3.Regalo de disculpas
Los rumores de que Williams Shepard venía a la oficina en miércoles era cierto, total y absolutamente cierto. A pesar de que ayer, había sido un lindo día de paz y tranquilidad, hoy, en miércoles, todo estaba siendo un desastre. Increíblemente un desastre. No sé porqué estoy usando esas palabras pero me encanta exagerarlo todo. Aunque, no estoy exagerando cuando digo que todo está hecho un desastre.
Las cosas en la oficina estaban patas para arriba. Y yo no dejaba de tener papeles llenos de información sobre la mesa, para confirmar, aprobar y llevárselos al jefe para que el los apruebe. Ya que, ningún papel puede ser enviado a el sin antes yo leerlo. Para no hacerle perder el tiempo.
El edificio estaba repleto de personas. La cantidad de directivos me parecía hasta excesiva. Eduardo estaba totalmente estresado saliendo de una reunión para luego entrar a otra, pidiéndome un vaso de agua entre cada junta de menos de quince minutos. Para aclarar cualquier duda del próximo proyecto que entraría a la empresa por los comerciales de Halloween de octubre. Si. Apenas si íbamos comenzando el tranquilo septiembre y ya estaban planificando todo el cronograma para el mes de octubre.
Eduardo estaba ahora mismo acomodando su traje. Esa corbata azul le daba un aspecto fresco y relajado. Justo lo que el necesitaba en este momento, pero al parecer, estaba más enojado que fresco. Sus ojos estaban puestos en el portátil en sus manos. Revisando las palabras que le había escrito la noche anterior y que debía aprendérselas para dar un corto comunicado a la prensa, anunciando parte de su propuesta para este mes. No nos avisaron que Williams venia, haciendo mucho más estresante el miércoles, ombligo de semana. Provocando que muchos medios de comunicación quisieran entrevistarlos juntos, a Eduardo Polls y a Williams Shepard.
Eran alrededor de las once. Mónica me había arrastrado a las ocho a comprar ciertos sombreros elegantes, que tardo en escoger de varias tiendas, pero al final optó por uno lila que iba acorde con su vestimenta. Y por supuesto, no olvidó comprarme uno rojo para mí, que iba acorde con mi atuendo. Ella se pensaba que ahora yo era su hija, prima, hermana o experimento, como quisiera llamarlo. Y me obligaba, se acercaba a eso... a ponerme cosas iguales a las de ella. Pienso que le falto infancia y le sobra dinero, como para malgastarlo de esa forma. En ropa, comidas costosas, o joyerías que solo lanza lejos después de comprarlas. Las personas millonarias suelen ser extrañas cuando se lo proponen. ¿Verdad?
- Ada, a mi oficina de inmediato. -Eduardo rugió la orden caminando lejos de la chica que acomodaba su traje en la sala de juntas. Atravesó la puerta dejándome con la boca abierta por la forma en que me hablo, mientras yo, veía unos papeles junto a Enrique, quién me ayudaba a decidir el restaurante para la cena de esta noche con los inversionistas que se quedarían en la ciudad. Orden del mismo Eduardo, cena para todos.
Lo seguí por el pasillo. El caminaba delante apartando a todos y se trepo al ascensor en cuestión es de segundos, ese que, dejo abierto para mí, mientras que yo llegaba a él, a pasos apresurados, pero no servibles gracias a las piernas tan cortas que el señor creador me regalo. Perfecto.
Al final, casi trote para no tardarme más y me subí junto a el, apretando el botón que daría al tercer piso, dónde trabajamos. El se quedó observando la puerta y meneaba la cabeza al ritmo de la música de ascensor que había en el pequeño espacio. Me hacía mucha gracia, pero era agradable escuchar algo diferente a las órdenes o quejas de alguien más.
Pero la felicidad duró poco cuando lo ví girarse hasta mí, y poner su cuerpo delante del mío, intimidándome con su gran altura y ese rostro imponente y dominante que llevaba consigo cada minuto. No podía descifrar la amargura de sus ojos, ni tampoco esa gota de empatía que observaba en la suavidad de su gesto con la boca y mejillas. No era del todo duro. No era del todo ridículo.
Era más humano que cualquiera de nosotros. Quizá estaba cansando y por eso me veía como si fuese una presa de pollo asado.
- ¿Qué es lo que hace señorita Ada? - su voz resonó por todo el espacio. Dejando un corto eco en las paredes que se esfumó de inmediato.
No capté de inmediato su pregunta. Y mucho menos después. ¿A qué se refería? ¿Qué estoy haciendo?
- ¿Qué? Estoy parada justo aquí, señor Eduardo. - respondí arrugando las cejas hacia el. Y no sé inmutó.
