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Capítulo 5: Serena

Sasha no deja de preguntarme qué me pareció Maximiliano y la verdad no sabía qué decirle. Es, como diría, guapo. Ok, estoy mintiendo, es el hombre más sexy que he conocido. Quise contarle que ya nos habíamos conocido en el aeropuerto, pero decidí callar. Sabía cómo era mi amiga y no quería que se ilusionara.

—Es guapo y... —¿Qué más puedo decir?— Agradable.

—¿Agradable? —Sasha cruza los brazos— Este hombre es un adonis y tú solo dices esa fea palabra.

—¿Qué quieres que te diga?

—Que soñaras  partir de hoy con él —dice.

El auto se detiene y esta es mi oportunidad de salir de este enredo de preguntas incómodas con mi amiga. Abro la puerta y salgo.

—Nos vemos luego, no te olvides de ser feliz —Me lanza un beso y se va.

Me río, los guardaespaldas abren el portón y entro. La sirvienta me espera en la entrada.

—La cena está casi lista, Señorita —La sirvienta toma mi abrigo.

—No tengo hambre. Lleva a mi habitación un vaso de limonada y unas galletas —digo.

Asiente y se retira a la cocina.

Mientras subo las escaleras, me quedo mirando todo a mi alrededor. La casa se siente tan solitaria para mí, y me molesta el silencio que reina aquí. Llego a mi habitación, dejo mis cosas en la cama y entro al baño. Mi mirada triste y vacía se refleja en el espejo. Alexander llega a mi mente y por un momento, solo un segundo, me permito recordar los momentos que pasé a su lado. Él fue la persona que me apoyó y jamás me dejó sola cuando no me sentía lista para afrontar la vida después de su muerte. Me duele en gran manera estar lejos de él, sé que estoy siendo egoísta, pero era feliz junto a él. Éramos felices antes de que llegara Violeta a nuestras vidas. Limpio mis lágrimas y trato de calmarme.

Agarro mi teléfono y le envío a la única persona que me entiende.

Ignacio:

“Te extraño”

Dejo mi celular en la mesita y respiro. Lavo mi cara rápidamente y busco la toalla para secarme. Una vez limpia, agarro mi celular y salgo del baño. De pronto, tocan la puerta y la sirvienta entra con lo que le había pedido para cenar.

Deja los platos en la mesa de noche y se retira discretamente.

Comienzo a comer y espero alguna llamada de Ignacio, pero no hay respuesta. Termino de comer mis galletas y me meto en la cama, cierro los ojos y tardo en conciliar el sueño, hasta que lo logro.

****

Me olvidé de cerrar las cortinas anoche y el sol de la mañana me golpea directamente en el rostro, haciendo que lleve mi mano a mis ojos. Me acomodo ligeramente de lado para intentar seguir durmiendo, pero justo cuando estoy a punto de volver a conciliar el sueño, alguien toca a la puerta.

—¿Sí? —digo sin abrir mis ojos.

—Señorita Serena —la voz de mi sirvienta me despierta por completo mientras me siento en la cama—. Tiene visita, la están esperando en la sala.

De mal humor me levanto de la cama.

—Estaré abajo en quince minutos.

No espero su respuesta. Abro la puerta del baño y entro. Lavo mi cara y empiezo a despojarme de mi ropa. Alcanzo la toalla y me la coloco alrededor de la cintura.

Salgo del baño y busco en mi armario qué ponerme. Opto por un vestido floreado y unas sandalias color rojo. Recojo mi cabello en un moño alto y me maquillo de forma sencilla. Me miro en el espejo y una sonrisa aparece en mi rostro. Se siente bien ser feliz. Decido bajar ya y no esperar más a la persona que desea verme tan temprano. Salgo de mi habitación, bajo las escaleras con cuidado y camino hasta la sala. La persona que está de espaldas a mí se gira y mi sorpresa se hace notable. Me regala una sonrisa y abre sus brazos.

—Merezco mucho más que esa cara de sorpresa —dice.

Corro hacia donde está él y me permito disfrutar de tenerlo conmigo. Lo abrazo sin querer alejarme de él y las lágrimas aparecen, arruinando este momento tan especial. Federico Greymar es el hombre más amoroso que la vida me ha dado. Hace años fue mi psiquiatra y, meses después, se convirtió en mi suegro. Sí, es el padre de Francisco. Nos separamos y lo miro, sigue igual de guapo.

—Cuando me enteré de tu llegada a España, me alegré mucho. En casa te hemos extrañado mucho —Toma mi mano y nos sentamos en el mueble.

—Perdón por no haber llamado. Sé que estuvo mal de mi parte y… —Su risa detiene mi torpe explicación.

—Deja de querer darme explicaciones de todo, Serena. Mejor dime ¿Cómo está todo?

—Bien —digo. Me mira esperando más y sé lo que quiere preguntar— Se casó —juego con el anillo que tengo en mi dedo anular—. Sería tonto decir que me fui de México por él, así que...

—No es tonto, si estuviera en tu situación, también lo haría.

Asiento y suspiro. Federico siempre estuvo al tanto de mi relación con Alexander, aunque desde un principio no estuvo de acuerdo, no me reprochó nada. Pero le dolió verme tan destrozada por él, aunque aparentara que todo estaba bien.

—Contigo puedo dejar de ser fuerte por un momento.

—Un amor no duele para siempre, superaste lo de Francisco y sé que lo harás con Alexander. Eres una mujer fuerte, capaz de salir adelante en la peor de las circunstancias.

—Gracias. —Acepto el pañuelo que me entrega.— Es bueno tenerte en mi vida.

Me sonríe. Francisco era el retrato de su padre, tenía esa calidez y amor, y me duele que la vida no le haya permitido transmitir esa dulzura al mundo. No fue fácil para mí superar su muerte; había noches en las que su ausencia dolía aún más.

Hay días en los que me odio, debí estar pendiente de él, hacer algo para ayudarlo.

Una mano se posa en mi hombro y miro a Federico.

—No te culpes por el pasado, Serena.

 

 

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