Capítulo I La propuesta
Corre el año 1852 en la Inglaterra Industrial, cuna de la modernidad y el desarrollo.
Los antiguos paisajes medievales se abren paso a las grandes y modernas fábricas
contaminantes, a esto se une la explotación e importación de materias primas con el
fin de convertirlas en productos elaborados para el consumo interno y la exportación.
Las viejas historias de caballeros, princesas, dragones y hechiceros comenzaron a
quedar de lado, y en su lugar emergen relatos sobre nuevos descubrimientos,
inventos, mejoras salariales, enfermedades y tratamientos, guerras e invasiones.
Juntamente con los avances, el capital empieza a hacer lo suyo y los empresarios
inescrupulosos se hacen más ricos explotando a la clase obrera, ya que, por un mísero
sueldo, numerosos grupos de hombres trabajan de catorce a dieciséis horas diarias.
Allí, en este sombrío panorama, se halla un joven matrimonio londinense conformado
por Thomas y Martha Richardson. Él, un joven alto de veintiséis años, de buen porte,
elegante, de ojos azules, cabello rubio, nariz perfilada, educado en los mejores
colegios y graduado de economía en la universidad de Oxford. Thomas es aficionado
a los deportes de contacto, de hecho, el boxeo fue una de sus pasiones mientras
cursaba sus estudios superiores en el campus. Ella, por su parte, tiene veinticinco
años, es de complexión atlética, de bellas facciones, nariz pequeña y perfilada, posee
ojos azules y cabello rojo. Además de sus cualidades físicas, dispone de una buena
oratoria, es muy locuaz, bondadosa y tiene un carácter firme y arriesgado; es
graduada en letras, idiomas y artes en el mismo prestigioso instituto al que asistió su
esposo. Martha resultó ser una de las pocas mujeres de la época que pudo cursar
estudios universitarios de manera igualitaria con los hombres.
Ambos personajes son de mentes liberales y no ven diferencia entre clases sociales,
color de piel o credo, y están a punto de incursionar en la mayor aventura de sus vidas.
Ellos han escuchado historias sobre América y su posterior colonización. Ella sueña
con aventuras de indios y vaqueros; y él con la oportunidad de abrirse paso e
incursionar en otros negocios, para así romper con la tradición que lleva ya tres
generaciones en su familia, esa de tomar las riendas de la empresa de acero que fundó
su bisabuelo y que ha pasado de padres a hijos. Al igual que su esposa, él desea
también vivir aventuras y abrirse paso por su cuenta.
Estando en su oficina en la fábrica, Thomas recibe la visita inesperada del Sr. Cole,
quien se desempeña como abogado y notario, y también es un viejo amigo de la
familia. El funcionario —un caballero anciano de unos setenta años de edad
aproximadamente, pero que aún conserva la gallardía de sus años mozos— llega
emocionado, y al ver al joven, le dice:
—¡Por fin lo he conseguido! ¡Tanto tiempo buscando y por fin conseguimos un buen
lote de tierras! Por lo que dijo el vendedor, son tierras fértiles ubicadas en América,
específicamente en el estado de Luisiana. Lo curioso es que se consiguieron a un
precio extremadamente bajo. Ignoro el porqué, pues son muy buenos terrenos. Pero
lo importante es que tenemos lo que pediste. Ahora bien, mi pregunta es: ¿todavía
estás seguro de lo que vas a hacer? ¿Ya hablaste con tu padre?
Esas preguntas quedan en el aire… Thomas toma las escrituras que le consiguió el Sr.
Cole, las ve detalladamente y, después de unos minutos, le responde a su amigo,
(conteniendo la emoción):
—Ahora, con esto en mis manos, ¡hablaré ya mismo con él! Si me disculpa, Sr. Cole,
voy al despacho de mi padre a tener una importante conversación.
Dicho esto, el joven abandona el lugar y se dirige a la oficina de su padre. Mientras va
en camino, él siente un poco de estremecimiento en su cuerpo, a la vez que piensa
para sí: “He luchado con oponentes mucho más grandes y más fuertes que yo. ¿Por
qué me sentiré así al hablar de esto con mi padre? ¿Será miedo al cambio? ¿Estaremos
Martha y yo tomando la decisión correcta?”. Absorto en sus pensamientos, y sin darse
cuenta, ya se encuentra frente a la puerta de la oficina de su padre. Agarra la manilla,
respira profundamente, gira de forma leve el mecanismo e ingresa al recinto. Allí ve
a su padre sentado en su escritorio, leyendo unos informes de producción. Mr.
Richardson, al notar la presencia de su hijo, se levanta y va a donde está él.
El hombre, a pesar de tener más de cincuenta años, todavía se ve fornido; aun
llevando sus trajes y ropa, puede notarse su complexión fuerte y robusta. Eso se debe
a que pasó muchos años trabajando duro como obrero en la fábrica. Su abuelo —el
fundador de la empresa familiar— lo colocó en un puesto de gran exigencia física y le
dijo: “Esta fábrica será tuya en un futuro, así que, para que la conozcas bien, tendrás
que empezar desde cero e ir escalando posiciones por tu cuenta. Ya he dado la orden
para que nadie se compadezca, ni te la pongan fácil solo porque eres mi nieto. Si
quieres esta fábrica, tendrás que ganarla. ¡Y no quiero que vayas con quejas adonde
tu padre!, ¡que bastante tiene en el puesto en donde está ahora!”.
