Manos de aceite
Andrea no pudo concentrarse en la reunión con los socios, tenía los mendigos ojos de gato metidos en su cabeza.
«¡Joder! ¿Qué te pasa hombre? ¿Nunca has visto una mujer?»Se reprendió mentalmente tratando de sacar a la pequeña mujer de su mente. Pero tenía grabado sus pequeños labios rosados, sus cabellos rojos despampanantes y su nariz respingadita en la mente. Era muy hermosa, sexi, y definitivamente para el CEO amargado de Andrea Laureti fue un calentón a su hermoso, pero solitario cuerpo.
Después de atender la reunión, su chófer lo llevó a casa, más cargado de trabajo que cuando fue. No estuvo para nada pendiente de lo que hablaban los inversionistas, y ahora tenía más dudas que aclaraciones acerca de la estación de juguetes eléctricos que quería crear su hermana Fernanda.
Bajó la ventanilla del auto para encender un cigarrillo, no pudo evitar pensar en Astrid, habían pasado dos años desde su muerte, y aún la recordaba cada día, la extrañaba tanto, que no había vuelto a enamorarse de ninguna otra mujer.
Mientras calaba el cigarrillo, de repente los ojos de Amber vinieron a su mente.
«Qué muchachita tan insolente». Sonrió sacudiendo su cabeza.
Cuando vio que el auto entró a la mansión, botó la colilla de su cigarrillo. No quería que su nana, Ramona, lo fastidiara con el tema que era malo para su salud.
Bajó del auto quitando su saco para sentirse más cómodo cuando escuchó los gritos de su pequeño niño bajar corriendo las escaleras.
—¡Papi, papi, papi! —gritó Dante el pequeño niño que aunque no llevaba su sangre, amaba con su alma.
Andrea se agachó a su altura para cargarlo y pegarlo a su pecho.
—Hola campeón, ¿me extrañaste? —preguntó tomándolo y dando vueltas con él en el aire.
—Mmm —puso su manita en forma de pensamiento—. Un poquito papi, es que mi tío Fernando llegó y me hizo compañía toda la tarde —Andrea sonrió. Le agrada tener a su gemelo en casa; muchas veces se sentía solo y si no fuera porque la nana se había ido a vivir con ellos, seguramente hubiera caído en depresión después de la muerte de Astrid.
—¿Y dónde está esa cabeza de melón? —preguntó entrando a la casa.
—Está en la piscina, dijo que estaría con chicas —Andrea arrugó el entrecejo. No entendía por qué Fernando era tan jodidamente promiscuo. No le agradaba que tomara la atribución de meter mujeres a la casa ¡Había un niño! ¿Qué podía aprender su hijo si veía a su tío con una mujer distinta cada vez que venía?
Con las cejas arrugadas llevó al niño a la cocina. Se podía escuchar al fondo un tremendo escándalo, cosa que a Andrea le molestaba muchísimo.
—Nana, puedes prepararle cereal a Dante y acostarlo a dormir, iré a hablar con Fernando —pidió a Ramona entrando a la cocina, quien estaba cargada de trabajo por la fiesta privada que había organizado Fernando.
—Está bien mi niño, procura no molestarte mucho, deberías ir y divertirte un poco tú también —dijo la mujer de ya avanzada edad con una sonrisa. Andrea la fulminó con la mirada. Él no iba a permitir que cualquiera mujer tocará su cuerpo, él solo tenía una amante, con la que descargaba su ira de vez en cuando, y era alguien "decente".
Caminó hasta la piscina y se quedó paralizado al ver la gran escena.
Fernando estaba con dos mujeres en la orilla de la piscina, besándose con una, mientras la otra estaba metida en sus piernas.
Los ojos de Andrea se abrieron de par en par.
—¡Fernando Laureti! —gritó muerto de la rabia. Sentía que su corazón en cualquier momento iba a estallar de la molestia.
—Andrea, únete hombre, ven acá —dijo el gemelo, apenas se dio cuenta de que había llegado su querido hermano.
Andrea estaba inmóvil, sin poder creer lo que estaba viendo, ¿acaso no podía conformarse con una mujer? ¿Por qué tenían que ser dos? ¡Joder! ¿De quién había sacado lo promiscuo?
Fernando, al ver que Andrea no se movía, dejó a las pequeñas y hermosas mujeres ahí, para tomarlo por la mano.
