Capítulo 2: Inciso B
Sus ojos miraron fijamente el agua, no paraba de pensar en lo que hizo, no lo había siquiera pensado. Necesitaba un cambio en su vida, estancarse a sí misma en el pasado no era una opción. Suspiró, tocando con sus dedos a duras penas el agua salada del mar sobre el que flotaba el pequeño bote en el que prontamente debería vivir. Lo aceptó, había aprobado huir con Jay sin pensarlo dos veces; quizá no lo hizo por las razones correctas y eso la atormentaba. No debía confundirse, si lo quería, lo amaba; pero no más que un amigo. Sin embargo, era algo que ella escogió y lo que ahora quería.
Jay volvió a ella junto a Hipo y ropa seca, aún estaba algo mojada de su caída en el agua. Era la ropa de Jay; pero era suficiente para regresar a casa. Sonrió y la tomó para luego ir a cambiarse, no tardó mucho en volver lista para marcharse. Jay la tomó de la mano llevándola a través del bote, ayudándola a salir del muelle. Cuando tomó a Hipo supo que él la acompañaría un rato más, caminaron de la mano hasta su casa, Paola rió con nerviosismo, si sus padres lo sabían intentarían impedir cualquier relación con él, aun como su amigo, no era de una gran familia, era un chico independiente que navegaba con su barco por la costa hasta que encontró una razón para anclarse a la costa, esa razón era ella.
¿Cómo podía decepcionarlo?
Había sido su escape durante muchos años, luego de que Andy se fue a la cuidad Jay fue su reemplazo como mejor amigo, aunque él la había visto desde hacía mucho tiempo.
Al llegar a su casa tuvo un desafortunado encuentro de frente con su madre, exhaló nerviosa, pues la había atrapado con Jay, estaban tomados de la mano y ella llevaba su ropa, no la había visto desde el día anterior, sabía las ideas que podía estar completando su madre en la mente con aquella información. La retó con la mirada apenas alcanzó a verla, aun con el teléfono celular en mano y su aparecía estirada lista para los negocios, como toda su vida.
―Ni crees que te salvarás de lo que tengo para decirte ―dijo su madre señalándola con el celular para luego colocarlo en su oreja nuevamente y abordar su pequeña limosina.
―Buenos días mamá, estoy bien ―dijo mientras miraba el auto marcharse, típico, no había cosa por la que no fuera amonestada en su familia, aunque jamás hacía nada malo.
―Tranquila, no pasará nada ―dijo Jay tomando su brazo en forma de apoyo, no lo sabía, siquiera imaginaba lo que era vivir siendo hija de aquella pareja.
― ¿Te gustaría comer algo? ―preguntó ella mirándole, a aquellas horas siempre se encontraba sola en casa, Hipo era su única compañía y, con suerte, la servidumbre.
―Claro… ¿por qué no? ―aceptó él sonriente. Lo tomó de la mano y lo llevó consigo hasta la cocina.
―Deben de haber quedado las sobras de comida de la fiesta de ayer, te gustará, mamá contrata siempre el mejor servicio de la zona ―comentó mientras caminaba hasta el refrigerador, buscando las sobras en tarros de aluminio envueltos, lo más seguro es que estuvieran allí.
― ¿Por qué mejor no hacemos algo nosotros?
― ¿Seguro? Tenemos pavo de ayer, debe saber mejor con el tiempo ―señaló la bandeja, aunque era atractivo para Jay probar el pavo, quería mucho más una excusa para quedarse con ella más tiempo.
―Podríamos usarlo ―ideó, acercándose a ella, tomando sus manos en el borde de la bandeja, Paola sonrió, sabía que él estaba siendo coqueto―. ¿Qué tal una tortilla de pavo?
―Suena bien ―dijo y sonrió, Jay tomó el recipiente de sus manos dejándolo de lado, ella sacó un par de huevos del refrigerador, lo suficiente para su tortilla. Su corazón palpitaba rápidamente, no se acostumbraría tan rápido a tenerlo a su lado como su novio. Dio media vuelta para sacar algo de leche, pero al volver se topó inesperadamente con la nariz de Jay. Estaba muy cerca, mucho más cerca de lo que acostumbraba, sintió la vena de su cuello saltar por la forma en que su corazón latía. No se atrevería a hacerlo… ¿O sí?
Jay tomó su barbilla, dejándole un delicado y cálido beso en los labios. No supo cómo reaccionar o corresponderle, no podía creer que realmente la hubiera besado.
―Creo que debí irme en la otra dirección ―dijo otra voz, Paola sintió su corazón congelarse, Y no era porque su espalda estaba contra el ventilador del refrigerador, fue por oír su voz.
―Andy… ¿Estás aquí? ―preguntó Jay realmente sorprendido, no tenía ni idea de que él había regresado a casa.
―Regresé ayer en el primer vuelo ―respondió cruzándose de brazos mientras los miraba.
―Es genial… ¿Cuánto tiempo te quedarás? ¿Por qué no me avisaste que volverías? Podría haber venido antes.
―Sospeché que no tardarías mucho en aparecer ―dijo Andy mirando a Paola, corrió su cabello detrás de sus orejas algo incomoda, no, realmente incomoda.
― ¿Sucede algo que deba saber? ―preguntó Jay pasando una mirada de uno a otro. Ella estuvo muy callada, no había mencionado nada desde que Andy apareció.
―Andy se casará con Kenia ―dijo ella rompiendo el silencio.
