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Capítulo 2: Maximiliano

Ruedo los ojos cuando escucho los gritos de mi amigo. Me alejo de la hermosa mujer y camino hasta donde está Alejandro.

—¿Tienes su número? —pregunta.

—Salio espantada por tus gritos —Ruedo los ojos—. Vamos. Debemos buscar a Julieta antes de que forme un escándalo.

Julieta es una amiga de años, solicitó ser trasladada al hospital de España en el área de cirugía.

—Es una arpía. Estaba mejor es argentina —gruñe mi amigo.

—No entiendo tu desplante hacia Julieta. Es una excelente mujer.

—¿Excelente mujer? —me responde— Es una bruja que te tiene idiotizado, solo quiere meterse en tu cama.

Me río. Hace años, antes de conocer a Alejandro. Julieta y yo tuvimos una relación, por causa de nuestros carreras que nos dejaba poco tiempo libre, terminamos, pero la amistad siguio. 

—Mejor cállate —Golpeo su hombro— Ya viene la bruja.

Mira hasta donde está mi amiga y cruza los brazos. Julieta nos sonríe y llega hasta donde estamos. 

—Hola cariño —Besa mi mejilla.  Una mueca de disgusto aparece en el rostro al ver a mi amigo — Hola.

—Hola —responde Alejandro.

La ayudo con las dos maletas. Julieta me cuenta como estuvo el viaje, su madre me envio saludos. Salimos del aeropuerto, Alejandro subió al auto y espera en el asiento por nosotros.

—Lo odio. —me dice Julieta.

—El sentimiento es mutuo —Me río— Del odio al amor solo hay un paso.

—Jamas estare con un hombre tan despota como el. 

Guardo las maletas en el auto. Abro la puerta de atrás y Julieta entra. Me siento al lado de mi amigo, lo miro, el suspira y enciende el auto. 

Primero íbamos a dejar a Julieta en su departamento; mañana a primera hora tiene que presentarse en el hospital y debe descansar. La conversación fue entre Julieta y yo; Alejandro no decía nada. Llegamos y ayudo a Julieta con las maletas.

—No te molestes, mejor sube al auto y calma a la fiera que tienes allá. 

—Esta bien —La abrazo.

Nos despedimos y subo al auto.

—Eres un completo desgraciado —Mi amigo me mira.

—¿Por qué? —susurra.

—Julieta no merece tu desplante —le digo— Así que es mejor que deje tu estupidez a un lado y madures. 

No dice nada, pero sabe que tengo razón. Vamos a trabajar en el mismo hospital y lo que menos deseo es que mis amigos me vuelvan loco con sus peleas sin sentido. Le pido que me deje en casa de mi madre; desde esta mañana está como loca llamandome y quiero saber el motivo. El auto se estaciona en frente de una casa de dos plantas, un jardín de rosas que hace que la casa de mis padres sea majestuosa.

—Amo tú casa —me dice Alejandro.

—Es de mis padres, siempre le han gustado vivir bien. Nos vemos luego y piensa en lo que te he dicho.

Bajo del auto. El guardia abre el portón y entro. Desde hace unos años, deje la casa y me compré un departamento en la ciudad; mi madre no estuvo de acuerdo, pero terminó aceptando. El ama de llaves me abre.

—Buenos Días, Señor Maximiliano. 

—Hola Beatriz. —Ella se ríe. Lleva años con nosotros y la considero como mi familia.

—Su madre está en la sala con la Señorita vivían.

No entiendo el porque está esa mujer aquí. Vivían es mi ex esposa, nos habíamos casado a los veinte años al quedar embarazada. Al tercer mes de su embarazo lo perdió, desde ese momento nuestro matrimonio fue un infierno, sus celos cada día eran peores, hasta que decidí poner fin a nuestra relación.  No fue fácil, porque sus amenazas y sus intentos de suicido empeoraba todo. Pero tras años de lucha, logré separarme de ella.

Trato de calmarme y así no perder los estribos cuando Vivían está cerca, no entiendo la razón del porqué sigue frecuentando mi familia. Llegó a la sala, Vivian es la primera en percatarse de mi presencia, veo el brillo en sus ojos y una sonrisa aparece en sus labios, se levanta y se acerca a mi.

—Tiempo sin verte, querido —me dice, dejando un beso muy cerca de mi boca.

—Lo mismo digo —Me alejo— ¿Qué haces aquí?

Cuando está a punto de hablar, mi madre se adelante.

—Me alegro que estés aquí, quisiera hablar contigo de un asunto —Mira a Vivían— Creo que ya hablamos mucho ¿Me dejas a solas con mi hijo? 

Vivían nos mira, rueda los ojos, y de mal  humor, agarra su bolso y sale molesta de la casa.

—¿Que hacía Vivían aquí? ¿Para eso me llamaste? —Abre los ojos y niega con la cabeza.

—Hijo… —Agarra mi mano y nos sentamos en el mueble—. Sabes que jamás la quise para ti —Suspira— Apareció para pedirme dinero, sus padres están en la bancarrota y eso la está está volviendo loca, está desesperada. 

—No me importa en la situación que esté, no la quiero ver —le digo.

—Lo se, hijo. 

—¿Donde está mi padre? —le pregunto. Llevo días, que por cuestiones de trabajo, no lo he visto.

—Esta en su habitación —Mi madre comienza a llorar—. Quiero que hables con el, desde hace días lo he notado un poco cansado, sabes de su problema del corazón.

—¿Se está tomando sus medicamentos? —le pregunto.

—El me dice que si, pero no estoy segura —Me levanto y llevo mis manos con desespero por mi cabello— Hablaré con el.

Subo las escaleras, la habitación de mis padres está en la segunda planta. Se escucha el piano y me río, mi padre adora en su tiempo libre tocar el piano y lo hace muy bien. Toco la puerta.

—Pase —Su grueza vos hace que mi corazón se estremezca.

Abro y entro, me mira y una sonrisa aparece en su rostro, me siento a su lado y comienzo a tocar el piano, sus ojos brillan.

—Tan inteligente como tú padre —Palmea mi espalda— ¿Cómo está todo, hijo?

—Bien padre ¿Cómo estás? —Mi mirada lo detalla.

—Bien. —Hace una mueca—  Está exagerando, se que estás aquí porque ella te ha llamado.

—¿La conoces bastante bien? —Una carcajada resuena en la habitación, mi padre sabe cómo tranquilizarme.

—Como la palma de mi mano. 

Sus brazos me rodean y siento que todo está bien cuando estoy a su lado. Federico Ferdiz es un hombre ejemplar y un excelente padre, no se que sería de mi sin el en mi vida. 

 

  

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