Capítulo V
Fue por eso que Ramiro, decidió que su hija no sería madre soltera y mucho menos que el desgraciado que se atrevió a mancillarla, anduviera libre y feliz por la vida, así que, muy a su pesar, ellos tenían que casarse, aunque a él no le pareciera ese infeliz como marido de su querida hija, ya se encargaría él de enderezarlo y que cumpliera.
La cuestión fue que se casaron por lo civil para dejar a salvo la honra de Hortensia, asegurando que la boda por la iglesia sería en cuanto él tuviera un trabajo estable y pudiera sufragar los gastos pertinentes.
Y desde que se fueran a vivir juntos, a un departamento para el que Ramiro, tuvo que pagar el primer mes de renta y dejar la de depósito, la vida en pareja fue de un constante pelear, discutir y ofenderse, no tenían otra cosa que compartir más que el estado de preñez de ella.
Y si ni la pasión, ni el deseo los unía ya, menos el amor que no sentían lo lograría, no había nada que los acercara o los motivara a tratar de formar un buen matrimonio y una familia feliz, difícilmente podían convivir de manera tranquila.
Pese a que Hortensia decidió vivir al otro extremo de la ciudad, mientras más lejos estuvieran de las familias, sería mucho mejor, Pancho, estuvo de acuerdo ya que de esa manera se alejaba, no sólo de su suegro y sus cuñados, sino también de sus amigos y de sus conocidas, evitando así cualquier problema.
Su mujer visitaba cada fin de semana a sus padres, la madre de Hortensia, estaba feliz al ver a su hija embarazada, la aconsejaba y la alentaba a que se cuidara bien y que trajera al mundo a un bebé sano y que fuera su orgullo.
La muchacha la escuchaba sin oírla, ya que, lo que menos le importaba era tener la responsabilidad de cuidar escuincles, ella quería vivir su vida y divertirse de manera libre, sin el control y la vigilancia de su padre.
El día que dio a luz a una hermosa niña, que nació con buen peso y buena estatura, la suegra de Francisco, enloqueció de felicidad, una nieta era lo que le hacía falta para ser feliz, ya que sus dos hijos, casados, habían tenido niños con sus mujeres.
La buena señora, prácticamente se fue a vivir con ellos, ya que todos los días acudía al departamento y se encargaba de bañar y atender a la niña en lo que su hija se reponía por completo, sobre todo porque había tenido a la niña por cesárea.
Francisco, con tal de llevarle la contra a su suegro que quería que la niña se llamara Celia, como la madre de Hortensia, se aferró a que debía llamarse Francisca, como su abuela, y después de muchas pláticas, se acordó que la niña llevaría ese nombre.
Ahora habría que bautizarla, así que Pancho, tenía que elegir a los padrinos para Paquita, Hortensia, por consejos de su madre, sugirió que uno de sus hermanos y su esposa, fueran los padrinos, Francisco, no estaba muy de acuerdo, aunque al final aceptó.
Como los gastos del bautizo deberían correr a cargo de él, la fecha se fue posponiendo por semanas, luego por meses hasta que ya nadie tocó el tema, pues Francisco, siempre salía con lo mismo:
—En cuanto junte el dinero necesario, la bautizamos… ora si me van a dar un buen trabajo… ya estoy ahorrando para llevarla a bautizar —excusas le sobraban.
Hortensia no había sabido lo que era la estabilidad al lado de Pancho, tan fue así que, al cumplir un año seis meses de casados, ella decidió comenzar a trabajar en una oficina, puesto que él era un irresponsable que no se preocupaba por otra cosa que no fuera él mismo y ella sí contaba con cierta preparación que la ayudaría a conseguir empleo.
La muchacha, había estudiado una carrera técnica en administración y cuatro semestres en la Escuela Superior de Comercio y Administración, por lo que, con ayuda de su padre, pudo colocarse en una oficina de gobierno obteniendo un buen sueldo.
Los dieciocho meses que llevaban de casados, habían sobrevivido, gracias a la ayuda que recibían de sus respectivas familias, ya que la madre de Francisco, le daba una parte de su pensión de viuda para que su hijo se ayudara con sus gastos familiares.
Ramiro, aconsejado por su esposa, le daba dinero a su hija para pagar la renta y la luz, incluso, la misma Celia, le compraba despensa para que no le faltara que comer, sobre todo, pañales, toallitas, biberones, baberos, papillas y todo lo que Paquita, como ya le habían comenzado a decir a la niña, fuera necesitando.
Francisco, no duraba mucho en los diversos trabajos que conseguía y Hortensia, se aburría de estar encerrada en su casa, viendo las carencias que vivían, así que cuando ella comenzó a trabajar, dejó de reclamarle a su marido y desde ese momento eran como dos extraños que convivían en el mismo domicilio y eso los fue separando más, pues en ese momento salieron a flote los defectos y anhelos de los dos.
Y si en un principio, Celia, la abuela de Paquita, se hacía cargo de la niña mientras su hija trabajaba, al ver que Hortensia, se quedaba más horas en el trabajo y no llegaba temprano por la niña, comenzó a recriminarle hasta que la situación fue insostenible.
Hortensia, decidió ya no dejarle a la niña a su madre, no quería estar escuchando sus constantes y amargos reproches de:
—Tienes muy descuidada a esa niña… deberías llegar más temprano para parar más tiempo con ella… casi ni la ves la traes dormida y te la llevas dormida… ¿acaso no te duele tu niña? Querías casarte y tener a tu hija… bueno pues ahora cumple con ella como debe de ser… no se que clase de madre eres tú.
