Inútil
Amber estuvo trabajando los siguientes días en diseñar todo lo que su mente imaginaba en juguetes sexuales. Se sorprendió un poco, porque para alguien virgen como ella que se suponía que no sabía nada de miembros, los imaginaba muy grandes y rosados, seguramente producto de las películas que había visto con su amiga Lucía, o de los libros de cincuenta sombras de grey que había leído donde los describían muy bien.
—¡Oh, por dios! ¿Este es mi pago? —exclamó emocionada, viendo el mensaje con la notificación que le había llegado.
Su sueldo doblaba lo que realmente iba a ganar por ser secretaria; no podía sentirse más contenta. Podía pagar la matrícula para la universidad, y también podría pagar una parte de la hipoteca de la casa.
Salió directo al banco, a retirarlos en efectivo, ya que el pago de …. Era estrictamente en físico.
Cuando llegó a su casa se encontró a su hermana acostada en el sofá comiendo pizza sin ni siquiera preocuparse de los gastos de la hipoteca.
—Que bueno que llegaste Amber, no hay nada de comida en la despensa —dijo la joven poniéndose de pies y siguiéndola hasta su habitación.
Amber se sentía cansada de esa situación, pero no tenía el corazón a pesar de que eran unas personas horribles con ellas de dejarlos en la calle, por eso pensó que apenas pagará la hipoteca de la casa, se iría de ahí y alquilaría un lugar para ella vivir.
—Muy pronto me iré de aquí, con el trabajo que tengo ganaré muy bien y no pienso seguir manteniéndolos —respondió sin mirarla. Amber siempre se preguntó porque su hermana la odiaba tanto, e incluso su padre lo hizo siempre, y aunque estuvo sufriendo por mucho tiempo por eso, simplemente entendió que ella no debía ser amada por todos, y se conformó con que su madre le dio el más grande amor, y era con lo que se iba a quedar en su corazón.
—Pues, me parece que eres una desagradecida, papá te mantuvo por mucho tiempo, ¿por qué no harías lo mismo con él ahora? —Amber la miró con rabia. Su padre jamás le dio el amor que ella necesitaba, su padre jamás estuvo con ella cuando se sentía sola o triste, su atención siempre fue para Angélica.
—No digas bobadas —carraspeo —. Todos sabemos que él siempre te amó a ti.
—Porque soy quien más se parece a él, tú eres idéntica a mamá, tan insípida, boba, torpe y…
Amber bajó la mirada, no valía el caso ponerse a discutir con ella, estaba cansada de ellos. Sacó el sobre de su bolso, le tendió el dinero y volteo directo al closet para que no viera las lágrimas que habían salido de sus ojos.
—Ahí tienes para la hipoteca de la casa, solo falta una parte y no tendremos deudas, y también para la despensa —dijo sin mirarla.
Después que la sintió irse, Amber se acostó boca arriba mirando el techo mientras abrazaba la fotografía de su madre.
—¿Por qué me dejaste sola? —exclamó sintiendo un fuerte dolor en el pecho.
…
Cuando Andrea llegó a su oficina, tenía un montón de pendientes por resolver. Caruso había ido de nuevo Estados Unidos interesado en que Andrea le diera detalles del proyecto, y de una vez firmar con ellos; después de disculparse con él, y explicar la pequeña confusión de su secretaria, el hombre accedió a verlo.
Miró su reloj impaciente, Amber no había llegado, y eso lo hacía sentir molesto, y como si fuera coincidencia del destino, la chica apareció por la puerta de la oficina.
—Buenos días, jefe, disculpe lo tarde, lo que pasa es que el auto se me descompuso.
—Deja sus escusas para otro momento, señorita Amber, no es mi problema que no tengas un mejor auto —dijo sin mirarla.
Amber sentía ganas de golpearlo, de hecho se quedó mirando el adorno en su mesa en forma de bailarina con ganas de tomarlo y golpear la cabeza de Laureti con él ¿Por qué tenía que ser tan obstinado? ¿Qué le costaba tener un poco de compresión?
«¿Cuántos años me darán por asesinato? Puedo decir que el intento violarme en la oficina y me defendí, soy pequeña, y él es un ogro delante de mí, ¿Qué podría salir mal?» Pensaba distraída.
