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Capítulo 2 No me digas alfa

—Don, ya todo está listo para su regreso —anuncia el encargado de su seguridad desde el otro lado de la puerta.

—En minutos estoy contigo. —Su voz ronca le informa muy bien a su hombre de seguridad lo que él hace ahora mismo—. Vamos, nenas —les ordena a las chicas que se comen su polla.

Ya que no puede joderlas, le toca recibir un oral para su despedida.

Ambas chicas se esfuerzan por hacer llegar al Don, quien tiene su cabeza echada hacia atrás mientras lleva su habano a su boca.

—Así, nena. —Aferra su mano derecha en el cabello de una de las chicas, incitándola a ir más rápido y provocando que se ahogue con su polla.

Jadea y deja salir un bajo gemido cuando su espeso esperma sale hasta llenar la boca de la chica que empieza a toser por lo ocurrido.

Suspira, para nada complacido, y la aparta. Toma un pañuelo y limpia los restos de su esperma de su polla, la cual acomoda dentro de su bóxer y procede a subir sus pantalones. Agarra su chaqueta y sale de la habitación.

Se encuentra con su hombre de seguridad.

—Vamos, Fer, que no quiero estar un segundo más en este lugar.

—Como diga, Don. Sígame. —Lo guía por los pasillos hasta llegar a la parte trasera de la mansión.

Una hilera de jeeps blindados espera por el Don. Abren la puerta. Cuando el Don está dentro, los jeeps se ponen en marcha hacia el aeropuerto.

El Don toma una de sus caras botella de licor y echa en un vaso una buena cantidad. Lo ingiere sin hacer ningún tipo de mueca ante el ardiente picor que provoca en su garganta.

—Don —llama su escolta. Hace una seña para que hable—, el joven Alexandro le ha mandado un regalo a Sicilia.

Sus cejas se fruncen porque ya imagina de qué se trata.

—Bien. Cuando llegue, reviso. Si es una buena mercancía la mandaré a Franco para que la ponga a producir dinero —le argumenta a su escolta.

Más que su escolta, es su mano derecha.

(...)

El viaje a Sicilia es en total calma.

El Don suelta un suspiro cuando está en su mansión y después se dirige a su habitación para tomar un baño y tal vez una siesta. Por otro lado, Kara despierta con un horrible dolor de cabeza. Su mirada recorre la recámara; nada le es familiar. Trata de recordar qué pasó. Nada, solo tiene lagunas en su cabeza. Su vestido aún se conserva y no siente nada extraño en su cuerpo que le dé aviso de que fue abusada. Eso la hace respirar tranquila.

Se levanta de la cama para acercarse a la puerta y descubre que no tiene el seguro colocado. Sale de la habitación y halla un enorme pasillo. Se concentra en escuchar los sonidos y captar los olores. Logra atrapar el olor de un… ¿alfa? Su ceño se frunce y decide seguirlo. Si está en la casa de un alfa debe ser por algo.

Los alfas nunca se llevarían a un omega porque saben que son débiles e inútiles. Claro, al menos quieren divertirse con la omega, ya que saben que es sumisa y susceptible a sus hormonas masculinas, más cuando el alfa se excita.

Sus pasos la guían hasta un pasillo donde solo hay una puerta.

Nerviosa, sujeta el pomo de la puerta y la abre para ingresar a la habitación, la cual huele a un alfa, pero el olor no es como el de los alfas que ha visto.

Su cuerpo le pide que corra, pero su parte omega la impulsa a estar cerca de un alfa. Lo necesita. Es hora de aparearse para tener cachorros.

Kara no quiere eso. Ella quiere una vida común y corriente, como la de los humanos. Por ese motivo se fue de su manada, en la cual era repudiada por los demás. Es la vergüenza de sus padres, que son una enorme generación de betas. Ella fue esa mancha que dañó la trayectoria, como si tuviera la culpa de elegir lo que la diosa dispuso para ella.