—¡Sí, que se una ese papirruqui! —gritó una de ellas.
Andrea la miró de arriba abajo como si estuviera loca y posó su vista en la de su hermano.
—¿Qué crees que haces? —le preguntó molesto.
—Por favor Andrea, llevas tanto tiempo sin hacerlo que no sabes lo que hago.
—Mendigo loco, sabes a lo que me refiero.
—Es solo sexo, sabes, rubias, cosas ricas, mujeres, diversión, vamos anímate, mañana hay que volver al trabajo y necesitas estar relajado —intento jalarlo para arrastrarlo con él, pero Andrea lo detuvo.
—¡Fuera! —gritó molesto
—Cálmate hermano, no me arruines la diversión —suplicó Fernando con sus manos—¡Largo las dos! —se acercó a ellas para tomarlas por las manos y sacarlas.
—Fernando, ¿no harás nada? —preguntó una de ellas al ver que el joven no se movía.
—Lo siento es mayor que yo, y pues, no puedo llevarle la contraria —les hizo señas.
Cuando vio que las mujeres se fueron, se dirigió a Andrea con una sonrisa …
—Eres el mejor puto gemelo de la historia —Andrea lo miró extrañado. Se suponía que había arruinado su fiesta privada ¿Por qué el loco de su hermano le daba las gracias?
—Siempre he pensado que te robe partes de las neuronas cuando estábamos en el vientre de mi madre, porque estás completamente desquiciado ¿Ahora por qué sonríes como el Guasón? —preguntó Andrea extrañado.
—Es que no sabía cómo quitármelas de encima, tengo una cita con una hermosa mujer que quiere que sea su amo y no hallaba cómo hacer para ir —Andrea negó con la cabeza.
—¡Eres la vergüenza de mi familia! —gritó al verlo irse.
Fernando sonrió mientras sacudía la mano con entusiasmo.
—¡Y el más guapo! —Andrea sonrió. Él era el único que le hacía sacar una sonrisa.
Eran tan idénticos físicamente que era casi imposible reconocerlos, si no fuera porque Fernando tenía un tatuaje en el brazo, fuera imposible hacerlo, solo Evangelina podía hacerlo sin siquiera mirarlos. Ella decía que cada uno tenía un olor y una mirada diferente, pero del resto, los gemelos habían logrado engañar hasta a su propio padre. Sin embargo, tenían una personalidad muy distinta. Andrea era un hombre serio y arrogante, y Fernando era el loquillo de la familia, mujeriego como Demetrio, pero con ese toque juvenil y fresco que lo caracterizaba.
Con el cuerpo más relajado subió a su habitación a tomar una ducha, sabía que Fernando tenía un departamento en la ciudad y seguramente se quedaría allí, no había ido nunca, pero estaba consciente que era la habitación que usaba para someter a sus sumisas. El hombre estaba obsesionado con el sexo, y constantemente, aunque llevaba a muchas mujeres a la cama, siempre tenía una esclava sexual que sometía secamente para calmar sus deseos de lujuria.
Después de bañarse, cenó algo ligero y se fue a la habitación de su hijo. Ya estaba dormido y parecía un ángel. Se acostó a su lado haciéndole cucharita para dormirse mientras acariciaba su cabeza.
—Cómo quisiera cambiar el mundo a uno perfecto para ti, hijo mío, y que tu madre estuviera viva, o quizás, darte una que te dé el calor que necesitas —exclamó.
…
Amber subió las escaleras de su casa en puntillas sin que nadie la escuchara. Vivía en una hermosa casa en una zona costosa de Florida. Su madre era una mujer de dinero, pero tras haber fallecido unos años atrás ella había tenido que salir a la calle a trabajar, cosa que le resultaba difícil, porque nunca lo había hecho, es más, jamás había lavado trastes y servido comida; ella siempre lo tuvo todo, pero, a pesar de eso fue criada con tanto amor y humildad que no le era problema trabajar.
—Amber papá quiere saber si trajiste el dinero —volteó despacio para ver a Angélica al pie de la escalera.
—Papá, no podría buscar su propio dinero —bufó—. Al igual que tú Angélica, no debería ser yo la que trabajé por las deudas de la casa, estoy agotada de que todo lo que gane me lo pidan.
