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Capítulo 3 El viejo edificio

Por Irina

Me despedí del abogado y de Fernando Gentile.

—Te hablo mañana, luego de que te acomodes, salvo que prefieras que te acompañe y te ayude.

—No, no es necesario, aunque no tengo idea hacia dónde me dirijo.

Fernando sonrió y pude ver que su sonrisa era franca.

—Si necesitás algo, no dudes en llamarme, te mando un mensaje así queda mi número de celular registrado en el tuyo.

—Gracias, señor.

Le digo señor, aunque no es un hombre muy grande, no debe tener más allá de 30 años.

Tomo las llaves del auto que me corresponde y al subir, hace un ruido raro.

Lo saqué del garaje y estacioné en la puerta de la mansión, para fijarme que es lo que sucedía.

Me indica el tablero que hay un problema en la dirección.

Me bajo del auto para avisarle al camión de la mudanza que tenía un problema.

Al bajarme del auto, me doy cuenta que una rueda está en llanta.

Eso es obra de Rosie, pensé.

Veo que ella sale de la mansión y se acerca a mí.

—¿Tenés algún problema, hermanita?

Dice riendo.

Todo me confirma su estupidez.

—No sos mi hermana.

Le dije con bronca.

Noté que su tez se puso pálida, pero al instante siguió riéndose.

También que estaba en lo cierto cuándo pensé que la rueda en llanta era obra de ella.

Rápidamente se acercó Fernando, que estaba por subirse a su auto.

—Te ayudo, Irina.

—Gracias.

—No me canso de decirlo, sos una mujerzuela, siempre rodeada de hombres.

Dijo al ver como Fernando se acercó sin dudar para brindarme su ayuda.

—¿Por qué no entrás a disfrutar de la mansión que le robaron a mi madre junto con su vida?

—¡Me alegro que vivas en una pocilga!

Dijo entrando por la puerta principal, aunque minutos después salió por el garaje, lo hizo con su auto y estacionó detrás mío.

No sé porque me dijo que era una pocilga en donde yo iba a vivir.

A lo mejor sabe cómo es la propiedad que me dejó mi abuela materna, aunque no tiene sentido que ella lo sepa.

Entre Fernando y uno de los señores que estaban haciendo la mudanza, cambiaron la rueda de mi auto.

Fernando se limpió las manos con un trapo húmedo que le brindó el camionero y antes de subir a su auto, dijo que me seguía con el suyo, por si surgía algún problema.

Le agradecí la ayuda con una pequeña sonrisa, en realidad tenía muchas ganas de llorar.

Puse el google maps y me dirigí a mi nuevo hogar, al menos va a ser mío, ya no voy a encerrarme en mi habitación para evitar a Rosie y a su madre.

Al cruzar las calles y alejarme de ese barrio que conocía muy bien, mi alma se desgarraba en mil pedazos.

Tenía muchos parientes, pero ninguno cercano, de parte de mi madre tenía algunos primos, por eso mismo me llamó la atención que mi abuela dejara una propiedad a mi nombre.

Luego de fallecer mi madre no tuve mucho contacto con su familia, ellos culpaban a mi padre por el accidente de mi madre y por ese tema, también se alejaron de mí.

En cuánto a la familia de mi padre, él tenía un hermano, mi tío César, que vivía en Estados Unidos y siempre que mi padre viajaba, lo hacía solo, apenas falleció mi madre, recuerdo haberlo acompañado a un viaje, tampoco lo hacía tanto, eso era raro, porque antes a nuestra tragedia, él viajaba mucho, en realidad todos lo hacíamos, éramos una familia muy feliz.

Al menos eso aparentábamos.

Miro por el retrovisor y veo el auto de Rosie que me está siguiendo.

Por suerte Fernando se ofreció a acompañarme.

Es lo único que me queda, confiar en un completo desconocido.

Al doblar en una avenida, algunos edificios me resultaron conocidos.

