Capítulo 4
Fede no me deja pasar a la sala donde le van a hacer el tatuaje, espero en unos asientos algo incómodos fuera, mordiéndome el interior de la mejilla con ese nerviosismo típico de mí y entrelazando las manos sobre mi regazo, no puedo dejar de temblar aunque no sé el motivo. Creo que espero al menos dos horas, sin recibir noticias, tan solo escuchando el persistente sonido de la aguja, ya conocido cuando me hice mi tatuaje.
No había pensando en hacerme otro, pero Fede tiene razón, lo nuestro es para siempre y estoy segura de ello, cada día más. Ya he pensado en mi tatuaje, pero no tengo ni idea en qué estará haciéndose él y el porqué tarda tantísimo.
— Hola, pequeña — Retira con un brazo la cortina verde que separa una sala de otra, con una sonrisa que no es muy normal después de estar recibiendo pinchazos durante dos horas — Perdón por la tardanza.
— ¿Qué te has hecho? — Le pregunto levantándome de un salto y yendo hacía él sin dejar de pasar mis ojos por todo su cuerpo. El tatuaje no está a la vista.
— Está tapado... — Sonríe por mi impaciencia — Lo verás esta noche, vas a tener que untarme la crema para que cicatrice, tranquila.
— Vale... — Digo sin mucha convicción — Ahora me toca a mí — Dejo un pequeño beso en su mejilla para irme y cruzar la cortina verde hacia la otra sala.
— Espera... — Susurra a mis espaldas— Yo he hecho esto para recordarte siempre, ¿sabes? No para que tú también lo hicieras. No quiero que te sientas obligada a marcarte por mí, nunca te pediría algo como eso.
— Te quiero — Es lo último que le digo, con una sonrisa de oreja a oreja y metiéndome, ahora convencida, a la sala contigua en la que estaba antes él.
Es pequeña y, con todas las fotos de tatuajes que hay, ni siquiera se ve el color del que son las paredes. Un hombre que tiene más piel tatuada que sin tatuar, me espera en medio de la habitación, donde también hay una especie de diván, parecido a los que tienen los psicólogos. Ese es de color negro y algo raído. El hombre tatuado tiene todo un instrumental ya preparado cuando voy hacia él.
— ¿Y bien? — Me pregunta con ambas cejas alzadas, entre el pelo que le llega a los hombros y la barba poblada, apenas puedo distinguir su cara, solo dos ojos negros profundos que me observan.
Estoy nerviosa, aunque no es mi primera vez. La música de la radio suena de fondo, me tumbo mientras veo como aquel hombre maneja y coloca todo lo necesario, mientras, empieza la canción palmeras en la nieve, de mi querido Pablo Alborán.
— Disculpe— Me aclaro la garganta, llamando la atención del tatuador — ¿Puede subir el volumen? Esta canción me encanta.
Asiente con una pequeña sonrisa, se levanta y cierro los ojos para disfrutar de la preciosa canción, cuando noto que se sienta a mi lado, le digo lo que quiero, y enseguida siento el primer pequeño pinchazo de dolor, siempre soportable, sobre mi piel.
Yo apenas tardo media hora, Fede me recibe con una sonrisa abrumadora, de pie y con los brazos cruzados, lo observo con las manos en los bolsillos y tengo que tomarme unos minutos antes de hablar, me sigue pareciendo tan guapo como el primer día y eso, en ocasiones, me intimida.
— ¿Me lo enseñas? — Sus ojos van hacia mi mano, ahora cubierta por una pequeña venda que tapa dicho tatuaje.
— No, los dos a la vez...
— Es justo — Asiente, tomándome de la mano buena y llevándome de vuelta al hotel.
***
Por sus movimientos, sé que el tatuaje de Fede está en su espalda, no se apoya en ningún lado en todo el día, pero tengo que esperar hasta la noche para que se quite la camiseta y se tumbe boca abajo, me siento sobre él sin dejar todo mi peso. Un parche blanco de unos, aproximadamente, veinte milímetros, colocado en vertical, tapa la parte de arriba de su columna vertebral, desde el principio de su cuello hasta casi la mitad de la espalda.
— ¿Puedo? — Le pregunto nerviosa, acariciando toda su suave piel alrededor del parche, sin tocar el tatuaje hasta que él no me lo indique.
— Claro, pequeña... es todo tuyo — Siento como su respiración hace que su espalda baje y suba. Despego los bordes del vendaje, descubriendo el dibujo que, al verlo por completo, me deja sin aliento. Es... simplemente único. Se trata de un candado, perfectamente dibujado y agarrado a una cadena que llega hasta su cuello.
— Estas loco — Digo sacando una voz que apenas quiere salir de mi garganta.
— ¿No te gusta? — Se incorpora hasta quedarse sentado frente a mí, pone una pierna a cada lado de mi cuerpo.
— Me... me encanta, Fede — Soy sincera. El dibujo está perfecto, y significa mucho para ambos, ya que el candado sigue intacto en el puente, lo revisamos cada poco tiempo, asegurándonos que sigue ahí.
— Creo que me toca a mí, preciosa — Me coge con delicadeza la mano aún vendada, poniéndola frente a su cara e imitándome al despegar el parche, más pequeño que el suyo, pero que aun así cubre todo el dorso de mi mano derecha.
Cuando encuentra el nombre de Fede escrito en cursiva, se le iluminan los ojos y sonríe. Sí, me he puesto su nombre y creo que me queda perfecto. He oído mil veces eso de que no debes marcarte algo así de por vida, pero cuando estás completamente seguro de algo, hay que hacerlo sin pensar en nada más.
— Oh, mi niña... es precioso. — Se lleva mi mano a su boca y posa sus labios sobre cada una de las letras de forma delicada y con ternura para no hacerme daño — ¿Te das cuenta de lo que hemos hecho, de lo locos que estamos?
— Lo sé, Fede — Me acerco a él, metiéndome entre sus piernas y rodeando su cintura con las mías — Día a día me brindas lo que siempre he soñado, lo que solo creía que existía en los mejores libros de amor, ¿sabes? Tú eres todo lo que quiero, todo lo que necesito en mi vida.
— Solo tienes veinte años, ojalá nunca cambies de opinión. — Sacude la cabeza —Tengo miedo de, que al ser tan joven, un día te despiertes y creas que estás desperdiciando toda tu vida con un solo chico, conmigo.
— Yo solo sé que te quiero a mi lado cada mañana, que sean tus ojos verdes los que me devuelvan la mirada al despertar, que sea tu mano la que me lleve por cada parte del mundo, llegar a casa y esperarte, o saber que me esperas y... dormir abrazada a mi Fede cada noche.
— ¿Eso es lo que de verdad quieres? — Hace círculos en mi mejilla con su dedo pulgar, provocándome infinitas sensaciones de las que no es consciente.
— Te quiero a ti, Fede, siempre vas a ser tú.