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Capítulo 4

-¿Ya en el trabajo?- me preguntó Diego, posicionándose en su escritorio. Tomé otro sorbo de café y asentí. -Quiero terminar este libro lo antes posible.-

-Te entiendo. Tenía la historia de una chica que se enamora de un fantasma. ¡Es absurdo!- Me reí entre dientes ante su declaración, y él me sonrió. -¿Y el tuyo? ¿De qué está hablando?-

“Un ladrón de relojes, pero está muy mal escrito.” Puse mis ojos en otro error, o más bien horror , y lo rodeé con un círculo rojo.

-Vaya, entonces te dejo con tu hermoso libro, no quiero desfigurarte de tanta belleza.- Le devolví la sonrisa, y volví a mi libro.

Me sentí surrealista cuando me levanté para entregárselo al editor en jefe. Llegué al Signor Marini, cuya oficina estaba al final de la habitación, y llamé.

Me hace sentar, y una vez descartada esa mala novela, me da tres más, que por las tapas se ven mejor que la anterior.

-¿Más trabajo?- me preguntó Iris, acomodándose en su escritorio. -¿Por qué no?- Se rió de mi respuesta, y volvió a su novela.

A la hora del almuerzo, nos reunimos todos en la cafetería. Ese día vencía el sushi, Iris tenía días predefinidos para cada tipo de comida. Ese día era miércoles, día de sushi.

-¿Viste lo genial que es el chico nuevo?- Iris se sentó a mi lado, podría haber jurado que tenía ojos de corazón.

-Aquí va.- Rodé los ojos, riéndome. Iris era una romántica incurable, cada chico que veía se enamoraba de ella.

-Tiene unos ojos preciosos.- Dijo, con un suspiro. -Me gustaría hacer un viaje en su tortuga.-

-¡Iris!- dije golpeándola en el brazo. Esa chica tenía una mente enferma. "¿Qué pasa?", preguntó, como si no hubiera dicho nada. -¿Eres el único de los dos que puede tener sexo extremo?-

-¿Podrías dejar de decir eso?- Bufé exasperado.

-Está bien, Anastasia.- Me guiñó un ojo. Puse los ojos en blanco y cedí, ahogando mi cara en el cartón de sushi. Diego, como los días anteriores, se sentó frente a nosotros.

-¿Quién tuvo la maravillosa idea del sushi?- Preguntó, tomando una caja entre las cinco restantes.

-¡Yo!- dijo Iris de inmediato, orgullosa. "Ella es la encargada de la comida." Le informé, asintiendo con la cabeza.

-Excelente elección, estoy loco por el sushi.- felicitó Diego, y en el rostro de Iris aparecieron dos manchas rojas en lugar de los pómulos altos que tenía. Me reí para mis adentros por su reacción, se había ido por completo.

"Creo que me enamoré de él", dijo, cuando Diego se levantó de la mesa para una llamada telefónica.

-Lo conoces desde hace tres días.- le dije.

Tú también lo conoces desde hace tres días, pero soñaste con eso. ¡Situación agravada por el hecho de que te vas a casar! Mi conciencia me reprendió y me mordí el labio inferior. Solo lo había soñado, no me había enamorado. Le puede pasar a cualquiera, ¿verdad?

-El amor no tiene tiempo.- Dijo ella, apoyando la cabeza en el puño cerrado de su mano. Suspiró soñadoramente. -Debería invitarlo a cenar.-

-Ya has impresionado con la comida de todos modos.- le dije, dándole un golpecito en el estómago. Iris sonrió ferozmente, pasándose el cabello castaño por los hombros con vanidad. -Modestamente, lo hago bien.-

-Es mi vecino.- le dije entonces. Los ojos de Iris se abrieron, girando lentamente hacia mí. -¿Puedo ir a tu casa?- Me reí y terminé mi sushi.

Cuando llegó el momento de ir a casa, Diego y yo caminamos de regreso a nuestros apartamentos.

"¿Estás planeando la boda?", me preguntó y me encogí de hombros.

-Todavía no, hay tiempo.- dije, caminando lentamente. Esos tacones tuvieron que ser abolidos del mercado, eran una tortura medieval.

-El tiempo que sea necesario para planear la boda perfecta.- Dijo, lo miré con recelo.

-¿Qué sabes al respecto?- le pregunté, Diego se encogió de hombros casualmente. -Son suposiciones.-

Asentí y me quedé en silencio, sin saber qué más decirle.

Suspiró, pasando una mano por su cabello. No los había levantado hoy, y juro que estaba aún mejor de esa manera.

"¿De dónde eres?", entonces le pregunté. -Tu acento definitivamente no es romano.-

-Rímini.- me dijo, y lo miré de inmediato. -¿En realidad? ¡Yo también!- Tal vez por eso, cuando lo vi por primera vez, una sensación de familiaridad me había atacado. Debí cruzarme con él unas cuantas veces por esas calles, aunque la ciudad era tan grande que no lo permitía.

Él sonrió. -Sí, reconocí tu acento.- Él, más listo que yo, ya lo había entendido. Pero realmente no había notado su acento.

"Eras más inteligente que yo, entonces." Dije mis pensamientos, él se rió.

