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Capítulo 5

-En lugar de quejarte, podrías darme un beso.- le dije haciendo un puchero. Diego me miró de reojo y sonrió. Una de esas sonrisas que levantaba una comisura de su boca que eran extremadamente provocativas y que quería besarlo todo.

Se acercó a mí y apretó mis caderas con sus manos, empujándome contra su cuerpo. -Mi pequeño y hambriento Bice.- Dijo respirando en mis labios. Sus labios tocaron los míos, y ya no sentí mi corazón por más rápido que fuera.

Salté a la cama una vez más, respirando pesadamente. Fabio me siguió de cerca, se asustó con mi tiro.

-¿Lo que sucede? ¿Estás bien?- Preguntó, poniendo una mano en mi espalda y tratando de calmarme. Asentí, todavía incapaz de calmarme. -¿Por qué volviste a tener pesadillas?- me preguntó. Pero él no lo sabía. No sabía que esas no eran pesadillas, las mismas que tuve cuando lo conocí. Estos eran sueños que mi mente parecía anhelar como un oasis en el desierto, parecía esperar nada más que la noche para hacerlos realidad. La belleza era que esos sueños parecían demasiado reales. Los sentí en mi piel, como si pertenecieran a los recuerdos.

-No lo sé.- Decidí seguirle la corriente, volviendo a acostarme. No podía decirle que soñaba con nuestro vecino, y no por primera vez. Quién sabe lo que podría haber pensado.

Por el amor de Dios, Diego era un niño hermoso. Pero por mi parte, no había nada más que una amistad pura y sincera. Simplemente no podía explicar la razón de esos sueños que para mí eran absurdos.

Fabio se acostó a mi lado y me cargó en sus brazos, acariciando mi cabello. Besó mi frente y me abrazó contra su pecho. -No te preocupes, se acabó.-

Lo era, pero no quería volver a cerrar los ojos. Tenía miedo de que de lo contrario volvería a ver esos pozos azules, que me atormentarían al despertar.

¿Quién diablos era Diego Ferrara? ¿Y por qué perseguía mis sueños?

-

El lunes por la mañana supe que Diego me estaba esperando afuera de la puerta para ir a trabajar juntos. Durante la última semana, se había convertido en una rutina. El viaje para llegar a la redacción no parecía tan largo si se hacía en compañía.

Realmente no quería verlo, para ser honesto. El sueño de la última vez todavía me atormentaba, y el hecho de que no pudiera dar una respuesta a mi por qué era aún más agotador que el sueño mismo. Pensé que me estaba volviendo loco y ni siquiera sabía si él era la causa de mi locura o de mi propia paranoia.

-Fabio, me voy a trabajar.- grité desde la entrada. Fabio todavía estaba en la ducha, tenía que arreglarse para ir a trabajar.

-¡Nos vemos esta noche!- le gritó de vuelta. Tomé mis llaves en la mesa junto a la puerta y salí. Diego me estaba esperando con dos enormes vasos de papel llenos de café. Eso también parecía haberse convertido en rutina.

-Buenos días.- dije. Él me devolvió la sonrisa.

-Tienes unas ojeras terribles.- Me dijo mientras tomábamos el ascensor.

-Hace dos noches que no puedo cerrar un ojo.- suspiré, atribuyéndole en parte la culpa también a él. Fue por este deslumbrante rubio que tenía miedo de quedarme dormido. No lo quería en mis sueños, hasta una semana antes eran solo de Fabio.

-Te entiendo.- Resopló, pasándose una mano por su cabello rubio. Durante el último par de días siempre los había dejado moviéndose sobre su cabeza, nunca los volvió a levantar. Y realmente le quedaban bien. -Sé lo que es tener noches de insomnio.-

Quién sabe cuáles eran sus demonios. Me pregunté varias veces, también porque mencionó en el balcón que hacía años que no pegaba ojo en la noche. También lo conecté todo a esa pátina de oscuridad que sus ojos siempre parecían llevar, sin dejarlos nunca. Me preguntaba cuán hermosos podían ser claros, ya que incluso con ese velo de tristeza eran capaces de quitarte el aliento.

Todos luchan con sus propios demonios. Algunas personas lo logran y otras no, y yo sabía muy bien que todavía no podía vencerlos, sus demonios. El cansancio se pintaba constantemente en su rostro, parecía estar viviendo en el infierno. Ese chico parecía haber alquilado un infierno y lo había traído a casa.

-Espero que algún día puedas liberarte de todo esto.- le dije sinceramente. Diego era una persona hermosa, quién sabe lo hermoso que era antes.

