además, aún tenía la duda de si estaba a punto de corroborar que ese poderoso empresario ya sabía todo de ella y de su secreto mejor guardado. Esconder durante cinco años ser la hija de un famoso empresario inglés había sido una de las cosas más complicadas en su vida.

Precisamente, ese señor que llevaba el título de su padre había muerto y el folio que cargaba en sus brazos mostraba estados de cuentas y una nómina de la empresa que aquel caballero manejó por más de dos décadas. Además, estipulaba que ella era la heredera de un 20 por ciento de esas acciones, algo descabellado, en vista de que padre e hija habían llevado la peor relación entre ellos.

«¿Cómo se enteraron de mi paradero?», se había preguntado mentalmente, en referencia a la encomienda que recibió la noche anterior en la puerta de su casa.

Las hojas metálicas del elevador se abrieron en el piso de Presidencia y lo primero que vio fue a Tyler Clement, uno de los guardaespaldas del edificio, sentado a mano derecha, en la pequeña sala frente a los grandes ventanales, desde donde podía verse una buena panorámica de la ciudad, y a Lenis Evans, la secretaria del CEO, sentada en el lado izquierdo, tras un escritorio de recibimiento, siendo ella la asistente personal de con quien Carla se reuniría.

—Muy buenos días —saludó, suavemente.

Lenis dirigió sus potentes ojos azules a ella y sonrió.

—¡Carla! Qué bueno verte. Me contaron que te has incorporado apenas ayer, me alegra mucho que te sientas mejor y que estés de nuevo con nosotros —comentó la secretaria.

—Muchas gracias. —La recién llegada intentaba controlar su nerviosismo.

Lenis, como siempre, perspicaz…, comenzó a notar que algo le pasaba.

—¿Deseas algo? —Miró las puertas de Presidencia—. ¿Deseas hablar con Maximiliano?

Carla se quedó muy quieta por un momento. El tono de Lenis fue comedido, directo, suave también, al lanzarle aquella pregunta, sobre todo al mencionarle al jefe de esa manera tan informal.

Tuvo que tragar.

—Fui convidada a una reunión acá —fue lo que se le ocurrió decir y era la verdad, pero antes de llegar allí, anhelaba lanzar todas sus interrogantes justo al salir del ascensor. Carraspeó la garganta y miró su reloj de muñeca—. Fui convocada a las 09:00 de la mañana. —Tal vez, esa información fue más para ella misma que para la secretaria, quien comenzó a verla con rostro de extrañeza.

Lenis miró la hora en la pantalla de su computador, percatándose que faltaba menos de media hora para una reunión que su jefe tenía.

—Creo que existe un error. ¿Estás segura que es acá en Presidencia?

Carla asintió. Su rostro se mostraba muy serio.

—Así es. Es con el señor Maximiliano Bastidas.

Lenis frunció mucho más el ceño, pero a la vez evitó sonreír. Ella, como asistente personal, amiga y esposa del abogado de su jefe, sabía que Max y Carla ya se conocían, que ambos tenían una conexión especial que traspasaba las barreras de lo laboral. Le causó gracia la formalidad que utilizó ella para mencionar al CEO, sin embargo, prefirió seguirle la corriente.

—Muy bien. El señor Bastidas estará reunido precisamente a esa hora, pero si deseas hablar con él, te llamaré cuando eatés en el departame to de Protocolo para que subas acá de nuevo luego de terminar la reunión…

—Lenis, disculpa que te interrumpa. En esa reunión que nuestro jefe está por tener, también debo estar yo, por eso he venido.

La secretaria se quedó en silencio.

Escudriñó el rostro de la señorita Davis y vio en sus ojos negros una fuerte determinación.

—Cielos, hablas en serio. —No fue una pregunta, a lo que Carla asintió y exhaló también, claramente intentando aflojar un poco la tensión que tenía sobre sí.

—Muy bien. Si quieres, puedes sentarte. —Señaló Lenis uno de los muebles de la sala—. Vengo enseguida.

La secretaria quería entender qué estaba sucediendo allí. ¿Para qué fue convocada una de las cuatro asistentes senior del departamento de Protocolo a la lectura de un testamento de un empresario inglés? Esa fue la pregunta que la mujer de ojos azules se formuló mientras se levantaba de su silla y se dirigía hacia el interior del despacho.

Tocó antes de entrar. Al escuchar la voz de Maximiliano, abrió la puerta y la cerró tras de sí.

Aquel no se encontraba solo. El abogado George J. Miller, hombre de cabellos negros bien cortado y arreglado, con un traje de tres piezas de color gris plomo, impoluto, se encontraba presente. Ambos, con documentos y la computadora encendida (Lenis tenía la certeza) con todas las averiguaciones y datos referentes a la empresa inglesa que les había convocado.