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4. | EL EXTRAÑO YA NO TAN EXTRAÑO

***

Despierto por culpa de mi celular el cual lleva minutos sonando.

La alarma... Olvidé quitarla.

Estiró mi mano con pereza hasta alcanzar el celular en la mesita de noche y quito la molesta alarma, dejando después el móvil en su sitio.

Vuelvo a dejar mi cabeza sobre la almohada y cierro mis ojos con la intención de dormir otro rato más, pero desisto en hacerlo cuando dieron unos toques a mi puerta.

Suspiro levantándome resignada de la cama, me coloco mis pantuflas rosas y camino hacia la puerta.

— Buen día —saluda la mujer frente a mí con una sonrisa cuando le abro.

— Hola Claudia —bostezo inconsciente. — ¿Qué sucede?

—Solo vengo a avisarle que el joven Erick la espera en el comedor para desayunar con usted.

— ¿Ahora?

Claudia asintió.

—Pero está demasiado temprano, además no tengo hambre.

— Él siempre desayuna a esta hora —dice. — Y no tiene mucho tiempo por lo que me ordenó que hiciera que bajarás sí o sí.

Suspiro derrotada.

— Bajaré en unos minutos.

— No tarde.

Cierro la puerta encaminándome al cuarto de baño dentro de mi habitación, una vez dentro cepillo mis dientes y me doy una ducha con agua fría para acabar con el sueño que cargo encima.

Ya vestida con short de jeans, una blusa de tirantes amarilla y unos zapatos converse blancos bajo al comedor.

Sentado en la cabeza de la mesa está Erick con su plato intacto frente a él, me acerco limitándome a darle sólo los buenos días y me siento en la silla que está a su derecha.

Poco después dejan un platillo frente a mí y ambos empezamos a comer en completo silencio.

— Iré a trabajar —avisa él, rompiendo el incómodo silencio que se creó momento atrás. — Y cuando llegue quiero verte lista que saldremos.

— Como digas —digo sin interés.

Cuando acabamos de comer una empleada se encargó de recoger los platos y los vasos donde tomamos jugo. Erick sin decir nada se marchó a su trabajo para mí suerte, no tendré que verle la cara hasta la tarde cuando vuelva.

Aburrida de no estar haciendo nada, subo a mí habitación para ver alguna película, pero cambio de opinión al decidir mejor ir a caminar así que de un dos por tres me cambio lo que tenía puesto y me pongo ropa deportiva.

Recojo mi cabello en una coleta alta y agarro mi celular con los auriculares conectados al mismo. Bajo a la planta de abajo avisándole a Claudia que saldré a caminar, al principio se niega en dejarme salir, pero logro convencerla poco después.

Camino sin rumbo alguno mientras Not In The Same de 5 Seconds of Summer entra en mi sistema auditivo, tarareo la canción hasta que termina y empieza otra canción del mismo grupo musical.

Troto sin detenerme hasta que llego a un parque a unas cuantas cuadras de la zona donde vivo ahora; alrededor veo a mujeres ejercitándose, a niños jugando entre sí, a hombres paseando a sus mascotas o con sus parejas y uno que otro grupo pequeño de adolescente charlando sentados en los bancos.

Camino a un banco que está bajo la sombra de un gran árbol que tiene atrás, me siento a observar todo a mi alrededor mientras sigo escuchando música.

Paso más de veinte o quizás treinta minutos ahí sentada sin hacer nada más que revisar mi celular de vez en cuando o mirar a las personas que se pasean frente a mí; siento que una persona se sienta a mí lado poco después, no me inmuto en mirar quien es hasta que toca mi hombro.

Giro mi cabeza a la izquierda y veo a un chico sonriéndome.

— ¿Sí? —pregunto levantando una de mis cejas.

— ¿Puedes decirme la hora? —dice el chico. — Mi celular acaba de apagarse.

Lo miro dudosa por un momento.

Es apuesto, sí, su piel es blanca, su cabello negro con rulos que caen sobre su frente, tiene ojos café y por sus brazos definidos deduzco que se mantiene en forma. Tampoco se ve mayor, aparenta tener tal vez mi edad o un par de años más a lo mejor

— Claro —enciendo mi celular y veo la hora. — Son las diez y media.

— Gracias —sonríe. — Soy Joel, por cierto...

— Raquel —me presento, amable.

