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Capítulo 3. Revelaciones.

No sabía si abrir la puerta, el hecho de pensar que Fabiola volviera entrar a mi casa me daba pánico. No quiero que venga a destruir mi ser, aquel que poco a poco estoy reconstruyendo pieza por pieza. Dos semanas atrás hubiera abierto la puerta deprisa y sin pensarlo al escuchar su voz. Siempre estaba dispuesto para ella, pero ese Mateo que ahora forma parte del pasado al parecer está cambiando. Sentí como si estuviera despertando del sueño en el que me encontraba para ver la realidad. Guarde silencio esperando que decidiera marcharse, pensando que no hay nadie en casa. Pero ella sabía perfectamente que estaba aquí, por nuestro encuentro en el supermercado. — Mati sé que estás ahí, no te quitaré mucho tiempo. — Abrí la puerta y tuve que mentir. — Hola, perdón, pero estaba en el baño. — Adoraba la manera en que ella pronunciaba el diminutivo de mi nombre, pero ni siquiera eso podría hacerme cambiar de opinión.

Fabiola entro sin pedir permiso, parece que se ha olvidado que este ya dejo de ser su hogar. — Te apuesto a que no esperabas que vendría a verte, solo quería saber cómo estabas. Le mentí a Roberto, dije que vería a unas amigas, así que tengo un par de horas libres. ¿No me vas a invitar nada?. —

—Perdón, pero no tengo nada que ofrecerte, olvide en el super mercado un par de cosas. ¿Te sirvo agua?. — Conteste, aunque tenia cervezas en el refrigerador, no quería que su visita se prolongara por mucho tiempo.

Fabiola asintió con una sonrisa discreta, me di la vuelta a la cocina mientras ella se puso cómoda en el sofá de tres plazas, era incómodo que se comportará de esa manera, como si nada hubiera pasado entre nosotros.

—¿A qué se debe el honor de tu visita?. — Dije en tono sarcástico mientras tomaba un vaso de cristal, y creo que ella lo noto.

—Que grosero eres, simplemente me dio gusto verte hoy en el super mercado. ¿A ti no?. — Contestó.

—Te mentiría si dijera que sí, pero más que gusto fue sorpresa y una no tan buena. — Dije con un tono de voz evidentemente sarcástico.

Extendí mi brazo para entregarle el vaso con agua y ella tomó mi mano izquierda en lugar del vaso, pidiéndome que me sentará. A lo que yo accedí, no soy de piedra, aún me pone nervioso tenerla tan cerca y sobre todo que vuelva a tocar mi piel. Y ella lo sabía a la perfección, se acercó más hacia mí tomando mi pierna con su mano izquierda e intento besarme. En ese momento me di cuenta que la conexión que sentía hacía su persona, ya no existía más. Pero la atracción carnal seguía presente con la misma intensidad, no podía caer. Mi orgullo no podía ser pisoteado de esa manera. —¿Qué pasa?. — Pregunto al notar mi renuencia a sus caricias.

No conteste su pregunta, no sabía que responder a manera de que no sonará a alguna canción o frase de película. Sólo miré hacia la ventana, intentando evadirla. El sol empezaba a descender, el día se estaba terminando para dar lugar a la noche, finalmente el sol ah sucumbido ante la presencia de la luna, espero no unirme a su causa.

Fabiola subió a mis piernas e intento besarme una vez más con desesperación, como si su deseo por mí fuera enorme. Y en ese instante la televisión se encendió por si sola, en un programa donde entrevistan a personas que han pasado por alguna tragedia en su vida. Fabiola volteo y yo hice lo mismo moviendo la cabeza a la derecha, intentando esquivar sus senos que estaban a la altura de mi nariz.

Una señora de aproximadamente 50 años de nombre Matilde González estaba siendo entrevistada. Perdió a su hija hace 16 años, fue arrojada a las vías del metro por su ex novio de nombre Rafael Altamirano. Y seguido de esto una fotografía de Samantha con su nombre completo, si mi Samantha ocupaba la mitad de la pantalla de mi TV de 70 pulgadas. Los bellos de todo mi cuerpo se erizó. — No, no, no puede ser posible. — Dije con voz temblorosa. Moví a un lado a Fabiola y me puse de pie. Intenté no sonar grosero y hablé lo más tranquilo que pude.