Finalmente llegué a una edificación, cuando la miré, una emoción enorme me embargó.

Tardé unos minutos en bajar de mi auto, lo hice cuando Fernando me abrió la puerta del auto, no estaba esperando que lo hiciera, solo me quería tranquilizar, aunque no lo pude hacer.

Rosie estaba de pie, al lado de la puerta de entrada, mirando todo con asco.

La edificación no era nueva, sus ventanas estaban desvencijadas, le faltaba pintura por doquier y hasta tenía unos cables colgando, no tenía ni un poco del lujo de la que fuera mi mansión, pero sin encontrarle una razón, yo amaba esa edificación.

Mi padre lo sabía, porque cuándo la vi por primera vez, estábamos volviendo de hacer un trámite y me llamó tanto la atención, que le pedí que diera una vuelta de manzana, para verla nuevamente.

Así lo hizo, hasta que se estacionó frente a ella.

Yo tendría 10 o 12 años y le comenté a mi padre que ese lugar en su tiempo debía tener brillo propio y que me gustaría comprarlo para poner allí, si es que se podía, una academia de idiomas.

En esa época ya me atraía poder hablar distintos idiomas, para entender a las personas de distintos países.

Mi querido padre se reía, pero estaba feliz porque yo tenía sueños y proyectos, siempre me decía que iba a lograr lo que me propusiera y que no deje nunca de estudiar.

Muchas veces pasábamos por allí, cuándo estábamos los dos solos, lo hacíamos para ver esa propiedad.

¡No era de mi abuela materna!

Lloré aún más al reconocer esa trampilla en su testamento.

Bajé de mi auto y Fernando no soltó mi mano, yo seguía llorando como una tonta, pero de emoción.

Rosie, al ver el aspecto que tenía ese lugar y sobre todo al ver mis lágrimas, estalló en carcajadas.

¡Si ella supiera!

—Finalmente tenés lo que merecés.

Por fin se alejó, lo hizo feliz, pero sin saber que mis lágrimas no eran de tristeza, sino de emoción, por sentir el cariño de mi padre.

También me invade mucha culpa, porque le fallé a mi padre con mi embarazo.

No fui responsable, de eso estoy segura, pero él no lo sabía.

En ese instante llegó el camión de mudanza.

Miraron asombrados el edificio, sobre todo porque veníamos de una gran mansión de zona norte.

Con cierto temblor, abrí la puerta de la calle, era de hierro, se veía hacia adentro, porque el hierro era calado, en forma de panales de abeja.

Me pareció que esa puerta no era vieja, al contrario, era nueva.

Miré por última vez hacia adentro antes de girar la segunda vuelta de la llave.

Empuje la reja y puse un pie dentro y luego, con seguridad, entré.

Era muy rara la edificación.

Desde donde estaba parada se veía el patio trasero.

Había muchas puertas hacia los dos costados, estaba parada en medio de un largo pasillo, sin techo, eso pensé en un primer momento porque había bastante claridad, a pesar de que ya eran las cinco de la tarde.

Cuando miré mejor, estaba techado, pero las lámparas que había daban una luz natural y cálida.

En un momento tuve miedo que el lugar no tuviera luz, lo pensé por el cable que estaba colgando desde la terraza.

—No es tan malo.

Me dijo Fernando.

—No… al contrario, me gusta el lugar.

Su mirada era muy tierna y hasta me acarició el cabello.

Eso me turbó.

Se adelantó unos pasos y fue abriendo las puertas que daban al pasillo.

Parecían habitaciones, o pequeños departamentos.

Cada puerta tenía una habitación que daba a una sala de distribución que daba a otra habitación y también a un baño, descubrí que lo que parecía un armario era una cocina tipo kirchner, eran como pequeños departamentos.

Por dentro, salvo las habitaciones de las dos primeras puertas, a las que le faltaba un poco de pintura, las demás estaban prolijamente pintadas.

