Capítulo 2: Inciso A
Sus ojos se cerraron y las fosas de su nariz se abrieron mientras respiraba profundo, no era invierno, pero estaba fresco, tanto como el verano podía dejar; aunque el calor no fuera muy conocido en sus alrededores, sonrió sintiéndose en paz, tomó la barra que sostenía a cualquiera de caer en el río, no le hubiera molestado caer dentro de él.
Estaba joven, apenas acariciaba los veintiún años de edad en un mundo turbulento, aunque su tiempo no fue tan malo hasta aquel momento.
Sus ojos de un esplendoroso celeste mágico la encontraron, ella era una chica simple, no muy hermosa en exceso, no como una perfecta princesa de cuento de hadas; sin embargo, resultaba ser más hermosa que muchas, por su interior puro. Quizá ella si era hermosa por fuera, así como los ojos de cualquiera que la amaba podían contemplar. Él no era indiferente a aquel sentimiento, tal vez, no muy claro en cuanto a qué era lo que realmente sentía por ella.
Caminó con las manos entre las bolsas de su apretado pantalón de mezclilla color negro, rasgado, típico de aquella apariencia rebelde que acostumbraba a tener. El tatuaje de una libélula se asomaba por la musculosa suelta que llevaba, no logrando la chaqueta siquiera cubrir su pecho. Se detuvo para admirarla en silencio mientras ella estaba quieta en aquel lugar, sabía que era su lugar favorito, igual que para él lo era.
El viento voló el cabello de esta simple chica, acariciando sus rulos, haciéndolos flotar en el aire y bailar con las ráfagas. Él hubiera deseado llevar consigo una cámara en aquel momento, la simple imagen lo dejó sin aire: su inspiración, la manera el que el viento soplaba y el paisaje que la rodeaba, los árboles, el agua y las flores de apariencia como un algodón de azúcar, tan rosadas como sus mejillas; aun de piel morena podía verlas brillar.
―Andy ―mencionó ella al abrir los ojos y encontrarlo con la mirada a la distancia.
Él se había distraído en sus pensamientos por un momento, así que no la miró abrir sus ojos. Correspondió a su saludo con una sonrisa, ella también sonrió.
Su belleza podía quitarle el aire a cualquiera, él no tenía nada que envidiarles a los modelos más guapos sobre una pasarela. Bueno, quizá un tanto de músculos, pero no lo necesitaba.
Ella rió al pensar en ello, era incalculablemente guapo aun con su muy delgada figura y piernas de pollo. Podían relacionar su rostro al de una chica por sus delicadas facciones, pero era un hermoso e increíble varón con todos sus honores, aun si llevaba maquillaje o no, seguía siendo hermoso, un deleite para la vista de cualquier mujer.
Se acercó a ella sin emitir palabra alguna, ella tampoco repitió nada. Solo lo miró acercarse lentamente, con su mano colocada en la baranda, la arrastró mientras se encaminaba en su dirección, era solo detalles, sentía timidez. No la había visto en un largo tiempo, años, pero la conocía mejor que a nadie, quizá no tanto como pensaba, pero si como recordaba. Se detuvo a su lado y se miraron a los ojos, los de ella no eran nada comparados con la gran belleza de unas gemas azules como las de él.
Podía llegar a hacer que ella se sintiera miserable, él era tan hermoso y ella solo era… corriente.
― ¿Recuerdas aquellas tardes que pasábamos juntos aquí? ―preguntó él, rompiendo el silencio.
― ¿Cómo olvidarles? ―dijo y sonrió con timidez corriendo su cabello.
No se explicaba el por qué se sentía tan nerviosa en su presencia, tal vez pensó tanto en cómo sería aquel momento que se estremecía, luchando por ocultar que no esperaba que fuera diferente a su niñez.
―Estuvimos aquí el último día, justo antes de irnos a la universidad. Es increíble como ha pasado el tiempo, pero aquí, es como si todo se congelara en ese momento y el pasado estuviera presente hoy ―expresó e hizo una pausa para llenar sus pulmones con aire de montaña; Nueva york no era muy natural, hacer eso le llenaría la nariz de hollín de motor.
― ¿Por qué no habías venido antes? ¿Dónde estuviste los años anteriores? ―preguntó mirándolo seriamente, ella lo esperó allí cada feriado, cada navidad, cada festividad; sin embargo, no se rindió, siempre esperó que llegara tal y como lo había hecho ese día.
―Las cosas se complicaban, este año me vi obligado a venir ―confesó, lastimando un poco el corazón de su vieja amiga.
“Obligado”, aquella no era una palabra que fuera de halagar, significaba que no volvió por las razones que ella anhelaba, si no por razones que no podía controlar.
―Ya veo ―dijo con desánimo mirando el agua del lago, quería correr de allí y golpearse a ella misma diciéndose lo tonta que fue por esperar.
Para él su amistad no significaba nada, no desde que se marchó. Viró la cabeza al lado contrario de la de él, suplicándole a sus lagrimales que no la hicieran llorar, al menos no frente a él.