Pasos se acercan.

Se queda paralizada en medio de la estancia.

El Don sale del baño y seca su cuerpo desnudo. Se tensa al sentir la presencia de otra persona en su dormitorio. Su mirada recorre el pequeño cuerpo cubierto por un vestido rojo. Frunce sus labios y su ceño.

—¿Quién mierda eres tú? —ladra furioso porque alguien que no es la ama de llaves está en su habitación. Kara se encoge en su lugar y agacha su cabeza en total sumisión—. Te hice una pregunta. —Da pasos fuertes hacia ella.

La agarra del brazo con brusquedad y fuerza.

Un pequeño gemido lastimero sale de sus labios.

—No soy nadie —suelta temerosa y sin mirarlo a los ojos, cosa que lo enfurece más.

Odia que la gente no lo mire a los ojos mientras habla.

—Mírame a los ojos cuando te hable. —Aprieta su agarre sobre el brazo de Kara, el cual ya tiene los cinco dedos de su gran mano pintados en su piel.

—Sí, alfa.

Esas palabras lo dejan descolocado, dado que es la primera vez que alguien lo llama de esa manera. Cuando él tenía diez años fue la última vez que oyó ese apelativo.

—¡¿Quién mierda eres?! —Su grito, casi gruñido, inundó la habitación.

Kara tembló bajo su agarre.

Por extraño que suene, a él le gusta la sumisión de la joven.

—No soy nadie, alfa —solloza con miedo.

Él frunce el ceño al oler las perlas saladas que salen de los ojos de la pequeña chica. Arruga sus labios e intenta calmarse.

—¿Cómo te llamas? —Prueba con otra pregunta, pues la chica no capta la interrogante «¿Quién eres tú?».

—Kara —susurra.

Él asiente.

Pasos apresurados se escuchan en su pasillo, luego unos toques en la puerta.

—¿Don? —indaga su mano derecha desde el otro lado de la madera.

—¿Qué? —suelta de mal humor por la interrupción.

—Uno de los nuevos reclutas dejó la puerta de la chica que mandó Alexandro para usted sin seguro. Ella ha escapado.

—Está aquí —anuncia.

Toma por sorpresa a su mano derecha. Ninguna mujer que no sea la ama de llaves ha entrado en la habitación del Don. Ni él ha ingresado.

— ¿Quiere que la regrese a su habitación? —cuestiona inseguro.

—Yo la llevaré.

Su segunda mano asiente y se aleja.

Toda su atención va hacia la joven. Su curiosidad por ella aumenta al verla más calmada, es como si no tuviera miedo de estar a su lado.

—¿Por qué me llamas alfa?

Confundida por su pregunta, Kara frunce el ceño.

—Por respeto —contesta insegura y espera que sea la palabra correcta.

El Don tiene muy poco conocimiento del mundo sobrenatural del cual fue apartado hace años atrás por cosas que no quiere recordar.

—No me llames de esa manera —ordena con seriedad.

Eso solo trae memorias que ya tiene muy enterradas en el fondo de su subconsciente.

Kara asiente. Está insegura de hacer lo que pide, si está bien.

—¿Por qué estás en mi habitación?

—Cuando desperté no sabía dónde estaba, por lo que utilicé mis sentidos para orientarme y logré oler su esencia. Me atrajo hacia aquí. Lamento haber entrado sin su autorización, al… —Se calla antes de pronunciar esa palabra otra vez.

—¿Qué clase de loba eres? —cuestiona.

Según rememora, los lobos son más grandes y fuertes.

«Ella parece más una chihuahua que una loba». Ese pensamiento lo hace sonreír, pero Kara no lo ve porque tiene su cabeza gacha con sus ojos fijos en el piso alfombrado.

—Una omega —responde.

El Don no tiene ni idea de qué clase de lobo es. Nunca ha escuchado hablar de uno de esa categoría. Toda su vida ha oído de alfas, betas y gamas, pero no de omegas.

