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Capítulo 3

El día de la reunión, acudí a tiempo al restaurante indicado como había prometido. Pero el reencuentro había empezado antes de mi llegada por alguna razón.

Ivaro, sentado a la mesa, pelaba camarones con paciencia para Tamina.

Al verlo, las lágrimas quisieron brotar de mis ojos. Ivaro era alérgico a los camarones desde niño, pero ahora estaba pelando camarones para Tamina.

También me gustaba comer camarones. Antes siempre me hacía la simpática y le pedía a Ivaro que me los pelara.

Aunque era alérgico, Ivaro, con una sonrisa feliz e indulgente, me los pelaba personalmente.

No obstante, después de la muerte de mis padres, Ivaro me había estado guardando rencor y desde entonces no había vuelto a pelar camarones para mí.

Mirando la escena feliz entre Ivaro y Tamina, levanté ligeramente la cabeza para que las lágrimas no se deslizaran de los ojos, y luego volví a mirar a la multitud en la sala privada.

De repente las risas en la sala cesaron y todos, aparte de Ivaro, me miraron con algo de sorpresa.

Ivaro ni siquiera alzó la cabeza, por no hablar de mirarme. Aun así, percibí su repugnancia hacia mí en sus labios fruncidos.

El aliento se me cortó.

Tamina se levantó de la silla, se me acercó y dijo en una voz tierna:

—Ah, Gracia, pensábamos que no vendrías.

Sin hacerle caso, le dirigió una mirada inquisitiva a la líder de la clase.

Yo le había dicho que acudiría a la reunión y había comprobado la fecha y la hora una y otra vez.

La jefa de la clase, un poco avergonzada, apartó la mirada, sin atreverse a mirarme a los ojos.

Tamina puso cara agraviada, y preguntó en voz débil:

—Gracia, ¿qué pasa? ¿Estás enfadada?

Y antes de que yo pudiera hablar, Ivaro se levantó bruscamente y tiró de Tamina hacia su propio lado.

—Ella misma ha llegado tarde. ¿Todavía tiene el descaro de enfadarse? —habló Ivaro con desdén.

Por un instante, me di cuenta de algo.

La líder de la clase se llevaba muy bien con Tamina y la escuchaba en todo cuando estaba en la escuela secundaria.

Me volví hacia Tamina con la intención de interrogarla, pero antes de que yo pudiera hacerlo, esta tuvo los ojos llorosos, fingió ser comprensiva y dijo:

—Gracia, hoy es la reunión de clase. Por favor, tranquilízate y no culpes a nadie.

No dije nada, pero Tamina ya me echó toda la culpa encima.

Al ver que Tamina lloraba, Ivaro se molestó aún más conmigo y me dijo con frialdad:

—Vete a la mierda si no quieres estar aquí y no nos molestes.

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