―Paola, es bueno volverte a ver ―dijo él tomando su mano, la que ella tenía posada en la madera de la baranda.
Ella sintió su corazón encogerse y sus pulmones colapsar al toque de su piel, sabía que eso era justo lo que sentiría, pero no se imaginaba lo mucho que dolería.
―Lo siento, debo irme ―dijo escapando de él, corrió por el puente e ingresó en medio del bosque, no iba a soportarlo mucho más.
Andy miró su mano y se preguntó confundido:
¿Qué era lo que había hecho?
― ¡Paola, espera! ―gritó para luego correr tras ella, no podía dejarla marcharse de aquella manera, no sin saber qué era lo que sucedía.
Aunque no era suficiente para alcanzarla, podía seguir su rastro por el bosque, sabía que ella volvería a casa, en caso de que cambiara de opinión, al llegar al llano de la colina la vería.
Paola corrió con sus todas sus fuerzas, no se permitiría que él la alcanzara, ya no más. Al llegar al llano miró sobre su hombro y él en la lejanía, gritándole que se detuviera. Y si, se detuvo, pero no por él; se sintió atrapada ante una sorpresa inesperada, su casa estaba llena de personas, había una fiesta de la que no había sido notificada.
¿Pero por qué había de extrañarle?
Eso era lo que se acostumbraba.
Miró a su alrededor buscando como escabullirse entre la gente de sociedad que asistía a las estiradas muestras de su familia, a la vez preguntándose:
¿Cuál era el motivo de celebración?
Zigzagueó entre los invitados, intentando huir de Andy a como diera lugar; pero sin quererlo chocó con una chica de vestido blanco. Ella volteó a mirarla ante el golpe, Paola volvió a perder el aire al mirarla.
¿Cuándo había vuelto ella?
― ¿Puedes fijarte en lo que haces? ―dijo su padre jalándola del brazo al notar que ella corría sin control por el lugar.
La chica sonrió de medio lado, mirándola tal y como su memoria recordaba a la malicia que llevaba dentro.
¿Por qué estaba allí? ¿Qué hacía en su casa?
―Kenia, disculpa a Paola, ya sabes que siempre resulta un estorbo. Qué bueno que no calló vino en tu hermoso vestido, sería una lástima si se arruinara en medio de tu compromiso, la novia debe verse más hermosa que nadie ―dijo su madre, halagándole como siempre.
― ¿Tu compromiso? ―preguntó Paola, su garganta se cerró de inmediato, su mente sabía exactamente lo que faltaba.
Andy se detuvo a su lado al terminar su larga persecución; pero no dijo nada, solo pasó una mirada de Kenia a ella, entonces fue claro.
―Quería decírtelo ―dijo Andy, intentando explicarse.
―Lo sabía, no tienes por qué decirme nada ―mintió, restándose importancia―. Deseo que sean felices juntos ―finalizó y volvió a correr, al fin ingresando a la casa lejos de la agravia y el escándalo de la fiesta.
Corrió escaleras arriba de su casa hasta llegar al ático, cerró sus puertas con llave y ocultó las ventanas quedándose en total oscuridad.
Tomó un almohadón y se apoyó en la esquina, deseando desaparecer cómo tantos días antes de este.
Solo era uno más, pasaría tarde o temprano, deseaba volar y perderse en el cielo, estar sola por fin, dónde nadie la encontrara y la vida la dejara esfumarse, siendo solo ella, sin nada más que su solitaria propia compañía.
La oscuridad era lo único que tenía ahora, además de un ahogado llanto de corazón partido, mientras soñaba en su mundo perfecto, el cual parecía no existir en ninguna dimensión.
Un escandaloso canto la despertó por la mañana siguiente, oh, había empezado un nuevo día para su abrir y cerrar de ojos.
Tocó la madera del ático con la yema de sus dedos y suspiró; no podía creer que hubiera pasado la noche allí sin siquiera notarlo, como aún estaba oculta del sol, todo resultaba oscuro a sus ojos. Siquiera recordaba porqué estaba allí.
La puerta del ático se abrió haciéndola saltar de la impresión inesperada; pero nadie entró junto a ella en aquel lugar.
Intentó usar su oído, no se sentía sola, no estaba sola.
El suspicaz sonido de un paso de cuatro patas se hizo presente, ella sonrió para sí misma en la oscuridad al escuchar sus pesuñas en la madera.
Muy pronto pasó a lamer su rostro con cariño cuando estuvo por fin a su lado.
―Querido Amigo, eras tú ―dijo con tono bajo y pasó a acariciarlo, rascando su espalda, esculcando su pelo.
Era solo un canino mestizo que habían sacado del refugio, era su único amigo allí.
