Capítulo 3: Inciso A
Cerró los ojos alzando su cabeza al cielo y respiró profundamente el frío de la noche, sintiendo la humedad del bosque solitario.
Simple oído, era capaz de escuchar lo que a su alrededor se movía, pasos, alas, viento, choques. La vida abundante en la oscuridad y la lucha por sobrevivir.
Caminó de un lado a otro con lentitud, visualizando su ambiente, buscando la dirección del soplo del viento y su punto cardinal. Se sentía inútil, se sentía sola, pero, sobre todo, sentía mucha furia en su interior.
Echó en su espalda aquello en lo que portaba sus afiladas flechas de defensa, no tenía poderes, pero si podía utilizar la agilidad y mente para defenderse; inteligencia humana que no habría de desgastar.
Un pequeño e inútil individuo, presa fácil en un mundo lleno de seres mágicos poderosos y magistrales, aun así, podía con ellos. Con su arco en mano y espalda ceñida a la cintura quiso volver a casa, simplemente caminando.
No tenía alas para volar, una escoba que la siguiera o una alfombra que funcionara con su magia, no, ella no tenía poderes para manipular nada a su antojo. Solo una pequeña mascota, una que llamaba mediante su ópalo, así como su apodo lo indicaba. Sin embargo, quiso pisar el suelo, y estar sola; aunque ya estaba lo suficientemente sola como para querer estarlo mucho más.
Nadie la entendía, nadie la acompañaba, nadie la querría realmente.
¿Qué era el amor? ¿Cómo se sentía? ¿Cómo era recibirlo?
Un helado corazón de piedra congelado, no sentía nada, no sabía nada. Resultado de la exclusión y el desprecio, marginada de todo su alrededor, solo era una basura inservible para los que la rodeaban. Si no podían amarla, al menos haría que sintieran temor por ella.
Oculta tras una máscara de color verde, simplemente avanzaba paso por paso hacia su destino, con una mente vacía, aun queriendo pensar en algo; pero solo sentía su pecho arder, furia, enojo, malos deseos, tristeza, decepción.
¿Podría sentir algún día algo que la hiciera sentir bien? ¿Por qué debía ser tan miserable?
Gritó con todas sus fuerzas alzando su cabeza, estaba cansada de su vida, estaba cansada de sus sentimientos; pero antes de morir, se llevaría consigo a todos los que pudiera con ella. ¡Pagarían!
Moriría en el proceso.
Su oído la puso en alerta, dos objetivos voladores se acercaban a ella. Hizo su arco y tomó varias flechas, apuntando en expectación en una dirección indefinida, esperando que su presencia fuera notable. Los sintió caer a su cercanía y entonces les disparó sin pensarlo dos veces.
―Te dije que esto pasaría ―dijo Kenia mirando a su lado, justo dónde estaba Adkins, Ópalo solo rodó sus ojos mirándola, clavada a un árbol por las flechas, no la habían tocado, simplemente amarraron su vestidura.
―Habla por ti, yo soy demasiado guapo para que me atraviesen con una flecha. ―A diferencia de Kenia, Adkins era un poco más invencible, él jugó con las flechas en sus manos; así era, no logró dar con su ropa, tenía la agilidad suficiente para atraparlas con sus manos.
― ¿Qué hacen aquí? ―preguntó la princesa mirándolos con seriedad y su típica expresión de enojo.
A ella podía temerle cualquiera, excepto Adkins y, en su defecto, Kenia.
―Salimos a cazar duendes ―respondió sarcástica―. Es obvio que te seguiríamos. ¿Pensabas salir de casería sin nosotros?
―No necesito de ustedes ―dijo y siguió caminando, dejándolos atrás.
Adkins la siguió tranquilamente, dejando aun a Kenia clavada al árbol.
― ¡Oigan! ―gritó― ¿No creen que se les olvida algo?
― ¡Tú puedes con ello linda! ―respondió Adkins siendo arrogante, no importándole si la pobre chica quedaba allí de pie toda la noche sin poder escapar.
“Suéltame o te maldeciré y me quedaré con tu alma”, le dijo Kenia a Adkins mentalmente, ella sabía quién era él, sabía perfectamente que podía escucharla.
