Capítulo 02
Intenté levantarme para no pasar más vergüenzas, pero un dolor en mi rodilla ocasionó que no pudiese hacerlo. Me quejé en el frío concreto de la acera.
— ¿Estás bien?— Preguntó una voz varonil y ronca llegando a mí.
—Eh, s-si— Contesté en un hilo de voz mientras buscaba a tientas mis gafas en el concreto.
—¿Buscas esto?— Dijo esa voz mostrándome algo que parecían mis gafas las cuales no podía ver bien debido a mi problema visual que tengo desde pequeña.
Hoy tuve que ponerme gafas ya que no encontré mis lentes de contacto en la mañana y tenía prisa, ya que anoche me desvelé haciendo mi tarea de geometría porque la dejé a lo ultimo, grave error.
No me gusta llevar gafas, siento que luzco extraña, no me acostumbro a ellas ni creo que me acostumbre nunca, prefiero mil veces las lentillas, aunque me digan que son incómodas.
Con mi vista nublada pude notar apenas como acercó las gafas a mi rostro y me las puso. Parpadeé un par de veces para acostumbrarme a mi nueva vista y fue entonces cuando lo observé de cerca. Muy de cerca. ¡¿Por qué se acercó tanto?!
— ¿Estás bien?— Insistió. Asentí—. ¿Segura? Porque tu rodilla no se ve muy bien— Dijo alzando ambas cejas observándola. Me levanté un poco apoyándome de mis codos para poder ver mi rodilla, la cual estaba cubierta de sangre. Hice una mueca de dolor y asco a la vez. No me gustaba ver sangre, y mucho menos si esta es mía.
— ¿Te duele?— Preguntó, se le notaba preocupado al ver la herida que me he hecho.
Lo miré y... Nunca antes había visto unos ojos tan bonitos como los suyos. Era una mezcla de tonalidades verde profundo y dorado intenso. Realmente hipnotizantes.
Escaneé todo su rostro sin perderme ningún detalle. Al verlo más de cerca, noté que era mucho más atractivo. Era realmente guapo. Lástima que es mucho mayor que yo y así no puedo...
— ¿Tengo algo en la cara?— Preguntó divertido sacándome de mis cavilaciones mientras que de su boca brotaba una sonrisa torcida.
—Ah... ehm...— Balbuceé. Cerré los ojos con fuerza y aparté mi rostro. Lo escuché reír.
¡Demonios! Qué vergüenza.
— ¿Te ayudo a levantarte o tú puedes sola?— Preguntó, pero yo no lo miré. No lo miraré para pasar otra vergüenza con él.
—Y-yo puedo, gracias— Sentí ganas de golpearme por sonar tan nerviosa. Intenté levantarme, pero sentí a mi rodilla entumecerse. Hice una mueca de dolor al sentirlo y mejor me quedé en la misma posición que antes.
—Bien, no lo creo. Déjame ayudarte— Dijo dándome su mano. Dude un poco, pero al final la tomé. Al levantarme, no pude estirar mi pierna, así que la tuve que mantener flexionada hacia arriba sosteniéndome de un solo pie. Él al notarlo, me tomó del brazo para que no perdiera el equilibrio y cayera de nuevo. Mi cuerpo se estremeció al sentir su contacto.
—Acompáñame— Dijo empujándome para caminar junto a él. Paré en seco.
— ¿A-a dónde?— Me escuché más asustada de lo que esperaba.
—Te curaré eso— Contestó con un tono amable.
—Ahm, no, no gracias. E-estoy bien— Dije tratando de sonar determinante, pero me salió terrible.
—No, claro que no lo estás. Estás sangrando— Dijo mirándome a los ojos.
—Pero, e-es que mi mamá me está esperando en casa— Mentí. Aun el nerviosismo se apoderaba de mí evitando que pronunciara las palabras correctamente.
—Sólo voy a curarte— Me sonrió. Tragué duro y él se mofó al notarlo. Abrí mi boca para hablar pero de esta no salió nada. Era como si él tuviese un poder para hacerme actuar de esta manera. Aparté mí vista de él porque me estaba afectando más de lo que me gustaría aceptar.
—Creo que será mejor que me vaya.
—No te dejaré irte así— Me tomó por los hombros. Alcé mi rostro para mirarlo. Dios. ¿Por qué me pasa esto?—. Y aparte, ni siquiera puedes caminar, ¿Cómo piensas irte?— Dijo alzando ambas cejas con elocuencia.
—P-puedo brincar— Le digo, mientras hago una pequeña demostración. Él rio haciéndome sonreír. Su risa es hermosa.
—Oh, pues cuando llegues a tu casa me avisas— Dijo, en un tono que se me antoja sarcástico.
—Lo haré— Dije de la misma forma.
—Anda, vamos— Insistió—. Si esa herida se te infecta no me lo perdonaré porque fue mi culpa que tropezaras— Hice una mueca nerviosa y negué con la cabeza su aclaración—. Vamos, allá dentro tengo un botiquín de emergencias, no soy doctor ni mucho menos, pero puedo hacer algo con eso— Me dice mientras señala mi herida en la rodilla.
Mis padres siempre, de pequeña hasta hoy en día, me han dicho que no confíe en los extraños, que nunca son de fiar. Quizá él sea esa clase de chico que aparenta ser bueno en las películas y resulta ser un abusador o algo mucho peor, o quizá solo sea producto de mi paranoica mentalidad que me hace pensar diez mil veces algo antes de hacerlo.