Fue entonces cuando contrató a Araceli, una señora viuda, que no tuvo hijos, y que le habían recomendado, para que se hiciera cargo de la niña en su departamento, así nadie tenía que estarle recriminando nada, nadie la juzgaría y ella podría vivir su vida tal y como le gustaba, sin ataduras, ni limitaciones.
Y no es que hiciera nada malo, sólo salía con sus compañeras de trabajo, a tomar una copa, a recorrer tiendas departamentales, a convivir y disfrutar con ellas, gozando de la vida como siempre se lo imaginó de acuerdo a su edad.
No salía con hombres, no tanto porque le faltaran, por el contrario, desde que había dado a luz, su belleza física había aumentado, se veía más mujer y muy sensual, por eso los compañeros de trabajo trataban de conquistarla de mil maneras.
Hortensia, les coqueteaba, aunque no se decidía a salir con alguno, el miedo que sentía por sus hermanos y su padre, la contenían, sabía que sí, por alguna maldita casualidad la llegaran a sorprender, no sólo la golpearían a ella en donde fuera, sino también a su pareja, quien seguramente terminaría en el hospital o en la morgue.
Así que prefería no tentar a la suerte y disfrutar de manera sana, por Francisco, no se preocupaba ya que, al fin y al cabo, él se movía en otro ambiente y con otras personas que no la conocían, por otro lado, estaba segura que si la descubría, de inmediato iría con su padre a quejarse y a pedir el divorcio, lo cual no le convenía.
Divorciarse a esas alturas por ser infiel, sería regresar al hogar paterno y entonces su vida se convertiría en un verdadero infierno, su madre se encargaría de que estuviera todo el tiempo con su hija y su padre, no la dejaría salir ni a la tienda de la esquina.
La mejor forma de llevar todo en paz, era no involucrarse con nadie, después de todo, no necesitaba la compañía de un hombre, Pancho, la había decepcionado tanto en ese sentido y además, sus hermanos y su padre eran la clara muestra de que no podía tener una aventura que sólo le traería problemas y complicaciones.
Por su parte, Francisco, cuando no trabajaba, que era la mayor parte del tiempo, se reunía en el billar del barrio donde ahora vivía y en el que había hecho nuevos amigos.
Sabía que, si regresaba a buscar a sus amigos a su viejo barrio, tendría problemas con su suegro y con sus cuñados, por eso lo mejor, era mantenerse tan lejos de ellos como se pudiera, así podía desenvolverse a sus anchas.
También, ya había vivido un par de aventuras pasionales con mujeres que había conocido en la calle y a las que había sabido seducir, lo que le daba gusto y placer, ya que estaba demostrado que seguía siendo el mismo y que podía tener todo lo que quisiera.
Ambos, Hortensia y Pancho, sabían que su relación, era más una indiferente convivencia, y un tener que soportarse por la familia de ella y sobre todo por la hija de ambos.
Paquita, crecía en aquel hogar disfuncional, en el que nadie se interesaba por nadie, no obstante, desde que comenzara a tomar conciencia, la niña, mostró un amor pleno y total hacia su padre, con quién siempre quería estar.
Hortensia, no soportaba eso, no podía aceptar que ella lo quisiera tanto si no se lo merecía el infeliz, nada había hecho para ganarse el cariño incondicional de la niña.
Incluso, cuando ellos discutían, lo que sucedía a menudo, la niña se acurrucaba en los brazos de Pancho, para protegerlo con su cuerpecito, Hortensia, veía aquello y le daba coraje que su hija lo quisiera tanto sin que él se lo mereciera.
Francisco, por su parte, se sentía halagado por el amor y preferencia que la niña le mostraba, aunque no era algo que lo motivara a corresponderle, no podía hacerlo ya que él no sabía lo que era amar a alguien, no podía dar amor si no lo sentía, incluso ni por él ya que no se preocupaba por nada ni por nadie.
La cruda realidad, era que no sentía amor por su hija, por eso estaba dispuesto a dejarla con su madre, sin importarle lo que pudiera pasar con ellas, sin preocuparse por otra cosa que librarse de la carga que significaban, para él poder irse con Elsa, a vivir su amor de manera plena y sin complicaciones, porqué, aunque él aseguraba que amaba a su “novia”, lo cierto era que sólo sentía pasión y deseo por tenerla en sus brazos.
Confundía ese bello sentimiento llamado amor, por la obsesión que sentía por ella, y por eso se mostraba atento y cariñoso con Elsa, cada vez que estaban juntos.
Era tal su desapego por Paquita, que en muchas ocasiones la marginaba, de forma abierta, le parecía insoportable por empalagosa, encimosa y sobre todo, por demandante ya que sólo quería estar con él abrazándolo y platicándole sus cosas, a las cuales no sólo no les prestaba atención, sino que no tenía idea de lo que le hablaba.
Incluso su vocecita le parecía estridente y perturbadora, molesta, sobre todo cuando se soltaba a hablar y a hablar sin control, diciéndole y platicándole de cosas que él no entendía y no sabía, lo que lo enfadaba más y no le importaba ser hosco y cortante.
—Sí, mi amor… está bien… ora ya vete a jugar con tus muñecas o… —le decía a la niña
—Es que yo quiero platicarte de lo que vi en la televisión y que… —insistía ella.
—Luego… luego me cuentas… ahora me siento mal… me duele la cabeza…
—¿Quieres que te la sobe? Mi mamá me la soba cuando me siento mal y…
—N-no… no… dejame en paz un ratito y se me pasa… vete a jugar con otra cosa…
Dócil y amorosa, la niña terminaba por complacerlo y se retiraba de su lado dejándolo solo, y aunque se ponía a hacer otras cosas, no dejaba de verlo, tal vez esperando el momento en el que él se sintiera mejor y la llamara a su lado, lo cual nunca ocurría.