― ¿Qué? ¿Es enserio? ―preguntó Jay realmente sorprendido, eso era algo que no se llegó a esperar jamás.
―Debo buscar a Hipo ―dijo Paola huyendo de allí de inmediato. No solo era difícil superar el tema de que Andy realmente estaba comprometido con su mayor enemiga, si no estar entre ambos al mismo tiempo. Corrió por la colina y el llano hasta llegar ahogada al río, no, ya no era lo mismo. Se escurrió una lágrima por su mejilla, estaba ahogada mucho más que por haber corrido.
― ¡No lo entiendo! ―gritó él detrás de ella, rápidamente secó su lagrima y así voltear a mirarlo― ¿Por eso huiste de mí? ¿No tenías el valor de decirme que estás con mi mejor amigo? ¡Prometimos que esto jamás sucedería! ―reclamó.
No podía creerlo, él le estaba reclamando una vieja promesa del pasado, no tenía sentido, fue mucho antes de que Jay llegara a sus vidas, cuando eran unos niños y compartían a un viejo mejor amigo.
―Tú estás con Kenia. ¿Por qué te molesta? ¿Tú si puedes estar con mi enemiga, pero yo no puedo estar con tu mejor amigo?
―No es lo mismo ―refutó él.
―Claro que no, tú no tienes dignidad. ¡Ya no me importa! No eres nada para mí, lo que te molesta es que haya escogido a Jay y no a ti ―le acusó.
―En ese caso, tú eres mucho menos para mí. Por eso la escogí a ella, espero que seas muy feliz con ese pobretón ―gritó Andy.
―Yo espero que seas feliz con tu pequeña bruja ―gritó de regreso.
Andy se marchó dejándola sola en aquel lugar, ahora nada se veía bien. Se dejó caer en la madera de aquel puente que por mucho tiempo fue testigo de sus sueños, hoy había sido prueba de cómo sus expectativas se derrumbaban. Nada había sido como lo imaginó y jamás sería así.
Lloró un rato, sintiéndose como lo peor.
¿Qué era lo que había hecho? ¿Por qué le había dicho algo como eso?
Claro que le importaba, era el amor de su vida, ahora lo dejaba marcharse creyendo que lo odiaba.
Hipo empezó a lamer su rostro, borrando sus lágrimas, no debía llorar más por él. Debía enfrentar su destino, sus palabras y todo lo que ya había elegido. Se sostuvo de la baranda para levantarse, se inclinó tomando algo de agua del rio para lavar su rostro y disimular el llanto embarrado en su piel. Lo secó con los puños de la camiseta que Jay le había dado, recordando que lo dejó solo.
Corrió de regreso a casa, esperando que él aun estuviera allí y nadie más hubiera llegado a casa. Hipo la siguió, incluso cuando entraron a la cocina a toda velocidad. Paola chocó contra la mesa auxiliar de comedor que estaba en la cocina, miró la tortilla de pavo frente a su nariz y se irguió un poco para mirarlo, estaba allí aun, así que exhaló.
―Lo siento, no quería dejarte solo ―se aferró a él abrazando su cuello, besando su mejilla una y otra vez.
―Pao, Paola, está bien ―dijo tomando sus brazos para detenerla.
― ¿Seguro? ―preguntó no muy segura de ello, dejándose caer en la silla a su lado, sintió temor. No quería perderlo a él también, no ahora, era lo único que le quedaba.
―Solo quiero saber una cosa ―pausó mirándola a los ojos, ella asintió inquieta y tragó grueso, no sabía que pensar de Andy ahora. Podía haberle dicho cualquier cosa a Jay, aunque no pensaba que fuera capaz― ¿Aceptaste mi propuesta porque Andy regresó para casarse con Kenia? ―preguntó con seriedad.
―No, no, claro que no ―negó rápidamente intentando que eso bastara para que lo creyera.
―Quiero saberlo Paola… Quiero que me digas lo que realmente sientes por mí, ahora.
―Jay, yo… yo, yo te amo ―dijo y abrió los ojos en grande sin creer haberlo dicho.
No podía mentirle de aquella manera; pero no quería perderlo, no podía darse esa oportunidad.
― ¿Enserio? ―preguntó sonriendo con alegría.
¡Ella al fin había dicho lo que él esperó por años!
Paola asintió dándole una respuesta, apoyando a duras penas sus palabras. No tenía opción, debía dejar que las cosas tomaran su rumbo de aquella manera.
―Si es así, entonces, cásate conmigo ―le pidió sin rodeos, eso hizo que Paola escapara de ahogarse con su propia lengua.
¿Él enserio le había dicho eso? ¿Realmente quería algo así?
¡Matrimonio!
Eso era demasiado importante, era algo que no debía tomarse a la ligera. Ya había escogido huir con él, sería lo único que tendría cuando se marchase junto a él.
¿Cuál sería la diferencia?
―Sí, casémonos ―accedió ella. Jay sonrió mucho más, tomó sus mejillas y la besó, si, ella oficialmente sería su esposa.
Su mente empezaba a planear el momento.
¿Su familia que haría cuando se enteraran? ¿Cómo y dónde se casarían? ¿Qué era lo mejor para ella? ¿En realidad estaba sucediendo?
La tomó con fuerza, aferrándose a su espalda con emoción. No podía creer que sus locos sueños se estuvieran cumpliendo aquel día, al fin estaría completo, iría contra todo lo que su familia también esperaba; pero no los había necesitado antes y ahora estaba seguro de que no los necesitaría jamás por el resto de su vida.