Él se detuvo en seco al ver que se metió en su mente a dejarle aquel pequeño recado, dejó sus ojos en blanco y suspiró.
“Qué agresiva eres”, respondió telepáticamente, volteó a mirarla y, con un simple guiño del ojo derecho, hizo que las flechas se cayeran a tierra, liberándola.
Kenia sonrió, sabía que él era muy poderoso, mucho más de lo que cualquiera en su dimensión podía serlo jamás.
“Ven por mí”, le pidió ella, ya que él seguía caminando y hace mucho la habían dejado atrás.
“Estás pidiendo mucho”. Se quejó, pero sin decir más, fue por ella a toda velocidad yendo y viniendo en un pestañear.
Ópalo sintió la brisa por la velocidad en su nuca y volteó a mirarlos extrañada, enseguida simularon hacerse viento con las manos.
Ella no debía saber que ellos si tenían poderes.
―Ustedes están actuando muy raro. ―Los miró y cruzó sus brazos.
―Solo tenemos calor ―dijo Adkins, arrancó una hoja de un árbol y se abanicó con ella, intentando hacer que Ópalo lo creyera.
―Claro, en un bosque húmedo, con niebla, en la madrugada, a unos quince grados. Por supuesto, es un infierno ―dijo sarcástica, no tenía la menor idea de que les sucedía a aquellos dos; ambos alzaron sus hombros, la princesa solo optó por dar media vuelta, ignorarlo, y seguir caminando.
―Para ser una Banshee, eres algo inútil ―le susurró Adkins a Kenia al oído, ella bufó, podía ser guapo, irresistible, tener una voz grave y seductora, los mejores ojos y el más bello cabello; pero a veces resultaba ser sumamente fastidioso.
―Recuerda que puedo consumir tu alma, entonces tú serías el inútil ―musitó de igual manera.
―No podrías resistirte a vivir sin mí ―agregó, ella solo lo retó con la mirada, siempre narcisista y ególatra.
¿Sus padres habían tenido la culpa de eso? Aunque con lo guapo que era, sus genes le daban la razón de ser.
― ¿Podrían callarse? Intento pensar, y su cuchicheo no es de ayuda ―se quejó Ópalo.
―Pues no has pensado en nada, no creo que vayas a pensar en algo después ―dijo Adkins, él podía oír los pensamientos de cualquiera que así él lo quisiera, ella había tenido la mente en blanco por mucho tiempo.
No creía que eso cambiara ahora.
― ¿Cómo sabes que no pienso en nada? ―preguntó ella haciéndole frente, nadie lo sabía, jamás lo había mencionado, no había dicho nada sobre su incapacidad de meditar o imaginar. Por eso sus sueños eran tan fuertes, ella intentaba imaginar; pero no había nada, sin embargo, sus sueños la atormentaban con gran dolor.
―Cuando alguien piensa en algo se nota en su rostro, tu siquiera tienes líneas de expresión, siempre llevas el mismo gesto como si estuvieras muerta, es simple deducción. Te mueves por instinto, más no sabes cuál es tu siguiente paso ―dijo él, no era la verdadera razón, mentía para proteger su identidad y protegerla a ella de cualquier medida que pudiera tomar al enterarse.
―Tienes razón ―comentó bajando la guardia―. Ahora se me antoja hacer una fogata.
― ¿Una fogata? ¿De qué estás hablando Paola? ―preguntó Kenia de inmediato, sintió su instinto jalearla, eso solo significaba que lo que fuera que ella quisiera hacer, tendría personas muertas como resultado.
―Hablo de fuego, como el aliento de un dragón, quiero ver llamas y miseria, abrir tumbas y dejar lágrimas. Debo practicar ―finalizó, tomó la roca en su cuello y la sopló, eso solo significaba que su transporte llegaría pronto, su pequeña mascota, el hipogrifo.
― ¿Practicar? ―preguntó Adkins sin saber de lo que ella hablaba, pronto sus cabellos volaron, dando en sus rostros, las alas del hipogrifo producían aquella brisa exagerada, Ópalo saltó a él, montándose en su lomo.
― ¿Vienen? Porque no los esperaré ―dijo y gritó haciendo a su transporte despegar.