"Eso nunca va a suceder", murmuró, rodando los ojos hacia mí. En la medida de lo posible, estaban tan oscuros en este momento que no podía distinguir ese azul de sus pupilas. -Hice algo terrible y todavía estoy pagando el precio.-

"No digas eso." Le dije, poniendo una mano en su hombro. Desde que le estreché la mano, el primer día que lo vi, nunca tuve la oportunidad de tocarlo. En ese momento, sentí esa sacudida familiar recorriendo mi cuerpo nuevamente. Me obligué a apartarla y traerla de vuelta a mis costados. -No mataste a nadie.-

-No- dijo mordiéndose el labio inferior. -Pero por un rato me acerque.-

Me quedé impresionado por su declaración. No parecía capaz de hacerle daño ni a una mosca, y mucho menos a una persona. Esperaba con todo mi corazón que lo que acababa de decir fuera una metáfora trivial. Quizás creía que había herido a alguien lo suficiente moralmente como para casi matarlo. Pensé que había dejado a una chica con mal sabor de boca, ya que todas las mujeres en la sala de redacción cayeron a sus pies. Yo era el único inmune y todo esto se lo atribuía a Fabio. Por supuesto, había tenido dos sueños sobre él, y aunque me asustaron, no tenía nada que temer mientras permanecieran así.

-Seguro que eres un chico de oro.- le dije. Su mirada volvió a posarse en mí mientras salíamos del ascensor. - Errar es humano. Nuestros errores nos forman y fortalecen, y nos empujan a nunca más repetirlos. No sé qué te pasó, pero por muy equivocado que hayas estado, sé que encontrarás la forma de recuperarte.-

La sonrisa que se extendió en su rostro era bastante extraña. -Echaba de menos todo esto.- Dijo, y yo lo miré confundida. Quiero decir, la forma en que las chicas siempre dicen lo correcto. ¿Haces algún curso sin nuestro conocimiento?-

Me reí y le di un hombro. -Llámalo dote.-

Tiré el cartón de café antes de entrar a la redacción. Me esperaba un largo día de trabajo, incluso ese día.

"¿Estás emocionada?", me preguntó Iris, saltando a mi lado.

No sabía de qué estaba hablando. Mi cabeza estaba en otra parte, aún sumergida en las palabras que Diego me había confiado dos mañanas antes. Ese chico tenía una carga tan grande sobre sus hombros que no podía soportarla. Y por mucho que pareciera que el peso no era tan grande, en realidad lo estaba aplastando lentamente, y podías verlo en sus ojos.

"¿De qué estás hablando?", murmuré, señalando un error de ortografía en la novela. El rojo de mi bolígrafo rebotaba en el negro de la escritura.

-Pero ¿cómo?- Preguntó ella, atónita debo agregar. -Esta noche es cena con el líder supremo.-

El jefe supremo sería el jefe de todo el consejo editorial, y no de un solo departamento del mismo. Sr. Laudoni.

-¿Y debería estar emocionada porque…?- la invité a continuar. Era solo una cena tonta que tenían todos los años antes del verano.

-Porque, como en años anteriores, el jefe premiará a los mejores de cada departamento, otorgándoles un ascenso. ¿Te das cuenta? Uno de los dos podría ganar el doble que el otro después de esta noche.-

-Vaya, que bonito ver como otros disfrutarán de su dinero más que nosotros los plebeyos.- me burlé de ella. Iris pareció ponerse nerviosa, mientras que desde el escritorio frente al mío, Diego soltó una carcajada. Sonreí en su dirección y me concentré en hacer enojar a Iris. Quería oírte hablar en napolitano.

-No eres bueno.- Se golpeó la frente con una mano y volvió a su escritorio, amargada. Diego casi evita que su estómago se ría. Ahora ambos se burlaban de ella, solo para escucharla hablar en su dialecto.

-Sois dos lotes.- murmuró ella, entendiendo nuestro juego.

"De todos modos", dijo. --¿A qué hora sería esta cena? ¿Y dónde, además?-

-A las ocho en el White, el club de la esquina de esta calle.- dijo Iris.

Por esa estúpida cena, tuve que declinar la propuesta de Fabio de salir a caminar por la ciudad. Le expliqué la situación y fue comprensivo, diciéndome que nos recuperaríamos al día siguiente. Solo más tarde me di cuenta de que tenía el turno de noche la noche siguiente, pero no quería apagar su entusiasmo, así que esperé a que lo mencionara.

Al final de la jornada laboral, todos salimos de la redacción y nos fuimos a cambiar.

-Te espero afuera a las ocho menos cuarto.- me dijo Diego. Asentí y entré a la casa. Había un buen olor a pasta con atún, y me maldije mentalmente. Me encantaba cuando Fabio lo cocinaba.

"¿Te atreves a cocinar algo bueno cuando no estoy?", hice un puchero, caminando hacia la cocina.

Fabio me dio un beso rápido. -Tengo que divertirme.-

Le saqué la lengua y corrí a vestirme. Ya eran las siete y veinte, tenía poco menos de media hora para cambiarme.

Cogí un vestido rosa polvoriento brillante de mi lado del armario y me dirigí al baño para darme una ducha rápida. Cuando estuve seca y vestida, me recogí el cabello en una cola de caballo alta, dejando libres dos mechones a los lados de la cara, y me apliqué un poco de maquillaje. Me puse el escote beige y me dirigí a la cocina para saludar a Fabio.

Estaba sentado a comer cuando fijó sus ojos en mí con lujuria.

-¿Qué tan pronto tienes que irte?- me preguntó, tartamudeando por momentos.

Sólo entonces me di cuenta de que llegaba terriblemente tarde. "Mierda", dije, mirando mi reloj Calvin Klein en mi muñeca.

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