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2

Las necesidades no terminan

—Señor Rochefort, aquí está ocurriendo algo vergonzoso… pero vámonos, no vale la pena. Disculpe usted. —La mujer no apartaba la mirada despectiva de Elise, quien, incapaz de defenderse, solo podía bajar la cabeza, sonrojada de humillación ante aquel hombre.

Lucien Rochefort. El imponente presidente de Industrias Rochefort.

Como cada tarde, pasaba por el supermercado de Sam a comprar un café. Siempre el mismo ritual, siempre la misma expresión: rostro impasible, mirada gélida y desprovista de cualquier emoción.

Pero, por alguna razón, esta vez sus ojos se detuvieron en Elise. Solo un instante, pero fue suficiente para que, detrás de su aparente indiferencia, algo se agitara en su interior. La mujer, con su bebé en brazos, irradiaba fragilidad. No solo era hermosa, sino que había algo en esa escena—la desesperación, la vulnerabilidad—que tocó una fibra que Lucien ni siquiera sabía que existía en él.

Sin comprender del todo por qué, aceleró el paso, como si alejarse pudiera apagar aquella repentina inquietud.

—Sam, buenas tardes. Perdona a mi secretaria, siempre tiene la manía de meterse en asuntos que no le incumben.

—¡No hay problema, muchacho! —respondió Sam con una sonrisa indulgente, mientras la expresión de Clara se mantenía rígida, como si saborear la derrota le resultara insoportable—. Anda, Clara, déjame a mí encargarme de esto.

Clara y Lucien salieron del supermercado. Iban con retraso a la reunión, pero la mente de Lucien ya no estaba en su agenda. Las palabras de su secretaria seguían resonando en su cabeza, y, sin poder evitarlo, rompió el silencio mientras mantenía la vista fija en la carretera.

—¿Qué demonios pasó allá adentro? ¿Por qué tardaste tanto?

—No lo va a creer, jefe —respondió Clara, exhalando con fastidio—. Esa mujer con el niño en brazos… ¡Estaba robando! Yo misma la sorprendí, pero, como era de esperarse, se puso a llorar como si fuera la víctima. Sam, el muy blando, se dejó conmover y en lugar de llamar a la policía, decidió regalarle comida. ¿Y sabe qué más?…

—¿Qué? Dígame de una vez —respondió Lucien con impaciencia, aunque, en realidad, las palabras de su secretaria le resultaban irrelevantes. Su mente estaba en otro lado, dándole vueltas a un problema mucho más urgente: la niñera de su hijo había renunciado y, conociendo el carácter indomable de Phillippe, no sería fácil encontrar una nueva.

—Pues resulta que Sam, en lugar de echarla, se ofreció a ayudarla a buscar trabajo. ¡Imagínese! ¿Quién contrataría a una ladrona? No es alguien en quien se pueda confiar.

—Sí, tienes razón —respondió Lucien sin apartar la mirada del camino, como si la conversación no le concerniera. Sus pensamientos seguían anclados en la misma preocupación: ¿qué iba a hacer con su hijo? No confiaba en nadie y cada intento por encontrar a alguien que lo cuidara terminaba en fracaso.

Phillippe, con solo seis años, aún no lograba adaptarse a la pérdida de su madre. Su rebeldía era un grito silencioso de dolor, un desafío constante que ahuyentaba a cualquier cuidadora en cuestión de días. Ninguna parecía capaz de soportar su carácter indomable.

Desde la muerte inesperada de su esposa, Lucien había volcado su vida en dos pilares: su empresa y su hijo. Y aunque se esforzaba por ser un padre presente, el trabajo le robaba tiempo, dejándolo con la amarga sensación de no hacer lo suficiente.

La última niñera, Teresa, había llegado con buenas referencias y una paciencia admirable… hasta que se topó con Phillippe.

—¡Lárgate de aquí! No te quiero, quiero a mi mami —gritó el niño, cruzando los brazos con la determinación de quien se niega a ceder.

—Pero tienes que comer, pequeño. Si no, te vas a enfermar —suplicó Teresa, tratando de mantener la calma.

—¡No quiero! ¡No quiero comer! —Y, sin pensarlo dos veces, arrojó el plato de comida sobre el vestido impecable de la niñera, quien quedó paralizada por el asombro y la impotencia.

El caos no terminó ahí. Phillippe comenzó a lanzar todo lo que tenía a su alcance: juguetes, cojines, lo que fuera con tal de reforzar su punto.

—¡Ya basta, Phillippe! Por favor… —La voz desgarrada de Teresa resonó por toda la casa, alcanzando el primer piso.

Lucien, alertado por los gritos, subió las escaleras de inmediato, con el ceño fruncido y la paciencia colgando de un hilo.

Pero ¿Qué está pasando aquí? —el desastre hecho por su hijo, realmente no era una sorpresa para él.