Luego nos sumergimos en una conversación sobre los restaurantes frente al mar y coincidimos en la opinión de cada uno. Rímini era enorme, pero los restaurantes realmente buenos eran pocos, se podían contar con los dedos de una mano.

Llegamos frente a nuestros apartamentos y ni siquiera me di cuenta. Después de todo, hablar con Diego era agradable, era una persona exquisita, aunque no hablaba muchas palabras. Supuse que solo tenía que encontrar el coraje para abrirse, entonces hablar con él sería un juego de niños.

Cuando llegué a mi puerta, se abrió antes de que pudiera. Fabio apareció detrás de él con su hermosa sonrisa. -Escuché tu voz.- Dijo y me pasó el brazo por los hombros. Diego, detrás de nosotros, pareció caer en un grave silencio.

-¿Quién es?- me preguntó entonces Fabio.

-Este es Diego, el nuevo colega del que te hablé. Vive al lado nuestro.- dije. Fabio le tendió entonces la mano, con su habitual sonrisa cordial.

-Soy Fabio.- dijo. Diego parecía haber vuelto a ser el chico tímido que conocí el primer día. Examinó primero a mi novio, luego su mano. Finalmente, después de unos segundos de incertidumbre, le devolvió la mano. -Diego.- Dijo con voz ronca.

-¿Cuánto tiempo has vivido aquí? Nunca te he visto antes.- Dijo mi novio, curioso. Era un tipo muy extrovertido, como yo. Le encantaba conocer gente nueva.

-Hace poco, menos de una semana.- aclaró Diego. Fabio sonrió. -Es bueno tener un vecino varón. Estoy rodeado de mujeres ya sea en crisis hormonal o en la mediana edad.-

Diego levantó una esquina de su boca, en lo que parecía una sonrisa, pero no vaciló. Fabio, ingenuo como era, probablemente solo estaba pensando que era tímido.

-Está bien, diría que es hora de ir a cenar. Tengo hambre.- dije, para amortiguar la tensión que por un momento pensé que era la única que sentía. Tal vez me estaba volviendo loco, el cansancio me estaba jugando una mala pasada.

-Extraño.- Dijeron ambos. Les di a los dos una mirada malvada, Fabio se rió, dejándome un beso en la frente.

-¿Quieres acompañarnos a cenar?- Preguntó entonces mi novio. Entendí que era sociable, pero a veces parecía entrometido, sobre todo con personas cerradas y tímidas como Diego.

-Me encantaría.- Dijo el rubio, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón negro. -Pero por esta noche voy a saltar, estoy muy cansada.-

-Cuando quieras, amigo. De nada.- Fabio le dio una palmada en el hombro, que Diego no pareció apreciar mucho. Había invadido sus espacios, pero afortunadamente Fabio tampoco lo notó.

-Gracias.- murmuró el chico, y con un gesto de la mano, se despidió y entró en su apartamento.

Fabio se encogió de hombros y tomó mi mano. Entramos juntos en la casa, y tan pronto como cerré la puerta detrás de mí, él se estrelló contra ella. Fui asaltado por sus labios, que buscaban mis hambrientos.

-Te extrañé hoy.- Dijo, dejando un rastro de húmedos besos por mi cuello. -La casa está vacía sin ti.-

Le sonreí a mi novio, tomando su rostro entre mis manos. -Pero ahora podemos recuperar el tiempo perdido.-

Él también me sonrió, y sin tener que repetirlo dos veces, me quitó la camisa de la falda. Lentamente lo desabrochó y me lo quitó.

-Bienvenido a casa.-

Esa semana pasó rápido, los días transcurrieron sin ningún evento en particular.

Iris seguía molestándome, diciéndome que quería invitar a salir a Diego, pero nunca encontró el coraje para hacerlo. Pensé que tal vez esta vez no fue algo fugaz, ella parecía totalmente cautivada por él.

El domingo por la mañana, fue maravilloso no tener que seguir las órdenes de despertar. Abrí los ojos y me encontré envuelto alrededor de Fabio, y me di cuenta de que estaba demasiado bien para levantarme, así que me volví a dormir.

- Te he estado esperando durante media hora, ¿podrías moverte?-

-¿Aún no entiendes que hago lo que me da la puta gana? Cuando esté listo, bajaré.- le grité al teléfono.

-¡Pero es media hora! ¿Qué se necesita para ponerse unos pantalones y bajarse?-

-El hecho de que tengo que elegir cuál poner entre tantos.- le recordé.

"¡No importa!" Resopló. -De todos modos, al final de la tarde ya no los tendrás puestos.- Pronunció, haciéndome convertir en un fuego ardiente, listo para desatar su ira sobre su entorno.

-Eres increíble.- dije en voz baja. -Otros cinco minutos y me voy.-

-Date prisa.- Se limitó a decir, y colgó la llamada.

Terminé de vestirme a toda prisa y me uní a él afuera de la puerta principal. Diego me esperaba apoyado en su Maserati con los brazos cruzados. Su padre se lo había regalado para su diploma, el dinero no les faltaba. Noté los músculos de sus brazos sobresaliendo de su camiseta, que casi quería morder tanto como él mostraba sus abdominales. Tuve un novio perfecto.

-Por fin.- Resopló al verme. -Pensé que tenía que obligarte a bajar.-

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