Capítulo 3
- Buenas noches", me dice la chica de recepción mientras camino por el pasillo hacia ella, arrastrando mi maleta detrás de mí. Menos mal que tiene ruedas, si no, me da miedo imaginar cómo llevaría una bolsa con mis cosas.
- Buenos días -respondo en voz bastante alta, acercándome al mostrador, donde hay un joven en pantalón corto y camiseta de espaldas a mí. Pero se gira en mi dirección en cuanto lo rodeo y me mira de pies a cabeza.
Siento que va a desnudarme. Con una mirada. No soporto a ese tipo de tío: engreído, chulesco, con la misma sonrisa chulesca en la cara, como si no tuviera nada mejor que hacer que lanzarme a sus brazos ahora mismo. Y también, aparentemente, desnudarme con sólo verlo.
- ¿Tiene reserva? - sonríe a la chica que está detrás del mostrador con la etiqueta "Alla" en el pecho.
- Sí -soltó de forma algo brusca, a pesar del tono amable de la recepcionista, según tengo entendido-. Uno pensaría que si alguien viene de la calle, no hace falta saludarlo.
Mientras rebusco el pasaporte en el bolso, oigo una risita a mi lado. Arrojo el documento a la recepción y giro la cabeza hacia un lado, encontrándome con la mirada burlona de unos ojos castaños claros. Muevo la mía un poco más abajo, donde una etiqueta con el nombre "Rinat" está estampada en el lateral de mi camiseta.
- ¿Qué le hace tanta gracia? - Vuelvo a encontrarme con la mirada preocupada del tipo.
- Está tranquilo -dice, desnudándome de nuevo con la mirada-. No es nada tímido y ni siquiera intenta ser amable con el nuevo visitante.
- Será mejor que lleve la maleta a la habitación -me doy la vuelta y observo cómo coteja los datos del pasaporte con los registros del ordenador.
- ¿Para qué? - insiste el descarado que está a mi lado.
- Le pido disculpas", me vuelvo hacia Alla, que me mira y aparta los ojos de su trabajo. - ¿Todo su personal es tan arrogante? Me recomendaron su hotel, es muy positivo.
- ¡Rinat! - exclama la chica detrás del mostrador, y vuelvo a girar la cabeza hacia un lado.
Y de nuevo me encuentro con la mirada risueña de sus ojos marrones. ¿De verdad se está burlando de mí ahora? ¿Y qué es, después de todo, lo que le hace gracia de esta situación?
- ¿Cuánto tiempo se va a quedar mirando? - Soy el primero en romper la pausa. - Mejor lleva la maleta a la habitación.
- Otra zorra rica", dice, apoyando los codos en el mostrador. - No", hace una mueca y termina: - "No eres una zorra dura. ¡Puta!
- ¡Rinat! - vuelve a gritar Alla. - Chica", me dice, y giro la cabeza en su dirección. - Tiene reservada una habitación para dos.
- Lo sé, pero viviré sola", vuelvo a meter la mano en el bolso y saco la tarjeta de crédito. - Lo pagaré como es debido -arrojo el trozo de plástico sobre la superficie lisa-. - Junto con la comida.
Alla levanta el pago, me entrega el pasaporte, la tarjeta de crédito y las llaves de la habitación de la planta baja, mientras yo permanezco inmóvil y tamborileo con los dedos sobre el mostrador de recepción, sintiendo la mirada penetrante en mi mejilla.
- ¿Puede alguien llevarme la maleta a la habitación? - Una vez más, no recuerdo cuál, giro la cabeza en dirección al descarado de Rinat. - ¿O no es costumbre? Y tráeme la cena a la habitación, que llevo medio día de viaje.
- Un momento", dice Alla, y el descarado se limita a sonreír torcidamente.
En medio minuto, un chico aparece corriendo por la esquina, me saluda con la cabeza, coge la maleta y me ofrece seguirle. Resoplo, me doy la vuelta y sigo al mozo. Detrás de mí oigo otra carcajada.
- ¿Qué te pasa? - me dice una voz de mujer en voz baja.
- Son las señoras las que me cabrean", y comprendo que es la descarada la que habla. - El mundo entero gira en torno a ellas, los simples mortales no tenemos elección.
- Se quejará de ti a la dirección, ya lo sabrás.
- Da mucho miedo -se ríe, y es lo último que oigo-.
Si no deja de acosarme, me voy a quejar. No necesito que el personal me ponga motes. ¡Zorra! Te voy a enseñar lo enfadada que puedo llegar a estar.
El aire acondicionado me salva del calor y la deliciosa comida, que me entregan en la habitación en quince minutos, me ayuda a relajarme. Me entra sueño. Salgo de la habitación por una puerta lateral para no tener que enfrentarme a otro gamberro en recepción y decido dar un paseo. Voy a echar un vistazo.
Fuera ya está oscuro, pero hay farolillos por todas partes. También hace mucho aire, lo que es normal en verano en la costa del Mar Negro. Camino tranquilamente por los alrededores del hotel, en dirección a la playa. Lo único que llega hasta aquí son los pequeños reflejos de los farolillos, pero la luz de la luna me permite ver bien la superficie lisa del agua.
Me quito las sandalias y las tiro a un lado. Huele a mar. ¡Cómo he soñado con venir aquí durante tanto tiempo! El agua fresca me hace sentir bien en los pies y respiro hondo.
Dios, qué felicidad.
- No te lo aconsejo", oigo detrás de mí y me doy la vuelta bruscamente.
¡Es él otra vez! ¿Qué coño quiere de mí? Al menos ahora no sonríe, pero se queda quieto y me observa atentamente. Incluso a la luz de la luna puedo ver la expresión de su cara, sin una sola emoción positiva.
- Olvidé preguntarte -giro la cabeza para no ver más su cara insolente-. - ¿Me estás siguiendo?
- Me duele -resopla Rinat desde detrás de mí-. - No deberías ir a nadar de noche. Por tu propia seguridad.
- ¿Es usted del Ministerio de Sanidad, que se preocupa por mi salud? O el Ministerio de Situaciones de Emergencia, ya que te preocupas por mi seguridad", salgo del agua sin mirar al tipo, cojo las sandalias y vuelvo despacio al hotel.
- Te dije que eras Bitchy", se rió el descarado tras de mí, y yo le di la mano con la que sujetaba mis sandalias. Una palabra más, y volarían directo a la cabeza del engreído del nombre raro.
Ya he tenido suficientes emociones por hoy. Y no más discusiones con hombres. Todavía estoy conmocionada por el gruñido amenazador de mi padre cuando aparece otro listillo. ¿Por qué está tan enfadado conmigo? ¿O es sólo su forma de tratar con el sexo opuesto? Y lo que es más importante, ¿con quién trabaja aquí que es tan descarado?
Pero en cuanto cruzo el umbral de mi habitación, lo primero que hago es dirigirme a la ducha: agua caliente, agua fría, otra vez agua caliente y otra vez agua fría. Y mis pensamientos se dispersan como cucarachas en distintas direcciones. Y menos mal, porque ahora mismo no quiero pensar en nada. Y no quiero.
Me arrastro hasta la cama, me tumbo encima y, quince minutos después, me duermo con el suave zumbido del aire acondicionado.