— Siempre vengo a este parque y es la primera vez que te veo —comenta. — ¿Eres nueva en la zona o...?

— Sí —afirmo, interrumpiendolo. — Me mudé ayer.

— Eso explica mucho —murmura, asintiendo. — Iré a una heladería cerca de aquí, si gustas puedes acompañarme.

— Lo siento, pero ni siquiera te conozco —soy sincera—. No puedo aceptar tu invitación.

— No pasa nada —asegura, todavía sonriendo.

Lo pienso detenidamente.

Es mejor ir a comer helados que ir a encerrarme a esa casa en la cual no quiero estar ni por equivocación.

— Pensándolo mejor... —él me mira espectante—. Sí me gustaría ir.

— ¿Eres bipolar o algo? —bromea.

Sacudo la cabeza en forma de negación riendo.

— Debo empezar a haber nuevos amigos, los que tenía están lejos de aquí así que... —me encojo de hombros.

Y es tan cierto, mis únicos amigos —que no son tantos— ahora se encuentran fuera del país disfrutando sus vacaciones con sus respectivas familias y desde entonces ninguno se ha encargado de comunicarse conmigo, y aunque yo sí, no me responden.

— Bueno, entonces vamos —dice él levantándose del banco.

Copio su acción y caminando fuimos a una heladería cercana la cual está dos cuadras más adelante del parque.

Entro con el pelinegro y nos sentamos en las mesas cerca de la pared de cristal que nos permite ver a las personas que pasan o cruzan las calles cerca de ahí, o a los automóviles que pasan en la carretera.

Un chico rubio —empleado del lugar— se acerca a nosotros al poco tiempo de haber entrado y pedimos helados; uno chocolate con oreo para mí y otro de fresa con vainilla para él. El rubio se retira después dejándonos solos.

Aprovechamos para hablar de cualquier cosa que se cruzaba por nuestra mente, y poco después el rubio se acercó de nuevo con nuestros helados, uno en cada mano.

— Aquí tienen — dice dejando las copas de helados frente a nosotros. — Disfrútenlo.

— Gracias — respondemos Joel y yo al unísono.

El chico se marchó, dejándonos otra vez solos.

Seguimos hablando como lo veníamos haciendo hace un momento y, a decir verdad, el pelinegro resultó ser un agradable y simpático, me inspiro confianza cosa que rara vez suele pasarme. Y por ello, espero que seamos amigos.

Mi tarde se basó en comer helados y platicar con el extraño que ya no es tan extraño de varios temas diferencia hasta que noto que es demasiado tarde.

«Cuando llegue quiero verte lista que saldremos» Cito las palabras del ojiverde durante el desayuno.

«¡Demonios!» Me levanto del asiento al ver la hora en mi celular, falta un cuarto para las cinco...

¿Tanto así me distraje hablando con Joel que no fuí consciente de la hora?

— Joel, debo irme.

— Entonces vamos, te acompaño hasta tu casa.

Hizo un ademán para levantarse, pero sacudo la cabeza.

— No es necesario —le aseguro, y dejo un beso en su mejilla. — Nos vemos.

Salgo de la heladería a paso apresurado.

«Debo llegar antes que él» Pienso.

Frente a la puerta de su habitación doy tres toques, en ninguno me abre así que termino abriendo la puerta yo encontrándome con la habitación vacía.

— ¿Raquel? —la llamo.

No recibo respuesta.

Voy a su baño en el cual toco la puerta antes de abrirla al no escuchar nada, y tampoco está.

Salgo de su cuarto y recorro casi toda la casa en busca de ella, entro a las habitaciones de arriba, voy a mi despacho, al patio, a la cocina, a todas partes, pero ella no está por ningún lado cosa que me hace enojar de un dos por tres.

— ¡Claudia! —grito al pie de las escaleras— ¡Claudia ven aquí!

Ella aparece frente a mí segundos después.

— Dígame.

— ¿Donde demonios está Raquel? —espeto, furioso.

— En... en su habitación.

— ¿Ah, si? ¡Entonces explícame por qué no la ví cuando fui por ella!

Su rostro se volvió pálido en cuestión de segundos, y empezó a tartamudear incoherencias.

— Cállate —le ordeno— Te lo preguntaré una vez más y por tu bien espero que no mientas. ¿Dónde está...?

— ¿Me buscabas? —dice a mis espaldas.