Me miró de vuelta dejando que sus labios se relamieran secos por el frío del ascensor. Era cómodo, necesitaba descansar un segundo más.
- No hablo de eso. - susurró.
Pude haberlo imaginado, pero en el momento en que lo dijo se giró quedando de frente a la puerta y está se abrió. Dándonos paso al pasillo donde debíamos bajarnos. Quedé atolondrada. Y en el momento en que el se bajó, yo lo seguí rápidamente con las manos temblorosas. Su acercamiento me dejaba más nerviosa de lo que alguien podía estar.
- Necesito los papeles firmados por Gustavo. Y el acuerdo de Shepard con nosotros. - dijo entrando a su oficina, dónde dejó abierta la puerta para mí.
- ¿Para qué necesita el acuerdo de Williams Shepard? ¿Hay algún problema con el? - pregunté confundida.
- No, no hay ningún problema, pero todavía no sabemos si en el futuro exista uno. - ladeo su cabeza hacia mí haciendo hincapié en eso.
Si había un problema con Williams Shepard y el no me lo quería decir. Bueno, tampoco era como si debiera hacerlo.
- ¿Traigo todos los referentes a ese acuerdo o solo el acuerdo? Hay varios papeles que el firmó para la empresa, aparte de el contrato con nosotros.
- ¿Qué otros papeles firmó? - preguntó inquieto parándose del otro lado del escritorio viendo la ciudad desde el gran ventanal que había.
Se masajeaba las sienes con movimientos circulares sobre ellas. Estaba estresado. Y yo haciéndole preguntas lo estresaba aún más.
- Acuerdos para entrega de materiales, inversiones, recursos humanos, obreros. El metió las narices en todo y encargó personal suyo a la empresa. Tuvimos que ceder. Usted también leyó dichos papeles.
- Ada, si hubiera leído esos papeles no recordaría perfectamente créemelo. Y no lo hice porque no hay nada en mi cabeza con respecto a esos papeles. Se los diste a alguien más para que los supervisara y no lo recuerdas.
- Por supuesto que no. Usted mismo los mandó a hacer ese día, y los reviso a detalle. No ponga en duda mi memoria tampoco, porque sé exactamente lo que ocurrió el día que Williams firmó el contrato.
Sus pasos se hicieron presentes por la oficina. Caminaba hacia mi con las manos dentro del bolsillo. El traje le sentaba a la perfección y su rostro estaba relajado. Mirando y dibujando algunas de mis facciones con sus ojos azules. Esos que, me intimidaban cada que los tenía cerca.
Sus pasos estuvieron más cerca de mí. Algunas escenas pasaron por mi mente. Me dí cuenta de que estaba anhelando cosas que, posiblemente no ocurrirían jamás. Y yo, mantenía un dos porciento de esperanza de que sí.
Se detuvo junto a la silla del escritorio. No tan lejos de mí. Yo estaba parada a un par de metros de la puerta. Con las manos sobre el pecho. Cosa que, solté de inmediato intentando no hacer notar el par de montañas envueltas en la camisa. Llevaba el cabello lacio y estirado, detrás de mis hombros. Llegaba a mi cadera, dándome un aspecto de diosa licantropa. Me fascinaba como se veía. Mi cabello.
- Tráeme los documentos, y entenderé perfectamente si ya no quieres trabajar conmigo. - soltó mirando su reloj.
¿Que demonios?
- ¿Por qué ha dicho eso? No me he quedado en lo absoluto como para que piense por mí y diga algo como eso.
- Estoy siendo irritante, y usted lo hizo notar. Su cara no es amigable en estos momentos.
- Con todo el respeto que se merece señor y jefe Eduardo; yo solo hago mi trabajo. No estoy al pendiente de cualquier gesto que mi rostro haga o que usted llegue a ser irritante. Tengo otros intereses.
Sus cejas se levantaron. El sol se coló más fuerte por las ventanas. Dándome directo en los ojos. Hice un ademan de asentimiento y me retiré caminando rápido fuera de la oficina bajo la vista de el. Sin pedirle permiso. Deseé esfumarme. Pero lastimosamente en este mundo de humanos tontos, no existían magos inteligentes.
No dijo nada y me dejó ir a mi puesto de trabajo con tranquilidad. Aunque la sangre fluía con turbulencia dentro de mi.
Busqué la lista de las candidatas para el puesto de asistente que debía entregar el viernes. Habían muchas optando por el trabajo en la ciudad, despues de dejar el anuncio de que se buscaba empleada como secretaria para el señor Orlando, muchas saturaron mi Gmail con sus currículums, así que especifiqué más los requisitos que necesitábamos.
Pero aún así, muchas siguieron optando por el cargo, y ahora debía hacer las entrevistas en cuanto tuviera un rato libre. Y debía ser antes del viernes. Esperaba que Mónica, me permitiera faltar a su cita de café mañana por la tarde para así poder cumplir con ello.
