Capítulo 4
¡Maldición!
Aún no estamos casados y eso ya me está torturando.
¡Eso no está bien!
¡No es bueno en absoluto!
Mi padre también puede ser el más testarudo, insensible y vengativo de este mundo.
Pero soy su hija.
Tengo una parte de él dentro de mí, a mi pesar, pero creo que hoy podría utilizarla a mi favor.
-Estaré abajo en un momento.- tranquilizo a mi madre con una sonrisa decididamente falsa, que no se le escapa. Pero eso no tiene tiempo de comprobarlo.
La prioridad es bajar corriendo para entretener a los invitados.
Así que pienso en un plan para enojar a todos, pero especialmente a Percy y a mi padre. Algo que les asombra...
Camino hacia mi armario y meto el dedo índice entre los dientes. Agarro un pijama gris, con orejas de conejo revoloteando en el medio. Luego me quito el turbante que llevo en la cabeza y dejo mi cabello rubio húmedo, sin molestarme en peinarlo... quiero que entiendan mi decepción. Que estoy en contra de este acuerdo prenupcial.
A mi padre no le agradaría que me presentara de esta manera, sabiendo que los Stuart estaban allí como invitados. Si bien Percy entenderá mi desacuerdo y me etiquetará como una chica anti-sexo, nada podría hacerme más feliz.
Sin mirarme al espejo, abro la puerta y camino con mis pantuflas rosa flamenco hacia las escaleras. Empiezo a escuchar sus voces superpuestas y reúno coraje, preparándome para la guerra.
Bajo las escaleras de caracol y la primera en ver mi vergonzoso atuendo es mi madre, con los ojos muy abiertos entre una mezcla de sorpresa y reproche.
Y creo que se está maldiciendo por no investigar más mi sonrisa en la habitación.
El segundo en darse cuenta es Arnold, el padre de Percy, quien endereza su espalda sin gustarle en absoluto mi afrenta, y eso no es todo… mi padre literalmente me está despedazando vivo, ordenándome que me dé la vuelta para ir a cambiarme.
Por último, está Percy, mi 'prometido', elegante como siempre con su combinación de traje y corbata, que me mira de arriba abajo con una sonrisa. Como si le encantara mi atuendo, incluso se muerde el labio inferior con los dientes.
Estoy consternado.
Si no recuerdo mal, le encanta la gente ordenada e impecable.
Tanto en la vestimenta como en el comportamiento.
Y ahora mismo no estoy nada presentable... pero todavía parece atraído por mí.
¡Está loco! ¡Definitivamente loco!
-Veo con agrado que Adriana tomó bien la noticia de la boda… incluso apareció vestida como si ya estuviéramos casados.- Percy toma la palabra con una amplia sonrisa en su rostro. Y no sé si simplemente me rescató de las garras de mi padre o frustró mi plan.
No respondo, al contrario cruzo los brazos sobre el pecho dándome cuenta de que se me ha olvidado ponerme el sujetador. Detalle que no pasa desapercibido para Percy, que se detiene en ese punto unos instantes.
Entonces escucho a mi padre reproducir una risa amistosa, para calmar la desafortunada situación.
-Bien, ahora que Adriana está aquí también podemos tomar asiento en la sala.- dice invitándolos a entrar.
¿Adivináis junto a quién me sentaron?
¿Y por qué Percy?
Estoy de mal humor durante el almuerzo.
Miro a mi madre, a mi padre, a Arnold, a los vasos y a las servilletas. Todo, excepto Percy. Que por el contrario no hace más que mirarme fijamente. Y lo sé, porque lo veo por el rabillo del ojo. Me está inspeccionando de pies a cabeza, sin hacer nada para disimularlo.
De repente se inclina hacia mi oído.
-Por favor, cuéntame una curiosidad... ¿te olvidaste deliberadamente el sujetador arriba, verdad?- susurra en un tono decididamente picante. Y me gustaría arrancarle la lengua de la garganta.
No debe hablarme así, ni burlarse de mí, y mucho menos encontrar puntos en común.
Él y yo no somos pareja y nunca lo seremos.
-No me casaré contigo, solo sé eso.- Casi gruño, apretando el tenedor entre mis dedos, mientras noto a mi padre discutiendo algo desconocido para mí con Arnold, pero creo que son negocios.
- Vaya , cuánta pasión angelito… no me digas que es todo por ese camarero sin dinero, porque solo estás desperdiciando tus energías.- me pone a prueba.
Lo odio, lo odio, lo odio, con toda mi alma. ¿Cómo es posible que mi madre piense que hay algo entre nosotros? Cuando solo quiero sacarlo de este planeta.
-No lo menciones, y deja de molestarme, de lo contrario…-
-¿Qué? ¿Me ganarás?- me replica en tono divertido.
"Eso no sería una mala idea, ¿sabes?" Sonrío, plantando mis ojos en los de él.
-Oh si, yo también lo creo.- murmura tomando un sorbo de vino dejándome estupefacto.
¿Le conviene si lo golpeo?
Está enfermo... simplemente fuera de sí. Y la sola idea de que pueda convertirse en mi marido hace que mi corazón se estremezca de terror.
Entonces lo veo mirándome fijamente, sin hablar, como si estuviera concentrado en estudiar un punto preciso de mi rostro.
-¿Qué pasó con tu labio?- pregunta finalmente.
Me encojo de hombros distraídamente, sin responderle. No le debo explicaciones.
No es asunto suyo.
-¿Quieres decírmelo, o prefieres que se lo pregunte directamente a tus padres?-
-¿Qué te importa?- Respondo con dureza, lanzándole una mirada venenosa.
-Tengo debilidad por tu lado agresivo, de verdad, pero ahora responde a mi pregunta.- se lame los labios y yo me detengo en ese movimiento delicado pero incisivo.
-Mi padre me abofeteó por tu culpa.- tiro enojado. No fue exactamente así, pero digamos que él fue el arquitecto de nuestra disputa.
-¿Mi culpa?- frunce el ceño de color marrón claro, visiblemente confundido.
-Sí, porque yo me desvinculé de esta unión, y tú también deberías hacerlo.-
-¿Estás bromeando?- casi reprime una risa burlona, lo que me pone furioso.
-¿Crees que está bromeando?- digo con cara dura.
-Entonces estás loco si crees que alguna vez rechazaría tal propuesta.-
-¿Por qué?- Necesito saber la verdad. El motivo de este matrimonio.
-Mmh... prefiero dejarte con la curiosidad.- se ríe volviendo a beber otro sorbo de vino, y quiero quitarle la copa de las manos y estrellarla en su cabeza... y juro que ya Nunca tuve pensamientos violentos en toda mi vida.
La especialidad de Percy es hacerme perder los estribos. Y aunque han pasado años, desde que éramos pequeños, todavía logra su intento.
-Por favor, dímelo.- susurro con frustración. Esta historia me está comiendo el alma.
Me vuelve a mirar con sus ojos muy azules, casi transparentes, creados por la madre naturaleza para confundir a las niñas.
-¿Nunca te dijeron que esperar aumenta el deseo?- chasquea la lengua en el paladar dándose aires de superhombre.
¡Lo odio cada vez más!