Capítulo 2
Volví a la mal iluminada y estrecha casa de alquiler y me di cuenta de varias llamadas y mensajes perdidos en el móvil.
Dos de ellas eran de la líder de la clase de la escuela secundaria y la otra era de Tamina Jiménez.
Tamina era prima de mi propio hermano, Ivaro Jiménez, y mía. No obstante, Tamina la llamaba cariñosamente a Ivaro «hermano» como si ella misma fuera su hermana biológica, y me trataba con indiferencia.
Fruncí los labios, leí los mensajes y encontré que me habían llamado por lo mismo: «La reunión de clase».
De repente el estómago se me revolvió, sin tiempo para responderles, corrí al baño y vomité violentamente.
Como no había probado bocado ayer, no pude vomitar nada.
Sin embargo, las náuseas me obligaban a vomitar constantemente en seco hasta que escupí una bocanada de sangre y me desplomé débilmente contra el retrete.
Aquel verano caluroso del final de la escuela secundaria era una pesadilla que no quería ni me atrevía a recordar jamás.
Mi cuerpo parecía padecer de algún trauma incurable. Cada vez que pensaba en cualquier cosa de la escuela secundaria, me ponía nerviosa, temblaba sin cesar y vomitaba.
Después de un buen rato de descanso, me fui tranquilizando poco a poco. Volví al sofá y cogió el móvil de la mesa con la intención de decirles que no. Sin embargo, al ver de reojo al informe de diagnóstico sobre la mesa, vacilé.
Cuando yo tenía 18 años, Ivaro me había echado de la casa.
Y era un lujo para mí verlo.
Ivaro mimaba tanto a Tamina y seguramente la acompañaría a acudir al reencuentro de la clase.
Como Ivaro no me permitía volver a su casa, la reunión sería la única ocasión en la que podría verlo.
Con eso en la mente, me armé de valor, y le pregunté a la líder de la clase por la fecha y la dirección de la reunión. Luego metí mi diagnóstico en una carpeta con la intención de dársela a mi hermano en la reunión.
«Je, je, seguro que se sentirá regocijado al verlo.»