—Vete por favor, tengo algo que hacer.—

Fabiola me miro con ojos al borde de las lágrimas. Esa mirada que usaba para ganar discusiones o simplemente para salirse con la suya, pero que ya no hacía efecto en mí. Se puso de pie y salió por la puerta sin decir una sola palabra, como niña pequeña que envías a su habitación después de una travesura. Cerré la puerta con doble cerrojo. Rápidamente tome de nueva cuenta la IMac. Mis manos temblaban y como pude escribí en el buscador Samantha González hallada.

Los resultados del algoritmo de búsqueda son terribles. "Joven de 23 años es arrojada a las vías del metro tras un pleito amoroso", "Accidente en la estación IPN", "Estudiante del Instituto Politécnico Nacional es empujada a las vías del metro por su novio", "Joven estudiante de sexto semestre muere descuartizada por uno de los trenes del sistema de transporte colectivo".

Doy clic en el primer resultado y aparece la foto de la joven que murió en las vías. Mi corazón palpita deprisa, mi estómago se retuerce. Es ella, es Samantha. El buscador automáticamente relaciono el nombre con aquel accidente, debido a la magnitud de la noticia. Definitivamente era ella, la foto de Samantha aparecía en cada link de los artículos que arrojó Google. Samantha González Mendoza era su nombre completo. Me negaba a creer que estaba muerta, las fotos eran impresionantes y no pude verlas más, el morbo no es lo mío.

No podía ser posible, la toque, la besé, pude sentirla. No fue una ilusión o producto de mi imaginación. Intenté recordar algún momento en mi vida que me haya hecho sentir esta enorme tristeza, y entonces me di cuenta de que nunca experimente algo así, ni siquiera al saber de la infidelidad de Fabiola.

Abrí Facebook y escribí su nombre completo en el buscador de perfiles. Y entre todas las coincidencias, llamo mi atención un perfil que tenía de foto un moño color negro. Navegue por el perfil y la última publicación que se hizo el día 14 de octubre del año 2018 decía: "Tras años de luchar tratando de hacer justicia, no tuvimos éxito. La ley en este país es decepcionante. El infeliz que asesino a mi hija ha salido libre bajo fianza, solo espero que otra madre no pase por lo mismo que estoy pasando."

Sentí un nudo en la garganta, era evidente que, al ser la última publicación de hace 2 años, la persona que la escribió estaba cansada y destrozada sentimentalmente. El mensaje era claro, quizás busco justicia y hasta la fecha en 2020 no la ha encontrado. El siguiente post era del 20 de agosto 2018: "El día de mañana abra otro juicio para demostrar que el señor Rafael Altamirano es el único culpable de la muerte de mi hija Samantha González, quizás sea la última oportunidad que tengo para que se haga justicia."

Post del 6 de junio del 2018: "Seguimos exigiendo justicia después de 13 años del crimen, el caso se reabrirá por inconsistencias".

Publicación de enero 2018: "Espero que este año sea beneficioso para el caso de mi hija Samantha".

Post de noviembre 2017:"Increíble que la cámara que podía demostrar la culpabilidad de Rafael Altamirano no estaba en funcionamiento, increíble la pésima seguridad del #SistemadeTransporteColectivo."

Y publicaciones de este tipo seguían mes con mes me imagino que con el fin de mantener al tanto de lo que pasaba con el caso. A las ciento veinticinco mil personas que seguían este perfil, así que baje hasta las primeras publicaciones.

La publicación del año 2012 que hizo el perfil terminó de derrumbarme. "En memoria de Samantha Rodríguez, quien fue víctima de violencia y feminicidio. Una joven brillante con un futuro prometedor estudiante de ingeniería en sistemas computacionales. A los 21 años un cobarde le arrebato la vida por un ataque de celos infundados. La empujó a las vías del tren segundos antes de que el metro llegara a la estación. Ella no merecía eso era una buena niña, mi niña.

Soy madre que perdió una hija y no quiero que nadie más pase por este dolor. Por eso les digo que hablen con sus hijos e hijas denle la confianza de platicar sus cosas personales e íntimas, que no existan secretos, y quizás así ustedes como padres puedan ver esas señales de cuando algo anda mal. Señales que yo no pude ver." Seguido de esto, una foto de Samantha donde se veía hermosa, con una enorme sonrisa y la fecha 1982-2003.

Ahora todo tiene sentido, la ropa que viste es un poco antigua para la época en la que estamos. Una blusa blanca cuello de tortuga y un pantalón algo holgado de la parte inferior de cuadros negros con bordes rojos y blancos.

En una publicación anterior una transmisión en vivo del rosario de Samantha, en el que se podía observar el gran dolor que debieron sentir sus familiares y amigos, pero en especial su madre. No puedo ni si quiera imaginar el dolor, y espero nunca experimentarlo.

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