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2

La niña rubia miro hacia las piernas de la mujer y vio como una pequeña figurita salía de ellas.

Celina sonrió a duras penas y volvió a esconderse detrás de su mare. La mujer que no había perdido detalle de la escena, se dirigió a la niña:

-          Dime, bonita. ¿Cómo te llamas?

-          Mi nombre es Valentina. ¡Ya he llenado toda la mano! – Dijo alegre y muy satisfecha.

-          Encantada y enhorabuena. Ella es mi hija, Celina. Estoy segura que os llevareis muy bien. ¿Está tu madre o alguien más? – Preguntó de nuevo Adriana.

Valentina entró en la casa y después de dos minutos, salió un niño mayor que ella y una mujer.

Esta última se presento como Cloe, la madre de los niños y él como Sergio de siete años. Las dos mujeres empezaron a hablar de temas triviales, mientras que la pequeña Valentina se acercó a Celina:

-          ¿Quieres venir a mi habitación? Tengo dos muñecas nuevas. Si quieres podemos jugar. – Dijo la rubia con una sonrisa.

La Princesa solo asintió y se alejo de las dos madres, bajo la atenta mirada del hermano de su nueva amiguita.

Los días iban pasando y cada día las dos niñas eran más amigas, e incluso, Sergio jugó con ellas.

Celina, desde la primera vez, le había parecido un niño muy guapo.

Rubio, como su amiga, de ojos azules y una pequeña sonrisa, que solo podías ver muy de vez en cuanto. Para Sergio, ella era como un ángel caído de cielo, porque con solo ver esa sonrisa lo elevaba hasta lo más alto. Valentina y Celina a medida que pasaban los años se hicieron inseparables y con ellas, Sergio, que para la última era como un hermano, como el hermano que nunca tuvo. Pero no todo lo bueno dura para siempre.

Cuando las chicas cumplieron los diesisietes, Sergio se marchó a la Universidad y nunca volvió a saber de su amiga Princesa, ni ella de él.

Ahora, en la actualidad. Celina se encuentra con un lío mental, aunque nunca pasó nada entre ellos de más chicos y sobretodo, cuando él tenía sus 18, siempre había tensión y nada era lo mismo. Celina contestó a su amiga:

-          Sí, sí que me acuerdo de él.

-          ¿Así? ¿Quién es, Nat? – Preguntó un poco celoso Gregorio.

-          Un amigo de toda la vida, Gregorio. No te preocupes.

O eso pensó ella. 

Las horas de clase se le hicieron interminables.

El profesor no termina de explicar el tema y el reloj juega en su contra.

¡Maldito día! Celina no sabe qué hacer. Sigue con el lío mental. Quiere a Gregorio con todo su corazón, pero el tiempo puede hacer maravillas en un hombre y quiere ver a Sergio de nuevo, habían sido grandes amigos de niños.

De niños. Ahora, era una adolescente y con un chico un poco celoso.

Sale del instituto y ve a su chico que la espera sentado en un banco. Se acerca a él y le da un beso en esos labios que la traen loca desde hace dos meses:

-          ¿Qué tal las clases, Celina? – Pregunta el chico.

-          Bien pero aburridas. Quiero poder elegir lo que estudio de una vez, Gregorio. – Se queja la chica.

-          Tranquila pronto podrás hacerlo. Vamos a tu casa, tengo que contarte algo, princesa. – Dice Gregorio seguro que su chica lo va apoyar en todo.

-          Miedo me das, cariño. – Contesta riendo la Princesa.

Llegan a casa de Celina y la chica grita para ver si hay alguien dentro, pero no.

Sus padres están trabajando y no llegaran hasta tarde. Celina está preparando algo para merendar, cuando nota que los brazos de su chico le rodean la cintura y su voz llega a sus oídos:

-          Princesa, deja eso y ven a sentarte. Hay algo que tengo que contarte.

La chica obedece y deja la merienda para más tarde.

Se sientan en el sofá, acurrucados como la pareja que son.

Gregorio inspira profundamente y se lanza a la piscina:

-          Celina, sabes que quiero estudiar ingeriría mecánica pero aquí, en donde vivo, no puedo hacerlo. – Empieza a explicar. – Así, que he pensado que cuando terminemos nos podemos ir los dos a otra ciudad y estar juntos.

-          Pero, Gregorio… - Pero él la interrumpe.

-          Celina, princesa, piénsalo. Podrás estar conmigo, no habrá nada ni nadie que nos separe. – Dice muy contento y entusiasmado.

-          ¡Gregorio Martinés Telor, escúchame! Yo aún no he decido que hacer con mi vida después del bachillerato y no quiero irme a otra ciudad. – Contesta la chica harta de que su chico nunca la escuche.

-          ¿Por qué no? ¿No quieres estar conmigo? ¿Para siempre? ¿Cómo siempre hemos dicho? No lo quieres, tranquila, no hará falta. – Dice muy cortante él. Toda la ilusión se ha roto.

-          Gregorio, no es que no quiera estar a tu lado. Sabes que te quiero muchísimo, pero no quiero dejar Doncaster, me gusta mi ciudad. – Intenta explicarse Celina, pero él ya no la escucha.

-          Está bien, haz lo que quieras. No te necesito para nada, Celina. Habrá millones de chicas que querían estar conmigo y lo sabes. – Dice Gregorio.

-          ¿A qué viene este cambio de tema? – Pregunta sorprendida ella.

-          El tema es que lo dejamos.

Esas palabras dejan a Celina sin aliento.

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