Mr. Richardson le vivía contando esa historia, de cómo a base de esfuerzo, sudor y
lágrimas pudo hacerse con la fábrica de su abuelo y de cómo este último murió en paz
sabiendo que su hijo y su nieto continuarían con el legado de su predecesor. Y eso
mismo es lo que quiere hacer Mr. Richardson con Thomas y el resto se sus hermanos.
—Pasa, hijo, qué oportuno que te acercaras, estaba viendo unas mejoras que le quiero
hacer a la fábrica y deseaba ir a tu oficina a mostrártelas. Necesito actualizarla antes
de retirarme, para que te hagas cargo de ella. Sé qué harás un buen trabajo, pues confío
mucho en ti —dice Mr. Richardson, tras agarrar de los hombros a Thomas. Este lo ve
directamente a los ojos, piensa en Martha, toma el valor necesario, respira hondo y le
replica:
—Padre, por eso he venido a verte. Todavía eres joven y fuerte, y sé que una vida de
retiro no es para ti. Siempre estás activo, eso de salirte del negocio sería como cortar
una flor…: ambos sabemos que terminaría marchita al poco tiempo. Todavía tienes
mucho que dar a la fábrica, además, esta empresa se ha ganado un respetable nombre
en toda Inglaterra gracias a tus esfuerzos.
—¿Qué sucede, hijo?, ¿tienes algo que decirme? —increpa, preocupado, Mr.
Richardson—. ¡Cuéntame!, ¿qué te ocurre?, ¿en qué puedo ayudarte?
—Papá, Martha y yo hemos estado planeado una incursión para América. Hoy,
justamente, he recibido las escrituras de un lote de tierras que he comprado para
emprender otro negocio. No sé qué podrá ser. Todo surgirá a medida que vaya viendo
mis opciones.
—¿Opciones?, ¿¡de qué rayos estás hablando, Thomas!? ¡No tienes ni la más remota
idea de lo que quieres hacer! ¡Toda la vida los he preparado a tus hermanos y a ti para
que tomen las riendas del patrimonio familiar! —replica Mr. Richardson, alterado.
—Ahí tienes la razón, papá. Toda la vida has decidido qué debíamos hacer y qué no.
Con quién debíamos estar, qué debíamos vestir o comer y, por último, qué carrera
debíamos tomar. Siempre hicimos todo sin cuestionarte. Mis hermanos y yo somos lo
que tú deseaste que fuéramos. ¿Por lo menos te has detenido a preguntarme si
realmente me gusta la carrera que me escogiste? —responde Thomas, con calma,
pero indignado.
—Hijo, ¡pero si te graduaste con los máximos honores! —afirma Mr. Richardson,
sorprendido.
—Fue porque me ayudó Martha, padre. Ella me motivó a culminar cuando ya no
quería hacerlo. Y es por ella y por mí, por nosotros, que queremos hacer esto. Tú
siempre nos vivías contando sobre cómo nuestro bisabuelo sentó las bases de lo que
somos hoy en día. Por eso quiero experimentar lo mismo que hizo él; quiero crear
algo desde cero. Eso es lo que deseo.
Tras escuchar a su hijo, Mr. Richardson le da la espalda. Camina un poco, pone una
mano en su escritorio y ve los retratos de su abuelo y de su padre colgados en la
pared. Por un instante, se queda contemplando las imágenes y le dice a Thomas:
—Hijo, siempre los guie por el camino más fácil. Yo les di la opción que no tuve.
Estudiaron, mientras yo tuve que trabajar. Mi padre no creía en los estudios, y por
eso, desde muy joven, me colocó en la fábrica para conocerla de palmo a palmo. Y
terminé enamorándome de ella. No tuve elección, pero ustedes sí. Si ese camino, el
que escogiste, te hace feliz, síguelo, pero dame tu palabra de que si las cosas no te
salen como quieres, volverás y tomarás tu puesto juntamente con tus hermanos.
—Tienes mi palabra, papá —responde Thomas.
Aunque el padre de Thomas no aprueba la decisión de su hijo, la respeta y le llena de
orgullo. El labrarse camino por sí solo, tal y como lo hizo su abuelo al fundar la fábrica,
ya es digno de admiración. Thomas va y abraza a su padre, y luego parte a darle la
noticia a Martha. Una vez en la casa, la emoción y el entusiasmo invadieron a Martha
al escuchar la buena nueva. ¡Por fin había llegado ese día! Su sed de aventuras sería
prontamente saciada. Cambiarían la modernidad y el confort de su hogar, por una vida
campestre al aire libre, algo totalmente desconocido para ellos. Y sí, por fin tienen la
oportunidad de empezar de cero, tropezar y aprender de sus propios errores, y
construirse un futuro sin seguir los estereotipos que demandan sus dos familias
desde el día en que se casaron. Thomas ve los títulos de propiedad varias veces. Ya
sus sueños los tiene en la palma de su mano.