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Capítulo 5 Susceptible ante el Don

El Don espera impaciente la respuesta de la loba mientras juega con su dedo entre sus piernas, deseoso de poder estar dentro de ella otra vez.

—Cachorrita, no tengo todo el tiempo del mundo —susurra con voz ronca y muerde la parte sensible del cuello de la loba.

—Seré susceptible ante ti, Don.

Eso lo hace sonreír en su interior y hunde dos dedos dentro de la loba.

—Buena elección —suelta con su voz cargada de arrogancia—. Quiero comprobar lo que dices. Relájate —pide al sentirla tensa después de esas palabras.

La loba respira y llena sus pulmones del picante olor que desprende la excitación del enorme hombre frente a ella. Remueve sus dedos de adentro hacia fuera para introducir un tercer dedo. Kara cierra sus ojos, se deja llevar por la estimulación del Don y echa el miedo a un lado. El dulce olor de la omega endurece la polla del Don, quien entra un cuarto dedo y expande el interior de la loba. Lleva una mano hasta su pantalón para desabrocharlo y así liberar su grueso miembro. Suspira aliviado. Baja su mano a las nalgas de la loba.

—Coloca tus piernas en mis caderas. —La carga solo con una mano.

Kara hace lo que pide y queda a la altura del rostro del Don.

Lo siente colocar su polla en su vagina y se desliza en su interior por completo. Camina por la pequeña habitación y deja la espalda de la loba recostada en el suave colchón de la cama. Poco a poco echa sus caderas hacia atrás para entrar en una sola embestida. Ella jadea. La embiste cada vez más rápido para sentir cómo su polla es bien recibida por el interior de la loba. Kara gime y echa su cabeza hacia atrás. Siente cada centímetro del Don expandir su vagina. Los dulces gemidos de la loba son música para los oídos del Don. Sus estocadas cada vez son más fuertes. La recámara se llena de ese morboso sonido que hacen sus cuerpos al unirse. Durante el acto no hay besos ni caricias. El Don nunca ha sido ese tipo de hombres, solo sabe follar y joder a sus amantes. Kara no es la excepción; le toca sentirlo y escucharlo gruñir en el hueco de su cuello con cada embestida.

—Don —gime cuando siente que está cerca de explotar.

—Córrete para mí, cachorrita —murmura en su oído y se funde más adentro. Quiere llegar más lejos con su polla.

Roncos gemidos salen de su garganta cuando la loba se contrae, se corre y empapa su polla de sus fluidos. Lubrica más su interior. Sale de su interior y se separa de su cuerpo. Con un poco de brusquedad la gira, eleva sus caderas y deja una hermosa vista de su sexo mojado.

—Cachorrita… —por su muslo se deslizan diminutas gotas de su líquido por el orgasmo— hueles de maravilla. Estás tan mojada que puedo entrar y salir a mi antojo. —Toca con sus dedos su centro húmedo.

Kara se remueve ante su toque y él sujeta su cadera para que se quede quieta. Se posiciona detrás de ella y en una sola estocada la llena por completo. La loba gime al sentirlo tan dentro de ella. Él no se contiene para embestirla fuerte y chocar sus caderas contra su culo. Sus bruscas embestidas son salvajes y dominante. Sabe que está por correrse y ya nada le impide hacerlo dentro, por lo que da varias estocadas más. Cuando llega su orgasmo, se funde del todo y se corre en lo más profundo de la loba, llenándola con su caliente esperma y marcando su territorio.

—Cachorrita, ya no puedes dar marcha atrás. —Su esperma termina de llenar a la loba—. Ya no hay nada que puedas hacer para alejarme. —Deja una suave caricia en su nalga izquierda.

Kara está muy agotada como para hacer comentarios. Él se retira de su interior. Ella se acurruca en su cama mientras un poco de líquido seminal escurre de su interior. La duda de limpiarla o dejarla así carcome su cabeza. Nunca nada similar le ha sucedido y nunca había llegado tan lejos con una amante. Kara es la primera mujer que aguanta sus dimensiones y que logra aguantarlo hasta el final. Suspira.