― ¿Cuándo tiempo duraste buscándome? Dime… ¿Te gustó la gran fiesta de anoche? Yo me la perdí, solo quería desaparecer, ―aun en medio de la oscuridad, podía ver los ojos hermosos de su pequeña mascota, él sentía que su dueña no estaba bien, cualquier animal apegado sabía lo que pasaba con su propietario―. Se lo que intentas decirme con esa mirada; pero no creas que lo lograrás ―le dijo con firmeza, puede que solo fuera un perro, pero seamos honestos, todos hemos pasado por ello al menos una vez en la vida; se mueven solo por instinto, pero hacemos psicología de todo lo que ellos actúan, mirando en sus propios ojos el reflejo que lo que nuestro corazón nos dice.
―Está bien, Hipo, lo haré… Vamos, debemos ir a ver a Jay ―dijo, lográndose convencer por su subconsciente.
Su canino saltó casi como si le apoyara; junto a él corrió escaleras abajo hasta llegar a su habitación.
Hipo la esperó al pie de la puerta del cuarto de baño, luego la vio correr de un lado a otro de la habitación hasta que al fin estuvo lista.
Se miró en el espejo, dejando algo de pomada humectante en sus labios, pellizcó sus mejillas para colorearse naturalmente y sacudió sus largos rulos castaños.
― ¿Qué te parece? ¿Crees que esté bien así? ―le preguntó a Hipo, este a su vez, ladró, conforme con lo que ella decía― Falta ponerte guapo ―dijo con una sonrisa y algo en la mano mientras se inclinaba a la altura de su can.
Le colocó a su mascota una chaqueta especial para perros, pensaba que a Jay le gustaría verlo con ella, él se la había regalado.
―Es hora Hipo ―dijo con una sonrisa para luego ajustarle la correa.
El can echó a correr llevándola con él, jalada de su correa, Paola intentaba seguir el ritmo de su mascota; aunque con zapatillas finas no era muy atlético.
―Debí usar deportivas ―se dijo a si misma mientras aun corría detrás de Hipo, justo en la dirección correcta, él conocía el camino.
El aire de mar sopló su cabello y la arena le hizo más difícil correr, si, definitivamente su elección de zapatos no fue la mejor. Al llegar al muelle suspiró e intentó sacudirse un poco mientras caminaba, algo que era prácticamente imposible mientras era abruptamente arrastrada por su can mestizo.
Su poca atención al camino la hizo tropezar con un camello enrollado en el suelo, logró desbalancearse, como reflejo soltó a Hipo antes de resbalar por el muelle y caer en el mar.
Hipo empezó a ladrar atrayendo la atención de todos en el muelle hacia ella, Paola no sabía nadar, apenas podía luchar por mantenerse en la superficie.
― ¡Hipo! ―gritó Jay al acercarse corriendo, lo tomó de la correa dejándolo asido a un lado de su barco para luego saltar al agua por Paola. Él si era un experto nadador, tanto como un chico amante de los barcos y el mar podía serlo. No fue difícil llegar hasta ella; quien de inmediato se aferró a él completamente― ¿Qué sucedió? ―preguntó, mientras nadaba con ella a una de las escalerillas de su barco.
―Primero muerta que sencilla ―dijo y rió para luego toser, tenía buen humor a pesar del susto.
La sacó del agua colocándola en la cubierta de su barco, no solo era su barco, era su casa. Tomó una toalla y envolvió a su dama con él, Hipo no duró en aparecer corriendo, lanzándose encima de Paola para lamerla.
― ¿Por qué dijiste eso? ―preguntó Jay, conocía a la chica, no era de preocuparse en exceso por la apariencia.
―Quería verme bien, quizá así me perdonarías por haber tardado tanto ―dijo con timidez, a pesar de estar mojada, el cabello de sus brazos se erizó por los nervios.
Jay la vio temblar, pensó que quizá tenía frío. Echó a Hipo de sus regazos y la abrazó, poniéndola más nerviosa de lo que ya estaba.
―No entiendo… ¿De qué debo perdonarte? ―preguntó, confundido, mientras le hacía calor con sus manos, frotando sus delgados brazos.
―Perdonarme por no haber aceptado tu propuesta antes ―dijo y lo miró a los ojos, Jay empalideció, al fin entendiendo lo que ella estaba diciendo, su corazón corrió miles de kilómetros por hora, no podía creer que enserio estuviese pasando.
― ¿Me estás diciendo que…? ―preguntó sin finalizar, suplicándole fijamente a sus ojos que lo dijera, que saliera de su boca, de lo contrario jamás lo creería.
―Huiré contigo, a dónde sea que quieras llevarme ―lo dijo, complaciéndolo justo como así él lo quería.
― ¡Es fantástico! ―gritó eufórico para abrazarla con mucha más fuerza, aferrándose a ella con ganas y extasiado de felicidad.
La esperó por años, la había amado desde siempre.
¿Cómo no podría vanagloriarse por al fin conseguir que ella lo aceptara?
―Sí, será perfecto ―dijo amarrándose al cuello de Jay, dudando en sus adentros, aunque fuera lo correcto; pero estaba harta, estaba cansada, no quería pisar su casa, escuchar a los odiosos padres o esperar por un amor ilógico de película que jamás sería suyo.
Él se casaría con su propia enemiga, ella aun podía escoger escapar y vivir en libertad un amor que ella había elegido producir.