El terreno debía ser enorme porque había 5 puertas de cada lado del pasillo y al finalizar estaba el patio cubierto y más allá una pequeña zona parquizada.

En el patio cubierto había una escalera que daba a lo que supuse, era la terraza.

—Señorita…

Me interrumpe el chofer del camión de mudanza, cuándo estaba por subir la escalera.

—¿Podemos bajar las cosas, antes de que se haga de noche?

—Sí, perdón, bajen todo, por favor, dejen todo en la segunda puerta del lado derecho.

Dije por decir algo, no quería que sepan que tan grande es el edificio.

Los dos ayudantes y el señor que manejaba el camión, comenzaron con su labor.

—Subí, por favor, te acompaño.

Dijo Fernando.

Apenas terminé de subir, me topé con un balcón y luego con una edificación, que parecía en perfecto estado.

La puerta estaba cerrada.

Fernando me extendió una llave.

—Tomá.

Me dijo.

Abrí la puerta y me encontré con un living, amueblado con muy buen gusto.

Lo miré, estaba anonadada.

—Tu padre te adoraba.

—Supongo.

Dije creyendo que podría ser así, aunque en casa no solía ser muy demostrativo, pero cuando salíamos los dos solos, y lo hacíamos a menudo, hasta su carácter cambiaba y por supuesto, se convertía en el padre cariñoso que yo recordaba.

Prendí todas las luces que encontré y recorrí la casa.

Había cuatro habitaciones inmensas, una de ellas con cama matrimonial, las otras tres con camas de una plaza, todas con cortinas y acolchados, todas tenían su propio baño y vestidores.

Había una quinta habitación, en donde había un escritorio y bibliotecas, con colecciones de libros en distintos idiomas.

A esta altura, mis lágrimas no dejaban de correr.

Fernando me abrazó, y yo le devolví el abrazó, apoyándome en su pecho.

—Bonita, tu padre sabía lo que hacía.

Dijo besándome la coronilla.

En ese instante le sonó el celular y se alejó un poco para contestar.

—Sí, amor, en un rato paso a buscarte, también te amo.

Debía ser la esposa o la novia.

Cortó enseguida.

—¿Querés dormir en un hotel? Te reservo una suite en algún lado.

—No lo sé, el edificio es enorme y no lo conozco, pero si tenés cosas que hacer, puedo reservar una habitación yo sola.

—No, linda, no te preocupes por mí, estoy para servirte.

—Vas a tener problemas con tu pareja.

Le digo sinceramente.

Él solo sonrió.

Acto seguido marcó algo en su celular y luego me llegó un mensaje con un código de la habitación que había reservado.

—Gracias.

—De nada, por favor, aunque recién hoy nos conocimos, confiá en mí, no te voy a defraudar, le debo demasiado a tu padre.

Lo miré con atención, pero cuando quise preguntar, ambos escuchamos que me llamaban los obreros que trasladaron mis cosas.

Bajamos y Fernando les dió una generosa propina.

Al rato cerramos todo, antes tomé ropa para cambiarme al día siguiente y también mi notebook.

—No sé qué hacer con las joyas.

Subimos de nuevo y en la habitación donde estaba el escritorio, corrió un cuadro y abrió una caja fuerte.

—Cambiale la contraseña.

Así lo hice.

Nos despedimos hasta el día siguiente, me dijo que nos encontrábamos en mi nuevo hogar.

Llegué al hotel, era cómodo y bastante lujoso, sin derrochar sensualidad.

Pedí comida en mi habitación, no tenía ganas de cenar fuera, ni siquiera en el restaurante del hotel.

Hasta tuve la sensación de que me seguían.

Debe ser porque a esta altura desconfiaba hasta de mi sombra.

También puede ser que Rosie y su madre me espíen o hayan mandado a espiarme.

Estoy prácticamente sola en el mundo, sin embargo, estoy tranquila.

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