—Cachorra, debes ducharte. —La mueve por el hombro, pero ella no despierta, está muy agotada para hacerlo—. Joder.

Va al baño, toma una toalla y la moja para volver a la habitación. Con cuidado limpia los restos de su esperma que salió del interior de la loba. Cuando la termina de limpiar, la cubre con las colchas y escruta su rostro.

—Non so come essere altrimenti[1]. —Acaricia su mejilla roja, acomoda su ropa y se va a su despacho más relajado.

(...)

—¿Dónde haremos la fiesta de compromiso? —le pregunta Tamara al Don, entretanto, desayunan.

—Aquí —contesta sin ningún interés.

—¿La boda?

—Aquí.

—¿Puedes ponerle aunque sea una pisca de interés a esto? —inquiere cansada de la patética farsa que se arman.

—Tú sola puedes encargarte. Tengo muchas cosas importantes que hacer. —Su molestia es palpable, pero eso a Tamara no le interesa.

—¿Cómo meterte en la cama de Kara?

Él le da una mirada seria.

—Te recuerdo que todo esto es una puta farsa, solo es por un acuerdo entre familias.

—Créeme que lo sé bastante bien, pero soy tu prometida y debes respetarme.

Él se ríe con sarcasmo por lo que le pide.

—Tamara, ¿crees que soy estúpido? ¿Qué no me di cuenta de que follas con Fer? —El rostro de la joven se desencaja—. Así es, mi querida prometida, lo sé todo.

—Yo…

Eleva su mano para callarla.

—No necesitas darme explicaciones, pero recuerda ser más prudente. Soy tu prometido, y si alguien descubre lo que haces puede que sus vidas corran peligro.

La mafia italiana no perdona las infidelidades de las mujeres. Aunque el Don sepa lo que pasa, eso nunca detendrá a los cabecillas de ir por Tamara y su amante. Sus tradiciones y costumbres suelen ser muy estrictas, sobre todo, machistas, a un grado muy alto.

El Don todas las noches a la misma hora se cuela en los aposentos de la pequeña loba, donde descarga todo su estrés. Kara se muestra siempre susceptible ante el Don y hace todo lo que le pide. No obstante, hasta ahora el Don no ha exigido nada fuera de lo habitual, solo llega, ordena que se desnude y posee su cuerpo hasta saciarse para luego retirarse a su habitación. Le ha dado más libertad y le permite ir al jardín por unos minutos. De igual manera, llenó su armario con ropa de todas las marcas caras, desde Chanel hasta Dior. También llenó su cajón de ropa interior de lencerías de todos los tamaños y colores para poder apreciar el hermoso cuerpo de la loba, la cual poco a poco empieza a encariñarse con el enorme hombre.

Kara quiere más afecto por parte del Don, por lo que una noche, cuando la cargó, intentó besar sus labios y se ganó una reprimenda. Él se mostraba extremadamente negativo ante esa insolencia.

—Nunca vuelvas a hacer eso —recriminó enojado después de haberla lanzado a la cama.

Se marchó desnudo y dejó a la loba con un mal sabor en su boca. Eso no fue suficiente para Kara.

De forma inocente acaricia la amplia espalda del Don mientras él la embiste. No le presta atención a esas muestras de afecto y deja que lo acaricie.

El tiempo pasa rápido y los lazos que se crea entre las partes animales de ambos es pequeño, pero se fortalece cada día. Aunque el Don no se dé cuenta de lo que sucede, su parte animal poco a poco sale de ese pequeño rincón en el que se encuentra aislada.

—Vístete —ordena al entrar en el dormitorio de Kara.

Lo mira con confusión.

Pese a que al Don le gustó encontrar a la loba desnuda en su espera esta noche, sus planes son otros.

—¿Qué?

—Anda, que tengo mucha prisa —gruñe.