—¡¿No me está escuchando, señorita Amber!? —preguntó Andrea levantando la mirada.
—Sí, sí, disculpe, señor, le escuchó —se puso recta.
Andrea no pudo evitar detallar a su secretaria. Estaba vestida con un vestido ejecutivo, altos tacones negros y un flux de color rojo. Se veía hermosa, y provocativa, tanto, que el amigo de Andrea se levantó enseguida.
—Te pedí—carraspeó—. Que le sacarás copias a estos documentos, y por favor, señorita Amber, procura no dañar la máquina, esta vez —pidió bajando la mirada para no torturarse más con la imagen de Amber, pero, fue peor; al verla girar casi se queda sin aliento porque el hermoso vestido desde esa longitud se veía exquisito; su trasero se veía paradito y duro, como si nadie hubiera tocado de ellos y su espalda apena cubiertas por tirantes se veía sexual por el camino de pecas.
Andrea tragó grueso varias veces, imaginando cómo sería lamer su espalda y abrir sus nalgas. Sacudió su cabeza con fuerza y trató de relajarse y no pensar en eso, no pensar en la lujuria que le hacía sentir su secretaria.
Amber caminó a la cafetería, la mirada de las personas estaban en ella, pero no le dio importancia, le encantaba sentirse viva, sexi, y deseada, aunque, con eso despertara la lujuria de muchos, incluso la de Andrea Laureti. Pidió un café fuerte y caminó para imprimir los documentos.
Cuando llegó al área de copia e impresión, no encontró a Ángelo por ninguna parte. Eso le pareció bueno a Amber, le daba vergüenza verlo después de lo que había pasado la última vez.
Encendió la fotocopiadora y comenzó a sacar la copias del documento mientras tarareaba una canción que está de moda de Shakira, "las mujeres no lloran, las mujeres facturan" cantaba bebiendo de su enorme café negro que le ayudaba a soportar el maratón de trabajo que tenía en la empresa, porque con los diseños para Fernanda y atender los incontables asuntos de su jefe, salía demasiado tarde a casa.
—Listo —exclamó cuando sacó la última copia. Acomodó las hojas en una carpeta, pero, como el destino no ayudaba a Amber en no hacer molestar a su jefe, la muy tonta puso el café encima de las hojas para que sostuviera quietas mientras ella cerraba el cierre de su sandalia. No sé sabe qué pasó, seguramente el abrir de la puerta bruscamente hizo que el café se moviera y se derramará en los documentos.
Andrea no sabía si gritar o llorar en ese momento. Estaba rojo del coraje, y no solo porque Amber había arruinado la única copia que tenía para firmar con Caruso, sino que mientras ella amarraba sus sandalias, él le estaba mirando el culo.
«Lo hace a propósito, tiene que hacerlo a propósito» pensaba agarrando su cabeza.
—Lo siento mucho, señor Andrea, es que usted abrió la puerta y el café.
—¿Por qué cojones pusiste el café encima de los documentos Amber? —la miró apretando los dientes.
—Bueno, es que no quería que se volarán los papeles, lo siento, pero si usted no hubiera venido y hubiera abierto la puerta, nada de esto hubiera pasado, además...
—¡Cállate!!! Déjame pensar, ¿sí?—miró su reloj irritado.
No sabía qué hacer, el documento original estaba en su casa, y solo tenía veinte minutos para la reunión con Caruso, no le iba a dar tiempo, y el anciano odiaba la impuntualidad.
Rascó su cabeza, frustrado.
—Necesito que vayas a la mansión, y le digas a mi nana que te entregué la carpeta que está en mi despacho, por favor, te veo en el restaurante donde trabajabas en veinte minutos —habló rápidamente temiendo confiar en ella de nuevo, pero no tenía otra opción.
Amber asintió, para luego salir caminando, apresurada.
—Te estoy mandando la ubicación de la mansión a tu móvil, por favor Amber—gruñó—. ¡Procura estar ahí en veinte minutos, joder!!!!