Giro sobre mi propio eje, y hundo mis cejas en un gesto de confusión al pasar mi mirada por su cuerpo, detallando lo que trae puesto.

He de admitir que le sienta bien la ropa ajustada, le reluce de una manera basta bien sus curvas.

Aparto la mirada de su cuerpo rápido, enfocándome en sus ojos color café que son igual de hipnotizantes que su cuerpo con las proporciones perfectas, a mi opinión.

— ¿Dónde estabas? —pregunto molesto.

— Salí a caminar, y me quedé en el parque a unas cuadras de aquí. —se encoge de hombros.

No le respondo, y giro mi cabeza hacia la mujer de cuarenta y seis años que está a mi lado atrás.

— Creo que te dí una orden.

— Lo sé, señor.

— ¿Y por qué no la cumpliste? —enarco una ceja— Claramente te dije que no la dejarás salir.

— No la trates así —la defiende Raquel— Ella no sabía que salí.

Suspiro, pasando las manos por mi rostro.

— Ve a arreglarte —le ordeno. — Te quiero lista en treinta minutos máximo.

Ella obedeció, y subió las escaleras hasta el segundo piso.

— Que esto no se repita otra vez, Claudia —le advierto.

— No pasará de nuevo —asegura.

Me doy la vuelta y subo a mi habitación para darme una duchay arreglarme también.

NARRADOR: RAQUEL.

Me coloco la ropa y peino mi cabello, haciéndole ondas a las puntas de manera rápida para llevarlo suelto. Me maquillo de forma no tan llamativa y me echo perfume.

Me observo en el espejo de cuerpo completo y, a decir verdad, para arreglarme de manera rápida quedé estupenda.

Salgo de la habitación y bajo a la planta baja, donde me espera Erick quien luce un traje negro echo a la medida con una corbata azul marino y camisa de botones blanca. Y he de admitir que no se ve nada mal.

Como si supiera que estoy ahí, él alzó la mirada hacia mí y a medida que me acerco a él, su mirada verdosa viajó por todo mi cuerpo hasta clavar sus ojos en los míos.

— ¿Estás lista? —pregunta.

— Sí —asiento, mi expresión seria.

—Vámonos.

Camina a la puerta de la casa y camino detrás de él.

Salimos y su camioneta está frente a la casa, bajamos los pequeños escalones de la entrada antes de subirnos al coche y él mismo comenzó a manejar.

Durante el camino ninguno pronunció ni una sola palabra, y el auto se fundió en un horrible e incómodo silencio en donde sólo se escucha los ruidos externos de la autopista.

Yo mantengo mi vista en la ventanilla mirando todo lo que pasa a medida que avanzamos; personas, postes, autos, casas... Y él mantiene su mirada fija en la autopista sin molestarse en hablar.

De manera inesperada siento esa misma sensación de nerviosismo que sentí ayer durante la cena al mismo tiempo que mis músculos se tensan, desvío la mirada a mi rodilla donde yace su mano, siento que un escalofrío recorre todo mi cuerpo al sentir el calor que emana su piel.

Muevo la pierna, colocándola una encima de la otra y él alejó su mano riendo por lo mano mientras continuó manejando como si nada.

Erick detiene el automóvil frente a un restaurante, se baja de primero, rodea el automóvil y me abre la puerta para que baje y eso hago mientras observo el lugar frente a mí.

Un fino y hermoso restaurante que sólo es visitado por personas con mucho dinero quienes son los únicos que podrían permitirse cenar en un lugar así.

Veo que Erick le lanza las llaves del automóvil al chico del Vallet Parking del restaurante no sin antes advertirle que tuviera cuidado, y entramos.

— ¿Tienen alguna reservación? —pregunta una rubia vestida de forma elegante.

— Sí —asintió el ojiverde. — Erick Collins.

La chica busca el nombre en la lista que tiene, y levanta la mirada sonriendo.

— Oh, por supuesto —dice sonriente. — Pasen, su mesa ya está lista.

Adentro el lugar está repleto de personas vestidas con trajes elegantes en sus respectivas mesas con sus acompañantes comiendo y charlando. Erick avanza a unas escaleras que dan a un segundo piso del restaurante y lo sigo.

«Área privada» Dice en un cartel iluminado al final de las escaleras.

El guardia nos abre paso cuando ve a Erick y avanzamos a una mesa que está en un esquina alejada del resto en la cual tenemos vista de todo el lugar, incluso de las personas que comen abajo.

