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Las lágrimas ya son inevitables y caen de mis ojos hacia las mejillas, como si de un río se tratase. La llamada se corta y solo puedo quedarme aquí, con un fuerte nudo en la garganta, viendo como comienza a nevar de nuevo en esta semana. Y me quedo observando como la montaña rusa emocional que tengo, vuelve a bajar después de subir esta semana con el beso de Scarlet. Vuelve a bajar con rapidez sabiendo que la voy a perder, si no es por su enfermedad, será por mis asquerosas consecuencias.
Las lágrimas son inevitables, porque no soportaría ver perder a alguien a quien amo de nuevo en mi vida. No soportaría perderla... No soportaría perder a la chica de la que me ha robado el corazón y que se lo llevara para siempre.
Mis rodillas tocan el suelo frío de mi habitación vacía. Pero no es lo único que hay vacío en este instante, ya que yo lo estoy. Simplemente miro un punto fijo mientras las lágrimas siguen cayendo al imaginarme todas las consecuencias que acarrearía por mi maldita culpa y que solo Scarlet las pagase. El muro que llevaba años construyendo a caído en picado en una sola noche, en una sola llamada y en unos solos minutos.
No soportaría perder a alguien más, porque esta vez sé que sería mucho más duro que la primera. Mucho más doloroso. Porque a pesar de que la muerte de mi hermana me haya roto en algunos aspectos de la vida, si Scarlet le pasara algo esta vez todo mi mundo se rompería y me costaría mucho más levantar cabeza, si es que tuviese esa fuerza de voluntad de poder hacerlo.
Y en vez de seguir siendo el hombre duro del que estáis acostumbrados a ver, me derrumbo más, llorando fuertemente, dejando de estar de rodillas para estar tirado en el suelo con miedo a lo que pueda pasar en un futuro si no hago algo antes.
—Scarlet... —susurro su nombre con una voz completamente rota —. Por mi culpa... te he metido en esta mierda.
Más lágrimas caen al suelo, como si de gotas de lluvia se tratasen. Como si mi tormento, ese tormento que llevo teniendo desde hace meses saliese a la superficie en forma de lágrimas.
—Por mi culpa... —susurro, sintiéndome inútil ante la persona que amo.
*Scarlet*
Martes, 30 de diciembre.
Despido a mi madre con un beso en la frente, mientras ella está acostada durmiendo la mona y yo me levanto temprano para visitar la última universidad que me queda.
Por unos minutos pienso si llamar a Adrián, para hablar con él, como llevo haciendo todos estos días que he estado con mi madre en Canadá. Pero descarto la idea cuando observo en el reloj que pone las seis de la mañana. No quiero despertarlo y molestarlo ahora mismo, por lo que me marcho del piso y me dirijo hacia la parada de autobuses. Desde que están haciendo reformas en el metro, la única forma de irme a visitar universidades por mi cuenta es mediante el autobús.
Me pongo los cascos y saco mi Walkman de mi mochila. Encontré este reproductor antiguo en una tienda de segunda mano bien cuidado y desde que me lo compré hace poco, no me separo de él. Llámenme antigua, pero yo me siento como Chris Pratt en los "Guardianes de la galaxia".
Al llegar el transporte, subo y me pongo en los asientos traseros al lado de la ventana, para observar mejor las vistas. Durante el trayecto, pienso muchas cosas y una de ellas es que es lo que haré después del instituto. Para mí es como un paso más hacia la vida laboral en la que tendrás en un futuro. La idea de estudiar criminología no se me ha ido desde que cumplí los quince años y eso es lo que busco aquí, en Canadá.
A pesar de que eso solo lo sepa mi madre.
Sé que esta universidad a la que voy a ir ahora es muy buena para el curso que yo quiero. Pero eso implicaría alejarme de mis amigas y sobretodo de Adrián, él no va a dejar el taller por mí eso tenlo por seguro y yo no voy a dejar mis estudios así, sin más. Son cinco años de carrera, dependiendo de lo buena que sea estudiándolo.
Canadá es una gran oportunidad para vivir sola y ser independiente por una vez. Tengo muy claro que antes de tener una relación seria, quiero estar sola, aprender sola y trabajar lejos de todo. Aunque a mi madre no le haga mucha gracia, me apoya. Pero, seamos sinceros, ¿a qué madre le gusta que sus hijos se vayan a otro país? Diría que ninguna.
Nada más llegar a la universidad, guardo mi música y salgo del transporte para entrar al campus. Es completamente inmenso el sitio y supongo que los estudiantes estarán con sus familias pasando la navidad. Pero por extraño que parezca, hoy es día de puertas abiertas para que estudiantes de todo el mundo visite las instalaciones. Después de dos malditas horas en carretera, por fin estoy aquí.
Mi cabeza no deja de girarse para sí misma, queriendo mirar todo lo que hay en este increíble sitio. Mi rostro es de impresión al ver todos los edificios que hay. Camino hacia atrás asombrada y como una idiota, hasta que mi espalda se choca contra otra persona, ya que se escucha un pequeño grito ahogado de la misma.
Me giro rápidamente para pedirle disculpas a la persona con la que me he chocado.
—¡Mierda! Lo siento, lo siento. Estaba despistada mirando el lugar que no te vi —digo con nerviosismo, ayudando a levantar a una chica que hay en el suelo.
Ella me mira algo asustada y acepta mi mano para levantarse. Su rostro está pegado hacia el suelo, como si temiera mirarme y que le hiciera algo malo. Eso me extraña mucho de ella, pero nunca hay que juzgar a nadie sin conocerla primero.
—Gra... gracias —susurra con timidez y sus ojos observan los míos con cautela.
Tras ellos puedo ver miedo, supongo que la asusté al chocarme con ella.
—Lo siento mucho de verdad, ¿estás bien?
—Si... Sí, estoy bien. Gracias.
Y se marcha más rápido que cualquier atleta, con la cabeza cabizbaja.
—Que chica más extraña... —susurro para mí misma.
Camino hacia el edificio principal, casi sin poder caminar por todas las personas que se encuentran. Durante el rato que estoy aquí, paso por secretaría para preguntar dónde se encuentra el salón de actos y una mujer algo amargada me contesta.