Cerré la carpeta digital y puse la computadora en descanso, bloqueando la pantalla.
Bajé hasta la planta de recepción, y fuí hasta la zona de la biblioteca. Suponía que allí debía estar todo el registro de los contratos con los inversionistas, y así conseguiría el contrato de Williams. ¿Qué había de malo con ese hombre? Ni siquiera había alcanzado a verle por aquí en todas las horas que la oficina ha estado revuelta.
Entré, la sala estaba sola. Pero por suerte todos los estantes estaban alumbrados con la bombillas personalizadas. Habían varias escaleras para subir a los otros pisos de la biblioteca pero iba a buscar abajo primero para ahorrarme trabajo.
Dejé el celular en sonido sobre una de las mesas, y bajé algunos documentos que llevaba conmigo para revisarlos. Siempre tengo que estar haciendo algo y no perder tiempo vagando por allí sin hacer nada, porque la única que recibiría reprimendas sería yo.
Me acerqué a la última fila de estantes. Dónde estaban los cofres con los archivos de contratos. Había uno aquí, y otro en la parte de arriba subiendo las escaleras.
Tomé la llave que se me había dado para abrir los papeles con seguridad y abrí el primer cajón. Comencé a buscar, primero por nombre completo y luego por la fecha en que se cerró el trato pero no encontré nada en lo absoluto. Buscando así en ocho cajones más a la derecha. Exhaustivamente.
Me tomé un descanso para ir por una malteada a la esquina y al volver, había alguien más dentro de la biblioteca. Un hombre estaba en las escaleras de arriba leyendo un libro, de no sé qué. Pero se encontraba sentado en las mesas finales de ese piso.
Me quedaba un cajón más por revisar y estaba resignada a qué allí estaría, así que lo abrí de inmediato dejando a un lado el vaso de malteada después de darle un gran sorbo.
Busque el nombre de Williams y la fecha que se me había proporcionado, que según fue el día en que se cerró el trato. Eduardo no había dado señales de vida, ni me había enviado textos. Eso significaba buena señal, no me necesitaba en estos momentos. Estaba relajado haciendo alguna cosa siendo figura pública.
Revise los últimos dos archivos que quedaban en la cajonera y maldije por lo bajo cuando ninguno de ellos pertenecía a Williams. Una horas
y media pérdidas en este estante. ¿Pero iba a ahorrarme trabajo, no?
El celular en la mesa timbró. Lo ignore cerrando todos los cajones con llaves y revisándolos después para asegurarme de que estén bien cerrados.
El teléfono siguió timbrando y no tuve más opción que acercarme a la mesa para echarle un ojo al emisor. Y si, era lo que yo sospechaba desde un principio. Mónica ya estaba buscándome y apenas era la una de la tarde. Me quedé esperando que no timbrara más pero fue ridículo, porque siguió haciéndolo casi tres veces más. Contesté.
Ten paciencia Ada. Cálmate. No dejes que el trabajo te consuma.
- Ada, querida por fin me contestas. Tengo horas llamándote.
- Es que tengo muchos pendientes aquí, y apenas si acabo de ver el celular Mónica - contesté manteniendo la paciencia.
Saqué la llave y subí las escaleras hacia la segunda planta. Debía encontrar el documento rápido antes de perder más tiempo.
- Si, eso me lo ha dicho Eduardo cuando lo he llamado. Ocupados y bla bla blá. ¿Podemos salir a las cinco? Quiero que me acompañes a pintar en la casa, me aburre estar sola en esta ciudad tan grande. ¿Paso por ti? - inquirió presionando me. Así lo sentí y quise pegar la cara de la mesa. Esto iba a ser más difícil de lo que creía.
Pero me iban a pagar.
- A las cinco creo que estoy disponible. Pediré permiso para salir a esa hora y no tener problemas con el señor Eduardo.
- Justo acabo de pedirle permiso y me ha dicho que si, Ada. Así que, tu solo termina tu trabajo y pasaré por ti a las cinco. Mucha suerte preciosa - finalizó la llamada dejándome con la palabra en la boca.
Me hacían sentir como un títere de entretenimiento. ¿Eduardo me dió permiso? El ni siquiera sé atrevía a pedirme mi consentimiento. Se que acepté el trabajo, pero me irrita que tomen las decisiones sobre mi tiempo sin consultarme lo.
- Maldi...
- Oye, tranquilízate, respira. - una voz de hombre me habló de frente y congelé.
Mire de inmediato al dueño de la voz ojeando en su dirección con el corazón prácticamente en la boca. Estaba en shock. Creí que estaba sola. Ah, había olvidado al tipo que estaba en la mesa desde hace un rato sentado. Seguramente era el.