— ¿Qué desean ordenar? —dice un chico poco después.

— Vino blanco y la especialidad de la casa —responde Erick sin siquiera mirar el menú que el chico le ofreció.

— ¿Y usted? —me mira, sonriente.

Entreabro mis labios para responder, cosa que no hago porque el ojiverde se adelanta y lo hace por mí.

— También quiere lo mismo —dice, tajante.

— ¿Segura? —me pregunta el chico.

Sin disimular si quiera me sonríe de manera coqueta y me guiña un ojo cuando lo miro.

— La verdad...

— Te pagan para trabajar, no para cuestionar que pedirán o que no los clientes —espeta, grosero—. Así que lárgate y trae lo que digo.

— Sí, disculpe, con permiso.

Una vez el chico nos deja solos, miro al hombre frente a mí ceñuda.

— ¿Por qué lo has tratado así?

— ¿Y vas a preguntar por qué? —levantó una ceja, serio

— Eh, sí —digo con obviedad.

Erick resopló y rodó los ojos

— Porque es un imbécil, un bueno para nada que envés de hacer su trabajo como es, intenta ligar con sus clientas.

¿Está celoso?

Por supuesto que no.

— ¿Y qué con eso? —enarco una ceja—. No es como si me estuviera faltando el respeto porque déjame decir que si quiere hacerlo, es libre si así desea. Estoy soltera después de todo —me encojo de hombros.

— Estás tan equivocada, cariño —negó con la cabeza, sonriendo.

— No me digas cariño, detesto que tú lo hagas.

— ¿Y si quiero seguir diciéndote así, cariño?

— Imbécil —murmuró, rodando los ojos.

— Pero qué brava me has salido —se burló.

¡El muy pendejo se burló de mí!

Estrecho mis ojos en él con clara molestia —creo que sí las miradas matarán él ya estaría tres metros bajo tierra— y me levanto de mi asiento, ganandome un ceño fruncido de su parte.

— ¿Sabes qué? —pongo ambas manos sobre la mesa y me inclino hacia adelante—. Yo mejor me largo, cenaras tú solo por imbécil.

Comienzo a caminar a paso veloz hacia la salida sin darle ni siquiera la oportunidad de decir algo.

Miro sobre mi hombro y lo veo caminando detrás de mí, por su semblante sé que se enojó por lo que apresuro mis pasos mientras escucho su voz en un tono alto —no tan alto— exigiéndome que me detenga, pero sólo lo ignoro.

Llego al comienzo de las escaleras para bajar a la planta de abajo, y es cuando siento su mano alrededor de mi brazo y de un halon me dió la vuelta.

— Tú no irás a ningún lado —demandó, molesto—. ¿Que te ocurre?

— Que no seguiré aquí viendo cómo te burlas de mí, mucho menos viendo cómo tratas a todos mal sólo porque según tú intentan ligar conmigo —dibujo comillas en el aire al pronunciar: intentan—. cosa que pueden hacer libremente porque ese no es tu problema.

— Escúchame con atención Raquel — apretó su agarre en mi brazo—. Desde que tú padre accedió a entregarte a mi para pagar sus deudas, desde ese instante tu me perteneces y si alguien te coqueta o si sólo se atreve a mirarte pagará las consecuencias porque con lo mío nadie se mete.

— ¿Con lo tuyo? —repito, conteniendo mis ganas de reír—. No me hagas reír, por favor. Yo no le pertenezco a nadie, mucho menos a ti. Si quiero estar con alguien, pues me buscaré a alguien y tú no me lo vas a impedir, así de fácil.

— Veo que contigo tampoco me equivoqué —comenta de repente—. Con tu carita de que no rompes ni un sólo plato eres como cualquier otra, eres una...

No terminó de decir aquello cuando impacto mi mano libre contra su mejilla con una fuerza impropia de mí.

No le voy permitir que me ofenda de tal manera, ni a él ni a nadie.

Producto a bofetada que le dí soltó mi brazo y llevo su mano a su mejilla la cual se volvió roja, y me miró todavía más molesto.

— ¡Perra desgraciada! —elevó la voz, echo una furia. Ganandonos las miradas de las pocas personas que están con nosotros arriba—. Jamás, escúchame bien, ¡Jamás! —sin ningún tipo de delicadeza tomo mi mandíbula, enterrando sus dedos en mi piel y me obligó a mirarlo—. Vuelvas a pegarme o...