Amber se quedó pensativa ¿Cómo era que su jefe tenía su número de móvil? Pero no podía indagar en el tema, porque Andrea no estaba de buen humor para soportarlo.
—¡Amber! ¡Joder! ¿Qué haces ahí parada? Muévete —Amber asintió rápidamente, mordiendo su labio con fuerza por los nervios y luego salió del edificio.
No era lejos, en menos de diez minutos estaba en frente de la mansión, Laureti. Condujo su auto hasta el interior, maravillada, al darse cuenta de que era una casa como esas de novelas.
—¿Quién es usted? —preguntó el portero.
—Soy la nueva secretaria del señor Andrea Laureti, Amber Rodri...
—Rodríguez… —completó el hombre.
Amber asintió maravillada. Hasta el portero sabía su nombre. Entró al interior de la propiedad y bajó del auto presurosa.
Había algunos guardaespaldas fuera, pero, parecían que ya habían sido puestos sobre aviso de su presencia ahí, porque enseguida la dejaron pasar.
—Usted debe ser Amber, ya busco los papeles, esperé aquí que estaba en la otra entrada de la mansión —explicó Ramona.
Amber asintió mirando todo maravillada. Parecía un castillo, con cuadros hermosos. Miró a su lado izquierdo y pudo ver una foto enorme donde una pareja que estaba felizmente con tres niños.
«Deben ser Fernanda, Fernando y Andrea con sus padres, qué hermosos». Pensó mirando el retrato. La mujer y el hombre de la foto se veían muy felices, al igual que elegantes.
De pronto, un grito ahogado de auxilio, causó un malestar incómodo en ella. Se acercó hasta donde podía apreciar el sonido de ellos, y dio con la parte de atrás del jardín.
—¡Mierda! —exclamó al ver el manoteo de unas pequeñas manos en la piscina.
Quitó sus sandalias rápidamente, y se lanzó al agua. Amber no sabía nadar, pero no le importaba eso en ese momento arriesgar su vida para salvar esa.
—¡Aguanta! ¡Aguanta! ¡Pequeño! —exclamó sin fuerzas, al sacarlo del agua.
El niño no podía respirar, había tragado mucha agua.
Amber intentó reanimarlo, dándole respiración boca a boca como había visto alguna vez en la tele, pero el niño no reaccionaba.
—Niño, niño, Dante —corrió Ramona asustada.
—¡Llamen una ambulancia! No reacciona, aunque si respira —dijo gritando mientras su corazón palpitaba con fuerza.
Ramona hizo lo que Amber le sugería y junto con unos guardaespaldas salieron a una clínica con el niño en brazos.
«¿Quién será ese pequeño?», se preguntó empapada.
Sin tomarle mucha importancia, tomó los papeles viendo la hora y salió disparada al restaurante.
…
—Señor Caruso, espere unos minutos más, debe estar por llegar —dijo Andrea intentando detener al hombre que estaba hirviendo de la molestia.
—¡A partir de este momento no haré más trato con ustedes, todos serán con Demetrio o estrictamente con Fernanda! —exclamó el anciano de escasos cabellos poniéndose de pie.
Andrea apretó los puños, molesto. Pagó la cuenta y salió del restaurante para llamar por el móvil a Amber, ya que dentro del mismo no tenía señal.
Estaba a punto de comunicarse cuando la vio estacionarse.
Amber lo vio, estaba airado y ella sabía el porqué; bajó del auto y le tendió la carpeta, pero la reacción de Andrea la dejó inmóvil.
—Pensé que de verdad podrías cambiar un poco y tomar tu trabajo en serio, pero veo que no dejaras de ser una inútil —las lágrimas comenzaron a caer por las mejillas rosas de la chica. La palabra "inútil" era algo que siempre le había dicho su padre, y eso le había dolido en gran manera. Intentó protestar, pero su jefe apenas vio que ella intentó hablar, dio por terminada aquella conversación.
—Ni te molestas en ir a la empresa, mandaré tu liquidación por correo —subió a su auto, dejándola ahí, parada, sola, mojada, sin empleo y con el corazón destrozado. Pero, Andrea Laureti no sabía que ella había llegado tarde por salvar la vida de su mayor tesoro.