—Sabes que papá está enfermo…
—¿Y tú no puedes arruinar tus hermosas uñas para ayudarme? Me mato trabajando para que no nos quiten la casa, y simplemente ustedes no me consideran ¡No les daré un centavo más! —gritó subiendo las escaleras, pero a los pocos minutos su hermana subió para interrumpirla mientras ella se quitaba la ropa.
—Sabes que si no colaboras papá te echará de la casa, mi madre no te dejo nada a ti Amber, te lo he dicho mil veces, todo me pertenece, soy la heredera universal de esta casa, así que si no quieres dormir como perro debajo de un puente, es mejor que nos des dinero —dijo su hermana con maldad.
Amber tragó grueso.
«No quiero dormir debajo de un puente». Pensó con miedo de solo imaginarlo.
Con un nudo en la garganta, se dirigió al closet dónde tenía unos pequeños ahorros y bajo la mirada de su hermana, sacó unos billetes.
—Por favor, ahórralo, me han despedido del empleo, y no tengo mucho guardado —dijo tendiendo el billete a su hermana, que enseguida lo tomó con una sonrisa.
Las lágrimas de Amber cayeron al piso. Era el dinero que estaba ahorrando para sus estudios. Apenas había culminado el bachillerato, y deseaba estudiar tanto diseño de moda que había ahorrado para la inscripción.
—Algún día cumpliré mis sueños —dijo mientras acariciaba unos de sus diseños en la pared de su habitación.
…
Apenas sonó la alarma. Amber salió disparada a la ducha, se vistió rápidamente con algunas de las ropas que usaba su madre cuando tenía cenas de negocios y salió para la empresa.
«—Oficina 145, llega temprano y procura ser discreta, el jefe es malhumorado—». Leyó el mensaje mientras conducía el auto de su madre.
Era lo único que la dejaban usar de ella, y eso porque tenía que trabajar para mantenerlos.
Cuando llegó al enorme edificio abrió sus labios de par en par, era inmenso.
Bajó presurosa del auto. Se veía hermosa, aunque estaba sencilla Amber ni siquiera se daba cuenta de lo hermosa que era, lo hermosa que eran sus curvas.
Cuando entró al edificio las miradas se posaron en ella ¿Y como no? Con esos cabellos rojos que combinaban a la perfección con sus labios no podía pasar desapercibida.
Miró a todas partes para saber qué camino tomar y se topó con los ascensores a mano derecha.
—¡Espere, señor, no cierre! —gritó mientras corría para que no fuera a cerrar el ascensor.
En ese momento que corrió agitada, el tacón de sus sandalias altas se dobló, provocando que cayera encima de un hombre alto y de ojos azules, desparramando con eso los documentos que tenía el joven en la mano.
Andrea Laureti sintió que la rabia se apoderaba de él al ver los papeles esparcidos por el lugar, ¡era el proyecto nuevo de Fernanda!
—¡Maldición, niña! ¿No sabes que hay dos ascensores que tomar? —exclamó Andrea sin verla y dejándola en el piso, tirada.
Fernando, que se había percatado de la caída, se agachó hasta la chica para tomarla por la mano.
—Procura no caer encima de él, hay mejores opciones la próxima vez —dijo refiriéndose a él mientras le tendía la mano.
Amber se levantó tomando la mano de Fernando, quedándose muda.
«¡Mierda! Me he golpeado tan fuerte que ahora veo doble» Pensó agarrando su cabeza, frustrada.
—Recoge los papeles y deja de mirar a la torpe, de esta manera —infirió Andrea tragando grueso al percatarse que era la misma de restaurante.
«Y qué hace doña aceite aquí» pensó mirando a la joven con el corazón palpitar con fuerza.
Amber iba a protesta: «¿Quién era él para decirle torpe?»
—Mire señor pajarraco, no es que yo sea torpe, es que usted, usted… —Andrea la miró con una ceja alzada —. Ussss es un engreído…—resopló tomando el otro ascensor.
—¿Es linda, no? —preguntó Fernando al ver cómo su gemelo se había quedado embobado al ver a la chica.
—Normal —carraspeó Andrea nervioso.
—¡¿Normal?! Pareces un comediante de sábado sensacional ¡Normal!!!
—¡Déjame en paz! —lo fulminó con la mirada
Cuando Andrea llegó a su oficina se encontró con que su nueva secretaria no había llegado, iba a salir para mandar a buscar otra, cuando la puerta de la oficina se abrió hábilmente.
—¿Tú? —preguntaron los dos extrañados al mismo tiempo.