―No pienso perderme eso. ¿Cómo la seguirás? ―preguntó Adkins mirando a Kenia, él podía volar, ella no.
Si la dejaba, quizá no podría saber su trayectoria.
―No me perderé, la Banshee debe hacer presencia con la muerte ―dijo ella mirándolo, con algo de preocupación en la mirada.
― ¿Enserio asesinará a alguien? ―preguntó él, apoyaba la idea de la fogata, pero no lo de la muerte. Kenia asintió, ella lo sabría, ella debía consumir esas almas antes de que Ópalo los quemara vivos― Sujétame, te llevaré ―dijo y la alzó en brazos para llevarla.
Sintió mariposas en su estómago, quizá no era un buen momento para sentir aquellas cosas, o ver estrellas; pero volaría en esos brazos con gusto por el resto de la eternidad. Se amarró a su cuello, quizá mucho más de lo que debería; pero su cuerpo provocaba atrevimiento y ella no se podía resistir.
Adkins logró alcanzar a Ópalo, y escuchar por su mente hacía dónde se dirigía, no pensaba mucho, pero simples acciones podía escucharlas también.
Avanzó hasta la aldea a la que ella se dirigía, adelantándose y llevando consigo a Kenia en brazos. Su objetivo era el fuerte de los guardias y atalayas de la aldea, eso era lo que planeaba volar.
Aterrizó con Kenia en los patios del fuerte, quienes, al mirarlos dentro de su propiedad, violando sus límites no dudaron en atacarlos.
Adkins produjo un campo de fuerza para cubrirlos a ambos, haciendo que cualquier arma fuera simplemente inservible.
― ¿Qué quieren? ¡Largo de aquí! ―gritaron desde adentro los encargados de seguridad.
―No debes escucharme ―dijo Kenia mirando a Adkins, si él la escuchaba, también moriría.
―Soy inmortal, ni tu puedes matarme… ¡Canta! ―le ordenó él. Ella no estaba muy segura de ello, no podía ser verdad y no estaba lista para comprobar que él decía la verdad― Ópalo no tardará en llegar, hazlo ya ―le exigió.
Kenia suspiró, llenó sus pulmones de aire y empezó a cantar; cualquiera a cuyos oídos llegara tal melodía, moriría.
Los guardias y atalayas no tardaron en caer al suelo, consumió sus almas y lloró mientras las sentía llenar su cuerpo, haciéndose más fuerte, conservaría los poderes de aquellas criaturas por algún tiempo.
Miró a Adkins, él estaba en perfección, tomó a los guardas que habían caído fuera del fuerte llevándolos consigo adentro, la princesa debía pensar que estaban vivos, dentro del fuerte. Cuando terminó de cantar ella misma se encargó de arrastrar dentro uno de los cadáveres, sentándolos en la mesa como si bebieran vino y disfrutaran de su última cena.
―Odio quien soy ―dijo Kenia lamentándose, mirando a todos los hombres caídos, aproximadamente, unos diez.
―Sabes que habrían sufrido demasiado antes de morir, es mejor así ―dijo Adkins intentando hacerla sentir mejor.
Aún estaban dentro cuando escucharon las flechas con fuego dar en el techo, ardiendo la paja del fuerte.
Ópalo estaba allí.
―Debemos irnos ―dijo Adkins intentando marcharse.
―Espera ―interrumpió ella su paso tomándolo del brazo―… Si no puedo consumir tu alma. ¿Por qué hiciste caso a mis amenazas? Soy totalmente inofensiva para ti.
―No totalmente, si me cortas la cabeza moriré; pero olvida que te dije eso, debemos salir de aquí ―dijo él, echándola al hombro, si ella no avanzaba, la obligaría a seguir.
Con su velocidad, ambos pasarían desapercibidos a los ojos de Ópalo.
Ella vio aquel fuerte arder, así como ardía su alma en furia, como en sus sueños se consumía aquel chico del tatuaje de libélula en el pecho, intentaba que eso aclarara su mente, verlo arder, pero no había nada, aun no lograba pensar.
¿Quién era él y por qué la atormentaba?
No lo soportaba, quería entenderlo, quería recordarlo, necesitaba que saliera de sus sueños y fuera una realidad, necesitaba que su mente volviera a trabajar.