—Que no quiero a esta niñera papi, yo quiero a mi mami.

—Ya lo hemos hablado pequeño, tu mami está en el cielo, es difícil que vuelva—Lucien lo abraza, aunque sabía que el comportamiento de su hijo no era el mejor, comprendía que al igual que él, el amor de la mujer que se había ido les hacía falta.

—Su hijo es un niño malcriado señor, ¡renuncio! —Teresa sale corriendo de allí, era la tercera niñera que desistía en estar con él en la última semana.

Aunque Lucien, era un millonario que tenía todo el dinero para pagarle a quien quisiera por la crianza y el cuidado de su hijo, no había encontrado a la persona idónea, que además de hacer eso, le diera el amor que un niño pequeño necesitaba.

Por otro lado, Elise volvió al super de Sam para encontrar un empleo.

—Buenas tardes, señor. ¿me recuerda?

—Claro que te recuerdo, ¿Cómo estás? Veo que ya está más recuperada y el pequeñito ¿Cómo está?

—Muy bien, creciendo mucho, pero también su apetito, quería preguntarle, ¿ha sabido sobre algún empleo?, la verdad necesito conseguir algo muy pronto ¿tal vez usted aquí en su super pudiera? —él la interrumpe.

—Bueno muchacha, no he sabido nada, y aquí por desgracia solamente vendemos para mi esposa y para mí, es algo pequeño es suficiente con nosotros, pero lléname tu currículo, posiblemente será más acertado si se lo entregó a los vecinos de por aquí, he escuchado que buscan empleadas de servicio.

—Muchas gracias, señor, claro que si—ella se dispone a llenar su hija de vida, pero nuevamente como una casualidad del destino, la puerta del super se abre, era la hora del café de Lucien, esta vez venía solo.

—Buenas Tardes Sam, lo mismo de siempre—él entra sin ni siquiera percatarse de la presencia de Elise.

—Hola señor Rochefort, claro que si—Sam sale directo a la máquina de expreso para traer su orden, Lucien está al lado de Elise, pero le es completamente indiferente, mientras que ella sí lo había reconocido por su olor, y sobre todo por su presencia, ¿quién podría olvidarse de un hombre tan llamativo como él?

Lucien siente como ella lo está mirando y aunque su rostro no demuestra una sola expresión, se incomoda, sin embargo, no le presta atención, saca un billete y se lo entrega a Sam.

—Aquí tiene—Lucien no podía disimular su cara de estrés, sentía como le hervía la sangre por no haber encontrado quien se hiciera cargo de su hijo y eso para Sam no fue indiferente

—Lucien, ¿estás bien? —él le pregunta.

—No Sam, ¿sabes de alguna mujer preparada para cuidar a Phillippe? No he podido encontrar a alguien que sea su niñera, y no tengo tiempo para estar con él cien por ciento.

—Es muy complicado recomendar a alguien para una responsabilidad así señor, pero si se de alguien que esté preparado para su hijo, inmediatamente le comunico.

Elise al escuchar una oferta de empleo, no escatimo en interrumpir la conversación de los dos hombres, tal vez las casualidades existen y si el destino los había puesto allí, era por algo.

—Yo señor, yo podría ser la niñera de su hijo—cuando él escucha su voz, mira hacia su lado y ahí estaba la menuda mujer, aunque no la reconoció de inmediato, por él bebe y su rostro sabía que se trataba de la mujer de la otra vez.

—¿Tú? —se queda viéndola de arriba abajo.

—Si, yo señor, no estoy preparada profesionalmente, pero puedo garantizar que se mucho de las labores del hogar y sobre todo de la crianza de un hijo—en eso ella estaba mintiendo, pues era madre solo de su pequeño y hasta ahora comenzaba con él.

En ese momento Lucien recordó las palabras de su secretaria.

¿Quién podría confiar en una ladrona?

Sin embargo, por prudencia no la llamó así en ese momento, simplemente decidió omitirla.

—No señorita, gracias por su ofrecimiento, pero estoy buscando alguien más calificado. —la mirada de Lucien era hiriente

Ella agacha su cabeza, se siente mal por sus palabras, pero por lo menos lo había intentado.

Lucien sale nuevamente del lugar, y aunque ella nuevamente lo había cautivado, no era una opción, ni siquiera sabía de quién se trataba.

—Qué tipo tan arrogante—ella le dice a Sam.

—No hija, él no es asi, solo que su pequeño tiene problemas comportamentales, además es viudo, está en tu misma situación, son padres solteros, así que confiar se le hace difícil, además su secretaria es quien te descubrió robándome el otro día, así que no creo que piense en qué puedes ser una persona de fiar.

—Si, lo sé—ella suspira decepcionada, hubiese podido ser una buena oportunidad.

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