Tengo que pensar en las posibilidades, quizá este chico frente a mí tiene las mejores intenciones del mundo y solo quiere ayudarme, algo en él me genera la suficiente confianza como para aceptar su proposición de entrar a su casa, pero otra parte de mi me dice que no debo hacerlo, que debo confiar en lo que me han inculcado mis padres y no confiar en personas extrañas, pero ¿acaso tengo otra opción? No lo sé, no estoy pensando con claridad, no cuando unos ojos verdes intensos me miran fijamente.
—Está bien— Dije rápidamente, aceptando su propuesta y arrepintiéndome al instante.
Él me regaló una sonrisa de lado e hizo ademán en colocarse a mi lado. Me sorprendió el cómo me tomó por la cintura ayudándome a levantarme, ya que yo no tenía la suficiente fuerza en mi pierna como para hacerlo.
¡Contrólate, Marylise! ¡Contrólate!
Me decía a mí misma mientras hacia el intento de caminar hacia la casa del chico con su ayuda. Mientras caminábamos a mi paso, miré re reojo hacia atrás, encontrándome con Dalila en la ventana haciendo una expresión de total emoción, su boca abierta, sus ojos como platos y sus manos en su rostro lo decían todo.
En ese momento pensé, ¿por qué no solo me regresé a su casa? ¿Por qué estoy entrando a la casa de un desconocido? ¿Por qué acepté? Tengo miedo.
Cuando entramos, él me ayudó a sentarme en uno de los sillones, el cual aún estaba cubierto por una manta que lo protegía del polvo.
—Disculpa por el desorden. Es solo que acabo de mudarme y...
—No, no. No te preocupes— Interrumpí—. Está bien— Fingí una sonrisa haciendo que me sonriera de vuelta.
—Ahora vengo— Avisó—. Iré por el botiquín— Asentí con la cabeza y él se fue.
Mientras él iba por el botiquín médico, me dediqué a observar el lugar. Toda la sala de estar y comedor estaba cubierto de cajas y más cajas. Los muebles tenían una manta percudida encima y, puedo jurar, que había telarañas en las esquinas del techo. Pero no lo culpo a él por eso, ya que como acaba de mudarse, no creo que haya tenido mucho tiempo para limpiar y ordenar un poco el lugar. Si mal no recuerdo, esta casa estuvo sola por más de 3 meses, es entendible su estado.
—He vuelto— Anunció, al llegar a la sala de estar.
Puso el botiquín en la pequeña mesa de café al frente y lo abrió. Sacó de él una gasa, algodón y algo que parecía una solución para desinfectar heridas. Mojó el algodón con la solución y se puso de cuclillas frente a mí.
—Me dices si te duele ¿de acuerdo?— Asentí. Tomó el algodón empapado, pero al llegar a mi rodilla se detuvo. Le miré confundida—. ¿Puedes levantar un poco la falda?— Pidió mirándome a los ojos.
¿Qué? ¿Me acaba de pedir que...?
— ¿Uh?— Inquirí frunciendo mi ceño en confusión. Puedo jurar que mi cara era de completo terror en ese momento.
—Sí, es que tu falda está muy larga y no me deja limpiar la herida— Explicó. Solté un suspiro de alivio. Pensé que... ¡Dios! Tengo que sacar esas ideas de mi mente, tengo que confiar en él, no me hará nada malo... espero.
—¿Todo bien?— Pregunta, curioso supongo, por el gesto de terror y pánico que invade mi rostro.
Trago duro.
—Te noto muy nerviosa, ¿te pasa algo? ¿quieres que llame a un doctor? ¿te sientes bien?— Me pregunta, intranquilo, buscando mis ojos con los suyos, pero no me atrevo a mirarle.
Escucho como suelta una exhalación profunda y se retira, deja el algodón con desinfectante en la mesa y se vuelve hacia mí de nuevo.
—Me llamo Harry, tengo 24 años, me acabo de mudar... —Hace una pequeña pausa y es hasta entonces cuando me atrevo a mirarle—, me gusta tocar la guitarra, allá está guardada— Señala el estuche de color negro que se encuentra recargado en la mesa de comedor—, a veces canto— sonríe y hace otra pausa, frunce su entrecejo pensando y suspira—. Es difícil hablar de mí mismo ya no sé qué decir, supongo que con eso es suficiente, ya no soy un desconocido del todo, ¿no?
Retiro mi mirada.
¿Cómo es que se dio cuenta que precisamente por ser un extraño le temo con solo verme? No entiendo.
—No estás obligada a decirme tu nombre ni nada, solo lo hice yo para que conocieras el nombre de tu secuestrador.
Mis ojos se abren como platos y una aspiración apresurada me hace ahogarme un poco. Escucho una carcajada de su parte mientras yo comienzo a hiperventilarme. ¿Qué demonios hago aquí? Tengo que irme, ¡pero ya!
—Espera, no no, era broma, lo siento— Se apresura a aclarar al ver que intento escapar por mis propios medios, mientras me detiene de mis brazos con sus grandes manos—. Lo siento, fue un mal chiste— se disculpa—, solo quería aligerar la situación, pero no funcionó— Suelta un suspiro y me mira directo a los ojos—, si quieres irte está bien, solo quiero ayudarte— me suelta—, no te haré daño— se gira para tomar un nuevo algodón con producto y me lo muestra—, si quieres hazlo tú.