Ella corre hacia su armario; agarra unos jeans rotos en las rodillas y una blusa de tirantes con un encaje floreado en el frente. Ya vestida sale. El Don teclea en su teléfono. Alza la mirada al sentirla y medio le gusta lo que ve.

«Si no fuera por la blusa que resalta mucho sus pechos, estaría bien su ropa», es lo que piensa el Don.

—Camina.

Kara vira los ojos y lo sigue por los pasillos de la mansión. Salen para encontrarse la hilera de jeeps blindados del Don. Uno de los de seguridad abre la puerta para el Don y él deja que Kara ingrese primero. Ella se sorprende al ver a Tamara, que también se asombra. Desde el día que Tamara llegó, nunca volvieron a tener contacto y solo se veían en los pasillos. Kara, por vergüenza, evitaba cualquier contacto con la hermosa prometida del Don.

—Andiamo[2] —ordena al chofer, el cual da la orden en italiano para que todos los autos se pongan en marcha—. Fer se encargará de vigilarlas mientras yo trabajo con mis asuntos —informa a las chicas.

Saca un habano y comienza a fumarlo.

—¿Adónde vamos? —inquiere Kara, pero es ignorada por el Don.

Tamara bizquea, la observa y responde:

—Vamos a Venecia y también iremos a otros lugares de Italia. Ahora mismo nos dirigimos al muelle donde un yate nos llevará a Poseidone[3].

Kara asiente.

—¿Qué es Poseidone? —Su pronunciación hace reír a Tamara.

—Poseidone es un barco de varias cabinas que tiene el Don en alta mar.

Asiente y se queda callada durante todo el transcurso al muelle. El Don solo fuma su habano y bebe de su licor favorito.

En el muelle la seguridad se dispersa y cubre todos los puntos. El Don protege a la omega por instinto sin darse cuenta de que todos sus sentidos están alertas por si hay alguna amenaza para ella. Suben al yate, el cual tarda un aproximado de veinte minutos para ir mar adentro hasta Poseidone, donde todos suben. El Don desaparece de la vista de la omega, que es guiada a la que será su habitación durante el viaje hasta el puerto de Venecia. Kara se siente mareada por el movimiento del barco y le es inevitable no correr al baño. Allí vacía su estómago. Se sobresalta cuando siente una mano sujetar su cabello.

—Vaya, cachorrita, si me hubiera imaginado que navegar te pone tan mal te hubiera dejado en casa. —La voz del Don sale de manera burlesca. La loba frunce el ceño y vuelve a vomitar—. Respira, tranquila —susurra suave y acaricia su espalda—. ¿Mejor? —La ayuda a incorporarse.

Kara asiente, se lava la boca y quita el horrible sabor de sus vómitos. A través del espejo, sus miradas se entrelazan, gris contra ámbar. Contemplan el rostro del otro mediante el reflejo.

—Es hora de ir a cenar —anuncia al salir de sus pensamientos confusos—. Sígueme. —Kara lo sigue por los pasillos del barco hasta llegar a una mesa donde está Fer y Tamara muy cerca—. Tamara —advierte.

—Don, estamos con tu gente de confianza.

Fer la observa con seriedad, pues Tamara es una atrevida por hablar con el Don como si fueran amigos de toda la vida.

—Lo sé, pero, aun así, debes ser cuidadosa. No quiero que los cabecillas anden detrás de sus cabezas. Es mejor evitar problemas.

Kara no tiene ni idea de lo que hablan. Mira las sillas libres y está a punto de sentarse en una, sin embargo, la voz del Don la detiene.

—Aquí —señala una al lado de la silla del centro.

Kara se sienta y a su lado el Don, tomándola por sorpresa.

La cena transcurre tranquila y en silencio, un silencio cómodo para todos, menos para Kara, que se siente incómoda de compartir la misma mesa que la prometida del Don.

Su incomodidad es perceptible para el Don, pero no la toma en cuenta, dado que piensa que esto se debe al constante movimiento del barco por algunas olas que lo azotan.

Traducción

[1] No sé cómo ser de otra manera.

[2] Vámonos.

[3] Poseidón.

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