— ¿O qué?

Alzo el mentón, sin apartar mi mirada de la suya. Si lo que quiere es que me muestre débil ante él, no lo conseguirá.

— Nos vamos a la casa —demanda, halandome bruscamente del brazo me terminó de sacar del restaurante.

Algunos clientes de abajo nos miraron raro, a Erick desde luego no le importó y siguió como si nada ocurriera.

Afuera Erick le pidió su coche al chico del Vallet Parking y este se lo trajo devuelta en menos de tres minutos, así que nos subimos sin más para irnos. En el transcurso del camino estuvimos sumergidos en un silencio sepulcral que no me atrevo a romper, de reojo puedo verlo apretar con tanta fuerza el volante que sus nudillos están blancos y su cuerpo está tenso de pies a cabeza.

En cuanto detuvo el coche frente a su enorme casa, el ojiverde se bajó cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria, evidenciando que todavía sigue molesto.

Trago saliva cuando abre mi puerta porque aunque intento no demostrarle nada, debo admitir su actitud me causa un poco de miedo.

— Bájate —ordena.

Obedezco, no quiero más problemas con este mastodonte.

El cierra la puerta de manera brusca, haciendo sobresaltar como un conejillo asustado ante el más mínimo ruido.

Él se adelanta y entra primero a la casa, yo duro un par de segundos afuera debatiendo conmigo misma si debo entrar o mejor me quedo acá afuera.

¡Corre! Huye mientras puedas.

Un suspiro se escapa de mis labios. No, si me quedo acá o voy a otra parte será peor. Así que haciendo caso omiso a mi consciencia saco la poca valentía que tengo y entro a la casa.

En el living lo veo, está de espaldas hacia mí sirviéndose un trago de Whisky en el mini bar que tiene en la esquina, ha dejado la formalidad y se ha quitado el saco el cual está sobre un sofá junto con la corbata, sólo se ha dejado su camisa y ha doblado las mangas por encima de sus codos.

Como si notará mi presencia el castaño se giró en mi dirección, clavando sus ojos verdosos en los míos. Y la rabia que transmitían los suyos momento atrás ha mermado al menos un poco.

— Hasta que te dignas en entrar.

No respondo, permanezco inmóvil en mi lugar sin dejar de hacer contacto visual con él.

De un sólo golpe se bebió el líquido restante en su vaso de cristal y lo dejó sobre la barra.

— Vamos —señaló con la cabeza las escaleras.

Al ver que no me muevo, soltó un suspiro en busca de paciencia y caminó hacia mí con grandes zancadas.

— He dicho que vamos.

Colocó una vez más su mano alrededor de mi brazo sin ningún tipo de cuidado o delicadeza para después llevarme a las escaleras.

En el segundo piso caminamos por el pasillo y entró conmigo a su habitación mientras yo me quejo por el maltrato que me hace al sostenerme con esa fuerza. De seguro me quedarán las marcas en los brazos por sus agarrones.

Pero esperen...

¿Me trajo a su habitación? ¿Este imbécil que pretende?

En cuanto él cerró la puerta detrás de nosotros, con un ágil movimiento me suelto de su agarre.

— ¡Ni pienses que me acostaré contigo!

Él sonrió con arrogancia.

—Si te traje conmigo, no fue para tenerte de adorno.

—Me importa una mierda —espeto, furiosa—. Si quieres acostarte con alguien, entonces búscate a una zorra.

—Ya te busqué a ti —responde con simpleza—. ¿Y sabes qué? —dió unos cuantos pasos hacia mí, retrocedo y chocó con una pared, ahí aprovechó para acorralarme entre su cuerpo y la pared—. Ya hemos hablado mucho.

— No, aléjate de mí —digo poniendo mis manos contra su pecho e intente alejarlo de mí, pero él coloco sus manos sobre las mías y las apretó un poco—. ¡Suéltame!

Erick hundió su cabeza en mi cuello, y murmuró cerca de mi oreja un shh.

— Sólo déjate llevar —besando el lóbulo de mi oreja, susurro.

Dió un paso adelante reduciendo el espacio entre nosotros, aún sosteniendo mis manos en su pecho. Rozó su nariz con la mía, un escalofrío me recorrió por toda mi espalda erizándome la piel. Me miró a los ojos y, sin previo aviso, posó sus labios sobre los míos

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