—Mírame.

Kara, insegura, sube poco a poco su mirada, entonces recuerda que el enorme hombre frente a ella está desnudo y mojado por el baño que tomó.

Sus miradas se encuentran. Es ámbar contra gris.

El Don recorre el tierno rostro de Kara. Su espalda siente una pequeña corriente y por su cabeza pasa una pequeña palabra que lo deja un poco confundido: mía.

Kara escudriña el varonil rostro del Don; sus ojos grises cubiertos por pestañas largas y negras le dan una mirada salvaje. Sus cejas pobladas están fruncidas y sus carnosos labios están unidos en una fina línea. Tiene una nariz respingona y característica de un italiano que le da ese toque elegante. Su mandíbula está cubierta por una barba de unos cuatro días.

Él fija su mirada en los labios rosados de Kara, luego la desliza por la piel expuesta de su pecho por el escote que lleva su vestido. Su polla reacciona ante la belleza de la chica frente a él. Nada le impide ir por lo que quiere, así que la mano con la cual la tenía sujeta va hasta la parte trasera de su vestido para soltarlo y que este se deslice hasta sus pies.

Kara se mantiene en silencio y tampoco emite miedo ante lo que el imponente hombre frente a ella hizo. Su parte omega desea ser poseída por el alfa, por lo que se queda sumisa ante el Don.

Él recorre su cuerpo con sus ojos. Le gusta lo que ve. Muerde sus labios mientras observa sus pechos de pezones rosados; le dan ganas de morder cada centímetro de su blanca piel. Sujeta su mano para guiarla hacia la puerta, dejando confundida a la loba, pero no lo cuestiona, solo lo sigue por el pasillo hasta llegar a la recámara en la que se encontraba antes. La lleva a la cama, la sube en ella y la cubre con su enorme cuerpo. Kara es pequeña frente al Don y eso lo hace dudar sobre lo que piensa hacerle. Sin embargo, no se detiene. Desea probar si ella puede con sus dimensiones, cosa que duda por su tamaño.

Su potente polla cae sobre el muslo de Kara.

La loba se remueve nerviosa debajo de su cuerpo.

—Quieta.

La mira a los ojos. Ella se queda inmóvil por la orden. Desliza una mano hasta el centro de sus piernas y acaricia su clítoris, el cual en cuestión de minutos se humedece. Kara gime cuando dos dedos entran en su interior y la estimulan por cierto tiempo. Don entra otro dedo. Se aventura a entrar cuatro de sus dedos y dilata lo más que puede la vagina de Kara. Se ensancha por la anticipación.

Nunca se ha empeñado tanto por preparar a una amante o puta, como les llama él.

Después de unos minutos, retira sus dedos del interior de la loba para tomar su polla y colocarla en su entrada.

Kara se tensa al sentirlo.

—Debes relajarte. —Vuelve a mirarla a los ojos.

Ella respira y suelta el aire. Entretanto, él poco a poco se desliza en el interior de la loba. Sus cejas se fruncen y su mandíbula se aprieta para contenerse.

Kara gime, se remueve debajo de él y araña su espalda. Una lágrima baja por la comisura de su ojo izquierdo. Siente cómo su vagina se expande para darle paso a las dimensiones del enorme hombre que empuja hasta estar clavado por completo en su cavidad. Él sisea entre dientes cuando la calidez lo acoge.

Siente que morirá por lo apretado que se encuentra dentro de la pequeña chica debajo de su cuerpo.

—Cachorrita… —La observa cuando ella enreda sus piernas alrededor de sus caderas, llevándolo más adentro—. Para nada pequeña —susurra.

Da su primera embestida.

No escucha ningún sollozo ni gemido de dolor, sino todo lo contrario, un pequeño gimoteo de placer por parte de la loba.

—Más —jadea ella.

Eso sin duda alguna le encanta al Don.

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